“Las reliquias que guardaba el Convento del Castañar eran: la cabeza de Santa Barbara, un hueso de la canilla de San Cristóbal, un hueso y cabeza de las once mil vírgenes, un hueso de Santa Margarita o un trozo de caja de San Gedeón; entre otras.” Archivo Histórico Nacional, Clero, Libros o Legajos 14.635 y 14.636.


En la primavera del 2016 nos aguardo una peregrinación hacia el olvido, hacia el Convento de Nuestra Señora del Castañar, enclavado en la más cruda soledad de los Montes de Toledo. En nuestro caminar por una selva de jarales y chaparros, la historia se desplegará ante nosotros como un tapiz roído por el tiempo. Vamos tras la huella de un dios cananeo, cuyo recuerdo persiste en los topónimos que salpican la sierra, testigos pétreos de un culto milenario.

En este paraje, donde el sol se filtra con reverencia a través de las ramas, los caballeros de Asís encontraron su retiro espiritual. Fue aquí donde eligieron ocultar sus reliquias más sagradas, quizás intuyendo que la santidad de estas alturas era el refugio perfecto para sus tesoros de devoción.


Las ruinas, ahora apenas un susurro de piedra y misterio, nos hablan de aquellos tiempos. Los muros desmoronados y las arquerías quebradas se convierten en la crónica muda de un fervor ya extinto. Pero aún en su silencio, estos restos nos revelan la historia de una fe que buscó en la soledad de los montes un refugio para lo divino.

Acompañados por el eco de nuestras propias rodadas, nos adentramos en el corazón de la sierra, donde cada paso nos acerca más a la esencia de aquellos antiguos cultos y sus secretos celosamente guardados bajo el manto de la tierra.

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Km. 0,000 – Al amanecer, desde la Plaza de Toros de Sonseca, un quinteto de almas –José M. Manobel, Manuel, Manu, José Manuel y Gonzalo– nos lanzamos al camino como viejos camaradas de aventura. Nos dirigimos hacia la Sisla Mayor, el corazón latente de la meseta. Tomando la senda que serpentea hacia Orgaz, rumbo a la Dehesa de Villaverde. Allí, donde la tierra esconde una cantera de piedra berroqueña, nos espera la historia; un relato inscrito en cada grano de la áspera roca, un susurro ancestral de la tierra que han de descifrar.

Km. 1,704 – Antes de adentrarnos en los Montes de Toledo, era de ley rendir visita al lugar de los CANTOS DE JUANELO. Aquel sitio donde emergieron las columnatas que Juanelo Turriano, aquel italo-español con el ingenio de un Da Vinci, talló para equilibrar su artefacto acuático en el Tajo, entregando el vital líquido a Toledo, según plasmó Madoz. Algunos, y yo con ellos, sostenemos que dichos pilares estaban predestinados a soportar un palacio sobre el Tajo en Aranjuez, un palacio flotante al modo veneciano.

"Magníficos postes llamados de Juanelo", así los describió Pascual Madoz en 1848, "movidos y conducidos a Toledo por este grande hombre y su hija, sin más auxilio, pese a ser columnas de 75 pies de largo y 5 de diámetro". Hoy, en la cantera, apenas subsiste uno de esos postes, arruinado en su talla. Estuvimos cerca, mas el cultivo nos impidió el hallazgo. Tres de los postes yacen en Nambroca, a leguas de la cantera que visitamos, y el cuarto, en la de Sonseca. Cuatro monolitos de granito, de 1'50 metros de diámetro y 11 metros de alto, cada uno pesando 52 toneladas.



La leyenda narra que Juanelo, con solo su hija, una borrica y el mismísimo diablo, logró desplazar estas enormes piedras. Maravilla pensar cómo en el siglo XVI se pudieron mover tales colosos.


Con la construcción del Valle de los Caídos en la posguerra, estos postes fueron trasladados al Valle de Cuelgamuros, en la sierra madrileña. Una carretera desde la entrada nos guía a la explanada donde se alza la basílica, en un viaje que entrelaza la historia y la piedra.

Km. 5,938 – Tras un zigzagueante recorrido, llegamos a la pedanía-anejo de CASALGORDO, encaramada a medio camino entre Sonseca y Arisgotas. Este rincón atesora una iglesia de singular estilo, una amalgama entre lo mudéjar y lo arabesco, cuya torre del campanario se alza como un testimonio de la pericia romana, construida con los pétreos sillares provenientes de la antigua presa de Alcantarilla, ubicada en el municipio de Mazarambroz. 

Nuestro propósito nos guiaba hacia el camino de Peña del Rayo, un sendero que nos llevaría a descubrir los escasos vestigios que el arte visigodo ha dejado como huella en nuestra tierra. Un patrimonio que, a lo largo de los siglos, ha sido objeto de saqueos y despojos por parte de los habitantes de los pueblos circundantes, como el propio Casalgordo. Incluso en la apacible Sonseca, cráneos y fragmentos de cerámica visigoda, rescatados de sus sepulcros y cenobios, encontraron un uso profano al ser empleados para cuestiones tan mundanas como el tapiado de acequias o la ruptura de almendras. Esta extraña paradoja no escapa al recuerdo de un cronista local, quien inmortalizó tan curiosa anécdota en las páginas de un libro.

Km. 9,790 – Rodamos en silencio junto a las ruinas venerables de la iglesia visigoda de SAN PEDRO DE LA MATA, un Monumento Nacional que se alzaba majestuoso sobre una gran lancha de piedra. Aquella antigua construcción emanaba una potencia telúrica palpable, como si la misma tierra bajo nuestros pies guardara los secretos de siglos pasados. 


La roca que sostenía la iglesia tenía una historia escrita en su textura, una historia que se desvelaba con el transcurrir del tiempo y la erosión implacable. Después de una lluvia, el terreno se volvía particularmente inquietante, teñido de un óxido de hierro que confería a la superficie un tono siniestro, como si cada paso que dabas resonara sobre un charco de sangre antigua. 

Las teorías acerca del origen de esta ermita habían florecido a lo largo de los años, entre ellas, una sostenía que habría sido una iglesia paleocristiana romana erigida por las manos piadosas de San Eugenio. En el recuerdo de la historia, se hablaba de anacoretas que se refugiaban en su seno para entregarse a la oración, hombres y mujeres cuyas plegarias resonaban en la quietud del lugar, tejiendo una conexión entre lo terrenal y lo divino.

Las Relaciones Topográficas de Felipe II de Casalgordo, aquel compendio de tesoros olvidados y relatos ancestrales, arrojaban una luz tenue sobre el misterio que envolvía la ermita. En sus páginas, se leía con asombro: "En el término del pueblo, hay una ermita muy antigua, que no hay noticia de su fundación, que se llama Campo de la Mata, en el cual hay un letrero que se deja leer: 'Wamba me fecit' / 'El rey Wamba me hizo". Aquellas palabras grabadas en la piedra, insinuaban un pasado remoto, donde un monarca de tiempos inmemoriales, Wamba, había dejado su impronta en la edificación.


En el siglo XVIII, las Relaciones del Cardenal Lorenzana nos legaron un fragmento de historia perdida en el tiempo. Hablaban de un rincón olvidado llamado Casalgordo, donde alguna vez se alzó una ermita conocida como San Pedro de la Mata. Hoy, de aquella construcción apenas quedan ruinas desmoronadas, espejos de un pasado que susurra secretos en cada piedra.

Desde los días tumultuosos de la Reconquista, cuando los Reyes Católicos impusieron su autoridad sobre estas tierras, el culto en la ermita se reavivó. El pueblo de Casalgordo renovaba su fe con una procesión que partía de sus calles para llegar a San Pedro de la Mata el día de San Marcos, el 25 de abril. En ese templo, el eco de las oraciones resonaba, y el Concejo se hacía cargo de los gastos, incluso sufragando al cura que venía de lejos para oficiar la misa.

Pero con el tiempo, los ánimos flaquearon. En 1617, el santero de la ermita falleció, y en 1622, la procesión se vio mermada, reduciéndose a la presencia solitaria del Cura y el Sacristán que aún sostenían la llama de la devoción. Cuatro años después, la procesión se suspendió por falta de almas que la acompañaran.

El destino de San Pedro de la Mata se tornó incierto, hasta que en 1718 y 1722, se tomaron medidas para su restauración, incluso adquiriendo una imagen tallada en madera de San Pedro. No obstante, el fatídico año de 1775 marcó el declive irrevocable. El Arzobispo de Toledo, ante la ruina que amenazaba a la ermita, emitió un decreto que ordenaba trasladar la imagen de San Pedro, así como muebles y alhajas, a la parroquia de Casalgordo. El edificio, ya despojado de su techumbre y puertas, fue vendido por la suma de 1443 reales.

En estas tierras, donde la historia se tejía con hilos de soledad y desolación, la caza de la urbs regia visigoda prevalecía. Pero aquellos que buscaban a Dios a través de la vida contemplativa y ansiaban desligarse del mundo encontraron refugio en estas soledades. Siguiendo una tradición ascética que floreció entre los siglos III y V, y que se extendió por tierras de Asia, Europa y el norte de África, estos hombres y mujeres hallaron la guía de maestros espirituales para alcanzar su anhelo de espiritualidad en los desiertos silenciosos.

Estela de Baal con un Rayo, encontrada en las ruinas de Ugarit

Km. 11,220 – El viaje se extendía ante nosotros, una travesía que no nos concedía el tiempo para detenernos en las ruinas de aquel Monumento Nacional catalogado. Continuábamos por la senda hacia la enigmática Peña del Rayo, un topónimo cuyo significado y ubicación aún permanecían velados en la bruma de la incertidumbre. Conocíamos las Piedras del Rayo, esas ceraunias, según la denominación latina, que se alzaban con afiladas puntas y que, a lo largo de las eras, habían sido interpretadas por diversas culturas como objetos de origen divino o celeste, además de la vinculación con cierto dios cananeo que veremos más adelante. Entre sus contornos, se tejían creencias curativas y supersticiosas, como hilos invisibles que conectaban el mundo terrenal con el misterio de lo desconocido.


Mientras ascendíamos los Montes de Toledo, nuestro camino nos condujo junto a la CASA DE LA DEHESILLA. Sin pausa, nos acercábamos a una encrucijada que desafiaba nuestras decisiones. La elección se presentaba clara: debíamos tomar el camino que se extendía a nuestra derecha, alejándonos de la finca privada cinegética que aguardaba si continuábamos recto.


Un imaginario se desplegaba en nuestra mente al pasar por aquellos senderos, donde los Montes de Toledo eran testigos mudos de los misterios del pasado. Entre las rocas y la maleza, resplandecían dos emplazamientos, dos guardianes del tiempo: EL CASTILLEJO al Oeste, y otro en el Este, vestigios de un pasado ancestral que aún ocultaba sus secretos. La idea se tejía con cautela, como hilos de una trama antigua que sugerían un vínculo con los cartagineses, aquel pueblo que, en su afán de controlar el comercio en la Hispania, dejó su huella en estos parajes inhóspitos.

Las imágenes grabadas en nuestras mentes eran fragmentos de un rompecabezas histórico, piezas de un pasado que se resistía a ser olvidado. En aquellos Montes de Toledo, donde el tiempo se deslizaba con la cadencia de un río lento, nuestra curiosidad se encontraba con los enigmas que la historia guardaba celosamente, aguardando ser desvelados por los viajeros intrépidos que se aventuraban en su búsqueda.


Km. 12,140 - Nos adentramos en la VEREDA DEL FRAILE, un sendero que surcaba este yermo monteño y servía como vía de comunicación entre las diversas comunidades monacales de la comarca. Este antiguo camino era la prolongación del CAMINO DE SANTA BÁRBARA, que partía de la población de Arisgotas, nombre que ya hemos mencionado en estas crónicas. Santa Bárbara, una virgen y mártir cristiana de los albores del siglo III, se alzaba en el recuerdo, su figura rodeada de misterio y simbolismo. La iconografía nos la presenta con la palma del martirio y una torre, la misma que encontraríamos en nuestro trayecto de regreso, la Torre Tolanca, con sus tres ventanas que, según cuenta la tradición, representaban la Santísima Trinidad. La historia de Santa Bárbara se teñía de tragedia, encerrada por su propio padre tras su conversión al cristianismo y luego decapitada por él mismo, pereciendo bajo un rayo que fulminó al impío progenitor. Así, se le atribuyó la protección contra las tormentas y se convirtió en patrona de los artilleros, como Santa Margarita, cuyos restos también hallaban refugio en el Convento de los padres franciscanos de los Montes de Toledo, nuestro destino.


En el telar de la historia, Santa Bárbara nos llevaba de viaje en el tiempo hasta una antigua ciudad, Baalbek, conocida como Heliópolis syriae, en el actual Líbano. En aquel rincón de la antigüedad, un santuario fenicio había sido erigido en honor al dios Baal, señor de la lluvia, el trueno, el rayo y la fertilidad. Aquel lugar había sido testigo de culturas que se sucedían a lo largo de las eras: ciudad griega, colonia romana bajo el reinado de Augusto. Las raíces de Baalbek se hundían en las profundidades de la historia, con asentamientos cananitas que databan de la Edad del Bronce, una antigüedad que se desvelaba en las excavaciones bajo el templo de Júpiter. El término Baalbek, "señor de la Bekaa", resonaba con misterio, relacionado con el culto a Baal, el dios del sol, la tempestad y la fertilidad, y a Anat, diosa de la violencia, la guerra y el amor.

cierta similitud, a otra escala, con los postes de Juanelo

¿Qué relación podía existir entre estos dioses cananeos y los remotos Montes de Toledo?


En el sendero de las reliquias y el misterio, nos encontramos ante el enigma del cráneo de Santa Bárbara, patrona también de los mineros, señalando el vínculo entre estas tierras y la explotación minera. La reliquia se encuentra en paradero desconocido en la actualidad, pero se sabe que existe en al menos tres lugares: Kiev (Ucrania), Rieti (Italia) y Torcello (Venecia-Italia), siendo la más cercana hallada en el Tesoro de la Catedral de Sevilla. Una Santa de tres cabezas, como mínimo, podríamos decir con una sonrisa en los labios.

Santa Margarita, mártir del siglo III d.C., se cruzaba en nuestro camino con su historia peculiar. La vinculación con nuestro grupo velocipédico recaía en su hazaña de matar a un Dragón que previamente la había engullido. Con un crucifijo en mano, rasgó la piel del monstruo y emergió victoriosa. Las reliquias de Santa Margarita, que llegaron a la península en el siglo IX, también han perdido su rastro después de que el convento fuera abandonado.

Entre las reliquias se encontraba el hueso y el cráneo de una de las ONCE MIL VIRGENES, un enigma que desafiaba toda lógica. La historia nos llevaba al siglo IV, cuando un rey britano prometió en matrimonio a su hija Úrsula a un noble pagano. Úrsula, cristiana devota, no aceptó este destino y obtuvo tres años para peregrinar a Roma, acompañada por diez compañeras. Su peregrinación las llevó a la actual Colonia, donde cayeron en manos de los bárbaros hunos. Los hunos no podían creer su suerte al encontrar a tantas vírgenes y trataron de hacer que perdieran su virginidad. Úrsula y sus compañeras resistieron, negándose rotundamente a sus pretensiones, lo que enfureció a los bárbaros y condujo al martirio de todas ellas. Úrsula y sus compañeras murieron como mártires en defensa de su virginidad, y con el tiempo, Úrsula fue canonizada como Santa Úrsula.

Sin embargo, la confusión se apoderó de la historia. En un documento del año 922 encontrado en un monasterio cerca de Colonia, se hacía referencia a las "undécima mártires virginum" (once mártires vírgenes), pero un error de lectura lo interpretó como "undécima millia virginum" (once mil vírgenes). Esta confusión se aceptó sin cuestionamiento, y la leyenda de las once mil vírgenes se propagó como un reguero de pólvora. La historia llegó a España gracias a Beatriz de Suabia, esposa de Fernando III el Santo, que introdujo la devoción a Santa Úrsula y sus compañeras. Se construyó una iglesia en el lugar tradicional de su martirio, donde se descubrió un cementerio, y la leyenda creció aún más con el traslado de las reliquias. La cifra, ONCE MIL, otorgaba un mayor número de reliquias y una historia que se extendió a lo largo de los siglos. La incertidumbre envolvía el misterio de las reliquias, y los Montes de Toledo, con su propio enigma, se convertían en parte de esta trama histórica.

Km. 13,810 –  Nos adentramos en el misterioso paraje de LA ESTRELLA, un rincón que guarda secretos ancestrales. Aquí, las huellas del pasado revelan una conexión con la enigmática estrella de seis puntas, un símbolo que una vez estuvo vinculado a prácticas sombrías y rituales siniestros. En tiempos olvidados, cuando los dioses Moloch y Ashtoreth exigían tributos humanos en la adoración de Baal, Saturno y El, esta estrella era la marca de un oscuro culto.

Km. 14,930 – Persistimos en nuestro recorrido, siguiendo la senda que nos lleva al barranco del Arroyo de Guarajaz, cuyas aguas se entrelazan con el legendario paraje de GUARRAZAR, el del magnífico tesoro visigodo. Nuestra travesía nos conduce junto a la Fuente de Rafael, una joya de la naturaleza que despliega un paisaje asombroso ante nuestros ojos. La vereda, a medida que avanzamos, se estrecha y se convierte en un sinuoso singletrack, serpenteando, ascendiendo y descendiendo, como un sendero secreto grabado en el alma del monte. Este camino apenas figura en los mapas del IGN, un rincón oculto que desafía la exploración y añade un toque de misterio a nuestra aventura.


Km. 20,740 –  Alcanzamos la CASA DE SAN MARTIN, y ante nosotros se erige majestuosa la Sierra del Castañar, cuyo pico más elevado, el AMOR, se alza desafiante en el horizonte. Un nombre peculiar que denota la cota más alta de Ciudad Real, y que pronto conectaremos con el antiguo culto cananeo. Este culto, importado a la península ibérica por los fenicios y posteriormente por los cartagineses, encuentra aquí su eco, un rastro ancestral que se entrelaza con los pliegues de la historia.

Los antiquísimos legajos del Archivo Histórico Nacional nos susurran el enigma de un TROZO DE CAJA DE SAN GEDEÓN. ¿Qué caja podría ser esta? Una vinculación misteriosa se insinúa entre un santo hasta ahora desconocido y un fragmento de caja que, conjeturamos, debe de tratarse de una parte de su ataúd, pues las reliquias también incluyen objetos que han compartido el contacto con el cuerpo de un santo.


San Gedeón, cuyo nombre en hebreo, גִּדְעוֹן (Gedeón), significa "Destructor" o "Guerrero poderoso", emerge de las páginas del Antiguo Testamento como un juez y guerrero del Antiguo Israel. Sin embargo, la inclusión de Gedeón en el Martirologio Romano nos plantea interrogantes: ¿Por qué Gedeón y no Baraq, Jefté o Sansón, quienes también ocuparon el cargo de "juez" en Israel? 

El ciclo de Gedeón, narrado en los capítulos 6 a 8 del libro de los Jueces, no parece diferir sustancialmente de las hazañas de otros jueces mencionados en la Biblia. ¿Entonces, por qué esta elección? Tal vez, en la figura de Gedeón, el Martirologio Romano busca resumir y evocar la santidad de Dios en un período histórico oscuro y confuso, conocido como el "período de los jueces" en la historia bíblica.

El pasaje del Antiguo Testamento (Jueces 6, 25-32) nos relata cómo, tras el anuncio de un ángel, Dios ordenó a Gedeón destruir el altar del falso dios Baal y talar la ASERÁ, la diosa Aserá. Yahvé exigía la erradicación de la idolatría entre los hijos de Israel. Gedeón, por temor a su familia y la gente de la ciudad, cumplió este mandato divino de noche.

Así, nos encontramos nuevamente con una reliquia vinculada al dios Baal, una divinidad adorada por diversos pueblos en Asia Menor y áreas circundantes. Baal era el dios de la lluvia, el trueno y la fertilidad, una figura venerada en tierras como Babilonia, Cartago, Fenicia y otras culturas. Baal-Hamon, por ejemplo, era la principal deidad de Cartago, representado como un anciano barbudo con cuernos de carnero, a menudo relacionado con el Titán Cronos por los griegos antiguos. En la antigua Roma, Baal se identificó con Saturno, y la influencia cultural entre Roma y Cartago durante la Segunda Guerra Púnica pudo haber influido en la creación del festival romano de las Saturnalias. Los lazos entre dioses y hombres tejían una intrincada red que abarcaba culturas y épocas, dejando un legado de misterio en los anales de la historia.

Km. 23,590 – Avanzamos hasta el enigmático BARRANCO DEL BÚ, un toponímico curioso que, según las leyendas toledanas, guarda el eco de un antiguo dios llamado BAAL-CEBÚ. En estas tierras, un arroyo y una fuente llevaron en su leyenda el don de la fertilidad, un regalo ansiado por las antiguas almas que habitaron este rincón.


Nuestra travesía a lo largo de la vereda de La Sisla, cuyo nombre parece una evocación corrompida de la palabra latina "silva" o selva en castellano, nos conduce hacia nuestro destino. Una selva de encinas achaparradas, jara común y el susurro del viento en las laderas norteñas de la Sierra del Castañar.

Mientras pedaleamos, continuamos reflexionando sobre las reliquias que alguna vez resguardó el convento, y en particular, la misteriosa ausencia de EL HUESO DE LA CANILLA DE SAN CRISTOBAL. Este fragmento de la pierna, situado bajo la rodilla, se considera parte de las reliquias de este peculiar santo. San Cristóbal, un gigante cananeo de cinco codos de altura, aproximadamente 2.3 metros, con un aspecto aterrador que algunas representaciones ortodoxas lo muestran con cabeza de perro, nació con el nombre de Reprobus.

Su veneración en el cristianismo se remonta a tradiciones tardías y no fue ampliamente conocido en la iglesia occidental hasta la Baja Edad Media. Aunque su famosa leyenda, que parece haber sido influenciada por la mitología griega, narra cómo llevó a un niño a través de un río antes de descubrir que ese niño era Cristo. San Cristóbal se convirtió en el patrón de los viajeros y, por supuesto, en el patrón de los ciclistas.

La etimología de su nombre es curiosa, ya que, para la mayoría de los europeos, deriva del griego "Khristóphoros", que significa "Portador de Cristo". Sin embargo, en España, nuestros antepasados parecían ver una combinación única: XRISTO + BAAL = CRISTO + BAAL = CRISTÓBAL. Este peculiar nombre evoca tanto a Cristo como al dios Baal, un enigma lingüístico que perdura en nuestras tierras.

Es interesante señalar que la mayoría de las reliquias de San Cristóbal se conservan en España, un hecho que añade un toque de misterio a la figura de este santo que, en su día, pudo haber sido considerado un licántropo. Según la tradición, estas reliquias fueron trasladadas a Toledo en el año 258, apenas cuatro años después de su martirio.

Km. 26,740 – Emergemos hacia el CAMINO DEL CONVENTO, una pequeña ascensión que nos guía en dirección a Ventas con Peña Aguilera. Mientras avanzamos, el imponente PICO AMOR (1.379 m) se alza sobre nosotros, cuyo nombre también encierra misterio. Recordamos en líneas anteriores la referencia a SAN GEDEÓN, quien recibió el mandato divino de "Derribar el altar de (dios) BAAL que tiene tu padre y tala la ASERÁ (diosa Aserá) que está junto a él". ¿Quién era Aserá? Se trata de una deidad que compartía lazos con Baal y era llamada "señora Aserá del mar", similar a la VIRGEN DEL CARMEN, REINA Y SEÑORA DE MAR. También se le consideraba la "progenitora de los dioses". Aserá desempeñaba diversas funciones, compartiendo similitudes con las tres diosas del baalismo: Anat, Aserá y Astoret.

En su papel como diosa de la fertilidad vegetal, Aserá se representaba como una estaca o tronco de árbol clavado en el patio de los templos, una práctica que se remonta al siglo XVIII a.C., como se menciona en la ciudad de Mari. La palabra "aserah" también se usaba para referirse a estas estacas sagradas.

Ahora, centrémonos en ANAT/ANATH, la hija de Baal y Aserá (aunque a menudo se consideraba la misma deidad). Era hermana de Aleyin y tenía la responsabilidad de mantener con vida a los dioses, participando directamente en los sacrificios. Anat era una hermosa diosa del AMOR y la guerra, conocida como la "SEÑORA DE LA MONTAÑA". Resulta curioso que el toponímico de nuestro pico, con su relación con la "casa" de BAAL, se alinee de manera tan intrigante con esta figura divina.

Anat era la encargada de esparcir el rocío sobre la tierra, un acto esencial para la fertilidad. El culto de Anat se introdujo en Egipto durante la invasión de los hicsos, y se equiparaba a deidades como Atenea Soteira y Niké. Así, los vestigios de estas antiguas creencias y mitologías continúan susurrando en el paisaje, evocando un pasado misterioso.


Km. 27,200 – Llegamos a los vestigios del Convento franciscano descalzo de Nuestra Señora del Castañar, un rincón donde el tiempo y la historia se entrelazan en la memoria de este lugar. Entre las ruinas se destacan la Iglesia con un monolito que se erige en el centro de su nave, un pozo, viviendas y una misteriosa cueva o cripta. Este sitio albergó a miembros de la congregación durante aproximadamente 450 años, y su ubicación en los Montes de Toledo, en un paraje abrupto, lo convirtió en refugio de monjes, ascetas, teólogos e incluso de la nobleza y altas jerarquías eclesiásticas. Incluso el Cardenal Cisneros, figura ilustre de la iglesia, se retiró a meditar en este retiro espiritual durante su mandato como Guardián del convento.



Fundado en 1415 en la Finca de los señores del Castañar, este convento fue testigo de siglos de oración y reflexión antes de ser abandonado en 1835 debido a la desamortización. Su estratégica ubicación permite contemplar varios pueblos de la zona y las majestuosas Sierras de Noez, incluyendo nuestro querido Pico de Noez, Alpuebrega, Layos, Pulgar, y otros. Este lugar se convirtió sin duda en un espacio de meditación y espiritualidad en medio de la naturaleza.


En el horizonte norte, la imponente Sierra de Noez, que exploramos la semana pasada, se alza majestuosa. Mientras tomamos un merecido descanso para reponer fuerzas con plátanos, orejones y dátiles, nos encontramos frente a los restos del ábside de la iglesia, recientemente protegidos por una valla. En su interior se erige un monolito, un obelisco que en su día portaba placas en honor al ilustre guardián del convento, Fr. Francisco Jiménez de Cisneros. Este obelisco, así como otros similares, como el "digitus solis" en la Plaza de San Pedro del Vaticano, comparten un simbolismo fálico y su asociación con el culto al sol. Se dice que la palabra "obelisco" significa literalmente "Eje de Baal" o "Órgano de Baal de reproducción", lo que nos recuerda la influencia de los dioses cananeos en diversas culturas.

grabados de imágenes de Asera encontradas en la zona de Canáan, según aparecen en el libro 1000 Bible Images, de la German Bible Society.

El enigma de este lugar persiste, y nos planteamos una serie de preguntas. ¿Qué misterios oculta? ¿Qué significado tenía para aquellos que lo habitaban? ¿Por qué el Cardenal Cisneros eligió retirarse aquí? ¿Qué relación guarda con las antiguas deidades cananeas? Entre las figuras divinas mencionadas, destaca Anat, la "Señora de la Montaña", hermana de Baal. Ella estaba vinculada al Monte Ṣapānu, donde se cree que enterró el cuerpo de Baal tras su asesinato por Mot, el dios de la Muerte. Este monte, conocido en las Sagradas Escrituras como "Saphon" o "Zefón", se asocia de manera sorprendente con el origen etimológico de la palabra "España".

"Ṣapānu" = "SPN" = "ESPAÑA"

El culto a Baal Ṣapānu, también llamado Baal Saphon, desempeñó un papel relevante en las costas de la Península Ibérica, donde protegía a los navegantes. Hoy en día, una de las teorías más plausibles sobre el origen de la palabra "España" se basa en este dios.


Con todos estos misterios y conexiones en mente, nos disponemos a emprender el regreso, siguiendo el camino que nos llevará hacia Ventas con Peña Aguilera. En este punto, es interesante notar que el camino se denominaba "CAMINO DEL PUERTO CARBONEROS", lo que podría vincularse con la tradición de realizar carboneo cada 15 años en los Montes de Toledo, una práctica que permitía financiar al capellán y a los guardianes de SAN MARTIN, como exploraremos más adelante. Pero lo más curioso es que "CARBONEROS" era el nombre de una Sociedad Secreta, un gremio forestal dedicado a la producción y venta de carbón. Esta sociedad se consideraba una especie de "MASONERIA NEGRA" o "MASONERIA MONTAÑÉS", lo cual nos lleva a preguntarnos sobre las intrigas y conexiones que podrían haber existido en este lugar en tiempos pasados.


La localidad de Ventas con Peña Aguilera, que se encuentra a poco más de 8 km de distancia, guarda una interesante relación con el simbolismo de las ruedas de ocho radios, que se asemeja al diseño de la rueda de sol de ocho rayos en la Plaza de San Pedro del Vaticano y que también se relaciona con ASERÁ. Además, en uno de los caminos que conducen desde Ventas con Peña Aguilera, se descubrió una piedra con inscripciones cruciformes, un vestigio de un antiguo lugar de culto pagano que fue posteriormente cristianizado.


Así, este viaje nos lleva a explorar las profundidades de la historia y la mitología que se entrelazan en esta tierra, revelando conexiones sorprendentes y misterios aún por descubrir.


Km. 28,380 – El itinerario previsto nos guiaba hacia una ruta descendente que nos llevaría a través del Camino del Convento hasta Mazarambroz, donde conectaríamos con el Camino de Mazarambroz a Ventas con Peña Aguilera. Sin embargo, el inesperado obstáculo que encontramos nos tomó por sorpresa: una cancela cerrada y asegurada con un candado bloqueaba nuestro camino. Aunque esta vía es de dominio público según el Catastro, parecía que a algún "señorito" local no le agradaba la idea de que pasaran por sus tierras, a pesar de tratarse de un camino público de uso común.



Las tierras que nos rodeaban parecían estar vinculadas al PALACIO "novelesco" DE LOS CONDES DE FINAT, también conocido como PALACIO DEL CASTAÑAR. Este palacio ha sido declarado Bien de Interés Cultural y posee una rica historia que se remonta al siglo XII, una época marcada por la influencia templaria en la repoblación de la región. El palacio cuenta con dos hermosos jardines, uno de estilo afrancesado y otro de influencia italiana, que fueron diseñados por Joaquín Saldaña y López a partir de 1904. La inspiración de Saldaña provino de un castillo propiedad de Walter Scott, Abbotsford House. El palacio fue encargado por José Finat Carvajal, Conde de Mayalde, de Finat y de Villaflor, Marqués de Terranova, y su legado arquitectónico perdura hasta nuestros días.

José Finat Escrivá de Romaní, hijo del propietario original, fue un personaje influyente que desempeñó el cargo de alcalde de Madrid desde 1952 hasta 1965. Además, fundó la ganadería "Conde de Mayalde". Esta ganadería es especialmente conocida por su presencia en la finca El Castañar, donde pastan las vacas, mientras que los toros se crían en la finca El Espinar de Segovia, según explicó Rafael Finat Riva.

Habría sido fascinante poder acercarnos a este palacete y conocer más sobre su historia, pero cargar con cizallas para cortar candados no era parte de nuestro plan.

La referencia en el BOE sobre este palacio, al ser declarado Bien de Interés Cultural, menciona la "REPOBLACIÓN TEMPLARIA", lo que nos lleva a considerar la conexión de estos personajes con SAN PEDRO DE LA MATA, que también estaba vinculado supuestamente a la Orden Templaria. De hecho, los cimientos en ruinas del Convento del Castañar se sumergen en tierras templarias, ya que pertenecieron a la Orden como una dehesa-villa donde se estableció una casa fuerte y una granja junto a un poblado. Esta tierra estaba bajo la jurisdicción de la Encomienda de Montalbán. Los habitantes del lugar veneraban a la imagen de la capilla templaria, que en el siglo XIV era conocida como VIRGEN BLANCA, aunque se desconoce la advocación original dada por los caballeros templarios. Cuando la Orden del Temple desapareció, estas tierras pasaron a manos de la corona, y alrededor de la Virgen se estableció una comunidad de ermitaños, posiblemente formada por templarios "exclaustrados", que continuaron el culto a la imagen ahora llamada VIRGEN BLANCA. Más tarde, en el siglo XV, los padres franciscanos fundaron un convento en este lugar y siguieron venerando a la imagen, que fue renombrada como VIRGEN BLANCA, aunque su origen templario permanecía en la memoria colectiva.

Es bien sabido que el Cardenal Cisneros tenía una profunda conexión con la Orden del Temple y una marcada influencia neo-templaria en su ideario. Nacido en tierras templarias, Gonzalo Ximénez de Cisneros, quien más tarde tomó el nombre de Francisco al unirse a los franciscanos, estaba vinculado a diversos lugares de culto neo-templario, como la Cueva de la Luna en Titulcia, Santorcaz y Pinto. Su alma templaria parecía impregnar cada paso que daba, y ahora podemos vincularlo con el CONVENTO DE NTRA. SRA. DE LA BLANCA DEL CASTAÑAR.

Uno de los autores que más me ha inspirado a lo largo de mis aventuras es Robert Louis Stevenson, conocido por su clásico "LA ISLA DEL TESORO". Stevenson dejó una serie de citas memorables que siempre resuenan en mi mente mientras trazo rutas y descubro lugares nuevos. Frases como "Pobre de aquel que no sabe a dónde va, porque nunca llegará a ninguna parte" o "No hay viento favorable para el que no sabe a dónde se dirige" me recuerdan constantemente la importancia de tener un objetivo claro en mente. Pero mi favorita es: "Lo importante no es llegar, sino ir".

Habiendo enfrentado la frustración de encontrar nuestro camino bloqueado por una cancela cerrada, sabíamos que era hora de buscar una ruta alternativa a través de la maraña de caminos que se extendía a nuestra izquierda. Cuando creé el track que estábamos siguiendo, estudié la ruta de la famosa y popular marcha de LA VEREDA DEL FRAILE, y sabía que antes de llegar al Convento, cruzaría esta ruta de regreso a Sonseca.

Km. 28,990 – Retomamos la VEREDA DEL FRAILE, nuestro sendero de ida, sabiendo que, de no haber otra opción, deberemos desandar el camino hasta llegar a Sonseca donde se encuentran nuestros vehículos. En cierta momento, decidimos tomar uno de esos caminos que se desplegaban a nuestra izquierda, solo para encontrarnos con otro obstáculo en forma de candado. Era el destino quien, con sus insospechadas cerraduras, desafiaba nuestros planes.


Km. 31,890 – En la encrucijada de caminos, en el cruce entre la Vereda del Fraile y el Camino de la Puebla, invocamos la protección de SAN CRISTOBAL y la de la patrona de los navegantes. Anhelábamos encontrar el sendero correcto que nos llevaría de regreso a Sonseca, anhelando que no estuviera bloqueado. En ese instante, dos ciclistas pasaron a nuestro lado, procedentes del Convento, y al consultarles, nos ofrecieron amablemente seguirlos hacia la Casa de San Martin, continuando por la Vereda. Más tarde, en la comodidad de nuestro hogar, pudimos verificar que no habríamos cometido ningún error si hubiéramos optado por el Cº de la Puebla, el mismo camino utilizado en la popular marcha anual que parte desde Sonseca. Sin embargo, en ese momento, la prudencia nos instaba a apostar por la seguridad, pues no era hora de correr riesgos, lamentando no haber guardado el rastro de la mencionada marcha ciclista.

Km. 34,360 – Una vez más, cruzamos por la CASA DEL QUINTO DE SAN MARTIN, un lugar que se relaciona con un pasaje histórico: "Los pueblos levantaron una ermita entre la maleza, dedicándola a San Martín y apellidándola de la Montiña, nombre que desde entonces llevó la hermandad. En dicha ermita guardaban los pueblos sus archivos y celebraban sus juntas". Además, otra fuente confirma este hecho: "Al pie del arroyo que taja la raña, a un nivel de 861 metros, se levantó la ermita, en pleno monte, dedicada a ese santo, que los ballesteros, leñadores, colmeneros, pastores y labriegos tomaron como patrón. En esta ermita celebraban sus cultos, aquí se reunían en asamblea y guardaban el archivo (San Martin de Tours). Se mantiene el edificio, pero ya utilizado para vivienda de los dueños de la dehesa; por ello se ha modificado su destino y ha desaparecido la ermita".

Así, surge la HERMANDAD DE SAN MARTÍN DE LA MONTIÑA, que data del siglo XIV y perduró hasta el XIX. Su principal objetivo, según se narra al rey Enrique III, era protegerse mutuamente de los malhechores en los pueblos cuyos montes no estaban incluidos en la venta realizada por don Fernando III al Concejo de Toledo. La Hermandad se organizaba en torno a dos elementos esenciales: la dehesa común cerca de la sierra del Castañar, en tierras bajo la jurisdicción de Toledo, y la seguridad de estos campos poco poblados y propensos al tránsito de maleantes.

En diferentes épocas, la Hermandad fue conocida bajo distintos nombres, como Hermandad Vieja de las dos Sislas mayor y menor de Tajo aquende, Hermandad de El Común de San Martín de la Montiña o Hermandad Vieja de Toledo. El término "hermandad" alude a la unión de personas, ciudades o entidades con intereses comunes, esencial para su defensa.


El relato también menciona las penas impuestas a quienes cometían infracciones en la Tierra de San Martín de la Montiña, como la producción de carbón, la caza en ciertas temporadas, el encendido de fuego en tierras comunes y el corte de castaños verdes. Además, establecía procedimientos para abordar casos de robos y homicidios.

Estos testimonios nos permiten vislumbrar la peligrosidad que conllevaba transitar por la Vereda del Fraile en aquellos siglos, incluso el propio convento pudo haber sido refugio de malhechores.


Km. 35,830 – En el punto de FUENTE DEL CUBILLO, siguiendo las indicaciones de nuestros compañeros sonsecanos, decidimos girar hacia el norte por una estrecha vereda. Este sendero sinuoso y lleno de sorpresas nos lleva a través del pintoresco paraje de Las Minas. Se cree que estas tierras albergaron antiguas minas de cobre que datan al menos hasta el siglo XVI, pero es plausible que la explotación minera en esta región se remonte a tiempos prerromanos. Es razonable pensar que esta zona fue de gran interés para diferentes civilizaciones que habitaron en España a lo largo de la historia.

Las riquezas minerales de los Montes de Toledo debieron de ser objeto de deseo para diversos pueblos que atravesaron la península ibérica en diferentes épocas. La presencia de los castillejos previamente mencionados nos sugiere que incluso los cartagineses podrían haber establecido aquí una plaza fuerte en relación con estas valiosas minas. La historia de estas tierras está impregnada de la explotación de sus recursos naturales, y su riqueza mineral ha sido codiciada durante siglos.


Km. 39,020 – Se extiende ante nosotros un amplio sendero conocido como el Camino del Portijuelo, que discurre en las cercanías de Torre Tolanca. En tiempos pasados, esta torre brillaba con un fulgor especial debido a la abundancia de cuarzos que la adornaban, los cuales la gente, a lo largo de décadas, arrancaba como souvenirs. (Es importante recordar que "Tolanca" guarda un vínculo con la palabra "Tholus", que evoca la bóveda celeste y sus misterios).



Km. 48,730 – Esta travesía por los Montes de Toledo nos ha dejado un regusto placentero, una experiencia que recomendamos a todos, y no está tan lejos de Madrid. Tras cuatro horas y media, regresamos a Sonseca. Sin duda, volveremos para conquistar el Pico Amor, esta vez partiendo desde Ventas con Peña Aguilera y ascendiendo a la máxima altitud de Ciudad Real desde la Casa de San Martín.


Y así, después de este periplo entre las sombras de la historia y los susurros de la leyenda, vuelvo a la cotidianidad de mi vida con una sensación de asombro y gratitud. Estas sendas que hemos recorrido, no solo físicamente sino también a través de los meandros de la memoria y la cultura, nos revelan una España profunda y misteriosa, donde cada piedra y cada rincón cuentan historias de dioses olvidados y héroes perdidos en el tiempo.

En estos paisajes, donde el eco de los antiguos cultos aún resuena entre las ruinas y las montañas, he sentido la conexión atávica con un pasado que, aunque lejano, sigue influyendo en nuestro presente. La riqueza de nuestro patrimonio cultural y espiritual, plasmado en leyendas y reliquias, nos recuerda que somos herederos de un legado milenario, un tapiz tejido con hilos de fe, valor, y búsqueda incesante de lo trascendente.

Reflexiono sobre el poder de la historia y la mitología para conectar a los hombres con sus raíces más profundas y con la naturaleza que les rodea. En un mundo cada vez más dominado por la tecnología y el pragmatismo, estas exploraciones son un bálsamo para el alma, un recordatorio de que la magia y el misterio todavía existen en los rincones olvidados de nuestra tierra.

Con cada pedalada por la Vereda del Fraile, he viajado no solo a través de la geografía, sino también a través del tiempo, entrelazando el presente con el pasado en una danza eterna. Estas rutas no son simplemente caminos en un mapa, sino vías hacia el entendimiento de nuestra propia identidad, un viaje hacia lo más profundo de nuestro ser.

Al final, como escribió el inmortal Stevenson, "Lo importante no es llegar sino ir". Y en este ir, hemos descubierto no solo los secretos de la tierra, sino también los de nuestro interior. Este viaje no concluye aquí; es solo un capítulo más en la interminable búsqueda de conocimiento y sabiduría, una búsqueda que nos lleva siempre de regreso a nosotros mismos y a los misterios insondables de la existencia.