"Rodeado de frondosos y altos montes, / se extiende un valle, que de mil delicias / con sabia mano ornó Naturaleza. / Pártele en dos mitades, despeñado / de las vecinas rocas, el Lozoya, / por su pesca famoso y Por sus dulces aguas" Gaspar Melchor de Jovellanos (1779)

Después del confinamiento que nos apretó a todos en su estrecha jaula, ansiábamos un soplo de aire fresco, un respiro liberador, un pico de oxígeno. Y así, en el año de gracia de 2020, nos lanzamos a nuestros Montes Carpetanos, tierras de naturaleza indómita y caminos serpenteantes. En el valle del río Cega, en Navafría, en nuestra querida Segovia hallamos el bálsamo que nuestras almas fatigadas necesitaban.

En esos parajes, los susurros del viento y los cantos de los arroyos nos acogen como una antigua canción que la memoria nunca olvida. La bicicleta, nuestra fiel compañera, nos conduce por senderos que parecen trazados por las mismas manos de los dioses. Es un viaje que transcurre más allá del tiempo, un relato que evoca los documentales de la Alaska más salvaje.


Pedaleamos en busca de la esencia, en pos del latido oculto en cada rincón de esta tierra virgen. Las cumbres de los Montes nos observan como guardianes centenarios, y los bosques nos abrazan con sus ramas en un gesto ancestral de bienvenida. El Puerto, que nos espera, se alza como un desafío que aceptamos con entusiasmo, cada rampa como un rito de purificación.

En el valle del río Cega, los arroyos cantarines nos guían con su música cristalina, y las aves aladas trazan coreografías celestiales en el cielo. Es un espectáculo de la naturaleza en su máxima expresión, una sinfonía que nos eleva por encima de las preocupaciones terrenales.

Esta travesía es un testimonio de resiliencia y reencuentro, una danza entre la humanidad y la naturaleza que ha permanecido inmutable a pesar de la agitación del mundo y más recién salidos del confinamiento por el maldito COVID, luego vendrían otros más. La Sierra de Guadarrama nos ofrece su regazo acogedor, y nosotros, a lomos de nuestras bicicletas, nos fundimos con su esencia y nos reencontramos con la vida en su estado más puro, parece que la enfermedad no ha llegado aquí.

Así, como peregrinos modernos, exploramos estos parajes que parecen sacados de sueños antiguos. Cómo dice José Manuel, esa Alaska Salvaje, la última frontera de los reportajes de la tele, se ha materializado aquí, en Navafría, en cada rincón que descubrimos con el impulso de nuestras pedaladas. Atravesamos un confinamiento en busca de la ansiada libertad, y en los Montes Carpetanos encontramos la liberación que nuestras almas anhelaban, de esos meses sin poder dar pedales. Acompáñanos en esta odisea de redescubrimiento y conexión con la tierra, donde el viento nos narra historias de antaño y los caminos nos llevan hacia un renacimiento en medio de la naturaleza salvaje.

Heredamos los versos del Arcipreste de Hita de ir a PROBAR LA SIERRA,  pues PROBAR TODAS LAS COSAS, EL APÓSTOL LO MANDA, decidimos emular sus pasos. Por los senderos que un día caminó Juan Ruiz, nos adentramos en el legendario Puerto de Lozoya o de Cega, rebautizado como Puerto de Navafría en la memoria colectiva. En nuestras bicicletas, como modernos peregrinos, seguimos sus trazas, ansiosos por descubrir lo que se ha perdido con el tiempo. Siguiendo la filosofía del "Libro del Buen Amor", buscamos aquello que permanece oculto y aceptamos el despojo de lo ya conocido.

Cada pedalada nos llevará más allá, a través de bosques que atestiguan historias que el viento no ha llevado. En la serpenteante ascensión del puerto, el eco de las antiguas palabras resonaran en cada esfuerzo, recordándonos que explorar la sierra es como buscar tesoros olvidados en el corazón mismo de la naturaleza.

Las cumbres susurran los esfuerzos de otros ciclistas mientras nuestras bicicletas avanzan por veredas empinadas. El Puerto de Navafría nos recibe con su aire puro y sus panoramas imponentes. El mismo sol que iluminó a Juan Ruiz acaricia nuestra piel mientras absorbemos la esencia de este lugar que conecta pasado y presente.


Al final del camino, nos damos cuenta de que, como en los versos del Arcipreste, la búsqueda misma es la recompensa. Las experiencias vividas, los paisajes descubiertos y las emociones desencadenadas son el tesoro que justifica cada esfuerzo. A lo largo de este peregrinaje velocípedo, hemos encontrado la verdad en las palabras de Juan Ruiz: "quien busca lo que no pierde, lo que tiene debe perder" que es el germen de esta ambición deportiva. En el cruce de caminos entre historia y aventura, hemos perdido lo conocido para ganar un tesoro inmaterial: la conexión con la tierra y su legado.

“791: sotos albos…y hasta loçoya ay cuatro leguas e van por nava fria y hasta nava fría ay dos leguas e base por orilla de la sierra. E las dos leguas hasta loçoya es puerto muy agro…

795: la torre de san pedro…y hasta loçoya ay dos leguas e media e van por nava fría…e de allí a loçoya es todo puerto.”

Descripción y Cosmografía de España, de Hernando de COLÓN (1521)

RECREACIÓN A VISTA DE AVIÓN - pincha en el avión y disfruta -


Powered by Wikiloc


Km. 00,000 - Desembarcamos del coche que ha traído nuestras bicicletas a este PUERTO (de Navafría) MUY AGRO, denominación que el vástago del descubridor acuñó en el siglo XVI. AGRO, palabra ya en desuso, sugiere un paraje asperoso y peñascoso, evocando la dura senda desde Navafría a este collado. Descenderemos en nuestras bicicletas con vertiginoso ímpetu, serpentando por el valle trazado por el río de las Pozas a su diestra, entre las laderas del Pico del Reventón, el Cerro del Hornillo y la majestuosa Peña el Buitre.


Hoy, mientras descendemos por este collado, podemos sentir el eco de aquel tiempo. Las montañas nos observan, los árboles escuchan nuestros pasos y el río Cega sigue fluyendo con la misma melodía que en aquel entonces. Somos parte de esta historia, un eslabón en la cadena que conecta los corazones humanos con la tierra que nos acoge.

Km. 07,500 - En este punto kilométrico, el antiguo camino al Puerto se cruza. Casi donde arroyo de los Tejos y río de las Pozas confluyen, encontramos el sendero ancestral que subía al Puerto. La actual carretera asfaltada al Puerto queda al otro lado del río, más alejada y menos encajonada que el antiguo camino. Más adelante, una piscifactoría en ruinas, antes de la represa que amansa las aguas del río. En estos parajes, ningún alma; parece un confinamiento voluntario.

Km. 10,000 - Después de LAS BERCEDAS conectamos con la actual carretera del Puerto que va al pueblo de Navafría.

Km. 11,300 - Sin menester de llegar a Navafría, tomamos a siniestra el desvío por la carretera forestal que conduce al Área Recreativa de El Chorro.

Km. 12,100 - Inicio de un Puerto de Montaña de PRIMERA Categoría, con una distancia de 14,7 Kilómetros y un desnivel positivo acumulado de 763 metros, con una pendiente media de 5,2% con rampas que van del 7% al 16% en algunos puntos.

Km. 13,700 - Ahí, en ese rincón donde la naturaleza abraza la vida con un gesto generoso, encontramos las PISCINAS NATURALES de El Chorro. Un lugar de encuentro entre el hombre y el agua, donde el río Cega se despliega en aguas heladas que contrastan con la calidez del sol de verano. Pero el 2020, ese año marcado por la ausencia de voces y risas, dejó a estas piscinas huérfanas de visitantes. Donde solían (y actualmente suelen) revolotear risas y alegría, solo se escucha el susurro del viento y el murmullo del agua. Las vacas, inesperadas herederas, pastan junto a las piscinas, custodiando estas aguas que guardan recuerdos de tiempos mejores. El Área Recreativa de El Chorro, un eco de la vida que espera paciente el regreso de las almas, para que las aguas vuelvan a danzar con la risa y la frescura de los días luminosos.


En circunstancias normales del verano, no tan de mañana, nos habríamos pegado un buen remojón antes del remonte.

Km. 17,500 - En este rincón de la naturaleza, donde las montañas se alzan para separar las dos Castillas, nos adentramos en un desafío de fuerza y determinación. Hemos dejado atrás las rampas feroces, los regates difíciles, y ahora nos encontramos al pie de PEÑACABRA / PEÑA CABRA. Aquí, en la ladera de la Boca del Asno, en los parajes de Regajohondo y Piemediano, enfrentamos la auténtica prueba de nuestro coraje sobre la bicicleta. Estos nombres, casi poesía en sí mismos, nos conducen a través de un pinar de Navafría, un testigo silencioso de la historia que se alza entre las montañas de Guadarrama.

Las agujas verdes de los pinos silvestres nos resguardan, su sombra es un bálsamo en esta lucha contra la gravedad. Cada pedalada es un suspiro, cada subida un desafío que nos acerca a la cima. La naturaleza aquí es una maestra silenciosa, un eco de la vida que ha permanecido inmutable a lo largo de los siglos. Este bosque de pinos, uno de los más bellos y bien conservados en la sierra de Guadarrama, nos abraza con su frescura y su aroma.

La montaña nos desafía, nos enseña la humildad que tantos necesitamos y necesitan algunos ciclistas y nos brinda la recompensa de la superación. Como los lobos que deambulan por estos bosques, encontramos nuestro lugar en este ciclo de la naturaleza, donde cada ascenso es una oportunidad para crecer y cada cima es un logro compartido con la tierra que nos acoge.

Km. 26,900 - En el alto del Gallinero, bajo el cielo que nos acoge y rodeados por la majestuosidad de las montañas, coronamos, por fin, este Puerto de Montaña de PRIMERA Categoría. En este collado de Peñacabra / Peña Cabra, donde el viento susurra historias de cuando durante el invierno es un reino para el esquí de travesía.


El descenso nos lleva a través de Las Barrigas, un lugar que resuenan  los versos de Rodrigo Manrique en el siglo XV. El poeta anónimo, recordado por las coplas que su hijo Jorge le dedicó tras su partida, dejó inmortalizada la tierra que pisamos. "De Lozoya a Navafría, / cerca de un colmenar, / topé serrana que amar / todo hombre codicia habría". Así, nos adentramos en un paisaje que alguna vez, en un días propicios, debió ser un pandemónium de apicultores, poetas, soñadores y vaquerizas ninfómanas. 


Km. 31,500 - En el bullicio del siglo XIV, en una Castilla donde cristianos, judíos y musulmanes compartían intrigas y territorios, nació "El Libro de buen amor", una composición extensa como la vida misma. En esos tiempos de antes de la Peste negra, cuando las tensiones flotaban pero aún había espacio para algún gesto de paz entre estas comunidades religiosas, el arcipreste de Hita se aventuró hacia el puerto de Lozoya. Un viaje que desencadenaría un encuentro memorable con una figura que bien podría haber sido inspiración para más de una novela picante: La Chata, la vaquera del camino.

La Chata, cuyo nombre parece evocar la vivacidad de sus ojos y la agudeza de sus réplicas, era la guardiana de las sendas y cobradora de peajes a quienes buscaban refugio en sus dominios. Pero el arcipreste, con su bolsa casi tan escueta como su ingenio, no tenía cómo costear su paso. Imploró a la Chata, rogando por piedad. Ella, altiva y resuelta, no cedió. Hasta que, en un giro digno de las tramas más enrevesadas, el trato se cerró: una garnacha, un prendedor y una plancha sellaron su pacto.

Lo que siguió fue un descanso en la guarida de la Chata, donde la voracidad fue saciada y el cansancio se aplacó. "La lucha" que el arcipreste anotó en sus versos, no fue la que pudiera imaginar un lector incauto, sino un enfrentamiento de pasiones en una danza de deseos claramente compartidos.


A día de hoy, nuestras rutas se cruzan con los legados de aquel tiempo, sin vaqueras ni serranas que regenten los senderos. Pero hallamos nuestros tesoros propios, como el Mirador de Navalcollado, que se alza como un premio a las adversidades superadas. Desde este mirador privilegiado, se despliega un lienzo de montañas emblemáticas. Un regalo magnífico para las almas que han enfrentado penurias y retos en estos senderos que atesoran memorias y susurros de un tiempo inmemorial, bien a pie, caballo, esquíes o en bicicleta.

Km. 33,950 -  Regresamos al punto de partida, a ese sitio que se forjó con el tiempo y las aguas del río Cega. Nombrado allá por el 1152 como "Portus de Lozoya", sus raíces se hunden en tiempos de antaño, mucho antes de que Alfonso VI tomara las riendas de esta tierra a finales del siglo XI. El pasado nos revela sus capas: se transformó en Puerto de Cega "portus de Cega" en 1208, un título que resonó en el Libro de la Montería durante el siglo XIV. El río Cega, nacido en la otra vertiente del puerto, fue el que le otorgó ese apellido, tejido en sus aguas y en las páginas del tiempo. 


Después del subidón que nos ha proporcionado este pico de oxígeno, después de meses sin poder saborear la Sierra de Guadarrama, nos volvemos al sur de Madrid con las pilas cargadas en estos tiempos que nos ha tocado vivir.