La aventura en dos ruedas aguarda, desplegando su manto de desafíos y maravillas en la ruta montañosa que serpentea a través de la Sierra de San Juan de Malagón. Aquí, el ciclista se enfrenta a un recorrido de 36,86 kilómetros, un periplo no solo físico, sino también espiritual, donde cada pedaleo es un verso en la poesía del esfuerzo y la naturaleza. La ruta, con sus 1.043 metros de Desnivel Positivo Acumulado, es una sinfonía de ascensos y descensos, con tres Puertos de Montaña que desafían la tenacidad y la voluntad: uno de Segunda Categoría y dos de Tercera, cada uno con su propia historia y su particular carácter. Para muchos, aquí encontrarán uno de los kilómetros más duros que se encuentran en los madriles, habiendo sido una de las míticas etapas de la Vuelta Ciclista a España.

No es una travesía para los débiles de corazón; con un Nivel de Dificultad IBP de 69 en menos de 37 kilómetros, es un reto que exige tanto como recompensa. Son muchos los ciclistas que se adentran en estas montañas, forjando su camino entre senderos y cumbres, pero son los menos los que se detienen a absorber la esencia de este paraje único, pueden haber pasado mil veces pero no han descubierto lo que hay a ambos lados del camino, como pueden ser la Cruz de Rubens o las Canteras de Navalacuerda que son joyas ocultas en este vasto tesoro natural, ofreciendo un momento de contemplación y asombro, pero eso sí, penalizando en sus marcas o segmentos de Strava.


Bajo la sombra imponente del Real Monasterio de El Escorial, la ruta se convierte en una meditación sobre la belleza y la resistencia, sobre la lucha contra los elementos y la búsqueda de la paz interior. En cada curva en herradura, en cada ascenso, en cada vertiginoso descenso, el ciclista no solo se enfrenta a la montaña, sino también a sí mismo, en un viaje que es tanto físico como metafísico.

Esta es la ruta en bicicleta de montaña por la Sierra de San Juan de Malagón: una invitación a desafiar los límites, a explorar lo desconocido y a redescubrir la majestuosidad del mundo que nos rodea, sobre dos ruedas que giran incansables, escribiendo historias en el camino de tierra y piedra.

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Km. 00,000 - La jornada comienza en una de las tres áreas recreativas que adornan este enclave de naturaleza y sosiego de San Lorenzo de El Escorial. El lugar elegido para el inicio de esta ruta ciclista es el conocido como El Tomillar, un espacio que ofrece no solo la comodidad de un amplio aparcamiento para dejar el coche a resguardo, sino también la promesa de un inicio sin complicaciones, lejos del bullicio del casco urbano. Este punto de partida, conocido tanto por su área recreativa como por el restaurante que reposa al pie de la carretera, aguarda como el preludio de una sinfonía que está por escribirse, realizando este remonte con más peso de lo que habitualmente he llevado en anteriores acometidas a esta sierra, a la que suelo subir lo más ligero posible.

Desde aquí, la ruta se sumerge directamente en el desafío: un Puerto de Montaña de 3ª Categoría que se alza como el primer guardián del camino. No es un inicio gradual, sino una inmersión inmediata en el alma de la montaña, un ascenso que pone a prueba el vigor desde los primeros golpes de pedal. La ruta serpentea por una carretera forestal cuyo estado, magnífico y bien conservado, es testimonio de las historias que ha albergado, incluyendo el paso de la Vuelta Ciclista a España en varias ocasiones. Este camino es más que una simple vía; es un lienzo sobre el cual se han pintado momentos de esfuerzo, triunfo.

En estos primeros kilómetros, el ciclista no solo se enfrenta a la montaña, sino que comienza a tejer su propia historia en este lugar, una historia de determinación, de conexión con el entorno y, sobre todo, de respeto por la majestuosidad de la naturaleza que lo rodea. La ruta desde El Tomillar hasta la Segunda Horizontal es un prólogo digno de lo que está por venir, una invitación a sumergirse en la belleza y los retos que aguardan en esta travesía montañosa.

Km. 01,390 - Aquí, dejamos atrás el asfalto familiar de la Primera Horizontal, girando a la derecha hacia un desafío que se eleva con una promesa de esfuerzo y recompensa. La verdadera esencia de esta primera subida se revela a partir de este desvío tras tomar este giro a la derecha y atravesar una barrera, nos enfrentamos a las  "herraduras". Este tramo de ascensión, que conecta con la llamada Segunda Horizontal, no es un simple camino, sino un laberinto de ascenso y adrenalina. Nos encontramos ante una carretera estrecha, su estado irregular y a veces malo en ciertas zonas, pero es precisamente este carácter indómito lo que le otorga su atractivo singular. En el siglo XIX, cerca de estas zetas se encontraba el conocido Polvorín de Cuelgamuros.

La subida es un rompecabezas de curvas y revueltas, conocidas como "herraduras", 14 en total, que se despliegan ante nosotros como un desafío a nuestra habilidad y resistencia. Curiosamente, en la carretera aparecen escritos los números de estas "zetas" que restan, un recordatorio constante del camino que aún queda por recorrer, evitando cualquier distracción o confusión.

A partir de aquí, la carretera se estrecha, manteniendo un estado bastante bueno pero sin ofrecer apenas descansos. El trayecto inicialmente se adentra en una zona arbolada, donde las pendientes comienzan a incrementarse de manera gradual, alcanzando un punto en el que oscilan entre el 8 y el 9%. Estas curvas, dispuestas en apenas dos kilómetros de ascenso, ofrecen un espectáculo impresionante, una danza entre la habilidad del ciclista y la caprichosa forma del terreno.

Una vez superada la herradura número 14, la ascensión comienza a decrecer en dificultad, aunque no en interés. Alcanzamos el paso canadiense, un punto en el que la calidad del asfalto empeora notablemente, añadiendo un nuevo elemento a esta ya compleja ecuación de resistencia y técnica. Este tramo de la ruta no es simplemente un camino, es una prueba, un desafío que invita a ser visto, experimentado y, sobre todo, disfrutado en toda su intensidad.

Km. 03,990 - La culminación de este primer Puerto, en el lugar conocido como el mirador de la Penosilla. Aquí, justo en los límites del incendio que azotó la zona en el verano de 1999, nos detenemos un instante, contemplando la naturaleza entrelazadas en un solo panorama. Las 14 herraduras, esa carretera que se arregló con el propósito de facilitar los trabajos de reforestación de aquel trágico suceso, nos han guiado hasta este punto, marcando no solo un logro en nuestro recorrido sino también un momento para reflexionar sobre la resilencia de la naturaleza.

La Penosilla, un topónimo que resuena con ecos del siglo XVII, era conocida como el lugar donde existía una mina de las múltiples que existían de plata, oro o cobre en Los Escoriales. Hoy, este nombre lleva consigo la memoria de un pasado minero que se funde con el presente natural. Al continuar, el asfalto cede su lugar a un sendero que serpentea por la solana del monte Abantos. Aquí, nos movemos perpendicularmente al lugar donde una vez se erigieron dos de las tres cruces que Felipe II mandó colocar con motivo de la consagración de la iglesia del monasterio en 1595. Una de esas cruces se instaló en los peñascos que luego se conocieron como la Cruz de En medio, en la actualidad, este lugar alberga un observatorio de vigilancia forestal, en lugar de la antigua cruz.

La otra cruz se encontraba en La Mira o Crevunal / Cervunal del Buitre, donde hoy se sitúa la Cruz de Abantos. Este sitio es un recordatorio del topónimo "Abanto", que proviene de una pequeña especie de buitre también conocido como Alimoche. Las cruces posiblemente se mantuvieron hasta el siglo XIX, hasta la desaparición de la comunidad de monjes jerónimos.

No es solo un hito físico en nuestro viaje, sino también un pequeño descanso, un respiro que nos prepara para lo que nos espera más adelante. Es un lugar donde la historia, la leyenda y la naturaleza se entrelazan, ofreciendo al ciclista no solo un desafío físico, sino también un viaje a través del tiempo y la memoria de un paisaje que ha visto cambiar el mundo a su alrededor.


Km. 08,090 - Nos encontramos en un umbral histórico, iniciando el remonte hacia la primera de las cruces que mandó poner Felipe II en el cerro de la Merinera, junto al Puerto de Malagón. Esta cruz, una de las menos conocidas de las tres, se alza como un mudo testigo de una historia que se entrelaza con la naturaleza y la fe. En este lugar, la sombra de un Felipe II ya cercano a su ocaso, con un alma cargada de pesares y un cuerpo lacerado por la enfermedad, parece palpitar aún en el aire.

En noviembre de 1596, impulsado por un ansia febril, el rey decidió ascender a las alturas de la sierra para contemplar, quizás por última vez, el monumental retablo de piedra y verdor que era su monasterio / fábrica de San Lorenzo. Este acto, nacido de la profundidad de un espíritu atormentado, nos hace preguntar: ¿Qué oscuras corrientes arrastraban a este monarca, ya casi un espectro, a enfrentarse a los abruptos senderos del puerto de San Juan de Malagón?

El rey, que había caído enfermo en el paso de las barcas de Aceca junto al río Tajo, y cuya salud siempre frágil se quebró de nuevo en Toledo, había escuchado los rumores sobre su muerte inminente recorriendo las calles como sombras furtivas. Tras una convalecencia que se prolongó hasta agosto, un periplo marcado por el sufrimiento, Felipe II regresó a Madrid el 3 de noviembre, para emprender luego el camino hacia El Escorial.

Desde las cumbres de la Sierra de San Juan de Malagón, la vista debía ser un bálsamo para su alma. Los jardines de la Granja de la Fresneda y la majestuosidad de San Lorenzo eran un recordatorio de la magnificencia y la búsqueda de redención del monarca. El Escorial, construido en un emplazamiento divino y rodeado de bosques y criaturas de mil colores y formas, era un reflejo de la eternidad de Dios, un santuario terrenal creado por el rey más poderoso para alcanzar la salvación.

En esta última ascensión, Felipe II, consciente de la proximidad de su final, se aferraba a la vida. A bordo de su silla de viaje, seguido por la nobleza y su séquito, buscaba sentir una vez más la emoción de la altura, donde el tiempo y el espacio se diluyen. En el traqueteo del viaje, su mente viajaba a través de los años, recordando aquellos días de juventud cuando supervisaba las obras del monasterio, o buscaba fuentes para sus jardines.

Finalmente, la comitiva real alcanzaba el collado de Malagón. Allí, junto a la cruz inmediata a la ermita de San Juan de Malagón, que Felipe II había erigido como guardianes celestiales de su obra, celebraban con comida y vino, con el mundo a sus pies, en un efímero instante de alegría y olvido. En nuestro paso por este punto kilométrico, podemos casi sentir la resonancia de aquel momento histórico, un eco que se entrelaza con nuestro propio viaje por estas tierras llenas de memoria y significado.


Km. 11,090 - Nos enfrentamos a un hito significativo en nuestra ruta: la cima de la parte más dura del puerto de Segunda Categoría que estamos remontando. Aquí, en este punto de prueba y resistencia, he sido testigo de cómo algunos ciclistas, enfrentados a los abruptos rampones en ocasiones del 17% que caracterizan esta ascensión, se ven obligados a echar pie al suelo, los dos últimos kilómetros son terribles. Superar este tramo sin sucumbir al impulso de bajarse de la bicicleta requiere una tenacidad que va más allá de la mera fuerza física; es un desafío a la voluntad y al espíritu. Cada vez que subo este Puerto el firme se encuentra más y más deteriorado, como ocurre en los caminos de alta montaña cuando no tienen mantenimiento, dándole al camino ese toque off-road que a todos nos gusta.

Junto a este Collado de San Juan de Malagón, encontramos los restos del Nevazo o Pozo de las Nieves del mismo nombre, vestigios de una historia fascinante que se entrelaza con la cultura y la economía de la región. La moda de tomar helados y bebidas frías, que llegó a Europa a finales del siglo XVI, tenía ya en España una larga tradición heredada de los árabes. Según Avicena, el hielo no solo era un lujo, sino que también poseía propiedades curativas, especialmente para fiebres y males de la cabeza.

Para conseguir este preciado hielo, se cortaba la nieve a palos a finales de la primavera y se almacenaba en ‘pozos’ profundos. Estos pozos, en los que la nieve era pisoneada y cubierta con paja, helechos o piorno, servían como reservorios naturales que mantenían el hielo durante el caluroso verano, para luego ser transportado a los lugares de consumo.

Desde finales del siglo XVI, la nieve se convirtió en un importante negocio en la Sierra de Guadarrama, llevándose a varias ciudades castellanas y a Madrid, donde la ‘Casa del Arbitrio’ en la Calle Fuencarral se convirtió en el centro de distribución. Este comercio perduró hasta finales del siglo XIX, con la llegada del frío artificial.

Curiosamente, a mediados del siglo XV, la finca de El Campillo, perteneciente a Enrique IV de Castilla, fue el lugar donde se construyó el primer pozo de nieve en la comarca escurialense. Este edificio cuadrado, con un pozo de forma tronco cónica y un cubierto de teja a cuatro aguas, ha tenido diversos usos a lo largo de la historia, desde polvorín durante la guerra civil hasta establo en la actualidad.

Desde el inicio de la construcción del Monasterio en 1569, hay mención del ‘navazo de San Joan de Malagón’.

No solo coronamos una de las partes más exigentes de nuestra ruta, sino que también nos sumergimos en la rica historia de la región, un legado que va más allá de la simple preservación del hielo y se adentra en las raíces mismas de la cultura y la economía local. Es un recordatorio de cómo el pasado y el presente se entrelazan en estos parajes, ofreciendo no solo un desafío físico, sino también un viaje a través del tiempo.

La historia de San Juan de Malagón se entreteje con la rica trama del pasado español, remontándose a los tiempos medievales cuando sus montes eran conocidos por las cacerías de osos. En el "Libro de la Montería", escrito a mediados del siglo XIV, se menciona por primera vez este lugar, describiendo la cacería en los montes de Peguerinos y situando a San Juan de Malagón / Sanct Johan de Malagón como un punto de referencia clave en estas actividades.

El topónimo, ya vinculado con una ermita hoy desaparecida, es citado en otro texto como un lugar bien conocido: "la fuente de Blasco Sancho junto a un cerrito donde pasa el camino que va a Sant Juan de Malagón, hermita bien conoscida de toda la tierra"

En un documento fechado el 7 de mayo de 1587, se describe una empresa para construir una portada y un torrejón para una campana en la ermita, bajo la supervisión del ermitaño Juan Palomo. Sin embargo, parece que esta obra, tan crucial en una ermita de alta montaña por las persistentes nieblas y las supersticiones sobre el sonido de la campana, nunca llegó a realizarse, dejando la ermita en un estado de olvido tal que hoy no queda rastro de ella.

La ermita de San Juan de Malagón también estuvo vinculada a la ancestral fiesta de los mayos, siendo costumbre ir en procesión el primer día de mayo. Este evento, sin embargo, reflejaba las tensiones entre los segovianos y escurialenses, especialmente después de que Felipe II separara a estos últimos de la jurisdicción de Segovia, aunque ambos grupos compartían los aprovechamientos comunales de las tierras. La ermita debió mantenerse en pie hasta finales del siglo XVIII y formaba parte de un vía crucis de seis iglesias que había en los términos de La Fresneda y El Escorial en tiempos de Felipe II.

La etimología del topónimo Malagón es intrigante. Al igual que "Málaga", podría derivar de una raíz semítica *l-q-ḥ «coger, asir, torcer» que significa "lugar en el que se retuerce ¿el metal o la piedra?", lo cual es coherente con la profunda relación de El Escorial y esta sierra con la minería y canteras de piedra. Sigüenza, bibliotecario de Felipe II, utiliza términos como "herrería" (lugar de fundición y forja de hierro) y "Escorial" (lugar de depósito de escorias siderúrgicas) en sus escritos. ).

En el siglo XI, lugares como Fuentelámparas, La Herrería de Fuentelámparas y El Escorial pudieron haber formado un asentamiento centrado en la siderurgia, la silvicultura, la agricultura y la ganadería. Las laderas de Las Machotas, con sus ferrerías, bosques de encinas y actividades agropecuarias, son testimonio de una economía sostenible que combinaba estas diversas actividades.

Esta rica historia, enmarcada en el paisaje y la tradición de San Juan de Malagón, ofrece una perspectiva única y enriquecedora mientras pedaleamos a través de esta región, conectándonos no solo con el presente físico del terreno, sino también con las profundas capas de su pasado.

Km. 11,590 - En la actualidad, el puerto de Malagón vive sumido en un olvido casi completo, eclipsado por otros pasos más transitados como el de Guadarrama o el de la Cruz Verde, que facilitan la comunicación entre Madrid, Segovia y Ávila. Las revueltas de su asfalto desbaratado rara vez ven pasar automóviles, ahora solo lo utilizan ciclistas y senderistas que prefieren dar más vuelta que subir por los senderos, y los antiguos refugios de viajeros —la ermita de San Juan y la venta que ofrecían consuelo tanto al cuerpo como al alma— han desaparecido sin dejar huella alguna. Incluso una placa conmemorativa de la excursión pictórica de Rubens, colocada en 1967, fue sustraída por un imbécil o imbéciles, privando al lugar de uno de sus pocos recordatorios de su rica herencia cultural.

Esa placa se puso gracias a la iniciativa de un grupo de entusiastas escurialenses en 1967, la memoria del puerto y sus históricas visitas se mantiene viva. Este grupo decidió erigir una placa de bronce en el risco más alto del cerro de la Merinera, en homenaje a Pedro Pablo Rubens, quien en 1629 inmortalizó el Real Sitio de San Lorenzo. La inscripción recuerda aquel acto de reconocimiento hacia el gran artista y el hecho histórico que vincula este paisaje con su obra.

El mismo año, estos amigos, movidos por un profundo respeto hacia la historia y el deseo de Felipe II, reemplazaron las antiguas cruces de madera por otras de metal duradero en el monte de Abantos, visible desde la lonja del monasterio. Estas cruces no solo honran la memoria del monarca, sino que también preservan su legado, manteniendo viva su presencia en estos montes.

Ya he contado que, el 14 de noviembre de 1596, un Felipe II cercano a la muerte deseó subir una vez más al puerto de San Juan. No es difícil imaginarlo allí, junto a una de esas cruces, con la mirada perdida en el horizonte, contemplando la que fue su mayor obra terrenal, con el corazón puesto en lo divino, o tal vez, en un último momento de reflexión, con el orden inverso.

Y llegamos al leitmotiv de la presente ruta que empezó a tomar forma cuando llegó a mi conocimiento la existencia de un cuadro pictórico que se encuentra en el Castillo de Longford, Inglaterra y perteneciente al Conde de Radnor, que en la década de los 60 de pasado siglo XX el historiador Luis Manuel Auberson y fray Gregorio de Andrés, bibliotecario del Monasterio, supieron de su existencia.

Según Vosters y Vergara, Pedro Pablo Rubens alude a esta pintura basada en este dibujo a Carlos I de Inglaterra en una carta en 1640 con motivo de que el rey deseaba adquirir una de las copias de esta pintura que había visto en su estudio y lo hace a través del pintor Edward Northgate el cual tiene el encargo de comprar una de las pinturas ahora desaparecida. Donde en 1629, Rubens, entrando en la cincuentena, acompañado de un joven Diego Velázquez, visitarían El Escorial y el pintor holandés tomaría unas notas para un futuro cuadro.

Rubens dice así: 

Majestad. Vea el Cuadro de San Lorenzo de El Escorial terminado siempre bajo mi supervisión por uno de mis discípulos. Ojalá la extravagancia del tema pueda dar alguna recreación a Su Majestad. La montaña se llama la Sierra de San Juan de Malagón. Es muy alta y pina, muy difícil de escalar y de bajar de manera que tuvimos las nubes muy por debajo de nosotros quedando el cielo en alto muy claro y sereno. En la cima había una gran cruz, la cual fácilmente se descubría desde Madrid.  Al lado hay una pequeña iglesia dedicada a San Juan, que no podía representarse en el cuadro porque lo teníamos a espaldas allí donde vive un ermitaño, a quien se ve con su borrico (esta última palabra en español: borrico). No hace falta decir que abajo está el soberbio edificio de San Lorenzo del Escorial con el pueblo y sus avenidas de la Fresnida (Fresneda) y sus dos estanques y la carretera de Madrid, que aparece en alto cerca del horizonte. La montaña cubierta de nubes se llama la Sierra Tocada porque casi siempre tiene un velo alrededor de la cabeza. Hay alguna torre y casa al lado, pero no me acuerdo particularmente de su nombre, aunque sé que el rey, allí, de vez en cuando, va de caza… La montaña próxima a la izquierda es la Sierra y el Puerto de Butrago”. Añade en una postdata:Se me olvidó decir que en la cima vimos mucho venado lo que se ha reproducido en la pintura”. CATÁLOGO DE LOS CUADROS DE LA COLECCIÓN DE LORD RADNOR o CONDE DE RADNOR

Se pierde este dibujo del paisaje cósmico de El Escorial;  se sabe que hubo varias copias del cuadro entre otros lugares como el Museo de Dresde y las colecciones de Conde d'Egremont y Lord Radnor.  Probablemente todos sean de Peter Verhulst, quien según maestro Rubens era un pintor de segunda categoría.

El cerro de la Merinera, hoy día, se halla envuelto en un espeso manto verde que difumina casi por completo la cruz sobre el peñasco inmortalizado por Rubens. La visión cósmica de El Escorial, que antaño podía admirarse desde este punto, se ve ahora obstaculizada por la altura de los pinos que, desde mediados del siglo XX, han sido plantados en estas alturas. Este cambio en el paisaje contrasta vivamente con su aspecto original, cuando el cerro estaba desprovisto de árboles, en gran medida debido al paso de la Real Cañada Leonesa. La actividad ganadera y la presencia de fauna autóctona, similar a la representada en el lienzo de Rubens, impedían el crecimiento de vegetación alta, manteniendo el cerro desnudo y en sintonía con la imagen capturada por el artista.

La correspondencia de Rubens con el monarca inglés arroja luz sobre la ubicación de la ya desaparecida ermita que fue visitada varias veces por Felipe II cuando cruzaba el alto del Hornillo en sus frecuentes viajes a la ciudad de Segovia, así como sobre antiguos nombres dados a la cordillera montañosa que se erige a la derecha del cuadro, cubierta de nubes, conocida en su tiempo como Sierra Tocada. Sin embargo, la mención del Puerto de Butrago / Buitrago, actual Somosierra, a la izquierda de la imagen, introduce un elemento de confusión, dado que este se encuentra en realidad bastante distante del lugar representado.

Este tipo de cartas, que a menudo se redactaban con el fin de añadir una capa de autenticidad a las obras pictóricas de ciertas colecciones privadas, plantean un intrigante cuestionamiento: ¿nos encontramos acaso ante uno de esos casos de correspondencia fabricada para dotar de legitimidad a una obra? La duda sobre la autenticidad de tales documentos añade un velo de misterio a la historia del cuadro de Rubens y a la desaparecida ermita de San Juan, complicando aún más nuestro entendimiento de la historia y la geografía que Rubens buscó capturar en su obra.

Mientras tomo un café a los pies de la cruz, reflexiono sobre cómo el paso del tiempo y la intervención humana han transformado este paisaje, no solo físicamente, sino también en nuestra percepción y comprensión de él. La historia se convierte en una narrativa compleja, tejida de hechos, mitos y especulaciones, que desafía nuestra capacidad para discernir la realidad del pasado. 

Km. 13,390 - Continuando con nuestro ascenso, dejamos atrás el lugar oculto donde se sitúa la cruz, un símbolo de historia y misterio, para encontrarnos con una señal distintiva de la ruta: el cartel diseñado por Ricardo Landaburu, conocido en el foro de Altimetrías como "BuruM". Este cartel, hecho de madera, destaca por ofrecer las características altimétricas del puerto de Abantos, convirtiéndose en un ícono reconocible para ciclistas y aficionados al ciclismo. La presencia de este cartel no solo informa, sino que también celebra la naturaleza desafiante y la importancia histórica del puerto en el contexto ciclista.

El alto de Abantos ha jugado un papel protagonista en la Vuelta a España durante casi una década, incluido en el itinerario de la competición en múltiples ocasiones, ya sea como culminación de una etapa por la sierra de Guadarrama o como puerto de paso. Su momento más emblemático se vivió en la edición de 2003, cuando se realizó una cronoescalada que pasó a la historia de la Vuelta por la memorable remontada de Roberto Heras sobre Isidro Nozal. Este duelo, cargado de emoción y tenacidad, subrayó la importancia del puerto de Abantos en el ciclismo español. La edición de 2007 marcó la última vez que Abantos figuró en el recorrido de la carrera.

Para muchos, el puerto de Abantos es considerado el más duro de la Comunidad de Madrid. Aunque personalmente lo he catalogado como un Puerto de 2ª Categoría, comenzando desde las inmediaciones del Arboreto Luis Ceballos y diferenciándolo del Puerto de 3ª de las 14 Herraduras de la Penosilla debido a un descanso en el recorrido, es justo reconocer que, si durante la ascensión no hiciéramos distingos desde El Tomillar, estaríamos hablando de un Puerto de Primera Categoría por su exigencia.

Este tramo de nuestra ruta no solo es un desafío físico, sino también un viaje a través de la historia reciente del ciclismo, recordándonos las gestas y leyendas que se han forjado en sus pendientes. La presencia del cartel de Landaburu actúa como un faro que guía a los ciclistas hacia la cima, inspirándolos con el espíritu de aquellos que han marcado su huella en el subida del Abantos, convirtiendo cada pedalada en un homenaje a la pasión y determinación que caracteriza este deporte.

Km. 14,090 - Después de dejar el Puerto de Abantos, lugar donde estaba la Meta de la Vuelta Ciclista,  solo queda una pequeña subida para coronar esta vertiente y dar por concluido este Puerto de Segunda Categoría, por eso lo he llamado a este collado MÁS ALLÁ DEL PUERTO DE ABANTOS, en el pasado toda esta zona era conocida como Nava la Carrera, dándonos pistas que fue un camino importante en la conexión de Segovia con El Escorial. Una vez alcanzada esta cota, comenzamos una vertiginosa bajada por asfalto en perfecto estado hacia Peguerinos, pasando por la zona recreativa de Fuente de las Negras y el Albergue de la Casa de la Cueva.

Km. 17,390 - El recorrido encuentra un obstáculo inesperado en este punto kilométrico. La pista de Pinares Llanos, que debería llevarnos hacia el Collado del Hornillo, se ve abruptamente interrumpida por la cartelería de prohibido el paso por montería. Este contratiempo, aunque frustrante, es un recordatorio de las múltiples facetas de la vida en la sierra, donde las actividades humanas y la conservación del entorno natural a menudo se entrecruzan, a veces de manera imprevista.

La imposibilidad de alcanzar el próximo objetivo del recorrido, un lugar inquietante que prometía añadir otra capa de experiencia a este viaje, impone una pausa en nuestra aventura, nos veremos las caras con el lugar en una futura travesía, seguramente con otro trazado y otra época del año. La veda, un periodo destinado a la caza que busca equilibrar las poblaciones de fauna y mantener el ecosistema, nos obliga a postergar este encuentro para otra ocasión, quizás bajo un trazado diferente que nos permita descubrir ese lugar sin desencantos.

Ante esta situación, no queda otra alternativa que retomar el camino de vuelta hacia la zona recreativa de la Casa de la Cueva. Este retorno no es un simple acto de resignación, sino una oportunidad para reflexionar sobre la importancia de adaptarnos a las circunstancias, respetar las tradiciones y regulaciones locales, y valorar cada momento de nuestra travesía, incluso aquellos que no siguen el guion previsto.

Km. 18,190 - Al adentrarnos en el barranco creado por el arroyo de Navalacuerda, nos enfrentamos a un descenso que pone a prueba nuestra habilidad y coraje como ciclistas. Este sendero, no apto para todos, se convierte en una auténtica delicia para aquellos que buscan emociones fuertes y desafíos técnicos en su andar en bicicleta. En mi caso, la configuración bikepacking que llevaba hacía imposible el bajarla sin poner pie en el suelo, pero aunque hubiera ido ligero no es mi especialidad. La ruta hacia el "cementerio de gigantes pétreos" se revela como un descenso hacia lo desconocido, un viaje al corazón de un paisaje que guarda secretos milenarios.

Una vez alcanzado el fondo del valle, nos encontramos envueltos en un mundo aparte, donde el sonido del agua fluyendo y el murmullo de las hojas de los pinos crean una atmósfera de ensueño. Rodeados por una espesa pinada, este entorno nos sumerge en un bosque que parece sacado de una fantasía, pudiendo sorprender algunos cérvidos que bajan a beber al arroyo, donde cada paso nos aleja más de la realidad cotidiana y nos acerca a un reino de naturaleza pura y misterio.

El sendero, ahora junto a las aguas, se vuelve ciclable, ofreciendo un camino que, aunque desafiante, nos guía con firmeza hacia nuestro objetivo. Descubrir los restos en la ladera de nuestra derecha no es tarea fácil; la vegetación y el terreno juegan al escondite con estas reliquias del pasado. Sin embargo, la persistencia se ve recompensada al fin cuando emergen ante nuestros ojos los primeros vestigios de los gigantes pétreos.

Estos restos, enormes bloques de granito que una vez se destinaron a la monumental tarea de conducir el agua por los desniveles de la sierra, nos hablan de una época en la que la ambición humana buscaba dominar el paisaje y adaptarlo a sus necesidades. Ahora, en su silencio, estos canalones pétreos cuentan una historia de ingenio, esfuerzo y, finalmente, de cambio y adaptación a soluciones más prácticas. No me puedo imaginar como los gabarreros de El Espinar, con sus caballerizas, podían transportar estos mamotretos.

La bicicleta, instrumento de nuestra exploración, se convierte en el vehículo que nos permite cruzar el umbral del tiempo, ofreciéndonos una experiencia única de descubrimiento y conexión con la naturaleza y la historia.

Km. 19,690 - La cantera de Navalacuerda emerge como un capítulo fascinante y enigmático en la historia constructiva del Monasterio de El Escorial, revelándose como un paisaje tanto sorprendente como desconocido dentro de la Sierra de Guadarrama. La visión de cientos de enormes bloques de granito, algunos apenas esculpidos de la roca madre y horadados por su centro para facilitar el transporte del agua, compone un espectáculo natural extraordinariamente sugerente en la quietud de Pinares Llanos. Estos canalones de piedra estaban destinados, sin duda, a conducir el agua a través de los desniveles de la sierra, un testimonio de la ingeniería y la ambición humana. Aquí si que se retorcía la piedra, se daba forma y puede ser el origen del topónimo "malagón".

 

Sin embargo, estos bloques de piedra fueron finalmente reemplazados por los "arcaduces", tuberías de barro cocido y vidriado diseñadas para resistir la presión del agua descendente. Esta sustitución podría haber sido motivada por la ineficacia de la argamasa necesaria para unir los bloques de piedra, en un intento de "construir a lo romano" sin disponer del avanzado hormigón hidráulico que caracterizó a las construcciones de aquella civilización.

 

 

Un documento del siglo XIX arroja luz sobre el misterio que rodea a la cantera. Tras la revolución de 1868, con la enajenación de la mayoría de las fincas del Bosque Real de San Lorenzo, un nuevo administrador exploró el territorio y descubrió las impresionantes canteras de Navalacuerda. Este relató la existencia de setecientos setenta y cinco canales de piedra labrada, desde el reinado de Carlos III, que podrían extenderse por una longitud aproximada de mil cuatrocientos diez y ocho metros. Estas obras de cantería, según sus cálculos, eran más que suficientes para conducir las aguas de la presa del Batán hasta los Jardines de la casa del Príncipe, con el objetivo de reducir el consumo de las filtraciones que afectaban al caudal de los riegos.


La mención de 1584 confirma que la cantera ya estaba en uso en esa época, extrayéndose piedra para diversas construcciones. Algunos historiadores especulan sobre la implicación de Juanelo Turriano, "maestro de aguas", en el diseño y uso de esta cantera. Sin embargo, lo que es indudable es que estas piedras han descansado en las laderas de este valle durante siglos, testigos mudos de los esfuerzos humanos por dominar y adaptar el entorno natural a sus necesidades.



Km. 21,190 - El retorno por el valle de Navalacuerda, he decidido marcarlo como el inicio de un Puerto de 3ª Categoría que se extiende hasta el punto conocido como MÁS ALLÁ DEL PUERTO DE ABANTOS. Este tramo, recorrido previamente en la subida por la otra vertiente, se caracteriza por su constante ascenso y la exigencia física que impone en este primer tramo. La llegada a la pradera del Albergue de la Casa de la Cueva, tras un esfuerzo continuado, nos recibe con un sudor, testimonio del desafío que representa esta parte del recorrido. Este es el momento en el que realmente tomamos conciencia de la pendiente enfrentada en la bajada anterior.

Es la hora de hacer una pausa, de alimentar el cuerpo y el espíritu. Monto mi hamaca, buscando el equilibrio perfecto entre descanso y disfrute, creando un espacio para comer y, posteriormente, reposar. Este momento de tranquilidad se ve realzado por el entorno natural que me rodea, con los rayos de sol filtrándose a través de las ramas de los pinos, ofreciendo un cálido abrazo que invita a la reflexión y al recogimiento.

Mi paz se ve ligeramente interrumpida por unos turistas despistados que, en su búsqueda de la placa de la esquiva mariposa de Peguerinos, me piden indicaciones. Este encuentro fortuito me trae recuerdos de una ruta anterior, la RUTA DE LA MARIPOSA, un viaje marcado por la belleza y la singularidad de la naturaleza que nos rodea. La solicitud de estos viajeros me ofrece la oportunidad de compartir conocimientos y experiencias, reafirmando la conexión entre los amantes de la naturaleza y el ciclismo.

Me preparo para enfrentar el resto del puerto, revitalizado por el descanso y la comida, y con el espíritu enriquecido por el contacto con otros exploradores del entorno natural. Este momento de pausa en la pradera de la Casa de la Cueva se convierte en un recuerdo más de la aventura, un instante de calma en el esfuerzo constante que define a la ruta y a la experiencia del ciclismo de montaña.

Así, con el cuerpo y el alma alimentados, retomo el camino con renovadas energías, listo para descubrir qué otros secretos guarda el puerto de Abantos y las sorpresas que aún me esperan en este viaje a través de la Sierra de Guadarrama.

 

Km. 23,590 - Subir un puerto por una pista forestal que cuenta con un asfalto inmaculado es una experiencia que todo ciclista agradece. La soledad de la ruta, complementada por la calidad del camino, ofrece una sensación de libertad y conexión con el entorno natural que es difícil de encontrar en otros lugares. Una vez que volvemos a coronar este collado, el escenario cambia drásticamente, dando inicio a un descenso vertiginoso.

El cambio es notable al pasar de Segovia a Madrid; las curvas que conectan el puerto de Abantos con el arroyo del Tovar revelan un asfalto cada año más deteriorado. Este tramo del camino, antaño áspero pero uniforme, ahora muestra las huellas del tiempo y el avance de la naturaleza, que, poco a poco, reclama su espacio, rompiendo el pavimento que una vez dominó el paisaje. Es un recordatorio de la constante batalla entre la mano del hombre y la fuerza implacable del entorno natural.

El contraste entre el esfuerzo requerido para ascender y la facilidad con la que se realiza el descenso es palpable. Lo que en la subida fue una lucha constante contra la pendiente y un desafío a nuestra resistencia física, en la bajada se convierte en una prueba de destreza técnica y valentía. La velocidad adquirida en el descenso, aunque emocionante, requiere una atención y un cuidado extremo, especialmente en un camino que muestra signos de deterioro y abandono.

Este tramo del viaje, marcado por la belleza del paisaje y la adrenalina del descenso, nos ofrece momentos de reflexión sobre la impermanencia y el cambio. A medida que avanzamos, sorteando obstáculos y disfrutando de la sensación de velocidad, nos damos cuenta de que cada kilómetro recorrido es una historia en sí misma, una mezcla de esfuerzo, belleza, desafío y superación.

Km. 31,990 - Descendiendo hacia la Primera Horizontal en lugar de volver por las 14 herraduras, buscamos alcanzar uno de los miradores más impresionantes del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Este lugar, con su vista panorámica, evoca las palabras de fray Sigüenza, quien describía la aldea antes de la construcción del monasterio, destacando la simplicidad y rusticidad de la vida en aquel entonces. 

“No había, en toda esta aldea, casa con ventana ni chimenea: la luz, el humo, las bestias y los hombres, todos tenían una puerta, donde se verificaba bien lo del poeta cuando pinta el tiempo que moraban en la tierra honestidad y vergüenza, que llama Reino de Saturno,…”

Fray Sigüenza pintaba un cuadro donde luz, humo, bestias y hombres compartían una única puerta, un eco del Reino de Saturno / Crono, aquella Edad Dorada de la humanidad.

Esta visión del monasterio como un Axis Mundi, un lugar de conexión entre el cielo y la tierra, donde convergen todos los rumbos de una brújula, nos sumerge en una reflexión sobre la trascendencia y el sincretismo religioso. La transformación de antiguas divinidades en figuras cristianas es un testimonio de cómo las creencias y los dioses se adaptan y sobreviven a través de los tiempos. La figura de Lug, el dios celta conocido como "el múltiple artesano" y "el de las mil artes", reconvertido en San Lorenzo, es un ejemplo de cómo las culturas se solapan y se redefinen.

La costumbre de referirse al Sol como "Lorenzo", utilizando expresiones como "como pica hoy el Lorenzo", nos conecta, quizás sin saberlo, con ese pasado celta. A pesar de que el nombre y la figura de Lug hayan caído en el olvido, la adopción de este dios solar por parte de los primeros cristianos, transformándolo en San Lorenzo, revela una estrategia de supervivencia cultural frente a la mirada inquisidora de la época.

Este mirador frente al Monasterio de San Lorenzo de El Escorial nos ofrece no solo una vista excepcional de una obra maestra arquitectónica, sino también una ventana a la comprensión de cómo el lugar se ha convertido en un punto de encuentro entre diferentes capas de significado y creencia. Aquí, en este punto de observación, somos testigos de la fusión de lo divino y lo terrenal, de cómo el legado de antiguos dioses se entrelaza con la historia cristiana y la majestuosidad arquitectónica, en un lugar que sigue siendo un símbolo de unión entre el cielo y la tierra, este tercer Templo de Salomón.

Km. 36,860 - La ruta en bicicleta que nos lleva a través de la Sierra de San Juan de Malagón y culmina en las proximidades del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial es más que un simple trayecto deportivo; es un viaje a través de la historia, la arquitectura y la mitología, entrelazadas con el desafío físico y la belleza natural.

Desde el inicio en el área recreativa de El Tomillar, ascendiendo por los puertos de montaña y cruzando el "cementerio de gigantes pétreos" en la cantera de Navalacuerda, hasta la contemplación del monasterio desde uno de los miradores más emblemáticos de la región, esta ruta nos invita a reflexionar sobre la relación entre el hombre y su entorno a lo largo de los siglos.

El desafío de ascender el puerto de Abantos, con sus tramos de asfalto inmaculado y otros, más desafiantes, donde la naturaleza reclama su espacio, simboliza la lucha constante entre el avance humano y la fuerza indomable del entorno natural. La historia de los "canalones pétreos" y los intentos de canalizar el agua en la sierra nos habla de la ingeniería y la ambición humana, a la vez que nos recuerda la necesidad de adaptación y cambio.

El contraste entre la dificultad del ascenso y la liberación del descenso refleja no solo la experiencia ciclista, sino también la dualidad de la existencia humana, marcada por esfuerzos y recompensas. La vista del monasterio desde el mirador, un lugar que fray Sigüenza asociaba con el mítico Reino de Saturno, nos conecta con un pasado donde lo divino y lo terrenal se entrelazaban en la vida cotidiana, y donde antiguos dioses como Lug encontraban nuevas formas de veneración en figuras como San Lorenzo.

Este viaje en bicicleta no es solo un ejercicio físico, sino una inmersión en las capas de significado que conforman el paisaje cultural y natural de la Sierra de Guadarrama y el Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Nos invita a considerar cómo la historia, la mitología y la arquitectura se unen en un diálogo constante con la naturaleza y cómo, a través del ciclismo, podemos explorar y apreciar estas conexiones profundas.

En última instancia, esta ruta nos ofrece una experiencia única que trasciende el mero acto de pedalear, invitándonos a contemplar la belleza del entorno, a reflexionar sobre nuestro lugar dentro de este vasto tapiz de historia y naturaleza, y a apreciar la rica herencia cultural que nos rodea. Es una llamada a la aventura, al descubrimiento y al respeto por el legado y el paisaje que compartimos.