BERREA 2024: El Camino "robado" de Gil García en Quintos de Mora
Adentrarse en los Montes de Toledo es abrir un libro antiguo, uno cuyas páginas están impregnadas del viento y el polvo de siglos. Es caminar, o en este caso, pedalear, por caminos que han visto pasar a pastores, soldados, cazadores y, ahora, a ciclistas. Con cada curva y cada sendero, los ecos de la historia resuenan, desde los tiempos de los califas hasta los días de la desamortización, cuando tierras comunales cambiaron de manos, y las fincas pasaron a formar parte de un patrimonio que hoy apenas reconocemos.
Esta crónica no es solo el relato de una ruta en bicicleta; es una exploración de lo que fue y de lo que todavía perdura, de los vestigios que la naturaleza y el tiempo se han empeñado en conservar. Desde la serenidad de la berrea hasta la tensión entre lo público y lo privado, cada tramo del camino revela un poco más de los secretos que guarda este paisaje indómito. Acompáñame en esta travesía por los rincones más recónditos de los Montes de Toledo, donde las piedras hablan de castillos olvidados, y las sendas nos llevan a los misterios de un pasado que, por momentos, parece más vivo que nunca.
Montes de Toledo: La berrea y el silencio del otoño
A finales de septiembre de 2024, en un año en el que la sequía ha retrasado la berrea, decido emprender en solitario una ruta en bicicleta. El sol de otoño acaricia los Montes de Toledo mientras el día empieza a despedirse, esa hora perfecta en la que el espectáculo de la naturaleza comienza a desplegarse. Los ciervos llenan el aire con sus bramidos, y uno no puede evitar sentirse parte de algo mucho más grande, más antiguo.
El recorrido es un viejo conocido. Desde El Molinillo, me adentro en las fincas de la solana de la sierra de Torneros, cruzando la Raña de Mora y regresando por la umbría de la sierra del pocito. Es un trayecto que discurre por la finca estatal de Quintos de Mora, tierras que parecen eternas, sin grandes cambios salvo los que impone el tiempo y el paso de las estaciones.
La última vez que rodé por aquí fue en 2021, y aunque el camino sigue siendo familiar, noto las huellas del tiempo. Los caminos, que antes se mantenían firmes bajo las ruedas, han cambiado. El camino comido poco a poco por la raña —esa mezcla de monte bajo y formaciones sedimentarias de cuarcita— ahora se muestra más imprevisible. A veces el suelo resbala bajo las ruedas, otras veces se hunden en las finas piedras que cubren el terreno, ralentizando el avance. El terreno está roto, como si los Montes de Toledo hubieran pasado por una guerra silenciosa. Los efectos de las DANAs del 2023 también han dejado su marca aquí, pero la naturaleza sigue su curso, y la ruta, aunque un poco más desafiante, sigue siendo un deleite para los sentidos.
La sombra del tiempo en la ruta del Milagro
El punto de inicio no es más que una gasolinera olvidada por el tiempo. Ahí, en ese aparcamiento que guarda las huellas del abandono, dejo el coche, sabiendo que me espera una travesía de algo más de tres horas. Junto a la gasolinera, lo que alguna vez fue un restaurante, ahora es una ruina, un fantasma de lo que fue. La última vez que pasé por aquí, en 2021, aún tenía vida, ruido de platos y voces que rompían el silencio de la carretera. Hoy, parece el escenario de una película postapocalíptica, un magnifico set de rodaje para The Walking Dead, de esas que retratan la soledad y el olvido, como si el tiempo lo hubiese devorado todo menos la carretera.
La CM-403 corta el paisaje con su línea recta, y a sus lados serpentea la vieja Cañada Real Riojana, también conocida como la Galiana, un camino cargado de historia. Fue, en otros tiempos, el Camino Califal que unía Córdoba con Toledo, conocido entre los musulmanes como Balat al-Arus, y por los cristianos como el Camino del Armillat o la Calzada de la Novia / Desposada. Este camino es tan directo como duro, una ruta áspera que no busca la suavidad de los puertos más transitables, como el de Orgaz o el desfiladero del castillo de las Guadalerzas. Más adelante, todo es montaña, pedregal y silencio.
Muy cerca de este punto, los restos del castillo del Milagro se desmoronan lentamente, resistiendo el olvido. Junto a él, la ermita, que aún se mantiene en pie y en uso, guarda las memorias de un despoblado medieval llamado también El Milagro. Fue aquí, en este puerto que antaño defendía el paso conocido en árabe como Burt Alhuair, como puerto de Alhober, que sería el nombre hispano-musulmán del que luego fuera conocido como El Milagro; hay quienes dicen que viene de esa torre de vigilancia que tendría el castillo a modo de mirador o "miraculum". Aunque también es posible que, dada la naturaleza pantanosa del terreno, el milagro fuese más bien sobrevivir en un lugar tan inhóspito y lleno de enfermedades.
El río Milagro recorre por esta tierra, formando tablas en buena parte de su recorrido, amplias zonas anegadas que, en tiempos antiguos, debieron ser aún más extensas. Es fácil imaginar por qué este lugar fue abandonado por lo insalubre y pestilencia del lugar, su población trasladada a El Molinillo, cuyo origen ya mencioné en mi relato de la berrea de 2021. Pero vale la pena recordarlo, porque esta ruta que hoy recorro atraviesa lo que fue, en el siglo XIII, el señorío de El Milagro. Un recorrido lleno de historia y de sombras, de lo que fue y lo que ya no es.
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Quintos de Mora: Historia y ecos de la berrea en los Montes de Toledo
De camino hacia la Casa de Mora, la residencia de recreo de los presidentes de España, noto más movimiento de lo habitual. Todo tipo de vehículos todoterreno, caballos y carros atraviesan los caminos, despidiéndose de los últimos días de la berrea por esta parte del quinto conocido como La Solana. En el kilómetro 11,900 se abre el acceso a la finca estatal de Quintos de Mora, situada en el extremo sur de la provincia de Toledo, lindando ya con Ciudad Real. Los Montes de Mora, como se conocían antes de que el Estado Español los comprara en 1942, aún aparecen con ese nombre en muchos mapas topográficos. Una propiedad inmensa, de 6.864 hectáreas, vinculada a Los Yébenes, un pueblo distante 40 kilómetros.
Su relación con la lejana localidad de Mora de Toledo se remonta a 1829, cuando, con el inicio de las desamortizaciones de los Montes de Toledo, la finca fue adjudicada a Mora como compensación por los derechos de pastoreo que este pueblo perdió. De ahí el nombre "Quintos", una referencia a las porciones de terreno alejadas de los límites del pueblo, dedicadas principalmente a la actividad agropecuaria.
Pero si queremos conocer el verdadero origen de esta tierra, debemos retroceder a la Edad Media. En 1214, se concedió el término del señorío de El Milagro, donde se detallan los límites en estos términos:
"...el castiello de Miraglo (Castillo del Milagro) e quel dio por terminos desdel puerto de Alhober (Burt Alhuair o del Milagro) como van las montannas por la sierra fasta el puerto de Orgaz como va la carrera de Toledo a Calatrava por el puerto de Orgaz con Yebenes e con la garganta de Babulea e las navas de Bermudo e las fuentes de Rabinat fata Corralrubio..."
Estos lugares, que servían de frontera entre Toledo y las tierras de los Caballeros Calatravos, eran puntos estratégicos para controlar las incursiones sarracenas que amenazaban Toledo. Más adelante, en 1268, los documentos vuelven a trazar los límites de la tierra:
"...e como va derecho al Puertezuelo de Bermudo, e a la fuente de las Navas de Bermudo (fuente de las Navas), e de la fuente que vaya derecho a la carrera del Val del Tornero, como va la carrera a la garganta de Barbulea, e como va la carrera por la garganta de Barbulea a la boca de la garganta, e de la boca de la garganta, que vaya línea derecha a moión cobierto, al moión que es en la carrera entre Guadalfierza e San Andrés, que departe el término entre Guadalfierza e Azoquieca..."
Estas líneas trazan con precisión los lugares que, en su momento, eran la frontera entre las tierras de Toledo y las de los Caballeros Calatravos, y que hoy son apenas un susurro en los mapas antiguos. El nombre de Bermudo, o más concretamente, el Valle de la Nava de Bermudo, aparece Libro de Montería de rey Alfonso XI del siglo XIV que describen la abundancia de fauna en la zona:
"...la Sierra de las Navas como buen monte de oso: en el valle de Bermudo abundan osos et puercos en invierno y a finales de verano..."
Hoy, la única reminiscencia de este nombre se encuentra en la Casa de Bermú, que dejé atrás kilómetros antes. Pero los nombres, como los lugares, llevan consigo una historia que el tiempo no ha logrado borrar del todo. Estos caminos, hoy transitados por quienes vienen a disfrutar del fin de la berrea, aún guardan en sus entrañas siglos de historia y batallas olvidadas.
La variante del camino: una lucha entre lo público y lo privado
Y aquí comienza la variante respecto a la ruta que hice en 2021. Aunque aparece marcada en algún track de Wikiloc, uno nunca sabe si es por conocimiento real o porque a alguien le ha dado la gana utilizar determinado camino. Este tramo conecta el río de Las Navas con la Casa Forestal o Casa de Mora, ese lugar donde los presidentes del Gobierno se encuentran con sus homólogos internacionales o con sus propios ministros.
Esta vez decido tomar el Camino de Gil García, también conocido por otros nombres: Camino de la Torre de Incendios, Camino del Poblado o Camino de la Fuente de la Víbora, como atestigua la distinta cartografía que he podido recopilar. Nombres que, con el tiempo, se han convertido en ecos de quienes pisaron estas tierras antes que yo.
Debo decirlo claro: soy defensor de la propiedad privada. Y mira que me fastidia que pongan puertas al campo, pero soy cuidadoso con no cruzar caminos que no sean vías de comunicación de dominio público. Según el Código Civil, artículo 339.1, los caminos destinados al uso público son bienes de dominio público. Son inembargables, inalienables e imprescriptibles. No se pueden vender, ni ceder, ni perder por el paso del tiempo. A veces, la confusión llega con los llamados “caminos patrimoniales”, que aunque públicos, están al servicio de la administración y pueden tener el acceso restringido o, en algunos casos, prohibido. Como muchos de los caminos en Quintos de Mora. Pero este, en particular, lo encontré registrado en el catastro como una vía de comunicación de dominio público, lo que significa que tengo derecho a rodar por aquí.
Los caminos antiguos, los que han sido transitados durante siglos, son mucho más que simples vías. Son trozos de historia. Su trazado ha sobrevivido a conquistas, desamortizaciones y cambios de poder. A menudo pasan por paisajes que apenas han sido tocados por el hombre, conservados como si el tiempo aquí fuera más lento. Esos caminos han visto pasar a pastores, soldados y viajeros de otras épocas, y hoy me toca a mí recorrerlos, sintiendo la misma conexión con la tierra que ellos debieron experimentar.
Pero la falta de uso ha provocado que muchos de estos caminos caigan en el olvido, invadidos por la vegetación o directamente absorbidos por las fincas colindantes. Y así, poco a poco, se van perdiendo trazados que durante generaciones sirvieron como las arterias de comunicación de estas tierras. Los caminos públicos, esos bienes que una vez fueron la esencia misma de la conexión entre pueblos y territorios, están hoy protegidos por la Constitución Española, que en sus artículos 45 y 46 garantiza su preservación. Y no es solo una cuestión legal, sino también cultural, turística y medioambiental. Lo que antes fue un simple medio de transporte, ahora es un legado que conecta el presente con el pasado, y que tiene un valor incalculable para quienes, como yo, todavía aprecian lo que significa perderse en el monte.
El Camino robado y el cruce con la autoridad
Ya con todo dicho y mientras un Guarda Forestal pasa a mi lado, como si estuviera en plena competición de rally a la altura de una de las entradas de la Casa, me adentro en el Camino “robado” que da título a esta crónica. Esas rutas que, en estas fechas, pierden su anonimato mientras el público se lanza a buscar ese encuentro con la naturaleza. Tras unos 17 kilómetros, me encuentro en este camino que comunica la Casa con el Quinto, justo donde el barranco de Gil García se abre paso entre la Sierra del Pocito. Y ahí, me adentro en la raña de Mora, el auténtico corazón salvaje de esta Finca.
El descenso es rápido, constante, por este pequeño serengueti toledano, donde las probabilidades de encontrarse con la fauna salvaje aumentan a cada pedalada. Y justo en medio de ese silencio que solo se rompe con el crujir de las ruedas sobre la tierra, varios corzos —o quizá ciervos— atraviesan el camino delante de mí, provocando un “wow” espontáneo, un momento de esos que uno no se espera y que te dejan sin aliento.
El camino está atravesado por cortafuegos, como el de la Posada de la Higuera y el del Risco Negro, hasta llegar a la bifurcación con la antigua Vereda del Gavilán. En este punto, el enlace con la Vereda se ha perdido, absorbido la acción del hombre, y ahora es un camino central que se dirige al Colmenar de la Saludadora. Al llegar al cruce, me encuentro con un letrero que detalla cuánto se ha gastado en la adecuación de esta pista, como un recordatorio de que la mano del hombre también deja su huella en estos rincones remotos. Extraño cartel en un camino que no consideran públicos sus "guardas".
Conforme me acerco al río de Las Navas, veo un retén de Guardas Forestales apostado al final del camino. Al parecer, están esperando, quizá previendo encuentros con ciclistas como yo. Uno de ellos se aproxima y me informa, con toda la firmeza del mundo, que no puedo continuar por el camino que venía recorriendo. Pero yo, armado con mi conocimiento, le respondo que según el Catastro, este es un camino de dominio público y que, siempre que no me salga de él, estoy en mi derecho de transitar con todo el respeto a la naturaleza que solemos tener los ciclistas.
Tras un intercambio de palabras y alguna que otra llamada al Guarda Mayor, queda claro que el hombre no está dispuesto a ceder. Pero el sol ya va cayendo, y no tengo ganas de enfrascarme en un debate legal a estas alturas del día. Así que, con un gesto cordial, me despido de los forestales, no sin antes invitarles a que visiten mi blog si quieren conocer mejor la historia de este camino.
Y así, con el crepúsculo en el horizonte, comienza mi regreso.
La Umbría del Quinto: Ecos de lo oculto
Esta es la parte del Quinto conocida como la Umbría, un territorio que parece guardar secretos entre las sombras de los Montes de Toledo. Aquí, en este cruce importante del Camino de Gil García, el de los Urdeños y el de los Gavilanejos, el paisaje cambia, y el silencio se vuelve casi reverente. Muy cerca de aquí, en la década de los 60 o 70, se levantó un pequeño poblado. Probablemente fue construido para albergar a los forestales encargados de cuidar el criadero de fauna que alguna vez existió en esta Umbría, una tarea que se hacía en el aislamiento, lejos del ruido de la civilización.
Este cruce no es solo un punto de encuentro de caminos, sino también una puerta a lo prohibido, a lo que se esconde bajo la superficie. A unas pedaleadas de aquí, bajo la tierra, se ocultan los famosos Túneles de los Montes de Toledo. Un búnker antinuclear con capacidad para albergar a 200 personas, diseñado en el más absoluto secreto durante los tiempos de la Guerra Fría. Un lugar del que pocos hablan y aún menos conocen, envuelto en un secretismo casi sepulcral. Las cimas y caminos que llevan a este búnker están fuera del alcance del común de los mortales, como si fueran los restos de una historia que nunca se contó del todo, guardados celosamente por el paisaje.
Continúo por el Camino de los Gavilanejos, un sendero que también aparece en los mapas como el Camino de los Contrabandistas, y no es difícil imaginar por qué. Durante siglos, esta tierra ha sido testigo de pasos furtivos, de mercancías ilegales que cruzaban bajo la luna, en el silencio de la sierra. Este camino lleva hacia otra finca importante, la del Gavilán, cuya casa observo desde la distancia, alzándose a mi derecha como una sombra solitaria en medio del paisaje.
Sigo avanzando, el día deslizándose lentamente hacia su final, y llego hasta otra finca notable, la que una vez perteneció a Mario Conde: La Salceda. Las historias de poder y decadencia que rodean a este lugar parecen resonar en cada piedra del camino, mientras continúo hacia la carretera que bordea el pantano de Torre Abraham.
El suelo pedregoso, que me ha acompañado buena parte de la travesía, comienza a suavizarse. El camino se allana, y con los últimos rayos del sol deslizándose por el horizonte, me acerco a mi punto de partida. El día se despide en silencio, y yo con él, dejando atrás una ruta cargada de historia, misterio y las huellas de aquellos que, antes que yo, pisaron estos mismos caminos.
El sol se oculta detrás de las cimas, y el eco de los ciervos se incrementa con el crepúsculo. Mi recorrido por los Montes de Toledo llega a su fin, pero las historias que estos caminos han contado seguirán resonando en mi mente mucho después de que las ruedas hayan dejado de girar. La lucha por conservar lo que es de todos, los misterios que se esconden bajo la tierra y el simple pero profundo placer de perderse en un paisaje tan salvaje y antiguo como este, me recuerdan por qué vuelvo una y otra vez a este lugar.
Al despedirme de esta ruta, me llevo conmigo más que un recorrido en bicicleta. Me llevo la sensación de que estos montes aún guardan secretos que esperan ser descubiertos, y quizás, en mi próxima visita, otra historia salga a la luz, oculta entre las sombras de los árboles y las piedras que llevan siglos en su lugar.