Para un ciclista, las palabras RUEDA y DOLOR son como viejos compañeros de ruta, y qué lugar más apropiado para hacer honor a tales palabras que aquel en el que Conan el Bárbaro forjó su hombría, que no es otro que la RUEDA DEL DOLOR.

…Así que Conan y sus camaradas se entregaron al trabajo con una dedicación inflexible, días tras días, meses tras meses, hasta que el tiempo mismo dejó de tener sentido para ellos. Sus rostros se volvieron lánguidos, sus ojos perdieron su brillo, y sus corazones quedaron vacíos de cualquier emoción que no fuera la propia supervivencia en el momento presente. El ayer se desvaneció misericordiosamente de sus mentes; el mañana era una pesadilla aún por soñar. Cuando un esclavo de la rueda se desplomaba, incapaz de levantarse y seguir trabajando, el Amo llamaba con un gesto brusco a los omnipresentes guardias Vanir, quienes arrastraban el cuerpo jadeante lejos de la vista de todos, sin que nadie supiera su destino.

Conan a veces se preguntaba si los Vanir trataban de la misma manera a sus perros.

Las estaciones cambiaron, pero los años pasaron sin que los esclavos de la rueda pudieran liberarse de su fatídico destino. Morían unos, solo para ser reemplazados por otros, saqueados por los invasores Vanir. Entre los nuevos cautivos, algunos eran jóvenes cimmerios de linaje noble; otros, muchachos de cabello dorado de Asgard; y unos pocos, hiperbóreos demacrados con mechas rubias y lacias, de los cuales se decía que poseían conocimientos en las artes de la hechicería. Pero la Rueda no les otorgaba ningún beneficio, a ninguno de ellos.

En cuanto a las mujeres y niñas capturadas durante el asalto a la aldea de Conan, enfrentaron un destino diferente, uno que podría haber sido incluso más cruel. Conan nunca volvió a saber de su suerte…



En las áridas tierras castellanas, donde el tiempo parece detenerse en un suspiro eterno, se encuentra un rincón de misterio y belleza que ha cautivado los corazones de aquellos que han tenido la fortuna de adentrarse en sus dominios. Hablo del Valle Amblés, un paraje olvidado por muchos, pero que guarda en su seno secretos y tesoros dignos de ser descubiertos por los amantes de la naturaleza, la historia y el cine.

Su nombre, de origen incierto, AMBLÉS ¿adjetivo,sustantivo o verbo?, evoca un sonido antiguo y misterioso que parece resonar en cada rincón de esta tierra. Aquí, el tiempo transcurre de manera sosegada, como si se hubiera rendido ante la majestuosidad de la naturaleza que lo rodea.


El Valle de Amblés es una tierra de contrastes, donde conviven la dureza del granito y la suavidad de los pastos, la sequedad de las parameras y la frescura de los ríos, la soledad de los despoblados y el bullicio de los pueblos. Es un valle intramontano que se extiende entre las sierras de Ávila, La Serrota y el Canto Cachado, en la provincia de Ávila, comunidad autónoma de Castilla y León. Por él discurre el río Adaja, que recoge las aguas de numerosos arroyos que bajan de las alturas.



El valle tiene una larga historia, que se remonta a la época prerromana, cuando estaba habitado por los vettones, un pueblo celtibérico que dejó testimonios de su cultura en los castros como el de Ulaca. Estos castros eran poblados fortificados, rodeados de murallas y torreones, donde se practicaba la ganadería y la agricultura. En ellos se han encontrado restos de cerámica, armas, joyas y verracos, unas esculturas zoomorfas que representaban a toros o cerdos y que tenían una función protectora.

Durante la Edad Media, el valle fue escenario de luchas entre cristianos y musulmanes, y también de repoblaciones y fundaciones de monasterios y villas. Algunos de estos lugares conservan aún hoy su traza medieval.

vídeo con la escena mítica de la historia del cine

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Km. 00,000 - En el apacible Mirador de los Cuatro Postes, me embarco en una excursión en bicicleta que promete desvelar los tesoros del Valle Amblés. Este punto de partida, elegido estratégicamente, nos regala una de las vistas más impresionantes de la ciudad, con su majestuosa muralla alzándose en la distancia, al otro lado del sereno río Adaja.

Las murallas de Ávila, un coloso de piedra que abraza la ciudad, son un vestigio histórico de épocas pasadas. La elección de este punto para iniciar mi viaje en bicicleta no es casual. Desde aquí, podemos admirar las murallas que protegieron a la ciudad durante siglos. Cada piedra de esa muralla cuenta historias de asedios, conquistas y héroes anónimos. Es como hojear las páginas de un antiguo pergamino lleno de hazañas y misterios.

Ávila, ciudad natal de Santa Teresa, San Juan de la Cruz y ,porque no, de Prisciliano, respira espiritualidad y misticismo. Pero no todo es quietud y oración; también es el escenario de batallas medievales y luchas por el poder. El río Adaja, que serpentea a nuestros pies desde el Mirador de los Cuatro Postes, ha sido testigo de siglos de historia. Y hoy, me convierto en testigo de este legado en mi bicicleta.

No podemos olvidar que el viento que me acaricia también ha rozado las mejillas de caballeros, damas y aldeanos que una vez poblaron esta ciudad. En este punto de partida, el Mirador de los Cuatro Postes, el pasado y el presente se entrelazan de una manera única. La bicicleta, silenciosa y ágil, nos permite explorar este crisol de culturas, religiones y tradiciones de manera íntima.



Nada más comenzar este recorrido no puedo dejar de oír en mi cabeza las notas épicas de Basil PoledourisEn la vastedad del celuloide, hay ocasiones en las que la música trasciende su papel secundario y se convierte en un personaje por derecho propio. La banda sonora de Conan el Bárbaro (1982), compuesta por el genio musical Basil Poledouris, es una de esas obras maestras que no solo acompaña a la película, sino que la eleva a alturas inimaginables. Toca explorar un territorio y unas notas épicas que otorgan vida al mundo del guerrero cimmerio.

Desde los primeros acordes de la obertura, Poledouris nos envuelve en un abrazo sonoro que nos transporta al Hyborian Age, ese reino mítico donde criaturas monstruosas, magia y héroes despiadados gobiernan la tierra. La música es, de hecho, el umbral a través del cual ingresamos a este mundo hostil y salvaje. 



El tema principal, inmortalizado como "Anvil of Crom," es una marcha majestuosa que refleja la determinación y la fuerza de Conan. Con sus trompetas triunfales y coros que reverberan como los dioses de la antigüedad, esta pieza musical se convierte en el leitmotiv de nuestro héroe. Cada vez que Conan se enfrenta a desafíos insuperables, "Anvil of Crom" nos recuerda su tenacidad inquebrantable.

Pero la grandeza de Poledouris radica en su capacidad para crear emociones y atmósferas complejas. La banda sonora de Conan el Bárbaro no se limita a la grandiosidad, también nos ofrece momentos de melancolía y reflexión. "Theology/Civilization" es un ejemplo de ello, una pieza que combina la belleza y la tristeza, transmitiendo la complejidad del mundo de Conan y su lucha con la civilización que choca con su naturaleza salvaje.

Otro punto culminante es "The Orgy," una pieza que ilustra la lujuria y la decadencia de la sociedad de Thulsa Doom, el villano interpretado por James Earl Jones. La música refleja la perversidad y la decadencia con una sensualidad inquietante, sumergiendo al espectador en la corrupción del culto de Doom.

La dualidad de la banda sonora de Conan el Bárbaro es un testimonio del virtuosismo de Basil Poledouris. Él no solo enmarca las hazañas de Conan en una música majestuosa, sino que también explora la profundidad psicológica de los personajes y las complejidades de su mundo.


Esta banda sonora perdura en la memoria del cine, y cada nota es una invitación a sumergirse en un viaje, como el que voy a comenzar, que trasciende lo visual. Es una partitura que resuena en los corazones de los amantes del cine y que ha inspirado a generaciones de músicos y compositores. La música de Basil Poledouris en Conan el Bárbaro es, en última instancia, un viaje épico que nos recuerda que la música puede ser una espada tan afilada como cualquier hoja, capaz de cortar a través de las barreras del tiempo y el espacio para tocar el alma de quienes la escuchan.

Km. 01,000 - En mi búsqueda incansable de historias y aventuras, me he embarcado en un recorrido en bicicleta a través de un territorio lleno de misterio y esplendor natural. Mi ruta, a lo largo del Cordel de la Calzada o Calzadilla de Niharra, también conocida como Calzada Vieja a Ávila o Cordel de ganados, promete ser una experiencia inolvidable en pos del set de rodaje o localización de una escena mítica del cine fantástico de espada y brujería .

Este camino serpentea a lo largo de la orilla izquierda del río Adaja, un testigo silente de siglos de historia. No obstante veremos que tiene un trazado exageradamente rectilineo. Es curioso que, a pesar de su presencia majestuosa, este río no haya otorgado su nombre al Valle que se extiende a su alrededor. No, no es el Valle de Adaja, como podría parecer lógico, sino el Valle Amblés como lo llaman los del lugar, y no Valle de Amblés como aparecen en algunas fuentes y cartografías.

El misterio se esconde en el propio nombre, "Amblés". Tras investigar a fondo, me encuentro en un callejón sin salida, incapaz de desentrañar la etimología de este topónimo. ¿Qué significa Amblés? ¿Es un adjetivo que describe la belleza del valle? ¿O tal vez es un nombre antiguo que se ha perdido en las brumas del tiempo? ¿O simplemente la conjugación del verbo "amblar" actualmente en desuso?, un verbo del latín ambulare = andar. Andar moviendo a un tiempo el pie y la mano de un mismo lado, como la jirafa, en lugar de moverlos en cruz, como generalmente acontece en los cuadrúpedos. También se enseña a las caballerías este modo de andar.


Lo cierto es que este enigma lingüístico solo agrega más encanto a mi exploración. Mientras sigo los pasos de aquellos que, en tiempos remotos, caminaron por este Cordel de la Calzada, me doy cuenta de que no solo estoy explorando un hermoso valle, sino también desenterrando los misterios de su nombre.

Ávila y sus alrededores siempre me han intrigado. La historia impregna cada rincón de esta tierra, y los nombres de lugares a menudo cuentan historias propias. Mi bicicleta y yo nos convertimos en arqueólogos lingüísticos, desenterrando pistas que puedan arrojar luz sobre el enigma de "Amblés".

Mientras avanzo por el Cordel de la Calzada, maravillado por la belleza del paisaje y la misteriosa historia que envuelve esta región, no puedo evitar recordar que, a veces, lo más valioso de un viaje no es solo llegar a un destino, sino el viaje mismo, la búsqueda de respuestas en medio de la incertidumbre. Y así, pedaleo hacia el Valle Amblés, con la esperanza de desvelar sus secretos, pero sabiendo que, en última instancia, es el viaje lo que cuenta.


Km. 05,800 - En un lado del camino, en un pequeño repecho, me topo con una cruz blanca, una de las pocas diseminadas en la Calzadilla. Estas cruces aisladas son símbolos protectores, dotados de todos los poderes que la divinidad se presume que otorga. Son vestigios de una concepción religiosa que hunde sus raíces en la Edad Media, una protección simbólica contra los peligros que pudieran acechar a la comunidad desde el exterior.

Los caminos que cruzan estos terrenos, embarrados en invierno y polvorientos en verano, tienen hoy un uso principalmente agrícola. Sin embargo, en épocas pasadas, eran las rutas de comunicación utilizadas por viajeros a pie, a caballo o en carruajes. En cada pueblo o al pie del camino, una pequeña venta o posada ofrecía refugio a los viajeros y sus bestias, brindándoles la oportunidad de pasar la noche y alejarse de los peligros que aguardaban en el camino.

Leyendas y realidades se entremezclan en el murmullo de la noche y los caminos solitarios. Historias de amantes que, perdidos en sus pensamientos tras visitar a su ser querido en el pueblo vecino, se encontraban repentinamente rodeados por feroces lobos; arrieros atracados por despiadados bandoleros. Pero quizás los mayores peligros acechaban en la frontera entre lo tangible y lo etéreo: apariciones de ánimas que cruzaban desde otras dimensiones, sonidos proféticos que se elevaban desde las profundidades de la tumba. La soledad y la penumbra de la noche, en su mezcla de realidad y fantasía, confundían a los viajeros.

Frente a estos peligros, los rezos y las cruces de granito que protegían el camino se convertían en un recurso ineludible. Santiguarse y murmurar una breve oración al pasar junto a estas cruces es una tradición arraigada y que yo proceso, una forma de asegurar la protección divina en cada paso. En estos símbolos, la fe y el misterio se unían, recordándonos que, en la oscuridad de la noche y los senderos solitarios, la devoción y la esperanza eran compañeros inseparables.


Km. 14,400 - He llegado a un rincón escondido en las vastas llanuras de este valle abulense: Niharra. A simple vista, este pequeño pueblo puede parecer insignificante, pero bajo su superficie yace un tesoro de historia y tradición que merece ser explorado. El tiempo en Niharra parece transcurrir a un ritmo diferente, uno que se rige por las estaciones y las cosechas. Mientras contemplo estas primeras horas del amanecer sobre Niharra, me doy cuenta de que cada viaje, por pequeño que sea, es una oportunidad para descubrir tesoros ocultos y dar vida a la historia. 


Km. 16,400 - Con cada kilómetro que hago me doy cuenta que este viaje merece la pena, porque Niharra esconde un tesoro que pocos conocen: los restos de una villa romana del siglo II, declarada Zona de Interés Histórico.

Con el surgimiento de Óbila, la actual Ávila romana, en el siglo I a.C. y la posterior romanización de la comarca, se inicia la organización del territorio con fines económicos. La explotación agrícola se apoya en extensos latifundios gestionados desde las villas. Estas villas no solo funcionaban como centros de producción, sino también como lugares de esparcimiento y recreo, lo que viene a ser lo mismo que lo que actualmente conocemos como "picaderos", como lo llaman los más promiscuos. Durante la época visigoda, estas villas persisten en uso, aunque su naturaleza cambia, pasando de villas a tuguriae y a menudo utilizadas como cementerios parciales.

A partir del siglo III, durante el Bajo Imperio Romano y agravado desde el siglo V con las invasiones germánicas, las ciudades comienzan a perder población y su seguridad se ve comprometida. En contraste, las villas rurales ganan importancia, convirtiéndose en centros de explotación económica de carácter autárquico.


La Pared de los Moros muro de opus caementicium, ubicada en la margen izquierda del río Adaja y cruzada por una lo que posiblemente sea una ramificación de la Calzada del Puerto del Pico (Calzadilla de Niharra), representa uno de estos centros de entretenimiento y explotación de latifundios en la comarca. Fundada en el siglo II d.C. (Alto Imperio Romano), esta estructura perdura durante el Bajo Imperio (siglos IV-V d.C.) y en la época visigoda, cuando se utiliza parcialmente como necrópolis.


Esta construcción parece haber sido una villa rural con un peristilo y un impluvium, aunque las paredes estaban estucadas y no se encontraron mosaicos en el suelo (con la excepción de una única tesela recuperada durante la excavación arqueológica). Estas ruinas arqueológicas ofrecen un vistazo fascinante a la vida en la antigüedad, donde la arquitectura y la historia se entrelazan en un relato enigmático.



Km. 20,600 - Hay lugares que conservan el sabor de la historia, que resisten al paso de los siglos y que guardan secretos que solo se revelan a los ojos curiosos. Uno de esos lugares es el Puente de los Cobos, una obra de ingeniería romana que cruza el río Adaja.

El puente forma parte de una posible antigua calzada que unía Ávila con el Puerto de Menga, aunque ni yo ni los mejores expertos en caminería romana lo dan por hecho. Sin duda una ruta estratégica para el comercio y la defensa del territorio. Su construcción, para algunos, se remonta al siglo II, cuando el imperio romano dominaba la Península Ibérica. Pero su fabrica no tiene los canones imperiales, por lo que yo me decantaría por que me encuentro junto a un puente medieval.

Por él han pasado ejércitos, comerciantes, peregrinos, bandoleros y viajeros de todas clases, entre ellos los cicloturistas que disfrutamos del viaje en nuestras bicicletas.

Hoy en día un nuevo puente, más moderno y funcional, lo ha sustituido para el tráfico rodado. Pero el viejo puente sigue ahí, desafiando al tiempo, hundiendose en el río.

Km. 23,200 - En esta ocasión, me encontré a la otra orilla del río Adaja, después de cruzar el antiguo puente de los Cobos. Poco a poco, me fui alejando de su ribera, adentrándome en una travesía que prometía revelar un Puerto de montaña de cuarta categoría, cerca de lo que alguna vez fue la Venta de Don Diego, donde se encuentra otra cruz de piedra donde al pasar por su lado era obligatorio una jaculatoria. En ese momento, sentí que la historia del lugar empezaba a desvelarse ante mis ojos. La Venta de Don Diego, con su nombre de señor, me hablaba de viajeros, descanso y la vida efervescente que alguna vez llenó sus paredes. ¿Qué historias se habrán compartido allí? ¿Qué sueños y esperanzas habrán pasado por sus puertas?


Mientras avanzaba, una visión se materializó a mi derecha: el pueblo de Baterna, un remanso de tranquilidad en medio del valle. Su nombre, tan sencillo pero cargado de significado, me sumergió en una etimología que bien pudiera tener raíces romanas. Baterna, ¿una referencia a las tabernas que quizás se alzaron aquí cuando era un nudo vital en las rutas de comunicación de la antigüedad?.

Mis pensamientos volaron hacia aquellos días lejanos en los que Baterna, con su ubicación estratégica, pudo haber sido un punto de encuentro para viajeros, comerciantes y exploradores. Las tabernas, en su simplicidad, fueron testigos de historias que se tejieron en torno a copas y conversaciones. Los ecos de antiguos pasos resonaron en mi mente mientras continuaba mi recorrido en bicicleta.

Km. 26,400 - Se corona el Puerto por el Collado de los Bardalejos. Esta parte del camino es conocida como la Carretera Vieja de Ávila a Talavera, y en algunas cartografías antiguas del IGN aparece como Carretera de 3er. Orden.

Km. 28,200 - Al otro lado del collado, tras un bonito descenso, encontré un pequeño pueblo que encarna la esencia de este valle misterioso: La Hija de Dios.

La mera mención de su nombre evoca un sentimiento de asombro y curiosidad. ¿Quién, o qué, podría ser La Hija de Dios?.

La etimología de su nombre, "La Hija de Dios," es un enigma que continúa intrigándome. ¿Qué historia, qué mito, llevó a este lugar a ser llamado de esta manera? Las leyendas circulan entre sus habitantes, y cada versión agrega misterio a la narrativa. Algunos sostienen que la denominación se refiere a una figura religiosa venerada en este rincón remoto. Otros afirman que el nombre proviene de una antigua tradición que perdura en el pueblo. Pero lo cierto es por una taberna que había la regentaba un hombre apellidado «Dios», que al morir heredó su hija. A este lugar se referían los arrieros y transeúntes, al preguntarse donde iban a parar, «donde la hija del tío Dios», lo que derivó en el nombre del pueblo.

En el rincón más inesperado, hallé una pequeña piedra, objeto de especulación en el pueblo. Los lugareños la creen de origen romano, aunque no se asemeja a los miliarios de las antiguas vías, más bien parece una de esas piedras legüeras. La piedra, testigo mudo del tiempo, guarda sus secretos, desafiando las etiquetas históricas. Cada hallazgo es un misterio por resolver en este viaje en busca de la verdad.



Km. 28,800 - Me aventuro unos cientos de metros por la Nacional 502, pero no tardo en abandonarla para adentrarme en el sinuoso Camino de las Aleguillas, una ruta que serpentea hacia las primeras estribaciones de la Sierra de los Baldios. El hormigón bajo mis ruedas es un augurio inquietante, un recordatorio de las pronunciadas pendientes que tengo por delante. Cada marca en el concreto es una advertencia silenciosa de los desafíos que enfrentaré. Las cuestas empinadas son un desafío que no puedo resistir, y en cada revoloteo de mis pedales, me sumerjo más profundamente en la aventura. Cada metro ganado en altura es una victoria personal, y cada curva del camino es un misterio por desvelar. En esta danza entre la bicicleta y el sendero, encuentro la promesa de nuevos horizontes y emociones que nunca dejarán de asombrarme. La incertidumbre del camino es la esencia misma de la exploración, y es en estos desafíos donde encuentro la verdadera esencia de la vida.

En lo alto, en Los Llanos, me hallé en plena inmensidad de una explotación ganadera bovina. El aire se llenaba con los murmullos de la Raza Avileña Negra-Ibérica, un ganado imponente y majestuoso que pastaba con soberanía en su hábitat. El respeto hacia estas criaturas es crucial, y la precaución es mi brújula.

Descendiendo con la bicicleta, me embarqué en un descenso vertiginoso, cruzando el cauce del río o arroyo de los Arroyuelos. Cada giro de rueda era un recordatorio de la belleza cruda de la naturaleza, el camino se desdibuja en esta parte, parece que no se quiere que sea usado. El murmullo del agua y la brisa en mi rostro me conectaban con el mundo en estado puro. En estos momentos de unión con la tierra, me sumía en la esencia misma de la vida. Los bovidos y el río de los Arroyuelos me recordaban la importancia de respetar y cuidar nuestro entorno. En estas colinas y valles, encuentro la humildad y la maravilla que solo el mundo natural puede ofrecer.


Km. 30,800 - Una vez más, me enfrento a una empinada ascensión, y el leitmotiv de esta travesía cada vez esta más cerca. Pero como sucede en la vida, a menudo son los momentos inesperados los que enriquecen el viaje. En este caso, me vi forzado a descender de mi bicicleta cuando, en sentido contrario, se acercaba una procesión de vacas, toros y terneros, seres que, de alguna manera, evocan las figuras de los misteriosos verracos de piedra que yacen en el Valle Amblés.

Con humildad, me aparto del camino para darles paso, incluso retrocedo para asegurarme de no interrumpir su tranquilo peregrinaje. Estas majestuosas criaturas son los verdaderos reyes de este paisaje, guardianes de una tradición que se remonta a tiempos inmemoriales. Yo, un simple forastero, me convierto en espectador de una escena que me conecta con la naturaleza y la historia de este lugar.

Los ovidos, me recuerdan la armonía que puede encontrarse en la simplicidad de la vida rural. En este rincón de la Tierra, soy testigo de la coexistencia pacífica entre el hombre y la naturaleza, una lección de humildad y respeto que se ha mantenido a lo largo de los siglos.

La escena se desarrolla con gracia a medida que las reses toman su propio camino, siguiendo el curso de un arroyo, como si estuvieran coreografiando una danza ancestral. Me encuentro agradecido por esta oportunidad de ser parte de este instante fugaz, una pequeña pausa en mi viaje para apreciar la belleza y la simplicidad que esta tierra tiene para ofrecer.

El Valle de Amblés me brinda una lección invaluable: en la vida, a menudo es mejor seguir el ritmo tranquilo y majestuoso de la naturaleza que apresurarse hacia un destino.



Km. 31,800 - Al fin alcanzo el lugar donde hace 42 años se rodo una de las escenas más icónicas de cine de Espada y Brujería. Me refiero a la mítica película Conan el Bárbaro, estrenada en 1982, es un tesoro en la corona de la fantasía cinematográfica. Pero lo que muchos ignoran es que esta epopeya de espadas y hechicería, que catapultó a Arnold Schwarzenegger a la fama como el infame guerrero cimmerio, tuvo su cuartel general en tierras españolas.

El equipo de producción, bajo la dirección del inigualable John Milius, eligió la majestuosidad de los parajes de España como escenario principal para dar vida al mundo salvaje y despiadado en el que se desenvuelve Conan. Las sobriedad granitica de esta tierra abulense, la aridez de Almería, los bosques de Cuenca, y los extensos desiertos de Almería se convirtieron en el Hyborian Age, el mundo imaginario de Robert E. Howard.

Pero, entre todas las escenas memorables, hay una que se ha grabado indeleblemente en la mente de los cinéfilos y que captura la esencia misma de este filme: la Rueda del Dolor. Esta secuencia es un claro ejemplo de la habilidad de Milius para amalgamar la brutalidad de la época con una narrativa hipnótica.

La Rueda del Dolor, un tormento visualizado en los cuentos de Howard, se convierte en una pesadilla hecha realidad en la película. A través de un simbolismo sádico, la Rueda se convierte en un espectáculo sangriento, donde los condenados son condenados a una muerte lenta y espeluznante. En este contexto, la escena es una metáfora perfecta del sufrimiento y la lucha de Conan en su viaje de venganza.

Detrás de la cámara, la construcción de la Rueda del Dolor fue un desafío logístico. Fue edificada en un lugar remoto de este Valle Amblés. Los altos muros de piedra y las construcciones arcaicas dieron vida a este oscuro lugar, que encajaba a la perfección con el mundo de pesadilla que Milius deseaba transmitir.

Schwarzenegger, inmortalizado como Conan, soportó las inclemencias del clima y el peso de esa gigantesca rueda. Su musculatura, una herramienta indispensable para su personaje, se convirtió en el foco de la cámara. El sufrimiento de Conan se sentía real, y esa autenticidad se tradujo en una actuación conmovedora. 


La magia del cine reside en su habilidad para transportarnos a mundos lejanos y hacernos sentir empatía por los héroes y heroínas que pueblan estas tierras imaginarias. Conan el Bárbaro lo logra con creces, y la Rueda del Dolor es un ejemplo memorable de cómo el cine puede elevar la ficción a niveles épicos.

La rueda medía unos 15 metros de diámetro y pesaba unas 5 toneladas. Para moverla se necesitaban al menos 8 personas.

La película, filmada en España, dejó una huella imborrable en la historia del cine de fantasía, y la Rueda del Dolor permanece como un monumento a la audacia y la creatividad en la gran pantalla. Esta escena, entre muchas otras, destila el espíritu indomable de un guerrero cimmerio y el talento de un equipo que desafió las adversidades para traer a la vida una de las sagas más icónicas de la literatura pulp. El mundo de Conan puede ser salvaje, pero gracias a cineastas como John Milius, nunca deja de asombrarnos con su esplendor y su crueldad.

vídeo con la escena mítica de la historia del cine

Lamentablemente, no pude situarme justo donde se erigía el eje de la noria, ese monumento del cine de los 80. A escasos metros, una cerca se interpone entre mi curiosidad y el testimonio del pasado. En un giro inesperado, algunas reses se acercan a la puerta de la cerca, como si supieran que he ascendido hasta aquí para compartir un festín. Pero mi propósito es observar, no perturbar. 


Desde mi posición, contemplo la majestuosidad de este lugar, las ondulantes estribaciones montañosas que evocan las imágenes grabadas en la película, y "la piedra" donde los guardianes de Conan, en un caldero, resguardaban el fuego. La piedra, erguida con solemnidad en el paisaje, parece un eco de los antiguos "cantos de los responsos" que pueblan esta comarca. Estos colosales bolos, que parecen desafiar al tiempo, tienen sus raíces posiblemente en rituales vetónicos ancestrales. Los "cantos de responsos" son monumentos ciclópeos que dominan el entorno, situados estratégicamente junto a caminos y cursos de agua. A lo largo de los años, los viajeros han arrojado pequeñas piedras sobre ellos mientras rezaban responso, buscando la protección de las ánimas y cualquier otro peligro que el camino pudiera deparar.

Estudios han revelado que estas "peñas sacras" en la Península Ibérica parecen tener vínculos con un antiguo substrato proto-celta que se remonta a la Edad del Bronce, lo que explica la naturaleza arcaica de algunos de los rituales asociados a ellas. Estos ritos parecen estar relacionados con la consideración de estas grandes rocas como símbolos de perdurabilidad y su conexión con elementos fálicos.

Estos elementos son fragmentos de un cuadro histórico del cine que se despliega ante mis ojos, una ventana al pasado que se abre en este paraje rural.

La decisión de no irrumpir en la propiedad de los dueños de estos terrenos es un acto de respeto, un reconocimiento de que somos meros visitantes en esta narrativa cinematográfica. El cine y la naturaleza, como las reses que se alimentan en paz, merecen ser observadas y apreciadas sin perturbación.

Km. 34,600 - Desciendo una vez más al valle en una pedaleada frenética, siguiendo el impulso de la pendiente hasta llegar al apacible pueblo de Robledillo. Este rincón pintoresco se yergue con elegancia en la orilla izquierda del sereno arroyo del Berrocal de Duza, el cual, en su modestia, invita a ser cruzado por aquellos que se aventuran. Allí, en ese punto, se entrecruza con la ancestral Cañada de Sonsoles, una senda que ha atestiguado siglos de travesías y encuentros.

Tras enfrentar con temple los pronunciados rampones, dejo atrás la Cañada de Sonsoles, no sin una mirada agradecida por su historia. Ahora mi rumbo me lleva por el Camino que me conecta con el pintoresco pueblo de Villaviciosa.


Km. 38,000 - A orillas del arroyo de los Potrillos, emerge la pintoresca población de Villaviciosa. En su plaza central, decido hacer un breve alto, contemplando la presencia imponente de un verraco vettón que preside el lugar. Este misterioso ídolo de piedra, desprovisto de cabeza y con las extremidades rotas bajo las rodillas, proviene de las cercanías del Castro de Ulaca, un enclave que he decidido posponer para una futura exploración, junto con otros castros que se yerguen en las primeras estribaciones de la Sierra de los Baldíos.



Este peculiar verraco, testigo de eras pasadas, es un vestigio del pasado, siendo un enigma en piedra que conecta a la humanidad moderna con sus ancestros. El verraco de Villaviciosa es un guardián de la historia, una pieza enigmática que nos habla de culturas antiguas, rituales y creencias hoy en gran parte desconocidos. A sus pies, en la entrada al Castillo de Sancho Estrada, cumple la función de vigía, como lo hizo en tiempos ancestrales al observar el paso desde el Valle Amblés hacia la majestuosa Sierra de la Paramera.

Es en estos vestigios arqueológicos donde se entretejen los hilos de la historia, la intriga de las civilizaciones pasadas que forjaron el camino para nuestro presente. En cada verraco, en cada castro, se encuentra una página desgarrada de nuestro pasado, esperando a ser descifrada y revelada en su totalidad. Con más de cuatrocientos verracos que han desafiado el paso del tiempo, solo en la provincia de Ávila están la mitad de ellos, siendo un crisol de secretos y misterios que aguardan pacientemente a que los descubramos.



Km. 41,200 - Retomo el camino de la Cañada de Sonsoles. Después de discurrir por el Camino de los Molinos desde la encantadora Villaviciosa, mi destino ahora es la tranquila población de Sotalbo. El sendero comienza con algunos repechos desafiantes que me ponen a prueba. Sin embargo, en el kilómetro 40,200, encontramos un sendero único, un singletrack que deleita tanto a ciclistas experimentados como a los que se aventuran por primera vez. Este estrecho y sinuoso sendero promete una experiencia emocionante mientras desciendo, disfrutando de la belleza de la naturaleza circundante. Pronto, este camino nos lleva de vuelta a la acogedora Cañada de Sonsoles, donde mi travesía continua, contemplando, unos kilómetros más adelante, la silueta del Castillo de Malqueospese que se levanta en el horizonte.

Km. 43,300 - Parto de Sotalbo, otro rincón pintoresco con sus múltiples molinos que se alinean a lo largo del ahora sereno río Picuezo, pero que muestra pruebas de su bravura cuando se desborda. Mi ruta me lleva por la carretera que enlaza esta localidad con Mironcillo. A medio camino, diviso un sendero que serpentea hacia el misterioso Castillo de Malqueospese, un lugar que, por esta vez, opto por dejar en mi lista de pendientes. El Castillo de Malqueospese, con su misterio y su aura intrigante, será una cita para otro día.

Km. 45,900 - Una vez atravieso el  puente que se alza sobre las aguas del río Fortes, al salir de la encantadora localidad de Mironcillo, me aguarda una buena cuestecilla. El camino me conduce a una cuesta empinada que se adentra en las faldas iniciales de la Sierra de Yemas. Aquí, el terreno se convierte en un intrincado laberinto de subidas y bajadas. Mi destino es la localidad de Gemuño, un oasis en medio de esta travesía.



Km. 51,600 - Casi se pasa la hora de comer, y el destino de mi elección es la apacible localidad de Gemuño. Aquí, entre una sombra refrescante, el rincón perfecto para disfrutar de un merecido descanso y preparar un bocadillo que sacie el hambre de la travesía. Gemuño, una pequeña joya en medio de estas tierras, está atravesada por un arroyo que, en esta época del año, muestra su lecho seco. 

En el siglo XIX dejó su huella en esta localidad, otorgándole el sobrenombre de "los Ajos". ¿Qué historias, qué aromas y sabores se esconden detrás de este peculiar nombre?.

Mientras saboreo mi bocadillo bajo la sombra del muro de una casa, siento la brisa que me acaricia y escucho el susurro del arroyo seco que ha sido testigo de la vida y los cambios a lo largo de las estaciones. La bicicleta descansa a mi lado, lista para llevarme a nuevas aventuras, pero por ahora, disfruto de este rincón de tranquilidad en Gemuño.

Km. 55,700 - Con un renovado espíritu, continúo mi viaje, ahora ya de regreso a la hermosa Ávila. En mi ruta, en este punto kilométrico, accedo a la población de El Fresno, que se asienta a orillas del río Adaja.

Antes de llegar aquí, crucé el área conocida como El Merino, un despoblado que, en 1985, sirvió de escenario para una escena de la película "Los señores del acero" (también conocida como "Flesh and Blood"). Esta película de aventuras ambientada en la Europa de 1501 narra la historia de un grupo de mercenarios en sus despiadados saqueos, violencias y asesinatos. El director de cine Paul Verhoeven eligió estas calles vacías como el telón de fondo de su narrativa, convirtiendo este lugar en parte de la historia del cine.

Camilo José Cela en su libro Judíos, moros y cristianos decía de este lugar; "La mañana está fresquita y el valle Amblés, tierno y ventilado, se ofrece, descaradillo y silencioso, casi como una niña: también esperanzado y recoleto, según se mire. La Venta de Pinilla es lugar que pertenece a El Fresno, pueblo con montes mansos... en el arroyo Bascarrabal que muere en el Adaja, no debe ser nada fácil morirse ahogado..."

La bicicleta se convierte en mi compañera fiel en esta exploración, y mi curiosidad no conoce límites mientras sigo el curso de la Calzadilla de Niharra de vuelta a la civilización. 


Km. 62,200 - Retorno por las rodadas de esta mañana, encaminándome hacia las primeras calles de Ávila. Este regreso a la civilización me evoca la música que acompañaba la película de Conan, cuando el protagonista y sus compañeros se acercaban a una ciudad amurallada, similar a la que se alza frente a mí. La muralla de Ávila, con su majestuosidad milenaria, se yergue como un guardián que da la bienvenida a los viajeros que regresan de su periplo. En apenas un kilómetro, habré completado mi recorrido cicloturista, un viaje que he planeado con ilusión durante casi un año.

El Valle de Amblés, con su paisaje esculpido por la naturaleza y la historia, ha sido un anfitrión amable y generoso en mi travesía. Cada colina, cada sendero y cada río, cada repecho han compartido conmigo sus secretos y su belleza. El pasado histórico de esta tierra se manifiesta en cada rincón, en cada piedra antigua y en cada vestigio de una época que aún late en la memoria del lugar. 

El Valle de Amblés es un tesoro que invita a los viajeros a recorrerlo con calma, a saborear sus paisajes y a sumergirse en su historia. Es un lugar que deja una impresión imborrable en el alma del viajero, un recuerdo que perdurará mucho después de haber abandonado sus caminos.



La muralla de Ávila se alza ante mí, imponente y eterna, como un faro que guía el regreso. En su sombra protectora, puedo ver el punto de inicio de esta inolvidable ruta cicloturista. Mi bicicleta y yo hemos sido testigos de la grandeza de la naturaleza y la historia, y ahora, en este cierre de jornada, recordaré con gratitud cada momento de esta aventura. El Valle Amblés ha dejado una huella imborrable en mi corazón y en mi memoria, y sé que este viaje merecía la pena, y siempre lo recordaré con cariño y admiración.