Rodaba el año 314 d.C., en los albores de una Roma que comenzaba a tambalearse entre el peso de su tradición y el impulso imparable de una nueva fe: el cristianismo. La ciudad, aún vibrante con el eco de sus rituales ancestrales, vivía bajo la sombra de un monstruo que simbolizaba la persistencia de lo antiguo: el dragón del Capitolio, una criatura pestilente y temida que se ocultaba en las profundidades de una cueva, accesible solo a través de una escalera de 365 peldaños.
Esta escalera, símbolo del paso de los días y del ciclo eterno del tiempo, llevaba a un antro oscuro y maloliente donde habitaba el dragón (draco invictissimus), una representación tangible del caos y la descomposición que el paganismo había comenzado a encarnar en la narrativa cristiana. Según las Actus Silvestri, las vírgenes Vestales, encargadas durante generaciones de custodiar los fuegos eternos y honrar a los dioses ancestrales, descendían por esta escalera cada calenda con ofrendas de pasteles de cebada. Era un rito que buscaba aplacar a la bestia y garantizar la fertilidad y la salud de la ciudad.
Sin embargo, los tiempos habían cambiado. La Roma de Constantino ya no era la Roma de César, y los cultos paganos empezaban a desmoronarse ante la creciente influencia del cristianismo. Fue entonces cuando la peste azotó la ciudad, llevando la muerte a miles de sus habitantes, especialmente a los niños. Los sacerdotes paganos, desesperados, exigieron al emperador que reanudara las ofrendas al dragón, pero Constantino, ya convertido a la nueva fe, encomendó la misión al obispo de Roma, Silvestre.
San Silvestre, hombre de profunda fe y coraje, se preparó con días de ayuno y oración. Fortalecido por una visión celestial de San Pedro, descendió por los 365 peldaños, un viaje simbólico que lo llevó no solo a las profundidades de la tierra, sino también al corazón mismo de la lucha entre el bien y el mal. Portaba consigo una cadena consagrada y una voluntad inquebrantable. Frente al monstruo, que exhalaba pestilencia y muerte, invocó el poder de Cristo y la ayuda de la Virgen María, encadenando al dragón y sellando para siempre la entrada de la cueva con puertas de bronce.
El triunfo de Silvestre no solo liberó a Roma de la peste, sino que también marcó la caída de uno de los últimos baluartes de los antiguos cultos. La escalera de 365 peldaños, que alguna vez había sido un camino hacia un rito de fertilidad, se transformó en el escenario de la derrota definitiva del dragón, símbolo del paganismo. La hazaña consolidó la fe cristiana en el corazón del Imperio y demostró la inutilidad de los ritos ancestrales frente al poder del Dios único.
Este relato, cargado de resonancias míticas, encapsula el choque de dos mundos. La escalera, con sus peldaños numerados como los días del año, representa el paso del tiempo y la inevitabilidad del cambio, mientras que el dragón encarna los antiguos temores y creencias que se desmoronaban ante la luz de una nueva era. Silvestre, en su descenso y victoria, se erige como un héroe no solo de la fe, sino también del nuevo orden que estaba destinado a dominar Roma y, con el tiempo, el mundo.
La imagen de descender 365 peldaños a la cueva del dragón, como se describe en la Vita Silvestris, guarda una interesante similitud con la experiencia de recorrer rutas en bicicleta durante todo un año. Ambos implican un descenso gradual hacia lo desconocido, una inmersión en un terreno que presenta retos y recompensas.
Pensemos en cada día del año como un peldaño en la escalera hacia la cueva. Cada día en bicicleta, como cada peldaño, supone un pequeño paso en un viaje más largo. Algunos días serán fáciles, como peldaños amplios y bien iluminados. Otros días serán difíciles, como peldaños estrechos y en la oscuridad.
- Los días de buen tiempo y rutas fáciles, donde el pedaleo fluye sin esfuerzo y el paisaje se disfruta con plenitud, serían como los peldaños amplios y bien iluminados.
- Los días de lluvia, viento o subidas empinadas, que exigen mayor esfuerzo y resistencia, serían como los peldaños estrechos y en la oscuridad.
A lo largo del año, el ciclista, al igual que San Silvestre en su descenso, atraviesa diferentes etapas. Hay momentos de entusiasmo, de duda, de fatiga, de superación. Se experimentan momentos de soledad, pero también de compañerismo, si se viaja con otros.
Al final del año, tras haber recorrido los 365 peldaños/días, el ciclista habrá llegado a la "cueva del dragón": una versión más experimentada y fuerte de sí mismo. Habrá superado las pruebas, aprendido de los desafíos, y estará listo para un nuevo ciclo.
Esta metáfora de la ruta ciclista como un descenso a la cueva del dragón nos permite apreciar la dimensión épica del viaje cotidiano. En cada salida en bicicleta, se recrea, en pequeña escala, la estructura del Viaje del Héroe. Se abandona la comodidad del hogar para adentrarse en un terreno desconocido, se enfrentan obstáculos, y se regresa transformado por la experiencia.
Comienza un paseo por la historia a través del Camino Real de Extremadura entre Ventas de Retamosa y San Silvestre:
- Dificultad IBP: 28
- Distancia Total: 50,97 Kilómetros - ida y vuelta
- Desnivel Positivo Acumulado: 369 metros
- Duración en movimiento: 3 horas, 37 minutos
El Camino Real de Extremadura, una ruta que conectaba Madrid con la región extremeña y Portugal, ha dejado una huella imborrable en el paisaje toledano. Entre las localidades de Ventas de Retamosa y San Silvestre, este camino se adentra en un territorio fascinante, donde historia y naturaleza se entrelazan en un recorrido único.
Los caminos reales de Extremadura, y digo bien "caminos", que comunicaban Madrid con Talavera de la Reina, son una ventana fascinante a la historia de España. En los siglos XVI al XVIII, la ubicación del puente para cruzar el río Guadarrama, un obstáculo natural crucial en el camino, provocó la creación de tres trazados distintos, cada uno con su propia historia y características.
Los tres caminos principales:
- Camino del Norte: Este camino, que pasaba por Navalcarnero, Valmojado, Santa Cruz de Retamar, Quismondo (o por la variante de San Silvestre) y Maqueda, es el que sigue en gran medida la actual autovía de Extremadura. Este trazado se popularizó a partir del siglo XVIII, siendo el que describe la Guía de Guiuseppe Miselli de 1684.
- Camino del Medio: Este camino, más antiguo, seguía la ruta por Arroyomolinos, El Álamo, Casarrubios, Las Ventas de Retamosa y San Silvestre. Era la ruta descrita en el Itinerario de Postas de 1720.
- Camino del Sur: Este camino, el más meridional, ganó popularidad a mediados del siglo XVIII. Pasaba por Alcorcón, Móstoles, Arroyomolinos, El Álamo, Casarrubios, Ventas de Retamosa, Venta del Gallo, Novés y Santa Olalla. Es el trazado descrito por Pedro Rodríguez Campomanes en su Itinerario de Postas de 1761 y el que recorrió Antonio Ponz en 1772, relatando su accidentado paso por el vado del río Guadarrama.
Caminos Reales: Las venas de la España antigua
Los Caminos Reales, evocadores de una época donde el viaje era aventura y descubrimiento, fueron las arterias que impulsaron el comercio, la cultura y la fe en la España de los siglos XV al XVIII. Más que simples rutas, estos caminos tejían un complejo entramado que conectaba ciudades, pueblos y santuarios, dejando una huella imborrable en el paisaje y la memoria de la península.
Pero, ¿qué eran exactamente los Caminos Reales? Su nombre ya nos da una pista: eran vías de comunicación que pertenecían al rey y gozaban de una protección especial. Se prohibía su venta, obstrucción o invasión, garantizando su uso para el tránsito de personas, mercancías e información. Su importancia estratégica era tal que también se usaban para el transporte del correo real y el paso de las postas.
Este recorrido ciclista discurrirá tanto por el Camino del Medio y el Camino del Sur.
Ventas de Retamosa, con su nombre que evoca el pasado de posadas y viajeros, nos recibe como punto de partida. En el siglo XVIII, este lugar era un importante cruce de caminos, conocido como "Las Ventas de Cabeza de falo", posiblemente por la piedra hincada / canto que había en uno de sus caminos y por las posadas que se ubicaban en el cerro cercano, conocido actualmente como Buenavista.
Desde aquí, el camino se estrecha y se adentra en un paisaje de arroyos y campos, siguiendo el trazado del Camino Viejo de la Ventas. Aunque el paso del tiempo ha difuminado su antiguo esplendor, aún podemos imaginar a los viajeros y comerciantes que transitaban por esta ruta.
El Camino Real nos lleva a la Venta del Gallo, situada a los pies de la Cañada Real Segoviana. Esta venta, mencionada en el Repertorio de Caminos de 1576, se encontraba en un lugar estratégico, en la confluencia de dos importantes rutas.
El tramo entre la Venta del Gallo y San Silvestre es un viaje a través del tiempo. El camino, en algunos tramos casi desaparecido, discurre por un paisaje rural, donde la naturaleza ha reconquistado su espacio. A lo largo del recorrido, encontramos topónimos que nos recuerdan el pasado: Monte de la Venta, Cerro de la Venta, Vereda de Guadalupe, Camino Real Viejo de Extremadura, nombres que evocan la importancia de esta ruta en la comunicación entre Madrid y Guadalupe.
A medida que nos acercamos a San Silvestre, el paisaje se transforma. El camino nos lleva a Valdemocho, un cerro de encinas de una belleza singular, donde las águilas imperiales sobrevuelan el cielo. Finalmente, llegamos a las ruinas del castillo de San Silvestre, un imponente testigo del pasado que nos recibe en el ecuador de nuestro viaje que desgraciadamente ya no se puede acercar uno a él, aunque sea a unos cientos de metros, el olivar por donde se accedía ha sido vallado.
Este recorrido por el Camino Real de Extremadura entre Ventas de Retamosa y San Silvestre es una experiencia única. Nos permite conectar con la historia, imaginar el paso de viajeros y comerciantes, y disfrutar de un paisaje donde la naturaleza se muestra en todo su esplendor, que por lo menos durante 300 años fue pasajero. Es un viaje que invita a la reflexión sobre el paso del tiempo y la importancia de preservar nuestro patrimonio histórico y natural.
"[...] Aún falta más: fieras, salteadores, […] ladrones, rateros avecindados, conocidos y tolerados, mesoneros, venteros, que son de la misma clase, escasez o falta de alimentos para las caballerías y personas, y la tiranía de los precios, cuando los hay, y esos muy malos, falta de camas y cuando las hay, o siempre muy indignas o tal vez apestadas, y que siempre se han de pagar por buenas; falta de establo, y muchas veces de viento para recogerse, falta de oportunidad para oir misa, falta de alimentos para hacer prevención, falta de herrador y de albéitar (veterinario) [...]" Fray Martín Sarmiento 1757
Km. 00,000 - Una fría despedida al año
En el umbral del último día de 2024, con el termómetro congelado en un implacable -5°C, comienza mi travesía por una senda cargada de historia y misterio: la antigua Carrera de Annafaguera. Este camino, bautizado por un nombre que resuena como un eco de tiempos lejanos, atraviesa la comarca de Torrijos, en Toledo, y guarda en su origen árabe la clave de su relevancia: "la vía por la que llegan las provisiones, de los suministros o los salarios". No es solo un sendero; es la arteria que nutrió a generaciones, llevando mercancías y sueños entre pueblos que forjaban sus días a golpe de trueque y esperanza.
Una vía cargada de resonancias históricas
Es inevitable pensar en las sombras del pasado al recorrer este tramo. ¿Acaso no se escucha, aún entre las brumas de la madrugada, el retumbar de los carros romanos? La Carrera de Annafaguera podría ser un eslabón olvidado en la vasta red de la annona romana, aquel sistema que movía aceite, grano y vino como un latido constante entre las provincias y la capital del imperio. Aunque la arqueología no ha confirmado esta conexión, el nombre y la ubicación de la vía sugieren que bien pudo haber sido un corredor vital en aquel intrincado mapa de abastecimiento.
Mansiones, mutationes y otros testigos del pasado
En la época romana, las mansiones eran oasis en el polvo del camino: almacenes que guardaban las provisiones y albergues para soldados y funcionarios, un refugio para cuerpos cansados y ruedas desgastadas. En algún lugar bajo esta tierra, quizá duerman todavía los cimientos de alguna mansio o mutatio, esperando ser despertados por la curiosidad del tiempo.
No muy lejos, el trazado de la Carrera de Annafaguera encuentra paralelismos con el Camino Real Viejo de Extremadura y el Camino Real de Guadalupe. Ambos, caminos de fe y comercio, fueron utilizados durante siglos para conectar Madrid con los confines de Extremadura y el santuario de Guadalupe, respectivamente. Las huellas de estos senderos se superponen con las de Annafaguera, como si la historia se empeñara en recordarnos que todos los caminos son uno en su esencia: llevarnos a nuevos destinos.
Hitos de la ruta: ecos del pasado
El recorrido de la Carrera de Annafaguera, precursora del Camino Real de Extremadura, está marcada por hitos que, como cuentas de un rosario antiguo, nos narran su historia:
- El Álamo: Este enclave surgió gracias al Camino Real de Extremadura y albergó la Venta de Toribio Fernández Montero, que más tarde sería conocida simplemente como El Álamo. Aquí se cruzaban caminos y destinos, en un lugar donde el descanso era tan necesario como el viaje.
- Casarrubios del Monte: Este pueblo creció al abrigo de la vía, aunque su relevancia menguó cuando el trazado del Camino Real se desplazó hacia el norte. Aún así, sus calles conservan ese aire de testimonio vivo de días pasados.
- Ventas de Retamosa: Conocidas en tiempos pretéritos como "Las Ventas de Cabeza de Falo", estas posadas fueron un cruce vital de caminos, donde el viajero encontraba no solo refugio, sino también historias de quienes iban y venían, llevando con ellos los rumores de un mundo cambiante.
El ocaso del camino
A mediados del siglo XIX, el Camino Real de Extremadura era un recorrido de tres leguas entre Ventas de Retamosa y San Silvestre. Hoy, con el abandono de la ruta original y la pérdida de su traza, esas tres leguas se han multiplicado, estirándose como un recuerdo que se niega a desvanecerse. Pero los que aún recorremos sus senderos, aunque sea con ruedas modernas en lugar de sandalias gastadas, podemos sentir el aliento de los siglos en cada curva, en cada piedra. El Camino Real de Extremadura no es solo un camino, es una conexión con aquellos que vinieron antes, un recordatorio de que todo viaje es un puente entre el pasado y el presente.
Y así, con las primeras luces del día pintando de ámbar los campos helados, sigo adelante, buscando en cada pedalada la esencia de lo que este camino significa. Aventurarse en sus entrañas es más que un desafío; es una conversación íntima con la historia. Una jornada que, como la vida misma, está hecha de frío, esfuerzo y la promesa de algo grande al final del trayecto.
Km. 00,760 - El Canto, Guardián Silencioso de los Siglos
Los primeros rayos de la mañana iluminan el horizonte cuando alcanzo El Canto de Ventas de Retamosa, un monolito que, como un centinela de piedra, ha observado en silencio el devenir del tiempo. Su figura troncocónica y poligonal se alza como un eco de eras pasadas, encaramada en el Cerro de Buenavista, antes conocido como Cabeça Retamosa. Aquí, en el corazón de Toledo, se encuentra este enigmático guardián, cuya historia palpita entre la leyenda y la arqueología.
Leyendas que protegen y advierten
Los antiguos habitantes de Ventas de Retamosa atribuían a El Canto un poder casi divino. Decían que protegía al pueblo de las inundaciones, y que si alguna vez se movía de su lugar, la desgracia caería sobre ellos como una sombra implacable. Pero la modernidad, insensible a las advertencias del mito, desafió este temor en 2008, cuando la piedra fue reubicada durante unas obras de canalización del agua del pantano de Picadas en Madrid. Allí está ahora, sobre un pedestal cercano, vigilando como siempre, aunque desde otra atalaya, mientras el pueblo sigue intacto, libre de inundaciones.
Mojón entre reinos y linajes
La verdadera historia de El Canto se teje entre los pliegues de una región marcada por la lucha de poder y las fronteras cambiantes. Diversos historiadores señalan que este monolito pudo ser un mojón fronterizo, levantado por Segovia al definir su límite meridional con Canmayor en el siglo XIII. Si bien los documentos históricos no confirman esta teoría, su ubicación estratégica y la sucesión de señores feudales que gobernaron la región dan credibilidad a la hipótesis.
En el ocaso del siglo XV, Cabeça Retamosa marcaba el límite del sexmo y señorío de Casarrubios, y se dice que fue el comendador Gonzalo Chacón, hombre de ambición y estrategia, quien ordenó su colocación. Chacón controlaba un vasto territorio que incluía Villamanta, Valmojado y El Álamo, y extendió una red de mojones desde Camarena hasta Brunete. En esta vasta geografía de poder, El Canto era más que una simple piedra: era un emblema de autoridad, un marcador que establecía hasta dónde llegaba el dominio de un señor sobre otro.
Un testigo mudo con voz de piedra
Pero El Canto no es solo un mojón o un objeto de superstición; es un símbolo tangible de la historia de esta tierra, una pieza inerte que ha sido testigo de culturas que dejaron su impronta, del ascenso y caída de linajes, y de cómo los habitantes de Ventas de Retamosa moldearon su destino entre arroyos, campos y caminos polvorientos.
Hoy, al pie de este monolito, uno no puede evitar sentir la densidad del pasado que carga sobre su espalda. El Canto no habla, pero invita a escuchar. Nos recuerda que cada piedra tiene una historia, cada monolito un propósito, y que preservar nuestro patrimonio no es solo proteger las reliquias del pasado, sino también reconocer nuestra conexión con ellas.
Reflexión al ritmo del pedaleo
Mientras me alejo de El Canto, pedaleando hacia el horizonte, pienso en lo que estas rutas esconden bajo su polvo. No son solo caminos; son narraciones extendidas en el tiempo, salpicadas de lugares como este, que parecen insignificantes hasta que uno se detiene y escucha. El Canto, el guardián silencioso, seguirá allí, observando, mientras nosotros, pasajeros temporales, seguimos trazando nuestras propias rutas, dejando huellas que algún día también serán parte de esta vasta crónica.
Km. 01,249 - Encuentro con La Laguna y los caminos del tributo
Apenas dejo atrás El Canto, el paisaje se abre a un paraje conocido como La Laguna o Las Lagunas, donde dos ramales de la historia se encuentran como ríos convergentes. Aquí, la Cañada Real Segoviana se cruza con el ramal proveniente de Casarrubios, una vía que, siguiendo la actual cañada de Escalona, se dirige con precisión hacia Santa Cruz de Retamar y La Torre de Esteban Hambrán, extendiéndose hasta El Casar de Escalona y Talavera de la Reina. Es un cruce donde los ecos de los siglos resuenan en la inmensidad del paisaje, testigo de un flujo incesante de rebaños, comerciantes y peregrinos.
Los antiguos peajes: un viaje con precio
En tiempos medievales, recorrer estas rutas no era solo una cuestión de resistencia o habilidad para soportar el polvo del camino; también requería monedas. Las arterias comerciales y las cañadas como esta estaban jalonadas de peajes, recordándonos que cada paso tenía su coste, no solo en esfuerzo sino también en tributo.
Entre estos gravámenes, el portazgo era el rey indiscutible, un impuesto que cobraba su precio a todo aquel que transitara por los caminos principales. Su origen está en el derecho del monarca a controlar las vías, aunque, con el tiempo, los señores locales, los municipios e incluso los monasterios se apropiaron de este privilegio, convirtiéndolo en una fuente constante de ingresos.
El portazgo: una barrera para todos
Los puntos de cobro del portazgo se situaban en lugares estratégicos: cruces de caminos, puertas de ciudades o pasos obligados. Todos pagaban:
- Comerciantes, cuyos carros cargados de mercancías contribuían al bullicio de las rutas.
- Ganaderos, que conducían rebaños inmensos por las cañadas.
- Peregrinos, cargados con fe y cansancio rumbo a santuarios como el de Guadalupe.
- Viajeros comunes, que avanzaban entre las rutas del reino.
Rechazar el pago no era opción; las multas y confiscaciones esperaban a los osados. Incluso la literatura medieval, como el Arcipreste de Hita, menciona a personajes como la Chata, la temida portazguera de Malagosto, que no dudaba en usar la fuerza para cobrar su parte.
El portazgo de Santa Olalla, por ejemplo, exigía hasta 400 reales, parte de los cuales se destinaban a mantener los caminos reales. Arrendado a particulares como Mateo López por 200 reales, este sistema se replicaba a lo largo de las rutas más transitadas.
Otros peajes en el camino: el pontazgo y el barcaje
El tránsito por puentes y ríos tampoco escapaba a las tasas. El pontazgo se cobraba por usar un puente, mientras que el barcaje gravaba el cruce de ríos en barcas. Estas exacciones, aunque incómodas, eran vitales para el mantenimiento de las infraestructuras, un modelo que sobrevive en los peajes de las autopistas modernas.
Un vistazo al pasado: la amplitud de la cañada
En este tramo del camino, la Cañada Real Segoviana despliega toda su majestuosidad. Su ancho, vasto y casi sobrecogedor, invita a imaginar los interminables rebaños de ganado lanar que descendían hacia el valle del arroyo de la Venta. Las huellas de los pastores y sus ovejas se mezclan con las de los viajeros que, siglo tras siglo, dejaron aquí su impronta.
Al detenerme, puedo casi escuchar el murmullo de los balidos y los gritos de los pastores resonando en la brisa. Este es un lugar donde la historia no solo se lee; se siente en el aire y en la tierra. La Laguna es mucho más que un cruce de caminos; es una confluencia de épocas, una ventana al pasado que nos recuerda que cada ruta lleva consigo no solo viajeros, sino también relatos, tributos y la memoria de quienes las recorrieron antes que nosotros.
Km. 04,500 - La Casa del Guarda y los Caminos de Ruedas
A mi izquierda, en las terrazas de arriba y el peso de los años, se intuyen los restos de La Casa del Guarda, un vestigio solitario que parece vigilar el camino en su abandono. Algunos, quizá en un intento de revivir historias perdidas, la han confundido con la legendaria Venta del Gallo, pero esta pequeña estructura guarda su propio lugar en la memoria del paisaje.
Y aunque mi bicicleta sigue avanzando por una Cañada de Ganados, quisiera aprovechar la ocasión para hablar de los Caminos de Ruedas, por donde discurrirá buena parte de la travesía, arterias diseñadas para vehículos como el que ahora utilizo, aunque aquellos caminos, lejos de ser perfectos, eran una lucha constante entre las ruedas y el terreno.
Los Caminos de Ruedas: una revolución sobre tierra
A mediados del siglo XVIII, España emprendió un cambio en sus infraestructuras viarias. De las simples veredas de paso, se pasó a una red de Caminos de Ruedas que abarcaba aproximadamente 12.500 kilómetros, permitiendo, aunque no sin dificultades, el tránsito de carruajes y otros vehículos. Estos caminos, rudimentarios pero funcionales, fueron un reflejo de un país que buscaba abrirse al comercio, al transporte y a la modernidad.
Los viajeros: del pueblo llano a la nobleza
Los Caminos de Ruedas, aunque accesibles en teoría, reflejaban la desigualdad de su tiempo en la diversidad de quienes los transitaban y cómo lo hacían:
- El pueblo llano: Para la mayoría, el viaje seguía siendo una experiencia humilde. Las migraciones temporales para trabajos agrícolas o los desplazamientos a mercados se realizaban mayoritariamente a pie.
- Viajeros con recursos: Aquellos con medios económicos optaban por caballos o mulas, propias o alquiladas. Las carreras de postas, estaciones situadas estratégicamente en los caminos principales, ofrecían una alternativa veloz para quienes podían permitírselo.
- Litera: Aunque en declive durante este periodo, las literas, esas pequeñas "cabinas" transportadas por caballerías, seguían siendo preferidas por las élites, especialmente en trayectos cortos.
- Coches y carrozas: El siglo XVIII marcó un auge en el uso de vehículos de ruedas. Las mejoras en las suspensiones, primero con correas de cuero y luego con ballestas de acero, hicieron estos medios más cómodos y accesibles:
- Coches propios, símbolo de poder y lujo, eran la elección de la realeza y la nobleza.
- Coches de alquiler, como los volantes o calesines (ligeros y económicos) y las calesas (abiertas y con capacidad limitada), ofrecían opciones para quienes no poseían un vehículo propio.
- Galeras, vehículos más robustos y económicos, transportaban tanto pasajeros como mercancías, siendo la opción predilecta para estudiantes y empleados.
Aunque las fuentes no mencionan específicamente las diligencias, estas ofrecían transporte por plaza, similar a las galeras, conectando regiones con una fiabilidad moderada.
El comercio: entre mulas y carros
El transporte de mercancías también evolucionó, aunque los animales de carga siguieron siendo protagonistas. Las mulas, asnos y caballos llevaban productos a lomo, mientras que los carros, en su mayoría protegidos por la Cabaña Real de Carreteros o mejor dicho Junta y Hermandad de la Cabaña Real de Carreteros, Trajineros, Cabañiles y sus Derramas, empezaban a dominar las rutas comerciales. Esta institución, similar a la Mesta, garantizaba privilegios a los carreteros, permitiendo que unos 14.000 carros circularan por España en el siglo XVIII, transportando bienes esenciales para un comercio en expansión.
Un cambio que transformó el viaje
La creación de los Caminos de Ruedas marcó un antes y un después en la historia de las comunicaciones en España. Facilitó el comercio, propició el intercambio cultural y permitió que personas y mercancías se movieran con mayor fluidez por el territorio. Pero también convirtió el viaje en una experiencia que dependía no solo del terreno, sino de la posición social, el acceso a recursos y la resistencia al polvo, las piedras y los imprevistos del camino.
Mientras pedaleo por esta ruta, con sus vestigios de un pasado funcional y su inherente poesía de abandono, no puedo evitar reflexionar sobre los innumerables viajeros que, a pie, a caballo o en coche, dejaron aquí su huella. Como ellos, sigo adelante, avanzando entre las sombras de su historia y el presente que construyo con cada giro de rueda.
Km. 04,950 - El Arroyo de la Venta y la sombra de la Venta del Gallo
La Cañada me lleva al vado "seco" del Arroyo de la Venta de Palacio, también conocida como de Camarenilla, un lugar en el que el murmullo del agua parece entrelazarse con las historias de un pasado que se resiste a ser olvidado. Cada pedalada me acerca a la Venta del Gallo, un vestigio del antiguo Camino Real de Madrid a Guadalupe, cuyo recuerdo permanece vivo en las narraciones de bandoleros, diligencias y viajeros exhaustos que encontraron refugio entre sus muros.
Las ventas: testigos y guardianes de los caminos
Durante siglos, las ventas fueron mucho más que un lugar para comer y descansar. En un tiempo en que viajar era una aventura peligrosa y extenuante, estas modestas edificaciones ofrecían un respiro en medio del polvo y las inclemencias. Desde el siglo XV, las leyes obligaban a las ventas a proveer alimentos y bebida tanto a los viajeros como a sus animales, siempre a un precio justo, convirtiéndolas en instituciones esenciales para quienes recorrían las grandes rutas de España.
La Venta del Gallo, o Cantaelgallo, se encontraba en una ubicación estratégica: un cruce de caminos entre el Camino Real a Guadalupe y la Cañada Real Segoviana. Este enclave la convirtió en un punto neurálgico del tránsito de mercancías, rebaños y peregrinos. Los registros históricos confirman su existencia al menos desde el siglo XVI, y su importancia se mantuvo hasta finales del siglo XVIII, cuando nuevas rutas y puentes, como el de Móstoles a Navalcarnero, comenzaron a desviar el flujo de viajeros hacia otras direcciones.
La vida en la Venta del Gallo: entre refugios y peligros
En su obra Viaje de España (1785), el escritor y viajero Antonio Ponz dejó constancia de su paso por la Venta del Gallo. Su descripción ofrece un vistazo fascinante a la vida en el camino durante el siglo XVIII, con sus rutinas de descanso, intercambio de noticias y la convivencia de personas de toda condición social.
Pero no todo era tranquilidad. En 1861, el periódico La Iberia relató un robo a un porteador de aceite en esta venta, un suceso que reflejaba los riesgos que acechaban a los viajeros en los caminos. Según la noticia, el traslado de un destacamento de la Guardia Civil desde la Venta del Gallo pudo haber facilitado el ataque, dejando el lugar vulnerable. Este hecho, unido a su abandono progresivo, podría haber motivado su derribo para evitar que sirviera como refugio de bandidos, explicando su desaparición de las cartografías modernas del Instituto Geográfico Nacional.
Un legado perdido, pero imborrable
La historia de la Venta del Gallo es una ventana al pasado, un recordatorio de la importancia que estos lugares tuvieron en la red caminera de España. Aunque hoy sus muros ya no existen, su memoria perdura en documentos, relatos y en el propio camino que atravieso. Las ventas, con sus humildes techos y chimeneas humeantes, fueron durante siglos el alma de los itinerarios que unían regiones y personas.
La Venta del Gallo, con su rica historia y su estratégica ubicación, invita a reflexionar sobre la evolución de los viajes y las comunicaciones, y sobre cómo estos refugios, ahora muchas veces olvidados, moldearon la experiencia del viajero en épocas pasadas. Cada piedra que conformó sus muros fue testigo de un mundo donde el ritmo lo marcaban el sol y las estaciones, y el canto de un gallo anunciaba el nuevo día para quienes tenían aún un largo camino por recorrer.
Hoy, al pedalear por este tramo, siento que mi viaje no solo cruza paisajes, sino también fragmentos de una historia que me envuelve con cada giro de rueda.
Km. 05,350 - Las viñas y el fantasma de la Venta del Gallo
En la orilla derecha del arroyo, el paisaje me regala unas viñas cuidadas con esmero. Detengo la marcha y aprovecho para hablar con el propietario, quien, con una mezcla de orgullo y nostalgia, me señala el suelo bajo mis pies. "Aquí estuvo la Venta del Gallo", dice, como si pronunciara el nombre de un viejo amigo desaparecido. Miro a mi alrededor, intentando imaginar los muros de piedra, las risas de los viajeros, el ladrido de un perro tras la puerta. La Venta del Gallo, también conocida como Cantaelgallo, no es más que un recuerdo, un eco que resuena en las historias de quienes recorren estos caminos.
Un cruce de caminos con historia
Ubicada estratégicamente en la confluencia del Camino Real de Madrid a Guadalupe con la Cañada Real Segoviana, la Venta del Gallo fue durante siglos un punto clave para viajeros, comerciantes y peregrinos. Su nombre, evocador del canto al amanecer, nos transporta a una época en la que la vida seguía el ritmo del sol y las estaciones. Desde aquí, el Camino Real se dirigía hacia el santuario de Guadalupe, mientras que la Cañada conducía los rebaños trashumantes por la península, de norte a sur.
Un lugar con alma de servicio
Como tantas ventas, la Venta del Gallo era mucho más que un alto en el camino. Representaba un oasis en un mundo de distancias agotadoras y peligros constantes. Su función era triple:
- Refugio para viajeros y sus monturas: En tiempos en que viajar era una prueba de resistencia, la venta ofrecía comida y descanso tanto para los hombres como para los animales.
- Punto de encuentro e intercambio: Noticias, rumores, contratos comerciales o simplemente historias de otros caminos pasaban de boca en boca, creando una red de comunicación tan viva como el propio tránsito de mercancías.
- Abastecimiento de víveres: Los viajeros podían reponer provisiones y adquirir productos locales, impulsando la economía de la zona.
Una reputación dual
Aunque imprescindibles, las ventas no siempre gozaban de buena fama. Muchas veces eran criticadas por su falta de higiene, sus precios elevados o la calidad dudosa de la comida. Sin embargo, existían excepciones, y la Venta del Gallo, con su ubicación privilegiada, parece haber sido un lugar de referencia para los viajeros de su tiempo.
El final de una era
Documentos como el Repertorio de Caminos de Alonso de Meneses (1576) confirman la importancia de la Venta del Gallo y otras similares en la región. En 1626, se realizaron obras para mejorar sus instalaciones, incluyendo la construcción de caballerizas y pilares. Sin embargo, su historia comienza a desvanecerse hacia finales del siglo XVIII, cuando nuevas rutas y puentes como el de Navalcarnero desviaron el tráfico hacia otras direcciones.
En 1861, un suceso registrado en el periódico La Iberia marcó el inicio de su ocaso. El robo a un porteador de aceite evidenció la falta de seguridad en el lugar tras el traslado de un destacamento de la Guardia Civil. Este hecho, sumado a los cambios en las rutas, llevó probablemente a su derribo para evitar que se convirtiera en refugio de bandidos. Desde entonces, la Venta del Gallo desapareció no solo físicamente, sino también de los mapas oficiales.
Las raíces romanas de los caminos reales
La Venta del Gallo, como muchas otras, puede guardar una conexión con las antiguas calzadas romanas. La teoría de los empalmes, propuesta por el investigador Gonzalo Arias, sugiere que estas rutas podrían haber formado parte del Itinerario de Antonino, un documento que recopilaba caminos utilizados por el ejército romano para recaudar el tributo de la annona. La solidez de las calzadas romanas, con sus miliarios y cunetas características, sirvió de base para los Caminos Reales, que siglos después continuarían conectando regiones y economías.
El Camino Real Viejo y su desaparición
Desde este punto del recorrido, el Camino Real Viejo, conocido a nivel de estudio también como Camino del Medio, parece desvanecerse bajo mis ruedas. Un tramo de aproximadamente 7,1 kilómetros, con un desnivel acumulado de 68 metros de Desnivel Positivo Acumulado y 74 metros de Desnivel Negativo Acumulado, desaparece en el ascenso al Cerro Trinchuela. Este monte, antaño cubierto de carrascas y encinas, ha quedado rotulado y transformado desde mediados del siglo XIX, dejando solo vestigios en antiguas cartografías bajo el nombre de Senda de Guadalupe.
El trazado original cruzaba despoblados como Fuente del Madero y Torrejón de Retamar, en el término actual de Fuensalida. La dureza de este tramo, con su terreno agreste, podría explicar por qué los viajeros optaron por cambiar al Camino del Sur, más accesible y siguiendo parte de la cañada ganadera. Hoy, como aquellos que buscaron rutas alternativas, elijo esta variante para conectar de nuevo con el Camino del Medio al otro lado del monte.
Más adelante en nuestro relato, exploraremos cómo este punto conflictivo, donde el Camino Real se cruzaba con la Cañada Real Segoviana, pudo ser la razón por la que este itinerario no aparece reflejado en el Reportorio de Caminos de Juan Villuga de 1546. Es fácil imaginar el caos que se desataría en este cruce: diligencias impacientes, viajeros a caballo o incluso a pie, todos atrapados en una interminable espera mientras una imponente manada de 8.000 o más cabezas de ganado cruzaba lentamente el camino, siguiendo su ruta trashumante.
La escena debió ser un espectáculo de proporciones épicas, pero también una pesadilla logística. Las ovejas, guiadas por pastores experimentados, se movían con la cadencia de siglos de tradición, ajenas al ritmo acelerado que los viajeros y comerciantes empezaban a demandar. El cruce no solo representaba una confluencia física de caminos, sino también un choque de necesidades y prioridades, donde el flujo de mercancías y personas debía ceder ante el paso imponente del ganado.
Aquellos que quedaban atrapados en este punto no tenían otra opción que armarse de paciencia y esperar. Horas podían pasar hasta que la última oveja desapareciera en el horizonte, dejando tras de sí el polvo levantado por miles de pezuñas y una lección tácita sobre la coexistencia de mundos diferentes en un mismo espacio: el antiguo, marcado por la trashumancia, y el emergente, guiado por el comercio y las rutas modernas.
Es probable que esta complicada interacción entre caminos y cañadas haya contribuido al desvío del itinerario principal, empujando a los viajeros hacia rutas alternativas. No obstante, estos cruces, con su caótica vitalidad, representan un fragmento único del pasado, recordándonos que los caminos no eran solo vías de tránsito, sino escenarios donde la vida se entremezclaba en toda su complejidad.
Km. 07,510 - La sombra de Fuente del Madero en la claridad invernal
En esta mañana helada, mientras el paisaje se blanquea bajo la luz gélida, me detengo en un punto donde la intuición y los mapas históricos parecen converger. Aquí, entre los ecos del pasado y el susurro del viento, pudo haberse alzado la Dehesa de Fuente el Madero, un lugar que hoy solo vive en la memoria de los documentos y en los corazones de quienes aún exploran sus huellas.
Fuente del Madero: un viaje al pasado medieval
Fuente del Madero, o Fuentelmadero, no es solo un nombre en los viejos mapas; es un testimonio de la historia medieval castellana, desde su fundación como parte de las políticas de repoblación hasta su eventual desaparición. Aunque ahora es solo un susurro en el viento, su relato nos transporta a un tiempo de reyes, concesiones y disputas territoriales.
Los orígenes: Alfonso VII y la repoblación
En 1146, el rey Alfonso VII otorgó la aldea de Fuente del Madero a cuatro hombres: Hair, hijo de Thebit, Martino Sanctio, Dominico Sanctio e Iohani Sanctio. Este acto, registrado en el Archivo Histórico Nacional, formaba parte del esfuerzo del monarca por repoblar las tierras despobladas del territorio toledano. Los límites de la aldea fueron cuidadosamente definidos, señalando lugares como la vía de Lasara, Godevize, Ávila, Olmos y el monte de Pharaich, marcando su relevancia estratégica.
La mención en el Privilegio de la Bolsilla
En 1208, el nombre de Fuente del Madero reaparece en el Privilegio de la Bolsilla, un documento de Alfonso VIII que establecía los límites entre Segovia y sus territorios vecinos. Aunque el texto no aclara la jurisdicción exacta de la aldea, su inclusión destaca su importancia como punto de referencia en las delimitaciones medievales.
De manos reales al cabildo de Toledo
Con el paso de los años, la aldea cambió de manos, pasando a ser propiedad del arzobispo de Toledo en 1229, quien posteriormente la donó al cabildo de la catedral de Toledo. Este cambio no era inusual en la época, cuando la Iglesia acumulaba tierras y poder, convirtiéndose en uno de los mayores propietarios del reino. Fuente del Madero, con su ubicación estratégica, se integró en este entramado de influencia eclesiástica.
Un enclave estratégico: caminos y cañadas
Fuente el Madero se encontraba en una posición privilegiada. Situada en el Camino de la Xara, que conectaba Toledo con Ávila, y cercana a la Cañada Real Segoviana, su ubicación era ideal para el comercio, la trashumancia y las actividades agrícolas.
El documento de venta de 1451 al concejo de Fuensalida detalla sus límites, mencionando lugares como Torrejón, Guadavisa, el monte de Alhamín, y los caminos hacia Ávila y Santa Cruz del Retamar. Incluso en el siglo XVII, la importancia de esta ubicación estratégica persistía: un pleito de la Mesta en 1635 contra el ayuntamiento de Fuensalida documenta la proximidad de Fuente del Madero a la Cañada Real Segoviana.
El ocaso de Fuente del Madero
A pesar de su ubicación y su papel en el comercio y la ganadería, Fuente del Madero no pudo resistir el paso del tiempo. Su desaparición, aunque incierta en sus causas, podría estar vinculada a las crisis demográficas de la Baja Edad Media o al desplazamiento de la población hacia núcleos urbanos más grandes y seguros. Como tantas aldeas medievales, fue absorbida por el paisaje, dejando solo su nombre en documentos y mapas antiguos.
Hoy, mientras pedaleo por este tramo solitario, pienso en cómo Fuente el Madero, aunque físicamente ausente, sigue contando su historia a través de los ecos del camino. Nos recuerda la importancia de esas pequeñas aldeas que alguna vez sostuvieron la vida cotidiana de Castilla, conectando rutas, alimentando rebaños y dando forma al paisaje que ahora recorremos.
Km. 09,540 - Intentando conectar con el Camino Real "Viejo" de Extremadura
En este cruce de caminos, dejo atrás la Cañada Real Segoviana y tomo el desvío a la derecha para reencontrarme con el Camino Real Viejo de Extremadura, ese hilo histórico que abandoné en la Venta del Gallo. Avanzo por el Camino de Camarena a Santa Cruz de Retamar, conocido también como el Camino de los Sardineros, que serpentea hacia los Montes del Alamín, también llamados Montes de Faraich. Este trayecto no es solo una ruta física, sino un corredor que une Toledo con Ávila, uniendo paisajes y tiempos.
Las dehesas: oasis privilegiados para la trashumancia
En la Castilla medieval, el paisaje estaba dominado por las dehesas, esos extensos terrenos cubiertos de encinas y alcornoques que ofrecían refugio y sustento a los rebaños trashumantes. Estas tierras no eran simples pastos; eran el corazón de un sistema económico y social que giraba en torno a la Mesta, la poderosa organización de ganaderos protegida por la corona.
¿Qué eran las dehesas?
Las dehesas eran terrenos acotados, de propiedad comunal o pública, destinados exclusivamente al pastoreo. Su ubicación estratégica a lo largo de las cañadas las convertía en puntos esenciales para los rebaños que transitaban en busca de los mejores pastos. Proporcionaban alimento, agua y un respiro para miles de ovejas merinas durante sus largos viajes, sostenidos por una economía que dependía del movimiento constante del ganado.
La Mesta y sus privilegios
El Honrado Concejo de la Mesta, institución que representaba a los ganaderos, contaba con privilegios reales que aseguraban el acceso a estas dehesas. Leyes estrictas protegían su uso y regulaban su mantenimiento, garantizando que los rebaños tuviesen espacios suficientes para alimentarse. Pero estos privilegios no estaban exentos de controversias. Los agricultores, por ejemplo, se quejaban frecuentemente del daño que los rebaños trashumantes causaban a sus cultivos, mientras que la roturación de las dehesas para convertirlas en tierras de cultivo generaba tensiones constantes entre agricultores y ganaderos.
Las dehesas en el entorno de Torrijos
En los alrededores de Torrijos, las dehesas marcaban puntos clave en las rutas de la trashumancia. Dos de ellas destacaban especialmente: una en el camino hacia Gerindote y otra en dirección a Toledo. Su ubicación estratégica no solo garantizaba el bienestar del ganado, sino que también actuaba como centros de actividad económica y social.
Estas dehesas eran mucho más que simples espacios de pasto. Servían como puntos de encuentro para los ganaderos, donde se realizaban transacciones comerciales, se resolvían disputas y se compartían noticias. Aquí, la vida cotidiana del pastoreo se entrelazaba con las relaciones sociales y culturales, convirtiendo a las dehesas en microcosmos de la sociedad medieval.
Conflictos y desafíos en las dehesas
A pesar de su vital importancia, las dehesas eran también fuente de conflicto. Las comunidades agrícolas y ganaderas luchaban por el uso del territorio, y las tensiones entre los dos mundos eran frecuentes. Los ganaderos defendían sus derechos sobre los pastos, mientras que los agricultores buscaban expandir sus tierras cultivables. Este tira y afloja marcó gran parte de la vida rural en Castilla durante siglos.
Las dehesas: un legado vivo
Hoy, mientras pedaleo por este paisaje que alguna vez estuvo dominado por las dehesas, es fácil imaginar su impacto en la vida medieval. Estos terrenos no solo sostenían la economía ganadera, sino que también reflejaban la complejidad de una sociedad en la que el pastoreo y la agricultura competían por el mismo espacio.
Las dehesas, como lugares de encuentro, intercambio y conflicto, nos ofrecen una ventana única para entender el pasado. En ellas se tejieron historias de cooperación y rivalidad, de supervivencia y adaptación, cuyo eco todavía resuena en los paisajes y en la cultura de Castilla. Mi recorrido, guiado por estas antiguas rutas, no es solo un viaje físico, sino una exploración de ese legado que sigue vivo en las tierras que cruzo.
Km. 10,800 - Encrucijada de aguas y recuerdos
El camino que sigo me conduce a la confluencia de los arroyos Valdepozas y Valle de Cantaelgallo, un punto en el que el susurro del agua parece susurrar secretos de otro tiempo. Aquí, entre corrientes que se entrelazan, late una de mis teorías más intrigantes: este lugar podría ser el escenario olvidado de uno de los despoblados medievales mencionados en las crónicas de 1146. Fontem de Madero, aquella aldea cuya toponimia se ha perdido entre el polvo de los siglos, podría haber tenido su corazón en esta encrucijada hidráulica.
Un eco del pasado: Fontem de Madero
Hemos hablado antes de Fuente del Madero, ese enclave que en la Edad Media fue testigo de las políticas de repoblación y los vaivenes del poder. La ubicación estratégica de este lugar, cerca de los arroyos y en un cruce de caminos, refuerza la posibilidad de que aquí se alzaran sus casas, rodeadas de campos y pastos que sustentaban a sus habitantes. Hoy, solo queda el murmullo de las aguas como testigo de aquel pasado, pero su espíritu parece flotar sobre el paisaje, recordándonos que cada piedra y cada curva del terreno guarda una historia por descubrir.
Al norte, las ruinas de la Casa del Guarda
Un poco más al norte de esta confluencia, se levantan las ruinas de la Casa del Guarda del Monte, un vestigio que, aunque más reciente, añade un matiz melancólico al recorrido. Este edificio, alguna vez habitado por quienes vigilaban y cuidaban estas tierras, es ahora un esqueleto de piedra que resiste el paso del tiempo, evocando la presencia humana en este entorno agreste.
Km. 11,760 - Encuentro con el Camino Fantasma
Aquí, en este punto preciso, me habría cruzado con lo que alguna vez fue el Camino Real, una arteria que conectaba territorios y vidas, pero que, como tantas otras rutas, cayó en el olvido. A lo largo de los siglos, este camino adoptó el nombre de Vereda de Guadalupe, llevando peregrinos, comerciantes y pastores hacia el célebre santuario. Sin embargo, más adelante, la senda se desvanece por completo, como si la tierra hubiera decidido borrar sus huellas, convirtiéndolo en un camino fantasma, apenas visible en la memoria del paisaje.
A mi izquierda, las fuentes del olvido
A mi izquierda, el terreno revela nacimientos de agua, pequeños manantiales que, como guardianes silenciosos, han presenciado el ir y venir de generaciones. Es allí, entre el murmullo del agua y la vegetación que se adueña del camino, donde el rastro del antiguo trazado se desdibuja. Los viajeros de antaño habrían encontrado en estas fuentes un lugar de descanso y abastecimiento, un oasis en medio del trayecto. Hoy, estas aguas parecen marcar la frontera entre lo tangible y lo olvidado, un recordatorio de que cada sendero tiene su ciclo de vida.
Km. 13,290 - Hacia San Silvestre por el cauce del Molinillo
En este punto, abandono el camino que desciende hacia el río Alberche y giro a la izquierda, adentrándome en el cauce del arroyo del Molinillo. Este sendero, un arenal flanqueado por una hermosa junquera, parece un hilo de vida que serpentea a través del paisaje, guiándome hacia el corazón de San Silvestre. Es un trayecto que mezcla la suavidad del terreno con el susurro constante del agua y la vegetación que lo escolta.
La Dehesa de la Reyerta: un territorio marcado por disputas
En este tramo nos encontramos con lo que fue la Dehesa de la Reyerta, un nombre que, cargado de resonancias, nos transporta a un tiempo de disputas y conflictos por el control de la tierra. Situada en la comarca de Torrijos, en Toledo, este espacio fue, en el pasado, un punto clave en la economía ganadera de la región.
La Reyerta en el siglo XVII
En el siglo XVII, la Dehesa de la Reyerta se reconocía como una "dehesa auténtica", un terreno destinado al pasto y erbaje para los ganados trashumantes. Aquí pastaban hasta 4.000 cabezas de ganado lanar, alimentando a las ovejas merinas que recorrían la Cañada Real Segoviana en su interminable búsqueda de pastos. Estas dehesas, fundamentales para la ganadería trashumante, eran gestionadas bajo la influencia del Honrado Concejo de la Mesta, que velaba por su uso y protegía los derechos de los ganaderos.
Una ubicación estratégica
La Reyerta se encontraba en una ubicación privilegiada, cerca de Fuente el Madero, delimitada por lugares como Santa Cruz del Retamar, Portillo y el despoblado de El Torrejón (antiguo Torrelium del Retamar). Su proximidad a los caminos de Maqueda a Olmos y a la Cañada Real Segoviana subraya su importancia como nodo estratégico para el tránsito de rebaños y la economía ganadera de la época.
Km. 15,060 - El reencuentro con el Camino Real Viejo de Extremadura
Después de más de siete kilómetros de desaparición, el Camino Real Viejo de Extremadura reaparece como un hilo histórico que retomo con cierta satisfacción. Este tramo, ausente durante buena parte del recorrido, vuelve a unir mi ruta con una de las arterias más importantes del pasado. Es el momento perfecto para cumplir lo prometido: reflexionar sobre la posible conexión de este camino con la red viaria romana a través de la teoría de los empalmes y su relación con el annona.
El Itinerario de Antonino: ¿Una red de caminos o un sistema fiscal?
El Itinerario de Antonino, ese intrigante documento que registra las rutas del Imperio Romano, ha desconcertado a historiadores durante siglos. Su propósito ha sido debatido: ¿era una guía para viajeros, una herramienta militar o simplemente una hoja de cálculo para la administración imperial? Una teoría fascinante, defendida por el profesor suizo Dennis van Berchem, sostiene que el Itinerario era en realidad un registro de rutas diseñadas para la recaudación del annona militaris, el impuesto en especie destinado a abastecer al ejército.
¿Qué era el annona?
El annona representaba el sistema fiscal de Roma basado en la recaudación de bienes esenciales: trigo, cebada, vino, aceite, carne y otros productos necesarios para el sustento de las tropas. Este impuesto, pagado en especie, garantizaba el funcionamiento de las fuerzas militares y, por ende, la estabilidad del Imperio.
La teoría de los empalmes: rutas del annona
Según Van Berchem, el Itinerario de Antonino era más que una lista de caminos: era una recopilación de rutas estratégicas utilizadas para recolectar el annona. Estas rutas, establecidas mediante edictos imperiales, detallaban no solo las etapas y distancias, sino también los puntos específicos donde se debían recoger las provisiones. Esta perspectiva explica varios aspectos llamativos del documento:
1. Rutas zigzagueantes y rodeos: Estas aparentes irregularidades obedecían a la necesidad de pasar por lugares donde se producían los bienes a recaudar.
2. Repetición de tramos con diferentes estaciones: Sugiere que varias rutas podían cubrir la misma región dependiendo de las necesidades estacionales o logísticas.
3. Mansiones fortificadas: Las estaciones descritas en el Itinerario no solo eran puntos de descanso, sino también almacenes donde se guardaban las provisiones recolectadas y lugares de protección para las expediciones.
Evidencias arqueológicas que respaldan la teoría
La hipótesis de Van Berchem encuentra respaldo en la arqueología. En la antigua Galia, por ejemplo, se han descubierto estructuras identificadas como mansiones fortificadas, equipadas con amplios almacenes destinados al almacenamiento de bienes recolectados. Estas ruinas coinciden con las estaciones descritas en el Itinerario de Antonino, reforzando la idea de que estas rutas no solo eran vías de tránsito, sino también de logística y fiscalidad.
Más que un mapa: una ventana al Imperio
El Itinerario de Antonino no solo nos permite reconstruir la red viaria del Imperio, sino también comprender las complejas dinámicas que sustentaban su poderío. Este documento, concebido para fines administrativos, es una muestra de la avanzada organización del Imperio Romano, donde cada camino y cada mansión formaban parte de un sistema diseñado para garantizar el abastecimiento de sus legiones.
Mientras avanzo por el trazado del Camino Real Viejo de Extremadura, no puedo evitar imaginar cómo estos senderos pudieron ser, en su origen, parte de esa vasta red romana. Tal vez aquí también marcharon soldados romanos, llevando consigo el annona, o tal vez estas rutas se transformaron con los siglos, adaptándose a nuevas necesidades y propósitos. Lo que es indiscutible es que el pasado sigue resonando en cada piedra y cada curva, recordándonos que los caminos no solo conectan lugares, sino también épocas, culturas y modos de vida.
Km. 17,770 - Encuentro con el Camino de los Madereros
En este punto del recorrido, llego al Camino de los Madereros, una vía cuya historia parece remontarse a la Edad Media, cuando podría haber sido conocida como la Stratam que vadit de Avila ad Toletum per Alfamin. La mención de strata en documentos históricos subraya la importancia de esta ruta, que conectaba dos grandes ciudades: Toledo y Ávila, pasando por el desaparecido núcleo medieval de El Alhamín, un estratégico punto de paso sobre el río Alberche.
Dirección norte: hacia los Montes Faraich
Desde aquí, el camino toma rumbo al norte, conduciendo en primer término hacia los Montes Faraich / Fharaich, cuyo nombre, documentado en el año 1146 como uno de los límites de la heredad del despoblado de Fuente del Madero, parece ser una variante gráfica del topónimo Alhamín. Esta conexión nominal nos sitúa en los actuales Montes de Alamín, una vasta extensión que abarca las tierras entre Santa Cruz de Retamar, La Torre de Esteban Hambrán, y el río Alberche.
De Faraich a Alamín: la evolución de los topónimos
La variación en la grafía de los topónimos medievales es una característica frecuente en los documentos de la época. La ausencia de una ortografía estandarizada, sumada a las transcripciones fonéticas del árabe al latín, dio lugar a múltiples versiones de un mismo nombre. Así, Faraich o Pharaich se transformó con el tiempo en Alhamín, y finalmente en el actual Alamín.
El topónimo Madereros, que da nombre a esta ruta, podría aludir a la actividad maderera de los Montes de Alamín, una industria que posiblemente floreció aprovechando la riqueza forestal de la región. Otra hipótesis conecta este nombre con la cercana Fuente del Madero, al suroeste de Fuensalida, trazando un vínculo simbólico entre la madera y el agua, esenciales para la economía de la zona.
Vadeos y puentes: las rutas sobre el Alberche
El Camino de los Madereros es conocido por sus antiguos pasos sobre el río Alberche. En Rodadas Perdidas, hemos explorado varias rutas que cruzan el río, salvo el emblemático puente junto al Castillo de Alamín, que durante siglos fue el principal vado antes de la construcción del puente de Escalona. Hoy, este histórico punto de paso se encuentra dentro de una finca privada, inaccesible para la mayoría, pero su presencia resuena en las crónicas de la región como un recordatorio de su importancia estratégica.
Km. 18,960 - Encrucijada de caminos medievales
En este punto, los caminos se encuentran, las historias se entrelazan, y las huellas del pasado nos conducen a la unión de dos importantes rutas medievales que conectaban Maqueda (Maquedam) con Olmos (Ulmos). Esta intersección, mencionada en el privilegio otorgado por Alfonso VIII en 1208, delimita territorios y rutas estratégicas entre Segovia, Toledo y Madrid. Los dos caminos que se describen en este documento nos revelan cómo se tejía la red viaria de la época y el vital papel que jugaban estas vías en el movimiento de personas, bienes y ganado.
Las dos rutas hacia Maqueda
1. Carrera de Ulmos a Maquedam: La ruta por el norte
Esta vía partía de la fortaleza de Olmos, situada en las orillas del río Guadarrama, y utilizaba el Camino de los Frailes, continuando por la Vereda de Carboneros. Esta última, cuyo nombre sugiere la antigua actividad de producción de carbón vegetal, atravesaba zonas como Chozas de Canales, donde el topónimo Carrascales nos habla de un bosque de carrascas hoy desaparecido debido a la explotación agrícola.
Desde allí, esta ruta se dirigía a Las Ventas de Retamosa (Portelleio), uniéndose con la Carrera Añafaguera (Camino de los Salarios o Provisiones). A partir de este cruce, el viajero podía tomar dos opciones: continuar por el Camino Real Viejo de Extremadura o la Cañada Real Segoviana, pasando por la Venta del Gallo y Fuente de Madero hasta llegar a San Silvestre, y finalmente a Maqueda.
2. Carrera que vadit de Olmos ad Maquedam: La ruta por el sur
Este camino tomaba un recorrido más bajo, partiendo también de Olmos en las orillas del Guadarrama, pero transitando por La Calzadilla hasta llegar a Chozas de Canales. Desde allí, conectaba con el Camino de Camarena, atravesando el despoblado de Boadilla y el Valle de la Fuente Santa antes de llegar a Camarena.
Al salir de Camarena, seguía la Vereda del Judío, cruzando la Cañada Real Segoviana al norte de Fuensalida. Continuaba al norte de Portillo de Toledo, atravesando la Stratam que vadit de Avila ad Toletum per Alfamin, conocida actualmente como el Camino de los Madereros. Tras cruzar el arroyo Grande del Molinillo, ambas rutas, la superior y la inferior, se unían para proseguir juntas hasta Maqueda.
La red viaria medieval: una red viva y cambiante
Además de estas dos rutas principales, es probable que existieran ramales secundarios, adaptados a las necesidades del transporte y al cambio constante en los patrones de asentamiento. Los caminos medievales, referidos como carreram en los documentos, no eran solo vías físicas; eran arterias de vida, por donde fluían mercancías, ganado y noticias.
La complejidad de estas rutas reflejaba la geografía y la economía de la época. Algunas, como la Carrera Añafaguera, evidencian su papel en el transporte de bienes esenciales, vinculando este camino con el suministro de provisiones y el comercio. Muchas de estas vías tenían orígenes aún más antiguos, remontándose a tiempos islámicos o incluso romanos, siendo reutilizadas y adaptadas a las necesidades medievales.
Km. 19,230 - Hago un algo en el camino para visitar la ERMITA DE LOS MARTIRES, que se encuentra al lado derecho del valle del arroyo Grande del Molinillo, por donde discurre nuestro Camino Real, sobre un cerro. Una construcción de principios del siglo XX, perteneciente a termino de Portillo de Toledo.
Km. 20,920 - La Dehesa de San Silvestre, un refugio entre encinas
Una de las partes más encantadoras de este viaje es la entrada a la Dehesa de San Silvestre, un soto de encinas que despliega su majestuosidad en cada rincón. Bajo la sombra de estas venerables copas, el camino se transforma en un viaje dentro del viaje, una pausa donde el murmullo de la naturaleza se mezcla con las historias del pasado. Al final de este tramo, un cartel nos da la bienvenida a San Silvestre, un lugar que en el siglo XVI fue un verdadero cruce de caminos.
San Silvestre: un pueblo pasajero en el siglo XVI
Gracias a las Relaciones Topográficas de Felipe II, obtenemos un retrato fascinante de San Silvestre durante el siglo XVI. Estas crónicas, elaboradas a partir de preguntas dirigidas a las comunidades locales, nos revelan la importancia de este lugar como punto de paso en las principales rutas de la península. En San Silvestre, los caminos no eran solo líneas sobre el terreno; eran arterias que alimentaban su vida cotidiana y economía.
Los caminos reales de San Silvestre
Una de las preguntas clave de las Relaciones Topográficas se centra en el papel de los caminos reales que atravesaban la localidad. La respuesta nos confirma la posición estratégica de San Silvestre y su relevancia en las redes de comunicación:
- "El camino real de las ferias de Medina del Campo y Valladolid": Esta ruta conectaba la rica meseta castellana con el sur de la península. Comerciantes, mercancías y viajeros encontraban en San Silvestre un paso obligado hacia las grandes ferias, esenciales para la economía de la época.
- "El camino real que es de Portugal y toda Extremadura": Este camino, que enlazaba las regiones occidentales de la península, consolidaba el papel de San Silvestre como nexo entre Castilla y Portugal, además de ser un punto crucial en las rutas hacia el oeste.
Impacto económico: el portazgo como fuente de ingresos
La posición estratégica de San Silvestre en la confluencia de caminos reales tenía un impacto directo en su economía. Las Relaciones Topográficas mencionan entre las rentas del pueblo los derechos de portazgo, un impuesto cobrado a los viajeros y comerciantes por el paso de ganado y mercancías. Este flujo constante de tráfico contribuía al sustento económico de la comunidad y reflejaba su vitalidad.
"¿Qué rentas tiene el dicho pueblo, propias y comunes, y en qué se gastan?": La respuesta menciona que los ingresos derivados del portazgo ayudaban a sostener las necesidades locales, confirmando el beneficio económico del tráfico que atravesaba la localidad.
San Silvestre: un lugar dinámico y estratégico
San Silvestre en el siglo XVI era más que un pequeño pueblo. Su ubicación, en el cruce de dos caminos reales, lo convertía en un punto clave para el control del territorio y el flujo de personas y mercancías. Su economía, basada en el tráfico generado por estas rutas, le confería un dinamismo que iba más allá de su tamaño. Además, su castillo, aún presente en las crónicas, reforzaba su importancia estratégica, funcionando como bastión y símbolo del poder en esta zona de tránsito.
Mientras recorro este tramo, el espíritu de San Silvestre se siente presente en cada curva del camino. Es un recordatorio de cómo los pueblos pequeños, gracias a su ubicación estratégica y a los caminos que los atravesaban, desempeñaban un papel crucial en la red de comunicación, comercio y control del territorio. La Dehesa de San Silvestre, con su belleza y su historia, no solo embellece el viaje, sino que también lo llena de significado, conectando el presente con las historias de un pasado lleno de vida y movimiento.
Km. 23,160 - La Fuente de San Silvestre
En este tramo, frente a mis ojos, la Fuente de San Silvestre brota como un vestigio de tiempos pasados, un manantial que parece susurrar historias de viajeros y ganaderos. Sobre ella, un solitario hito de piedra se erige, que bien podría ser una Piedra Legüera, de las muchas que jalonaban este camino, marcando distancias y orientando a quienes recorrían estas rutas hace siglos.
El Reportorio de Caminos de Pedro Juan Villuga: Una guía para viajar por la primera mitad del siglo XVI
En 1546, en la vibrante Medina del Campo, el valenciano Pedro Juan Villuga presentó su obra pionera: el Reportorio de todos los caminos de España. Publicada bajo el epígrafe "hasta ahora nunca visto", esta guía se convirtió en una herramienta revolucionaria, la primera en su tipo, que ofrecía un mapa textual de las rutas que atravesaban la península ibérica en el siglo XVI.
Más que un simple listado de caminos, el Reportorio es un portal a un mundo medieval marcado por viajes arduos, ventas dispersas y horizontes lejanos. Villuga, en su introducción, asegura que su "larga peregrinación por toda la España ha sido la maestra", aunque el análisis de la obra revela que su conocimiento se centraba en Castilla, complementado por información indirecta sobre otras regiones.
Los caminos y las ventas: una red vital
El Reportorio describe una red de caminos reales, cañadas, cordeles y rutas piadosas que conectaban ciudades, mercados y santuarios. Destacan las menciones a las ventas, refugios imprescindibles para los viajeros, donde podían encontrar descanso y seguridad en un paisaje a menudo hostil. Sin embargo, la localización exacta de estas ventas es a menudo incierta, ya que muchas han desaparecido o cambiado con el tiempo.
Puntos clave del Reportorio de Villuga
- Rutas principales: Incluye descripciones de importantes caminos como el de Francia, Andalucía, Santiago y la Vía de la Plata, destacando el flujo comercial y piadoso de la época.
- Barcelona y las rutas piadosas: Barcelona aparece como un importante punto de partida hacia monasterios y santuarios, reflejando la religiosidad del viajero medieval.
- Las ventas y el sustento del viajero: Villuga menciona con frecuencia estos puntos de descanso, esenciales para los largos trayectos, aunque su identificación moderna resulta compleja.
- Un testimonio de la época: A través del Reportorio, Villuga nos introduce en un mundo de viajes lentos y difíciles, con peligros que iban desde las inclemencias del clima hasta los bandoleros.
San Silvestre en el Reportorio
San Silvestre aparece en el Reportorio como un punto recurrente en varias rutas significativas:
- De Alicante a Santiago: Mencionado tras Novés, antes de Escalona.
- De Toledo a León: San Silvestre figura entre Novés y Escalona.
- De Sevilla a León: En este trayecto también aparece entre las mismas paradas.
- De Toledo a Valladolid: Por el "camino de los caballos", menciona a San Silvestre en el mismo contexto.
- De Toledo a Medina del Campo: El castillo de San Silvestre vuelve a ser un punto intermedio.
La ausencia del Camino Real de Extremadura en el Reportorio
Un aspecto curioso es la ausencia del Camino Real de Extremadura, una ruta que más tarde se consolidaría como vital para conectar Madrid con la región extremeña. Esta omisión plantea varias preguntas e hipótesis:
- Conocimiento limitado: A pesar de sus afirmaciones, Villuga parece haber tenido un conocimiento más sólido de Castilla central y no parece logico haber desconocido esta ruta que pudo encontrarse en desarrollo.
- Transformación de Madrid: En 1546, Madrid aún no era la capital del reino (esto sucedería en 1561), y Toledo seguía siendo el centro gravitacional de la red de caminos, lo que explicaría la menor relevancia de esta vía en ese momento.
- Estado de la ruta: El Camino Real de Extremadura estaba en transición, y tramos como el puente de la Zarzuela se encontraban en mal estado, reduciendo su utilidad y prominencia.
- Fuentes incompletas: Villuga compiló su obra a partir de diversas fuentes, y la falta de información precisa sobre esta ruta pudo contribuir a su exclusión.
- Enfoque editorial: Es posible que el editor de Villuga decidiera omitir rutas menos consolidadas para centrarse en las vías más transitadas y conocidas. Esto ocurre en la actualidad como en el conocido en la actualidad como Camino Real de Madrid a Guadalupe.
Evidencias posteriores del Camino Real de Extremadura
Aunque no aparece en el Reportorio, documentos y mapas posteriores confirman la existencia y creciente importancia de esta ruta:
- Relaciones Topográficas de Felipe II (1575-1578): Ya hemos visto que mencionan a San Silvestre como parte del Camino Real de Madrid a Talavera.
- Testimonios de viajeros: A finales del siglo XVI, ya se documenta su uso regular.
- Cartografía del siglo XVII: Muestra claramente el trazado del Camino Real de Extremadura, pasando por Casarrubios, Ventas de Retamosa y San Silvestre.
Reflexión sobre el Reportorio y el legado de los caminos
El Reportorio de Villuga no es solo un libro, es una ventana a una España en movimiento, una red viva de caminos que conectaban territorios y culturas. Aunque imperfecto, este texto nos invita a imaginar las dificultades y aventuras de los viajeros del siglo XVI, enfrentando distancias inmensas con recursos limitados. San Silvestre, con su castillo y su estratégica posición, se alza como un testimonio de aquel mundo, donde cada camino era una historia y cada hito, un capítulo en el viaje interminable del tiempo.
«De Madrid a Casarrubios del Monte, donde hay un buen castillo y dos iglesias. A comer a San Silvestre, donde hay un castillo pequeño con cuatro torres arruinadas. A dormir al Bravo. A comer a Talavera de la Reina..." Otto Whihelm von Königsmarck (1639-1688) militar sueco que luchó en muchas batallas en suelo europeo y fue embajadoren Inglaterra y Francia, y en este viaje se dirige a Portugal
Km. 23,600 - La Ermita de San Silvestre, destino de una peregrinación ciclista
Finalmente, tras recorrer caminos y desvelar historias ocultas en cada kilómetro, llego al lugar que motiva este viaje: la Ermita de San Silvestre. Este rincón, cargado de simbolismo, no es solo un punto en el mapa, sino un nodo donde confluyen pasado, tradición y memoria.
San Silvestre: un santo, un despoblado y una tradición perdida
El nombre de San Silvestre, papa y santo, da identidad a este despoblado toledano que, en su día, fue un núcleo vivo de fe y actividad. Aunque hoy solo quedan vestigios, la devoción al santo resistió durante siglos, alimentando una festividad que, con el paso del tiempo, se ha ido desvaneciendo. Veamos cómo este lugar, alguna vez vibrante, se transformó en el símbolo silencioso de un pasado que lucha por no ser olvidado.
Un pasado de esplendor
San Silvestre no siempre fue un despoblado. En la Edad Media, alcanzó el estatus de villa, albergando un castillo imponente y ocupando un lugar destacado en el Camino Real de Extremadura, una arteria vital para el comercio y el tránsito de viajeros. Las Relaciones Topográficas de Felipe II, en el siglo XVI, describen un San Silvestre habitado, con su iglesia parroquial y un modesto conjunto de casas que servían a sus habitantes y a quienes cruzaban sus caminos.
La festividad de San Silvestre: un eco del pasado
Cada 31 de diciembre, día de San Silvestre Papa, esta iglesia abría sus puertas a los romeros que llegaban para rendir homenaje al santo. Esta festividad, profundamente arraigada, se convirtió en un evento esencial para los vecinos de la cercana localidad de Novés, quienes hicieron suyo el culto al patrón del lugar.
El fervor que antaño llenaba esta ermita daba vida a la celebración con procesiones, rezos y una comunidad que encontraba en la festividad un momento de conexión espiritual y social.
El ocaso de la tradición
Sin embargo, a partir de la década de 1970, la celebración comenzó a menguar. La procesión con la imagen del santo, habitual hasta mediados del siglo XX, desapareció, dejando únicamente una misa seguida de un modesto refrigerio ofrecido por los propietarios de la finca. En los últimos años, la festividad se ha extinguido por completo. Hoy, solo mi bicicleta y este viaje personal rinden tributo a San Silvestre en el día de su festividad, marcando la pérdida de una tradición secular. Mientras las gentes de Novés celebran las pre-uvas.
Las razones de este abandono no se especifican claramente en las fuentes, pero es fácil imaginar que el despoblamiento del lugar en el siglo XVIII, la distancia de la ermita respecto a las poblaciones cercanas, y la falta de un apoyo institucional sostenido hayan contribuido al declive de esta tradición.
El legado de San Silvestre
La historia de San Silvestre es un recordatorio de la fragilidad de las tradiciones y la necesidad de preservar el patrimonio cultural inmaterial. Aunque la festividad ha desaparecido, la memoria del lugar pervive en el nombre del despoblado, en la ermita que aún se alza desafiante contra el tiempo, y en los relatos que aún resuenan entre quienes transitan estas tierras.
Hoy, al llegar a esta ermita, aunque sea a través de una valla, siento no solo la culminación de un viaje físico, sino también una conexión profunda con quienes, durante siglos, consideraron este lugar sagrado. San Silvestre, aunque reducido al silencio de las piedras y al eco de los caminos, sigue siendo un testigo del paso del tiempo y un emblema de las historias que no deben perderse. ¡QUÉ LASTIMA!
Km. 24,160 - La Piedra Legüera y las vistas perdidas del Castillo de San Silvestre
En este punto del recorrido, me detengo junto a una Piedra Legüera, un hito histórico que marca la distancia en leguas y que es, para mí, una foto obligada en cada paso por este camino. Desde aquí, antes podía admirarse parte del Castillo de San Silvestre, pero los accesos al olivar que permitían contemplar esta fortaleza, incluso de lejos, han sido vallados. Hoy, apenas se intuyen las almenas entre la vegetación, un eco distante de la historia medieval que este lugar atesora.
Las Piedras Legüeras: Testigos inmóviles del tiempo
Las piedras legüeras, o mojones leguarios, son vestigios de un sistema de medición de distancias que definió el ritmo de los viajes en la España preindustrial. En un mundo donde las leguas marcaban los trayectos, estas piedras, talladas en granito u otras rocas duras, se convertían en referencias vitales para los viajeros.
Imaginemos un camino polvoriento bajo el sol abrasador, con un jinete o un caminante agotado que buscaba medir su avance hacia el próximo destino. Estas piedras, muchas de ellas con inscripciones que indicaban la distancia en leguas a la capital del reino o a la ciudad más cercana, eran un alivio visual y una brújula para quienes recorrían los caminos reales.
Origen y evolución de las piedras legüeras
La Real Orden de 16 de enero de 1769 estableció que todos los caminos reales debían señalar las distancias en leguas equivalentes a 8.000 varas castellanas de Burgos. Esto impulsó la colocación de piedras legüeras a lo largo de las principales vías, facilitando la navegación de viajeros y comerciantes.
Con la llegada del sistema métrico decimal en el siglo XIX, estas piedras cayeron en desuso. Muchas fueron destruidas, reutilizadas o simplemente olvidadas. Sin embargo, las que sobreviven, como esta junto al camino, son auténticas reliquias que nos conectan con una época en la que los viajes eran arduos y las distancias se medían con esfuerzo físico y paciencia.
El Castillo de San Silvestre: Historia de una villa olvidada
A pocos kilómetros de aquí, las ruinas del Castillo de San Silvestre permanecen ocultas tras cercas y vegetación, como un testimonio silencioso de su pasado glorioso. Este castillo, que alguna vez dominó el paisaje, fue el núcleo de una villa medieval que prosperó durante siglos antes de caer en el abandono.
Los orígenes del castillo
La primera referencia al castillo data de 1187, cuando Munio Mocho, señor de la villa, recibió autorización del arzobispo de Toledo para construir un oratorio en sus dominios. Esto sugiere que ya existía una pequeña fortificación defensiva en el lugar. Poco después, la villa fue vendida a la Orden de Calatrava, consolidando su importancia estratégica.
Esplendor bajo la Orden de Calatrava
En 1192, el rey Alfonso VIII confirmó la venta de San Silvestre a los calatravos, y en 1201, Maqueda también pasó a ser suya. Durante este periodo, el castillo fue ampliado, convirtiéndose en una fortaleza destacada. Las Relaciones de Felipe II lo describen como "fuerte y hermoso", con foso y puente levadizo, una pieza clave en la defensa del territorio.
Decadencia y abandono
A partir del siglo XVI, el declive de San Silvestre se hizo evidente. A finales del siglo XVIII, la villa estaba prácticamente despoblada y el castillo en ruinas. Para 1782, solo quedaba un mesonero como último habitante. En el siglo XIX, el castillo pasó por varias manos privadas, incluyendo las del duque de Sevillano. Hoy, aunque declarado Monumento del Estado en 1931, sigue siendo una propiedad privada, lo que limita su acceso y conservación.
Entre la historia y el olvido
El Castillo de San Silvestre, al igual que las piedras legüeras, es un recordatorio tangible de una época en la que los caminos y las fortalezas eran esenciales para la comunicación y la protección. Cada piedra, cada muro derruido, nos habla de un tiempo en que estas estructuras simbolizaban poder, fe y resistencia.
Aunque hoy en día el castillo está oculto tras barreras físicas y el paso del tiempo, su memoria persiste en las historias que resuenan en los caminos que llevan hasta él. Cada kilómetro recorrido en esta ruta no es solo una exploración del terreno, sino una conexión con el pasado que aún palpita bajo el polvo de estas sendas.
Preservar y contar estas historias es esencial para mantener vivos los ecos de una España medieval que construyó su identidad entre castillos y caminos. Aunque la vista del castillo se nos niegue, su sombra sigue proyectándose en el paisaje y en la memoria de quienes aún lo buscan.
Km. 25,650 - Siguiendo el curso de la acequia hacia el Molino de Cubos
El camino me lleva ahora siguiendo la acequia que alguna vez alimentó al Molino de Cubos, conocido como El Molinillo, y junto a su trazado encuentro otra Piedra Legüera, testigo silente de los pasos y jornadas de tiempos pasados. Este rincón, marcado por el agua y la historia, nos recuerda que San Silvestre no solo fue un punto de cruce en los caminos, sino también un lugar donde la actividad económica y la innovación técnica se entrelazaban con la vida cotidiana.
Los molinos de San Silvestre: vestigios de una economía olvidada
Cerca de San Silvestre, se levantaban dos molinos que hablaban de la importancia de los recursos hídricos en la región:
- El Molino de Cubos (El Molinillo): Este molino, rehabilitado pero lamentablemente no puesto en valor, era una infraestructura clave para el aprovechamiento del agua de la acequia. Los molinos de cubos eran ingenios hidráulicos que utilizaban canales elevados para dirigir el agua a una rueda vertical, maximizando la fuerza del flujo. Su diseño eficiente los hacía ideales para regiones con caudales limitados o fluctuantes.
- El molino batanero: Situado en la entrada del despoblado de San Silvestre, este molino cumplía una función diferente. Los batanes, impulsados por agua, se utilizaban para golpear y compactar los tejidos de lana, un proceso esencial en la fabricación de paños de calidad. Este molino evidencia que la región no solo dependía de la agricultura, sino también de una incipiente industria textil.
Agua, piedra y esfuerzo
Estos molinos, al igual que las Piedras Legüeras, son vestigios de una época en la que el agua era el motor de la economía y las distancias se medían a pie o a caballo. Cada rueda que giraba y cada piedra que marcaba el camino contaban historias de esfuerzo, ingenio y supervivencia.
Km. 25,800 - El vado del Arroyo Grande del Molinillo
Llegado al ecuador de la travesía, el camino me conduce a un punto crucial: el vadeo del Arroyo Grande del Molinillo, un paso que ha sido el hilo conductor de esta parte del Camino Real Viejo. Aquí, en el encuentro con las aguas, el paisaje y la travesía alcanzan un momento de equilibrio antes de abandonar definitivamente su valle.
Un paso cauteloso sobre el madero
En esta época del año, el caudal del arroyo obliga a echar pie a tierra. El paso no es sencillo; un madero improvisado ofrece el único medio para cruzar sin mojarse los pies. Cada paso sobre la madera es un recordatorio de la conexión entre el hombre y la naturaleza, una experiencia que exige atención y respeto.
El agua, que ha sido compañera de ruta, aquí se convierte en un desafío que invita a detenerse y apreciar su flujo sereno, marcando el ritmo de estas tierras.
Este vado, más que un obstáculo, es una pausa en el viaje, un instante que nos conecta con la esencia misma del camino: la necesidad de adaptarse al entorno, de encontrar soluciones simples pero efectivas, y de avanzar con prudencia. Al dejar atrás el valle del Molinillo, siento que no solo abandono un paisaje, sino también una etapa del recorrido que ha dejado su marca en esta aventura por el Camino Real Viejo.
Km. 26,340 - La Ermita de la Virgen de la Monjía / Mongía, un lugar para renacer
Entre las curvas del camino, surge la Ermita de la Virgen de la Monjía, también conocida como de la Fuensanta, un lugar cargado de historia y espiritualidad. Este enclave, rodeado de paz y serenidad, se convierte en el rincón perfecto para detenerse, reponer fuerzas y reflexionar en el último día del año. Aquí, entre el eco de las leyendas y el murmullo del tiempo, el viajero encuentra un refugio que parece sacado de un sueño medieval.
La Virgen de la Monjía: un legado templario con raíces ancestrales
La historia de la Virgen de la Monjía, venerada en Novés, está profundamente entrelazada con la enigmática Orden del Temple. Su nombre, "Monjía" o "Mongía", derivado de "monje" o "monial", nos transporta a un pasado de fervor religioso y custodias sagradas. Su leyenda, rica en misterio y sincretismo religioso, sigue viva en la memoria popular.
Orígenes: una aparición milagrosa
Los relatos sitúan la primera aparición de la Virgen en 1190, cuando una sima en el terreno reveló una fuente milagrosa. Vestida como monial, su imagen emergió como un símbolo de protección y esperanza, dando origen a su nombre. Este lugar pronto se convirtió en un punto de peregrinación, con devotos acudiendo a la fuente para buscar consuelo y milagros.
"dicen haber sido monesterio de los templarios" Relaciones Topográficas de Felipe II
Los Templarios y la Virgen
Con la llegada de los templarios al vecino castillo de Val de Santo Domingo, la figura de la Virgen cobró mayor relevancia. Los caballeros asumieron la custodia de la imagen y sus tierras, propagando su culto y reforzando la conexión entre lo divino y lo terrenal. Sin embargo, tras la disolución de la Orden en 1307, la Virgen fue ocultada para protegerla, iniciando un periodo de incertidumbre.
Segunda aparición: renacimiento y devoción
En 1400, según las crónicas, la Virgen volvió a manifestarse. Durante la época de las mieses, un pastor encontró la imagen junto a la Fuente Santa, marcando el inicio de un nuevo capítulo en su historia. En esta ocasión, la Virgen pidió la construcción de un santuario, que se convirtió en la Ermita de la Monjía.
El lugar adquirió un carácter místico, donde lo cristiano se mezclaba con antiguos cultos telúricos. La aparición en una gruta conectaba a la Virgen con la veneración ancestral de la Madre-Tierra, mientras que la fuente milagrosa evocaba a los genios del agua de las tradiciones celtas. Incluso su rostro negro, una característica común entre las vírgenes templarias, simbolizaba la conexión con lo femenino primordial y los ciclos de transformación.
La ermita y su legado
La Ermita de la Monjía, custodiada inicialmente por los templarios y luego por la Orden de Calatrava, se convirtió en un símbolo de la devoción popular. A pesar de los cambios de propiedad y el paso de los siglos, la tradición se mantuvo viva, en parte gracias a la Romería de la Virgen de la Monjía, celebrada cada mayo, que sigue reuniendo a los fieles para honrar a esta figura singular.
La gruta: un rito personal
Antes de continuar el camino, no puedo evitar realizar un gesto casi instintivo, un pequeño rito de purificación. Bajo las escaleras que conducen a la sima, donde esta la Fuente Santa, pudiendo entablarse cierta conexión con las antiguas "ninfas" y "genios" de las corrientes de agua, evocando a las "wouivres" o "melusinas" celtas, hadas del agua veneradas en la antigüedad. Lugar donde la Virgen se manifestó por primera vez. Este descenso, que evoca la lucha de San Silvestre al apaciguar al dragón, se siente como un acto de conexión con el pasado y con las fuerzas que dan forma a este lugar. Al volver a subir, el viaje adquiere un nuevo significado, como si de alguna manera se tratara de un renacimiento.
Un rincón para el viajero
La Ermita de la Virgen de la Monjía, con su aura de misterio y paz, es mucho más que un punto en el mapa: es un lugar donde el tiempo se detiene, donde los mitos y la historia se entrelazan, y donde cada viajero puede encontrar un momento de calma y reflexión antes de seguir adelante.
Km. 30,430 - Camino a Novés, entre el asfalto y la historia
Para alcanzar la localidad de Novés desde la ermita de la Monjía, dejo atrás el valle del Arroyo Grande del Molinillo y tomo un tramo de asfalto. La ruta asciende por uno de los pocos repechos del recorrido, recordándome que, aunque suave, el esfuerzo aún es parte de este viaje.
Una bienvenida inesperada
Llego a Novés en plena celebración de las pre-uvas, un anticipo festivo que llena de vida la plaza del pueblo. Sin embargo, entre risas y brindis, noto cómo la memoria de la cercana ermita de San Silvestre ha quedado relegada al olvido, una reliquia de tiempos pasados que ya no ocupa un lugar en la devoción de sus habitantes.
Los orígenes de Novés: entre historia y leyenda
Aunque la documentación histórica es limitada, una leyenda local vincula el origen de Novés a la llegada de los judíos a la península tras la invasión de Palestina por Nabucodonosor. Esta tradición, aunque carente de pruebas sólidas, es un reflejo del mestizaje cultural y la riqueza histórica de la comarca de La Sagra, donde Novés se encuentra.
El enigma del nombre: ¿de dónde viene "Novés"?
El origen del topónimo "Novés" es objeto de especulación, y varias teorías intentan descifrar su significado:
- Del latín "novus": La hipótesis más aceptada sugiere que el nombre deriva del latín novus ("nuevo"), lo que indicaría un asentamiento reciente durante la época visigoda, cuando el latín era la lengua predominante en la península.
- Presencia árabe: Aunque no hay pruebas concluyentes, es posible que durante la ocupación musulmana el nombre se mantuviera o fuera reinterpretado por los colonos árabes, dada la influencia cultural y lingüística de la época.
Novés en el siglo XV: intrigas y poder
Durante el siglo XV, Novés formó parte del Sexmo de Casarrubios y fue escenario de intrigas dignas de una novela histórica. El célebre Don Álvaro de Luna, condestable de Castilla, fue despojado de su señorío por el rey Juan II, quien lo entregó al obispo de Toledo, Juan Carrillo. Los descendientes de Carrillo se establecieron en Novés, ocupando posiciones destacadas y marcando el destino del municipio durante generaciones.
Curiosidades de Novés: La Casa de las Cadenas
Entre las calles del pueblo, la Casa de las Cadenas se alza como testigo del pasado. Según la tradición, este edificio habría sido una antigua sinagoga judía, un vestigio de la presencia hebrea en la región. Más tarde, sirvió como residencia temporal del dramaturgo Lope de Vega entre 1590 y 1605, añadiendo un toque literario a la historia de la localidad.
Km. 30,950 - El Camino del Canto y la conexión con la Cañada Real Segoviana
El Camino del Canto, que parte de Novés, me lleva hasta la Cañada Real Segoviana, un punto donde parece resonar el eco de tiempos antiguos. Quizá, como en Las Ventas de Retamosa, aquí hubiera existido otro canto de piedra, marcando el lugar como un hito significativo en las rutas históricas. Este tramo, identificado como el Camino Real Viejo de Extremadura (Sur), atravesaba Novés para conectar con Santa Olalla, evitando el paso por Maqueda, como hacía el Camino del Medio.
Según el profesor Jesús Rodríguez Morales, este trazado podría tener orígenes romanos, un indicio reforzado por la presencia del hidrónimo Valdeplata, un arroyo que nace cerca de la Ermita de la Virgen de la Monjía y cruza el Cordel de Santa Olalla, también conocido como el Camino Real Viejo de Extremadura (Sur).
Valdeplata: una conexión etimológica con el mundo romano
Para explorar el vínculo entre Valdeplata y las antiguas calzadas romanas, recurrimos a la etimología, esa fascinante ciencia que desentraña el origen y evolución de las palabras. En este caso, encontramos tres posibles explicaciones para el término "Plata":
- Origen árabe: "balat": En árabe, balat se refiere a empedrado o pavimento, elementos que caracterizaban las vías romanas. Durante la ocupación musulmana de la península, es común que los caminos pavimentados heredados del mundo romano adoptaran este término.
- Derivación latina: "lata": En latín, via lata significa "camino ancho". Esta interpretación sugiere que Valdeplata podría haber sido un valle atravesado por una calzada romana de considerable amplitud, algo que concuerda con la topografía de las vías principales de la época.
- Hipótesis poética: "delapidata": Existe una tercera posibilidad, más evocadora, en la que delapidata (cubierta de piedras) aludiría al trabajo de pavimentación que definía estas rutas romanas. Aunque menos común, esta interpretación añade un matiz de riqueza visual al nombre.
La memoria en los nombres
La etimología nos permite ver más allá de las palabras, revelando historias que, como las piedras de un camino antiguo, se han ido asentando con el tiempo. Si Valdeplata realmente guarda un vínculo con las calzadas romanas, nos enfrentamos a un testimonio silencioso de una infraestructura que moldeó el movimiento de personas, ideas y mercancías a lo largo de los siglos.
Es importante recordar que la etimología, aunque reveladora, no siempre ofrece certezas. Sin embargo, el simple hecho de considerar estas posibilidades enriquece nuestra comprensión del pasado y nos invita a explorar la herencia oculta en los paisajes que recorremos.
Km. 32,670 - Retorno a la Cañada Real Segoviana
Después de un cruce de carretera que exige atención y cautela, el camino retoma su curso natural y vuelvo a conectar con la Cañada Real Segoviana, un corredor histórico que resuena con el eco de siglos de trashumancia. Este tramo, aparentemente simple, encierra una rica narrativa que nos transporta al corazón de la economía y la organización social medieval.
La "Cannada de Segobia": un camino anterior a la Mesta
La primera mención documentada de la "cannada de segobia" data de 1210, en un acuerdo para delimitar territorios. Esto significa que este camino ya existía sesenta años antes de la fundación del Honrado Concejo de la Mesta por Alfonso X el Sabio en 1273, lo que confirma su importancia como un elemento preexistente en el paisaje peninsular.
Trashumancia antes de la Mesta
La existencia de la Cañada Real Segoviana antes de la organización formal de los ganaderos revela que la trashumancia ya era una actividad económica fundamental mucho antes de que la Mesta consolidara su control sobre las cañadas. Los rebaños de ovejas merinas, esenciales para la economía lanar, recorrían estos caminos guiados por pastores que entendían la tierra como un recurso compartido y vital para el sustento.
La cañada como arteria de vida
La referencia a la "cannada de segobia" en documentos tan tempranos subraya su relevancia no solo como un eje de la ganadería, sino también como un símbolo de la interacción entre el hombre y el paisaje. Estos caminos no solo conectaban territorios, sino también economías, culturas y formas de vida, forjando una red que unía el norte y el sur de la península.
Km. 33,600 - Encuentro con el Camino de Guadalupe y las complejidades de la Caminería histórica
A poco más de un kilómetro, el Camino de Guadalupe actual cruza nuestro trayecto. Esta ruta, procedente de Las Ventas de Retamosa por la variante de Camarena, continúa por la Cañada Real Segoviana hacia el sur, en dirección a Torrijos. Sin embargo, surge aquí una reflexión inevitable: el llamado "Cuarto Tramo" del Camino de Guadalupe, promocionado en la actualidad como Camino Real de Madrid a Guadalupe, carece de fundamento histórico. Ni fue "Real" ni llegó a ser propiamente un camino directo a Guadalupe.
La verdad histórica detrás de los caminos: el testimonio de José Matías Escribano
En el "Itinerario español o Guía de Caminos" (1767) de José Matías Escribano, se describe el trayecto desde Madrid a Guadalupe de forma clara y sin ambigüedades. El itinerario sigue el Camino de Extremadura, identificado como el Camino Real Viejo de Extremadura, con las siguientes etapas:
MADRID PARA GUADALUPE Y TRUXILLO
CAMINO DE RUEDA
Madrid a Talavera de la Reina: 19 leguas.
Calera: 3 leguas.
Puente del Arzobispo: 3 leguas.
La Estrella: 2 leguas.
Mohedas: 2 leguas.
Puerto de San Vicente: 4 leguas.
Halia: 4 leguas.
Guadalupe: 2 leguas.
Este camino, consolidado desde la capitalidad de Madrid en 1561, no pasaba ni por Camarena ni por Torrijos, como se sugiere en la ruta promocionada actualmente. Más bien, utilizaba el Camino Real Viejo de Extremadura hasta Talavera de la Reina, conectando con otras rutas hacia el santuario de Guadalupe.
La omisión del Reportorio de Villuga: una brecha histórica
Ya he escrito que en el Reportorio de Caminos de Villuga (1543), el tramo entre Casarrubios y Talavera no aparece reflejado, probablemente porque en ese momento la ruta no gozaba de la relevancia que adquiriría más tarde. Villuga menciona un Camino de Madrid a Torrijos, que, según sus mapas, finalizaba en esta última localidad sin conexión directa hacia Guadalupe. Esto plantea un enigma histórico: ¿por qué este tramo quedó fuera de la documentación, y qué importancia tuvo en los siglos posteriores?
La reconstrucción del Camino de Guadalupe: errores y omisiones
La ruta promocionada en la actualidad combina elementos del Camino Real Viejo de Extremadura (del Medio) y el Camino de Madrid a Torrijos, enlazando con los caminos hacia Guadalupe en La Mata. Este trazado, aunque funcional, omite kilómetros históricos de gran valor, como los que habrían seguido el Camino Real Viejo de Extremadura (Sur) por Novés y reconectado en Santa Olalla.
Incluso las primeras cartografías del Instituto Geográfico Nacional (IGN) mencionan la desaparecida Vereda / Senda de Guadalupe, que habría sido el trazado más directo y lógico. Sin embargo, en lugar de basarse en estas evidencias, se ha optado por simplificar y promocionar una ruta que no refleja la riqueza histórica real del camino.
Los caminos de fe: el auge del monasterio de Guadalupe
A pesar de las imprecisiones modernas, no se puede negar la importancia de Guadalupe como destino de peregrinación. Desde el siglo XIV hasta el XVI, el monasterio se convirtió en un centro espiritual de primer orden, favorecido por monarcas como Alfonso XI, Pedro I y los Reyes Católicos. Este auge propició la creación de múltiples caminos que conectaban el santuario con regiones como Castilla, Extremadura y Andalucía.
Es notable, sin embargo, que la documentación histórica no mencione un camino directo desde Madrid hasta Guadalupe en los siglos XIV o XV. Esto refuerza la idea de que el trazado actual es una reconstrucción moderna que ignora las rutas reales utilizadas durante el periodo de mayor esplendor del monasterio.
Caminos reales y la importancia de la memoria histórica
Este tramo nos invita a reflexionar sobre cómo interpretamos y preservamos nuestro patrimonio histórico. La promoción de un Camino de Guadalupe "moderno" sin atención al rigor histórico puede ser funcional para el peregrino actual, pero despoja al viajero de la riqueza de un relato auténtico. Recuperar y documentar las rutas originales, como la Vereda de Guadalupe o el Camino Real Viejo de Extremadura, no solo es un ejercicio de precisión, sino también una forma de honrar el pasado y conectar con la verdadera esencia de los caminos de fe.
Mientras dejo atrás esta intersección de rutas y continúo mi viaje, me pregunto cuántas historias similares esperan ser redescubiertas, ocultas entre las páginas de viejos itinerarios y los surcos de caminos olvidados.
Km. 34,650 - Encuentro con el Camino de Madereros y la Cañada Real Segoviana
El Camino de Madereros, ese posible Camino de Toledo a Ávila conocido en documentos medievales como la "Stratam que vadit de Ávila ad Toletum per Alfamin", vuelve a cruzarse con la Cañada Real Segoviana en este punto. Este encuentro de vías históricas, cargadas de significado, nos lleva de nuevo a reflexionar sobre el pasado y a reconsiderar la posible relación de este camino con el despoblado medieval de Fuente del Madero, un lugar que ha sido protagonista en este recorrido y al que hemos dedicado "ríos de tinta".
Claves históricas para localizar Fuente del Madero
La ubicación de Fuente del Madero, también conocida como Fuentelmadero, es un enigma que la documentación histórica nos ayuda a desentrañar con ciertas pistas:
* Una heredad adquirida en 1450: El concejo de Fuensalida compró Fuente del Madero al cabildo de Toledo, consolidando su importancia económica y territorial.
* Límites descritos en el siglo XV: Según los documentos, Fuente del Madero lindaba con varios caminos y lugares notables, como:
- El camino de La Jara.
- El camino de Torrejón, relacionado con el despoblado de Torrejón del Retamar.
- El camino de Ávila y el camino de Olmos.
- El monte de Alhamín, Portillo y Valhondo.
- Dos dehesas vecinas: Fuente del Madero se encontraba cerca de las dehesas de Fuente el Madero y La Reyerta, utilizadas como pasto para los ganados de la Mesta.
- Una denuncia de la Mesta en 1635: La roturación de tierras en Fuente del Madero por el ayuntamiento de Fuensalida pone de manifiesto su importancia como dehesa de pasto, confirmando su cercanía a la Cañada Real Segoviana.
- Conexión con vías históricas: Fuente del Madero estaba situada en la intersección de las rutas de Ávila a Toledo y de Maqueda a Olmos, en un punto estratégico del paisaje medieval.
La relación con el Camino de Madereros
El nombre "Madereros", que da título a este camino, podría estar relacionado con la economía de la madera en los Montes de Alhamín o, más intrigante aún, con el topónimo Fuente del Madero. Cerca de este tramo, al sureste, se encuentra un manantial conocido como Fuente de las Dehesillas, lo que refuerza la posibilidad de una conexión etimológica y territorial.
La evolución del paisaje y la importancia de la ganadería
La información recopilada sobre Fuente del Madero y la denuncia de la Mesta en 1635 refleja la transformación del paisaje agrario en esta región. Durante la Edad Media y la Edad Moderna, la presión sobre las tierras para la agricultura coexistió con la ganadería trashumante, generando tensiones entre agricultores y ganaderos. Este contexto histórico no solo ayuda a situar Fuente del Madero con mayor precisión, sino que también nos permite comprender el papel central de las dehesas en la economía de la época.
Km. 35,840 - Portillo de Toledo y el cruce de caminos históricos
Aquí, en una encrucijada marcada por el paso del tiempo, se encuentra Portillo de Toledo, un nombre que evoca imágenes de puertas y pasos hacia nuevos horizontes. En la Edad Media, este lugar era conocido como Portellu o Portello, un diminutivo del latín portus (puerta), que según el cronista toledano Fernando Jiménez de Gregorio, sugiere un punto de acceso, un tránsito hacia otro lugar. Pero, ¿puerta a qué o hacia dónde? Esa es una pregunta que la historia no ha respondido del todo.
Los orígenes de Portillo: un pasado que se remonta al siglo XII
El origen de Portillo va más allá de los tiempos medievales documentados. En 1145, aparece mencionado como una alquería en los registros históricos, y solo siete años después vuelve a figurar en un documento de la catedral de Toledo. Según la tradición local, Portillo nunca cayó bajo el dominio musulmán, sino que fue fundado por cristianos repobladores tras la reconquista de Toledo en 1085, durante el reinado de Alfonso VI.
La iglesia original de Portillo, en sus comienzos, estaba dedicada a los santos mártires San Cosme y San Damián. Con el tiempo, la advocación principal cambió a Nuestra Señora de la Paz, cuya imagen, curiosamente, llegó desde Brasil y preside hoy el altar mayor, un detalle que añade un toque exótico e inesperado a la historia del pueblo.
La Cañada Real Segoviana como frontera natural
En este punto, la Cañada Real Segoviana actúa como un límite simbólico y territorial entre Portillo de Toledo y Fuensalida, dos localidades cuyas raíces se hunden profundamente en la historia medieval. Este límite no solo divide geografías, sino que une dos historias que comparten la riqueza y complejidad de los sistemas de poder e instituciones de la época.
Fuensalida: la fuente de salida y su conexión con la Mesta
El origen del nombre Fuensalida parece estar relacionado con el uso de una fuente por los ganados trashumantes de la Mesta, un detalle que sugiere que la localidad pudo haber surgido como un punto estratégico para el abastecimiento y descanso de los pastores y sus rebaños. De hecho, el topónimo "fuensalida" se interpreta como "la fuente de salida", evocando imágenes de movimiento y transición.
La primera referencia documentada a Fuensalida aparece en un documento mozárabe de 1232, situándola firmemente en el entramado de pueblos y alquerías que emergieron en la región durante la Reconquista y el período de repoblación cristiana. Su desarrollo posterior fue influenciado por las dinámicas de poder y los sistemas sociales que caracterizaron la Castilla medieval.
Km. 38,030 - Cruce con el Camino (Sur) de Olmos a Maqueda y los ecos de los despoblados
Llegamos al cruce, esta vez con la Cañada Real Segoviana, con el camino que, en el kilómetro 18,960, identificamos como el Camino Bajo de Olmos a Maqueda, conocido en las fuentes históricas como la "Carrera que Vadit de Olmos ad Maquedam". Esta vía, según expertos en caminería como el profesor Rodríguez Morales, era también conocida como la Vereda o Camino de los Judíos, un nombre que evoca las huellas de las comunidades sefardíes que transitaron por estas tierras.
Los despoblados cercanos: un paisaje lleno de historias
Cerca de este punto, la proximidad entre los asentamientos medievales es un reflejo de una época en que la tierra se disputaba, se habitaba y, a menudo, se abandonaba. Al igual que ocurre hoy con Portillo y Fuensalida, en la Edad Media existían varios despoblados cercanos cuyos nombres resuenan en las fuentes históricas. Entre ellos destacan dos Torrejones que pudieron estar vinculados con Fuente del Madero, cada uno con su propia historia:
1. Torrejón del Retamar (Turrelium)
Este Torrejón aparece en un documento de 1153, en el que el rey Alfonso VII dona una heredad para fundar una aldea en el alfoz de Maqueda.
La donación incluye un territorio delimitado por lugares como Renales, Portillo, San Nicolás, Pozola y Turrelium.
Turrelium, identificado como Torrejón del Retamar, era una aldea bajo la jurisdicción de Maqueda y posiblemente uno de los despoblados más cercanos a Fuente del Madero.
2. El Torrejón
Mencionado en el contexto de la venta de Fuente del Madero en 1451, este Torrejón es referido como un límite de la heredad vendido por el cabildo de Toledo al concejo de Fuensalida.
Aunque la ubicación exacta de El Torrejón es incierta, se encontraba junto al camino de La Jara, en proximidad a Fuente del Madero.
¿Un único Torrejón o dos lugares distintos?
La mención de dos Torrejones plantea la posibilidad de que se trate del mismo lugar bajo diferentes denominaciones o de dos asentamientos cercanos, separados por pequeñas distancias. La falta de referencias claras en las fuentes dificulta una respuesta definitiva, pero ambos topónimos refuerzan la importancia estratégica de esta región durante la Edad Media, con caminos que conectaban núcleos como Fuente del Madero, Portillo, Fuensalida y Maqueda.
Otros despoblados: San Nicolás, Renales y Pozola / Pozolum
A la izquierda de la Cañada Real Segoviana, entre esta y la Vereda del Judío, se encontraba San Nicolás, otro despoblado medieval que se situaba entre Renales y Pozola. Estos nombres, registrados en documentos históricos, describen una red de pequeños asentamientos que definían la estructura del territorio, donde los límites se entrelazaban con caminos, cañadas y veredas.
Km. 41,490 - Regreso al cruce del Camino de Sardineros y el enigma del Pozo Romano
En este punto del recorrido, volvemos a conectar con el trazado que de la Cañada Real Segoviana que traje al inicio del viaje. Aquí, el Camino de Sardineros, que habíamos mencionado anteriormente, queda ahora a nuestra izquierda. Este camino, proveniente de Camarena y vinculado con los pasos del río Alberche, nos recuerda la importancia de estas rutas para conectar territorios y comunidades a lo largo de los siglos.
El misterio del Pozo Romano y su conexión con Pozola
Un topónimo cercano a este cruce llama poderosamente mi atención: Pozo Romano, que aparece identificado como Pico Romano en los mapas del Instituto Geográfico Nacional (IGN), pero registrado como Pozo Romano en el Catastro. Este nombre evoca un posible vínculo con un poblado medieval perdido conocido como Pozola.
Pozola en las fuentes históricas:
El nombre de Pozola aparece en un documento de 1152 de la catedral de Toledo, en el que se describen los límites de la aldea de San Nicolás, mencionando que lindaba con Pozola.
Hipótesis y suposiciones
Pozola se encontraría en la cabecera del arroyo de Valdepozos, todavía queda un vestigio de un camino conocido como "del Pozuelo" en las inmediaciones del arroyo antes mencionado. El nombre Pozo Romano podría ser un eco de este antiguo asentamiento. Su mención en documentos medievales, combinada con la aparición del topónimo en el entorno del camino, refuerza la idea de que este lugar tuvo una relevancia histórica en la configuración del territorio.
Km. 45,830 - Regreso a la Venta del Gallo y el trazado del Camino Real Viejo de Extremadura
Deshago mis rodadas para volver a un punto clave del recorrido, el vado —ahora seco— del arroyo de la Venta de Palacio, junto a la Venta del Gallo. En este lugar, dejo la Cañada Real Segoviana y tomo de nuevo el Camino Real Viejo de Extremadura, esa ruta histórica que conecta el pasado medieval con los vestigios aún más antiguos de la red viaria romana.
¿Un vestigio del Itinerario de Antonino?
El Camino Real de Extremadura, tan arraigado en la historia moderna como vía de conexión entre Madrid y Extremadura, podría ser más antiguo de lo que pensamos. Algunos estudiosos han sugerido que este camino podría seguir, al menos parcialmente, el trazado de una vía romana que formaba parte del Itinerario de Antonino, específicamente la ruta A25, que unía Emerita Augusta (Mérida) con Caesaraugusta (Zaragoza), pasando por Toletum (Toledo) y Complutum (Alcalá de Henares).
La teoría de los empalmes y la mansión de Toletum
El gran investigador Gonzalo Arias, en su estudio de las vías romanas, propuso la teoría de los empalmes, según la cual las rutas descritas en el Itinerario no buscaban el camino más corto o directo, sino que se trazaban según las necesidades logísticas del ejército romano. Estas rutas estaban diseñadas para facilitar la recolección del annona, ese impuesto en especie que mantenía a las tropas abastecidas.
Aplicando esta teoría al Camino Real de Extremadura, se puede plantear que la "mansión de Toletum", mencionada en el Itinerario de Antonino, no se encontraba en el centro de la ciudad de Toledo, sino en un punto estratégico a las afueras, probablemente en un lugar donde convergían varias vías y se facilitaba el almacenamiento y distribución del annona.
¿La Venta del Gallo como mansión logística?
La Venta del Gallo, por su ubicación estratégica, bien podría haber sido uno de esos puntos logísticos donde las rutas del Itinerario de Antonino se cruzaban. Desde aquí, las conexiones con otros lugares clave del Imperio Romano podrían haber sido las siguientes:
- Hacia el oeste, con Augustobriga: Esta ciudad, sumergida actualmente bajo el embalse de Valdecañas, habría sido un importante punto de la ruta hacia Emerita Augusta.
- Hacia el sur, con Toletum: El principal núcleo urbano de la región y eje central de las comunicaciones.
- Hacia el este, con Titulciam: Aquí se abre un debate fascinante. Según el profesor Jesús Rodríguez Morales, la mansión perdida mencionada en el Itinerario no estaría en la actual Titulcia, sino en Móstoles, un punto más lógico en el trazado hacia Complutum. Esto se refuerza por el hecho de que Titulcia, hasta tiempos relativamente recientes, era conocida como Bayona de Tajuña, sugiriendo un cambio toponímico posterior.
Un camino entre la historia y la arqueología
Aunque la conexión entre el Camino Real de Extremadura y las vías romanas del Itinerario de Antonino aún carece de pruebas arqueológicas concluyentes, la hipótesis es fascinante. Si el trazado medieval conserva parte de esta red viaria milenaria, no solo estaríamos transitando una ruta histórica, sino también un testimonio vivo de la planificación logística del Imperio Romano.
La Venta del Gallo, con su historia y posición estratégica, podría haber sido un lugar clave en este entramado, uniendo rutas y abasteciendo a los viajeros que atravesaron la península durante siglos. Esta posibilidad añade una nueva capa de significado a este recorrido, convirtiéndolo en un viaje a través de las conexiones que han sostenido a las sociedades a lo largo del tiempo.
Km. 49,630 - Cruce, de nuevo, con el Camino de Guadalupe y los caminos arroyados
Tras superar uno de los repechos más significativos del recorrido y remontar el valle, me encuentro nuevamente con el Camino de Guadalupe, una ruta que reinterpreta la caminería histórica, trazando un rodeo hacia el sur. Este punto del recorrido me brinda la ocasión perfecta para reflexionar sobre un fenómeno que hemos enfrentado a lo largo de buena parte del viaje: los caminos arroyados, testigos de la interacción entre el agua, la tierra y la acción humana.
"Este Camino Real de la diligencia (Camino de rueda), que es el mejor sistema para recorrer esta larga ruta que carece de interés. El camino es malo, los coches lentos, las posadas misérrimas. Es muy poco frecuentada, por mucho que se trate de la ruta de Madrid a Lisboa." MANUAL PARA VIAJEROS POR ESPAÑA Y LECTORES EN CASAS VOL. V del hispanista inglés RICHARD FORD en 1830
Cuando el agua esculpe el paisaje
Los caminos arroyados, esos senderos que parecen más cauces secos que vías de tránsito, no son simples accidentes de la naturaleza. Son, en realidad, el resultado visible de un complejo diálogo entre el agua que fluye, la topografía del terreno y las huellas que la humanidad ha dejado en el paisaje.
El agua: escultora incansable
El agua, en su incesante búsqueda de descenso, actúa como una fuerza modeladora del terreno. Las lluvias, al caer sobre superficies inclinadas, forman pequeños regueros que, con el tiempo, se transforman en barrancos, torrentes e incluso en auténticos arroyos. Este proceso esculpe el paisaje, marcándolo con surcos que evidencian el paso de miles de gotas.
Caminos víctimas de la erosión
Los caminos no pavimentados, especialmente aquellos que cruzan suelos blandos o poco compactos, son vulnerables a la acción erosiva del agua. La lluvia que desciende por estos senderos arrastra tierra, grava y piedras, formando socavones y surcos cada vez más profundos. Con el tiempo, estas vías pueden llegar a ser intransitables, transformándose en verdaderos cauces cuando las lluvias son intensas.
La huella de la actividad humana
La intervención humana no solo no detiene este proceso, sino que con frecuencia lo agrava. El paso constante de vehículos, animales y personas compacta el suelo, haciéndolo menos permeable y aumentando la escorrentía superficial. La deforestación, al eliminar la cubierta vegetal que protege y estabiliza el terreno, expone aún más los caminos a la erosión.
Caminos arroyados en el Camino Real de Extremadura
A lo largo del Camino Real de Extremadura, entre Ventas de Retamosa y San Silvestre, la erosión del agua ha dejado su marca indeleble. En ciertos tramos, el camino se ha convertido en un auténtico lecho de arroyo, con surcos profundos y piedras sueltas que dificultan el paso. Estos senderos, castigados por el tiempo y el agua, son una prueba palpable de la fuerza de la naturaleza y del abandono de ciertos caminos en favor de rutas más adecuadas.
Cómo prevenir la erosión de los caminos
La lucha contra los caminos arroyados no es solo una cuestión de comodidad, sino de conservación histórica y ambiental. Algunas medidas clave para prevenir la erosión incluyen:
- Drenajes y cunetas: Construir sistemas de canalización que desvíen el agua de lluvia fuera del camino.
- Revegetación: Plantar árboles y arbustos a ambos lados del camino para estabilizar el suelo y reducir la escorrentía.
- Pavimentación selectiva: Utilizar materiales resistentes en los tramos más vulnerables a la erosión.
- Restricción de uso: Limitar el tránsito de vehículos y animales en épocas de lluvias intensas para evitar la compactación del suelo.
- Los caminos arroyados: testigos silenciosos de la historia
Estos caminos erosionados no son solo un desafío para el tránsito actual, sino también un testimonio de la relación entre la naturaleza y la humanidad. Cada surco y cada piedra desplazada cuentan una historia de uso, abandono y transformación. Muchos de ellos han perdido las evidencias constructivas que podrían datarlos con precisión, y han caído en desuso en favor de vías más modernas y transitables.
Km. 50,210 - Llegada a Las Ventas de Retamosa y el enigma del Camino Real Viejo de Extremadura
Al alcanzar las primeras calles de Las Ventas de Retamosa, surge nuevamente la pregunta: ¿por qué Juan Villuga, en su Reportorio de Caminos de 1546, omitió la conexión de Madrid con Extremadura que más tarde se consolidaría como el Camino Real Viejo de Extremadura? La respuesta podría estar en las circunstancias históricas de la época y en la propia evolución de estas rutas.
Las Ventas de Retamosa: un asentamiento reciente en tiempos de Villuga
Esta localidad, cuya fundación se sitúa alrededor de 1542, apenas cuatro años antes de la publicación del Reportorio, nació alrededor de unas ventas que servían como punto de descanso y avituallamiento para los viajeros. Si asumimos que el Camino Real a Extremadura no estaba consolidado en esa época, es lógico pensar que estas ventas formaban parte de una red de carreras medievales, caminos locales que conectaban unas poblaciones con otras, pero sin la estructura ni la relevancia de un Camino Real.
Herencia de las carreras medievales
Antes de convertirse en el trazado que siglos después conoceríamos como Camino Real Viejo de Extremadura, los caminos que conectaban Madrid con esta región eran herederos de las antiguas carreras medievales. Estas rutas tenían un carácter más local, adaptado a las necesidades de comunicación entre aldeas y villas.
Entre las alberguerías que jalonaban estos caminos, destaca la Venta Toribio, que más tarde dio lugar al asentamiento de El Álamo. Estas ventas eran puntos clave para los viajeros, pero su presencia no garantizaba la existencia de un camino formalizado ni consolidado como ruta principal.
Conflictos territoriales y la elección de caminos
Otro factor que podría explicar la omisión de Villuga es el conflicto territorial entre la Comunidad de Ciudad y Tierra de Segovia y los nuevos señoríos, creados a partir de antiguas tierras del Sexmo de Casarrubios. Estas disputas pudieron convertir estos caminos en rutas menos idóneas para ser reconocidas como Camino Real, ya que su estabilidad y seguridad podían estar comprometidas.
La consolidación de un Camino Real requería no solo una infraestructura adecuada, sino también una estabilidad territorial y política que permitiera su mantenimiento y protección. Esto pudo haber sido uno de los motivos por los que, en 1546, Villuga no consideró este trazado como una ruta relevante.
Una transición hacia el Camino Real
La formalización del Camino Real Viejo de Extremadura probablemente se produjo en los años posteriores, cuando Madrid asumió su papel como capital del reino en 1561. Este cambio político y administrativo impulsó la necesidad de una conexión directa y eficaz entre la capital y el suroeste peninsular, dando lugar a la consolidación de esta ruta como Camino Real.
Km. 50,980 - El Fin de la Travesía y la Última Ruta del Año
Después de más de cincuenta kilómetros recorridos, alcanzo el fin de esta travesía. El aire frío y el crepúsculo de diciembre enmarcan el momento, mientras las últimas horas del año se desvanecen con cada pedalada. Esta ruta, con su mezcla de historia, paisaje y esfuerzo, ha sido mucho más que un simple recorrido en bicicleta: ha sido una auténtica San Silvestre, una despedida del año sobre dos ruedas.
Cada kilómetro ha sido un tributo al pasado, una lección de geografía e historia que se desplegaba ante mis ojos en forma de caminos, cañadas y vestigios olvidados. Con cada subida y cada descenso, he sentido cómo la conexión entre el ciclista, la tierra y el tiempo cobraba vida.
Cierro el año con el corazón pleno, el espíritu renovado y la satisfacción de haber completado una travesía que es mucho más que un viaje: es una inmersión en la memoria del territorio. Ahora, al final del camino, celebro no solo el esfuerzo físico, sino también el privilegio de recorrer rutas que guardan los secretos de generaciones pasadas.
Una San Silvestre en toda regla, en la que las rodadas han tejido un puente entre el ayer y el hoy, cerrando un capítulo del año con la promesa de nuevas rutas y desafíos por venir.
En este viaje por los Caminos Reales y el alma de la historia, cada pedalada se convierte en una lección silenciosa, un susurro de los siglos que resuena en el eco de cada piedra. Hemos transitado rutas donde los bandidos acechaban en las sombras, donde los carros chirriaban bajo el peso del comercio y donde los viajeros compartían cuentos al calor de las ventas. El polvo de estos caminos no solo cubre ruedas y botas; es el polvo de las generaciones que dejaron su huella, de las fronteras disputadas y las vidas entrelazadas en un pasado remoto que todavía nos observa desde el horizonte.
Mientras el ciclista avanza, como San Silvestre enfrentando a su dragón, la historia se despliega bajo el cielo cambiante de la Sagra toledana. Cada ladera, cada arroyo, narra los sueños de una España que encontró en estos senderos su columna vertebral. Los campos custodian secretos de vestigios romanos, cruzadas medievales y el avance imparable de un imperio que se forjaba a golpe de rueda y al compás de los pasos. Y al final del día, entre la soledad del paisaje y el rugido amortiguado de los siglos, el viajero contemporáneo entiende que este no es solo un viaje físico, sino un descenso al corazón mismo de lo que somos.
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