El último día del verano comenzó con una suavidad inusitada. La calidez agobiante de los días anteriores se había atenuado, como si el propio clima, consciente de que el verano cedía paso al otoño, decidiera regalar una tregua. A las 08:30 de la mañana, ya con la bicicleta preparada y la mochila de agua a la espalda, comenzamos a pedalear en dirección a Aranjuez. Un recorrido que, aunque marcado por el pequeño esfuerzo físico, no era solo un desafío para las piernas, sino también para la mente. La ruta, de 81 kilómetros de distancia y un desnivel acumulado de 500 metros, nos llevaría por caminos de tierra y asfaltos poco frecuentados, pero también a un descubrimiento inesperado: la relación entre dos ciudades que, a pesar de estar separadas por miles de kilómetros y siglos, comparten una misma concepción del orden urbano.
La idea surgió en cuanto comencé a pedalear por las primeras cuestas. Durante el trayecto, me invadió una reflexión que ya había estado rondando en mi cabeza desde que había leído un artículo en profundidad sobre el trazado urbano de Aranjuez y su asombroso paralelismo con Washington D.C. ¿Cómo es posible que dos ciudades, tan distantes, tan diferentes en su contexto histórico, compartan una misma estructura urbana? Una estructura que, aunque inspirada en el rigor arquitectónico de Versailles, parece haber atravesado continentes y épocas, cruzándose en la mirada atenta de aquellos que diseñaron Washington. Pero esa conexión, aunque poco conocida, estaba ahí. Y mientras nuestras piernas luchaban por superar el primero de los dos puertos de montaña que se interpondrían en el camino, el paralelismo entre ambas ciudades se hacía más evidente, como si cada pedalada me acercara no solo a Aranjuez, sino también a una verdad olvidada por el tiempo.
Al principio, la pregunta parecía innecesaria, como esas reflexiones pasajeras que surgen en la ruta para escapar del agotamiento. Pero conforme avanzaba, mientras la carretera se transformaba en polvo, grava y silencio, recordé un texto fascinante que había caído en mis manos. Un estudio profundo sobre el trazado urbano de Aranjuez y cómo, a pesar de los siglos y los océanos que los separan, existe una sorprendente similitud con la capital de Estados Unidos, diseñada por Pierre L’Enfant. Ese texto, ese estudio académico, se convertía en la clave de la jornada, un hilo invisible que unía los 81 kilómetros de pedaladas con los trazos de un plan urbano nacido en otro continente.
La Ruta: Serranillos del Valle – Aranjuez
El día anterior había sido abrasador. El verano se resistía a marcharse. Pero el viento de la mañana trajo consigo una tregua. La suavidad del aire permitió acometer las cuestas con mayor facilidad. Las piernas, aún dormidas, agradecieron el alivio y la ruta comenzó a desplegarse frente a nuestros ojos. Los primeros kilómetros fueron cómodos. Serranillos del Valle se quedó atrás, y el horizonte se abrió ante mí como un vasto lienzo de campo madrileño, donde las pistas de tierra se sucedían sin prisa.
Pero pronto llegaron las cuestas. Uno de los dos puertos de montaña de cuarta categoría, que en el primer vistazo parecen inofensivo pero que pronto muestran su verdadero rostro, forjado por las pendientes que te dejan sin aliento, en los Montes de Bomberos de Castilla. Las bicicletas ascendían a su ritmo mientras yo, envuelto en el vaivén de las respiraciones, pensaba en los paralelismos entre estos caminos polvorientos y las ciudades que, aunque separadas por más de 7.000 kilómetros, parecían compartir una esencia común: la belleza de lo estructurado, la monumentalidad en el trazado.
Conforme avanzaba, una duda persiste en mi mente: ¿cómo se llega a eso? ¿Cómo dos ciudades, nacidas en momentos tan distintos, tan distantes, tan opuestos en el tiempo y en el espacio, comparten el mismo esqueleto? Como si el arquitecto de Washington, el francés Pierre L’Enfant, se hubiera inspirado en el Palacio Real de Aranjuez, y no en los jardines de Versailles, como comúnmente se cree. Un vínculo inexplicable, pero real.
El Estudio: El Paralelismo de Aranjuez y Washington D.C.
La investigación que había encontrado días antes en un artículo había revelado una relación nunca antes destacada. Un paralelismo entre Aranjuez y Washington D.C., estudiado a fondo, que explicaba la influencia, al parecer desconocida, de Aranjuez en el trazado de la capital estadounidense.
Durante años, el urbanismo de Washington D.C. se había atribuido exclusivamente a las influencias de los jardines de Versailles, de Le Nôtre, y de la tradición barroca europea. Sin embargo, poco se sabía de la conexión con el Real Sitio de Aranjuez. En el estudio se exploraban conexiones que, a primera vista, pueden parecer coincidencias, pero que, a medida que se profundiza en la investigación, revelan un sorprendente paralelismo estructural.
En Washington, la ciudad está organizada en torno a un eje central, con el Capitolio y la Casa Blanca a ambos extremos de un eje en forma de “L”. La organización de Aranjuez, diseñada por Giacomo Bonavía, tiene una disposición que refleja un diseño similar, con el Palacio Real en un extremo y la Iglesia de San Antonio en el otro, marcando el comienzo de un gran eje visual. ¿Coincidencia? Quizás, pero la simetría y la intencionalidad en ambos casos no pueden negarse. La misma disposición en “L” en ambas ciudades. Y, aún más intrigante, la existencia de avenidas diagonales que conectan estos puntos, como si se tratara de una misma geometría aplicada de forma independiente en ambos contextos.
La pregunta más directa: ¿Cómo es posible que L’Enfant no haya conocido el diseño de Aranjuez? Aparentemente, no hay evidencia documental directa que confirme que el arquitecto francés haya sido influenciado por los planos de Aranjuez. Sin embargo, varios factores sugieren que, al igual que Thomas Jefferson, quien tuvo acceso a los planes de Aranjuez mientras era embajador en París, L’Enfant pudo haber tenido contacto con estas ideas. Es posible que, sin haberlo reconocido explícitamente, se haya visto inspirado por la organización monumental de la ciudad española. Un vínculo que, aunque no documentado, se desvela cuando se observa con detenimiento.
La Influencia de Aranjuez: Un Secreto Compartido
En 1775, se distribuyeron copias del plano de Aranjuez entre las principales cortes europeas. Uno de esos planos, guardado en la Biblioteca Nacional de Francia, habría podido ser visto por L’Enfant en sus años de formación en París. Además, Thomas Jefferson, al conocer y estudiar el plano de Aranjuez, parece haber utilizado ese mismo modelo para ubicar la Casa Blanca y el Capitolio de la manera en que lo haría L’Enfant años más tarde. Sin duda, la influencia de Aranjuez, al igual que la de Versailles, estaba presente en los espíritus más cultos y visionarios de la época.
Lo curioso es cómo esta influencia no se detuvo en el plano urbano. Aranjuez, como escenario, como paisaje ordenado y monumental, también inspiraba a quienes lo observaban a comprender la ciudad como un símbolo de poder. El “real sitio” de Aranjuez se erige no solo como una residencia real, sino como un modelo, como una idea de lo que una ciudad, cuando está bien diseñada, puede representar para el pueblo. Un orden, un sentido de pertenencia, un diseño que sobrevive al paso del tiempo.
La Llegada a Aranjuez: Un Verdadero “Sitio Real”
Al llegar a Aranjuez, la imagen de la ciudad se revela en toda su majestuosidad. Incluso nos recibe una banda de música que ameniza una carrera solidaria por el Cancer que esta teniendo lugar. La entrada al Real Sitio, con sus jardines cuidados, sus canales de agua que trazan líneas geométricas perfectas y sus edificios que parecen hablar de épocas pasadas, me deja, siempre que llego aquí, sin aliento. Es, en efecto, una ciudad que invita a la reflexión, a la admiración de su proporción y organización, que recuerda el alma de Washington D.C., donde el Capitolio y la Casa Blanca están tan cuidadosamente posicionados en el paisaje como las estrellas en el cielo.
Nos detenemos frente al Palacio Real, respirando el aire de historia y grandeza que emana de los siglos pasados. Reponemos fuerzas en los bancos que encierran ese plaza ovalada frente al patio del armas del Palacio. Pienso en la ciudad que me espera al regreso, en esos casi 40 kilómetros que me separan de Serranillos del Valle, pero también en los más de 7.000 kilómetros que separan a estas dos ciudades, y sin embargo, están unidas por la misma visión urbana.
El Regreso: Entre Avenidas, Puentes y Fuentes
El regreso desde Aranjuez se inició por una de las avenidas de tierra que convergen en la emblemática Glorieta de las Doce Calles. Esta plaza, ideada por Juan Bautista de Toledo y Juan de Herrera en el siglo XVI, presenta una estructura radial con doce avenidas que parten desde un centro común. Su diseño no solo responde a una concepción urbanística, sino que también posee una vinculación astronómica: la disposición de las avenidas está orientada según los puntos cardinales, funcionando como un reloj solar que marca las estaciones del año. Esta conexión con la astronomía refleja el conocimiento y la precisión con los que se planificó el Real Sitio de Aranjuez.
Al abandonar la ciudad, cruzamos el puente de hierro que salva el río Jarama a la salida de Aranjuez. Esta estructura metálica, construida en el siglo XIX, es un testimonio del desarrollo industrial de la época y de la importancia del ferrocarril en la conexión entre Madrid y Aranjuez. El puente, con su arquitectura robusta y funcional, se erige como un símbolo de la ingeniería de su tiempo.
Tras cruzar el puente, comenzamos el segundo de los dos puertos de montaña de cuarta categoría que caracterizan esta ruta. Las piernas, ya fatigadas por el esfuerzo previo, comenzaron a resentirse. El calor del mediodía añadía dificultad a la ascensión, pero la determinación nos impulsaba a seguir adelante.
A medio camino entre Seseña y Torrejón de Velasco, encontramos un oasis: la Fuente de la Teja. Este antiguo abrevadero de ganado, construido en el siglo XIX, ofrece un remanso de frescura y descanso. Su agua cristalina brota de una pila de piedra, proporcionando alivio a los ciclistas y caminantes que transitan por la zona. La fuente, rodeada de un paisaje sereno, se convierte en un punto de reencuentro con la naturaleza y de reflexión sobre el esfuerzo realizado.
Con renovadas energías, continuamos el viaje de regreso, conscientes de que cada pedalada nos acercaba no solo a nuestro destino, sino también a una comprensión más profunda de la historia y la arquitectura que unen Aranjuez con Washington D.C. Un paralelismo que, como el trazado de las avenidas de la Glorieta de las Doce Calles, conecta dos mundos a través del tiempo y el espacio.