En las entrañas de la historia, donde el tiempo y el olvido se entrelazan en un danzón melancólico, surge, como una serpiente que muda su piel, el relato de Guarrazar. Este tesoro, un baúl de memorias sepultadas, es el protagonista de un drama que atraviesa siglos, escondido bajo las sombras de una España que fue y que, de alguna manera, aún es.

El artículo que aquí presentamos es una odisea de estos modestos ciclistas en el años 2016, que nos lleva a las profundidades de ese pasado, un viaje por las sendas del misterio y la historia. Las joyas de Guarrazar, más que meros objetos de valor material, son emisarios de un tiempo en el que los visigodos, señores de la península Ibérica, tejieron sus sueños y pesadillas en oro y piedra.

Es un relato que va más allá de la simple crónica ciclista. Es una invitación a explorar los rincones olvidados de nuestra historia, donde cada hallazgo es un eco de un pasado que aún resuena en nuestro presente. Las manos que desenterraron estas joyas no solo sacaron a la luz un tesoro perdido; revivieron el alma de una época que se creía perdida en las brumas del tiempo.


Esta Entrada en mi blog es, pues, un testimonio de la eterna búsqueda del hombre por comprender su pasado, una lucha contra el olvido que devora la memoria de los pueblos. En sus líneas de texto, fotos, vídeos, nos sumergimos en una aventura que es tanto histórica como deportiva, un peregrinaje por los caminos del tiempo donde cada descubrimiento es un paso más hacia la comprensión de lo que fuimos y, en cierta medida, de lo que somos.

Así, os invito a adentraros en estas páginas, a recorrer conmigo este viaje por la historia de Guarrazar, un viaje que es, en última instancia, un viaje hacia nosotros mismos.

Era el año 1858 cuando en el sitio de Guarrazar, tierra toledana de historia y misterios, una joven estudiante, impulsada por la casualidad y el destino, destapó un secreto sepultado en el tiempo. Entre las sombras del pasado, en ese rincón olvidado de Europa, emergió el mayor tesoro de la Alta Edad Media conocido hasta entonces. Sus manos, temblorosas y llenas de asombro, desenterraron joyas que habían pertenecido a los monarcas visigodos del siglo VII, esas figuras envueltas en el halo de lo legendario y lo épico.

Esos objetos, más que meros adornos, eran amuletos cargados de poder y misticismo, reliquias de un tiempo en el que la península ibérica se debatía entre el fin de una era y el comienzo de otra. Cada pieza, exquisitamente labrada, contaba una historia de reyes y reinados, de conquistas y derrotas. En algún momento, tras la turbulenta invasión musulmana del 711, estos tesoros fueron ocultados, quizás en un acto desesperado de preservación o en un último gesto de rebeldía.

Este hallazgo no solo alumbró joyas y coronas perdidas, sino que también desentrañó capítulos olvidados de nuestra historia. Los amuletos visigodos, silenciosos testigos de un tiempo de esplendor y tragedia, se convirtieron en un enlace tangible con aquellos tiempos remotos. La joven, con su descubrimiento, no solo desempolvó tesoros: resucitó el alma de una época que se creía perdida en las brumas del tiempo.

Y así, entre el polvo y los susurros del pasado, aquella estudiante, cuyo nombre quedó grabado en las páginas de la historia, nos recordó que bajo nuestros pies, bajo las calles que recorremos cada día, yacen secretos esperando ser descubiertos. Secretos que, como el tesoro de Guarrazar, aguardan pacientemente a que manos curiosas y corazones valientes los traigan de vuelta a la luz.



“en la iglesia mayor, encontró Muza la Mesa de Salomón. Además hallo veinticinco coronas y diademas de los reyes de ese tiempo, con sus nombres y mucha pedrería como adorno. Un espejo de tal forma forjado, que el que le miraba, veía el mundo ante sus ojos… y asombrosos talismanes fabricados con admirable artificio… y otro libro dedicado al “Arte Magna”, referente a las plantas medicinales y sus elixires, así como a la naturaleza de las piedras preciosas”. Testimonios literarios de los árabes Ben-Kartabús en su “Kitab-al-Ikifa” y Al-Makkari en su “Conquista de España por el Islam”

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Km. 00,000 – En las tierras donde se entrelazan historia y leyenda, bajo el cielo de una primavera que parecía pintada por el mismo Velázquez, nos dispusimos a surcar la meseta cristalina toledana, alejándonos del bullicio de los madriles. Éramos seis almas intrépidas en esta odisea ciclista: Sergio, Jorge, José Manuel, conocido como Manobel, Manuel, Manu y yo, Gonzalo. Nuestros coches descansaban junto a una gasolinera en la Ctra. CM-401, antesala de Guadamur, cerca de donde antaño se alzaba la Venta del Calesero / del Calesera, testigo mudo de una calzada romana que serpenteaba hasta el Puerto de San Vicente, besando las piedras de Santa María de Melque.

Abril nos recibió con su mejor semblante, y con él iniciamos nuestra singladura hacia el Pico de Noez, vigía silente de esta meseta. No lejos de allí, en lo que fuera la Venta, se ocultaba la mina Granadina, venero de azogue, ese cinabrio o sulfuro de mercurio que los romanos bautizaron como 'minio'. Un color rojo intenso, signo de vida y muerte, se adhería a sus entrañas. Esta mina, hermana de los secretos de Guarrazar, es uno de los escasos yacimientos toledanos de este mineral, y fuente de teorías que sugieren usos más allá de la minería.

"El minio más conocido es el de la región sisaponense (ALMADÉN), en la Baetica, mina que es propiedad del pueblo romano. Nada se vigila con más cuidado; no está permitido refinarlo en plaza, sino que se envía a Roma, en bruto y bajo sello." (Plinio el Viejo).

En el corazón de la vieja venta, oculta bajo la sombra de tiempos olvidados, yacía el secreto de Granadina, una mina de azogue cuyas entrañas guardaban el cinabrio, ese sulfuro de mercurio de rojo intenso que los romanos bautizaron como minio. Este rincón del mundo, cercano al paraje de Guarrazar en la provincia de Toledo, se erige como uno de los pocos testimonios de tal mineral en estas tierras.

Hay quienes murmuran que el cinabrio, conocido también como bermellón, no solo se extraía por su valor material. La historia, entrelazada con la arqueología, susurra sobre su uso en rituales más oscuros y profundos. Este polvo encarnado, dicen, formaba parte de ceremonias de inhumación, creyéndose que tenía el poder de preservar los cuerpos de la corrupción del tiempo.

Se cuenta que en la época romana y visigoda, el cinabrio no solo adornaba los sepulcros, sino que también se utilizaba en ritos sagrados, vinculándolo con la necrópolis donde reposa el famoso tesoro. En la antigua Roma, su color era tan sagrado que, según las palabras de Plinio el Viejo, se usaba para teñir el rostro de Júpiter y los cuerpos de aquellos que celebraban sus triunfos. 

En el valle de Guadamur se extienden minas de plomo que desafían el tiempo. Desde la época romana, sus entrañas han sido testigo de incesantes búsquedas, desentrañando tesoros ocultos bajo capas de olvido. Aquí, la galena, ese plomo de baja estirpe, se extrae con la paciencia y la tozudez de quien sabe que en su interior se oculta algo más que un simple mineral.

Durante siglos, hasta mediados del siglo XX, estas tierras han visto cómo las manos del hombre arrancaban de su seno no solo plomo, sino también galena, ese sulfuro que, en su humilde apariencia, esconde un valor inesperado. Este plomo, de calidad modesta pero rico en promesas, se ha utilizado para dar vida y brillo a la loza, vidriando tiestos con el arte de antiguos alfareros.

Pero hay más en este valle que simple plomo. Aquí también se encuentra la Mina de Alcohol, un nombre que evoca misterio y alquimia. En sus profundidades se esconde el antimonio, elemento de mil usos, desde la medicina hasta la aleación y la doración de la cerámica. Este mineral, compañero del plomo en sus labores subterráneas, se une a la galena en un dúo de utilidad y belleza, utilizado incluso para decorar el vidrio con destellos de otro mundo.

El antimonio, sin embargo, guarda una confusión con el grafito. Desde tiempos inmemoriales, estos elementos han servido a los hombres y mujeres en sus rituales de belleza. En las sombras de los ojos, en el delineado de las pestañas, el antimonio ha sido cómplice de miradas que hablan sin palabras, de gestos que seducen con el misterio de lo antiguo.



Km. 00,768 – En el susurro del viento que atraviesa el paraje de Guarrázar, hay ecos de una historia que reverbera a través de los siglos. Aquí, en la Fuente de Guarrázar, se halla un sitio sagrado al pie del Camino a Toledo, cuna del mayor tesoro godo y altomedieval de Europa. 


En el siguiente vídeo del programa de TV CUARTO MILENIO muestra en apenas 7 minutos. 

https://www.cuatro.com/cuarto-milenio/programas/temporada-10/t10xp33/mejor-cuarto-milenio_5_1977225003.html


Los talleres áulicos, quizás en Toledo o en la cercana Guadamur, vieron nacer este tesoro, fruto de manos artesanas y de una gemología que habla de viajes y comercio lejano. Las esmeraldas, posiblemente austriacas; los zafiros, arrancados de las entrañas de Sri Lanka, la antigua Ceilán; y los granates, almandinos, quizá de la misma tierra que pisamos, incrustados en la "R" de la corona de Recesvinto, son testigos mudos de un pasado esplendoroso. El oro, aluvial, sugiere que los ríos de la península Ibérica, tal vez de Extremadura, fueron sus cómplices.

Sobre la colina del yacimiento, accesible solo bajo cita previa en [http://www.guarrazar.com](http://www.guarrazar.com), yacen los restos de una basílica, posiblemente Santa María in Sorbaces, a la cual se habría ofrecido este Tesoro de Guarrazar. La etimología de Sorbaces, debatida entre ser una referencia al alcázar visigodo ("SUB ARCE", entendiendo por "ARX" el alcázar)  o a la planta conocida como serbal abundante en la zona, añade matices a la historia.

La Iglesia de Santa María, epicentro de los concilios toledanos del siglo VII, se debate entre identidades: ¿Catedral o Santa María de Alficem? La historia, a veces, es un rompecabezas sin todas sus piezas. Este templo, conocido posteriormente como Santa María de Alfícen, tuvo muchos rostros: iglesia visigoda, santuario cristiano bajo dominio musulmán, hospital templario, y finalmente, convento carmelita antes de caer ante la furia francesa en la Guerra de Independencia.

El arqueólogo Juan Manuel Rojas, custodio de los secretos de Guarrazar, sugiere que este lugar fue más que un escondite de tesoros sacros: una basílica testigo de grandes acontecimientos, un cruce de caminos en la historia.

Guarrazar, cuyo nombre evoca un "Valle del Plomo" en su etimología árabe (WADI>WAD>GUAD>GUA = Valle o Río y del RAÇÁÇ>RAZAR = Plomo, siendo la gráfia original algo así como WAD AL-RAÇÁÇ), es un testamento de las antiguas minas de plomo de Guadamur. Y en sus piedras, en su aire, aún resuena la voz de un tiempo que fue y que, de alguna manera, aún es.


Km. 03,605 – Avanzamos por el sendero, y poco a poco, como emergiendo de un sueño de trigo dorado, las torres del castillo de Guadamur se alzan imponentes, recortadas contra el cielo y la sierra que pronto desafiaremos. Ascendemos hasta Guadamur, para luego descender hacia su castillo y la vecina Ermita de la Natividad, guardianas de historia y fe.

Guadamur, cuyo nombre evoca un "Valle o Río de Muros" en el antiguo lenguaje árabe, quizá rinde homenaje a los muros de su fortaleza, cuyos orígenes se pierden en los albores del tiempo, incluso antes de que las huestes de la media luna pisaran estas tierras. Esta atalaya, o fortaleza primitiva, se erigió como centinela de un cruce de caminos vital: hacia Ávila al norte, Consuegra al sur, Toledo al este y Mérida al oeste. Su importancia estratégica es innegable, evidenciada en la reconstrucción del actual castillo en el siglo XV sobre cimientos de un baluarte del siglo XII, y este, a su vez, sobre una torre de la época romana.

En este punto de confluencia de caminos y épocas, nos cruzamos con un globo aerostático, que, al igual que nosotros, se ve atraído por este lugar cargado de historias y leyendas. Es una pausa más en nuestro viaje, un momento para detenerse y admirar la grandeza de una ruta que, como un hilo, une el pasado con el presente.






Km. 05,384 – Dejamos atrás Guadamur, adentrándonos hacia el sur por el Camino de Santa Catalina, que serpentea suavemente hacia la dehesa homónima, perteneciente al término municipal de Casasbuenas. Este paisaje, salpicado de encinas y susurros de historia, custodia los ecos de una alquería de origen árabe, tal vez mozárabe, conocida en tiempos remotos como Burg Ibn Yunus o Burg Yunus.

La evolución de los nombres a lo largo de los siglos es un relato fascinante en sí mismo, una narrativa que se entreteje con las vicisitudes de la historia y los pueblos. Así, Burg Ibn Yunus se transformó gradualmente en Burjamenus, un eco distorsionado pero persistente de su pasado. Con el tiempo, y como si las palabras se acomodaran a las nuevas lenguas y culturas que las pronunciaban, el lugar llegó a ser conocido como Santa Catalina de Berjamenos o Berjamuñoz, incluso Verjamuñoz.

Km. 06,984 – Pronto, nuestro sendero se bifurca hacia el Camino de Noez a Toledo, un giro a la derecha que nos invita a seguir los pasos de la historia. Este camino es heredero de una antigua calzada romana que, según cuentan los eruditos, conectaba Toledo con Emerita Augusta, la actual Mérida. Es un camino que nos alinea con la Sierra de Noez.

A medida que avanzamos, la ruta revela su legado: un camino transitado, testigo de incontables viajes y encuentros. Incluso pasamos por un lugar conocido como la Ventilla, un eco de un pasado donde, muy probablemente, se alzaba una modesta venta, un refugio para los viajeros entre Noez y otra venta cercana al cruce del río Guadajaz. 

Este lugar, cargado de historias no contadas, será un punto que volveremos a cruzar en nuestro regreso. Un retorno que, a través de las huellas del tiempo y el polvo de la historia, nos llevará de vuelta a donde dejamos nuestros coches.


Km. 11,700 - En este preciso tramo del camino, se alza ante nosotros un desafío: un Puerto de Montaña de 2ª Categoría. El Puerto se extiende desde el Arroyo del Conde hasta el Pico de Noez, un trayecto que para algunos, aquellos más puristas, comienza realmente en Noez, rebajando su categoría a la de un mero . Sin embargo, nosotros, fieles a la rigurosidad y al espíritu de los antiguos viajeros, reclamamos el honor que supone enfrentarse a un puerto de segunda categoría, porque así lo van a afrontar nuestras piernas.


Esta decisión de llamarlo de 2ª no es solo una cuestión de deportividad, sino también de honor y tradición de 6,54 kilómetros al 5,2% de pendiente de media para salvar 343 metros de desnivel. En el espíritu de los antiguos viajeros y ciclistas, donde cada curva y cada cuesta lleva impresa la historia de quienes nos precedieron, aceptar el reto en su totalidad es rendir homenaje a esos viejos caminos y a aquellos que, con paso firme, los recorrieron antes que nosotros. Así, al tomar la ruta en su plenitud, nos marcamos el tanto no solo deportivo, sino también histórico de ley, añadiendo nuestra propia huella a la larga estela de historias que se entrelazan en estos antiguos senderos de montaña toledana.

Km. 14,410 – Llegamos a Noez, un rincón toledano envuelto en el misterio de su propio nombre. Hay quienes sostienen que su denominación proviene de "Nuez", rememorando un tiempo en que nogales se erguían orgullosos en estas tierras, aunque hoy no queda ni rastro de ellos, un enigma que despierta la curiosidad. Sin embargo, y permitiéndome sumergirme en las aguas de la conjetura, me inclino a pensar que su origen podría ser el latín "Nodus", haciendo alusión a un "Nudo Viario" o un entrecruzamiento de caminos, un punto donde las vías se entrelazan y las historias se cruzan.

Sea cual sea su verdadera etimología, lo cierto es que Noez esconde en su seno algo grandioso: el Pico de Noez.

Km. 14,840 – Para los ciclistas, el camino se presenta como un festín de desafíos y placeres verticales; para los demás, los mortales que recorren la tierra con pasos más cautelosos, es un trayecto que roza el tormento. Este sendero aún guarda vestigios de lluvias recientes, una memoria húmeda que se adhiere con tenacidad a nuestras ruedas, dejando una fina capa de arcilla que nos obliga a buscar trazadas alternativas para evitar quedar atrapados en su abrazo pegajoso.


Aunque el camino no presenta dificultades técnicas dignas de mención, requiere de una resolución férrea, de ese "mucho corazón" que nos impulsa hacia adelante, hacia arriba. Es un desafío que invita a la superación, un recordatorio de que, a veces, lo que se necesita para conquistar una cuesta o un obstáculo en la vida no es más que coraje y un firme paso adelante.

Distancia desde el pueblo hasta la cumbre: 3.272 Km

Desn. de subida acumulado: 270.9 m

Desn. de bajada acumulado: 0 m

Ratio de subida: 8.28 % con picos del 11% en varios tramos.

Km. 18,160 – Coronar el Pico de Noez es un premio gratificante, una recompensa que nos aguarda tras el esfuerzo. Desde esta altura, a 1.034 metros, se despliegan ante nosotros las vistas magníficas de la meseta cristalina toledana de La Sagra, un espectáculo visual que ensancha el alma y que hace latir con fuerza el corazón de cualquier ciclista. Monte-isla o inselberg debido a la erosión diferencial de las cuarcitas que componen su cumbre. Nos encontramos en un momento privilegiado, con la compañía ideal y un día que parece haber sido creado para esta escapada, en plena explosión de la primavera tras las recientes lluvias.



Este inselberg, que emerge como una atalaya indomable sobre el áspero pedimento cristalino, conocido por los lugareños como la rampa de Toledo, se alza a 350 metros sobre el terreno circundante, alcanzando en su cumbre la altitud de 1034 metros, como un vigía que contempla el horizonte.


A unos 20 kilómetros al norte, desafiando los Montes de Toledo y su Sierra del Castañar, el Pico de Noez se alza en un aislamiento casi heroico. Más allá, hacia el este, se divisa el hermano de su soledad, el inselberg de Los Layos, pero el Pico de Noez, marcado por su singularidad geológica, se distingue por su abrupta interrupción. Cortado por fallas en sus flancos este, noreste y oeste, revela en sus entrañas migmatitas, granitoides y pizarras, materiales que ceden ante el tiempo y la erosión, contrastando con la robustez de la Sierra de NoezSierra de Alpuébrega.




Esta tierra fragmentada y solitaria, con su morfología única, destaca por los coluviones que adornan sus laderas, suavizándolas en un perfil cóncavo que define la esencia misma de los inselbergs. En el Pico de Noez, este rasgo se manifiesta con una claridad meridiana, añadiendo un carácter distintivo a este bastión de piedra y viento. Aquí, en este paraje de silencio y resistencia, la naturaleza ha esculpido una obra de arte que desafía al tiempo y a la memoria.




El ascenso, con sus particularidades y desafíos, ya es un recuerdo, pero el descenso nos espera con sus propias sorpresas, dándonos una perspectiva más clara de lo que hemos logrado superar. Nos detenemos en Noez para un merecido desayuno, una celebración del vigésimo primer cumpleaños de Manu, un momento de camaradería y alegría compartida.


Retomamos nuestro camino, dejando atrás las huellas de nuestras ruedas, para encontrarnos en la encrucijada con el Camino de Santa Catalina. Esta vez, sin embargo, elegimos la vía de Noez a Toledo, un nuevo trayecto que promete más aventuras y descubrimientos. 


Km. 31,170 – Esta soberbia vía terrada nos guía inexorablemente hacia donde dejamos los coches, siguiendo los vestigios de lo que en tiempos fue una calzada romana. A medida que avanzamos, la Torre de Cervatos empieza a delinearse en el horizonte, una estructura que desde tiempos inmemoriales ha vigilado esta ruta de comunicación.

Es fascinante observar cómo, en el kilómetro 32,500 de nuestro periplo, el Camino de Noez a Toledo se desvía de su trazado original, un rastro aún discernible en las ortofotos de Google Map o del IGN. El camino se tuerce hacia el norte, adentrándose en la finca del Castillo de Cervatos, una ruta conocida antiguamente como la Vereda de la Venta del Calesera.


Nos encontramos ante un intrigante caso de fagocitosis territorial, donde los antiguos "señoritos" de la Dehesa de Cervatos absorbieron un camino que atravesaba su finca, una ruta que data, al menos, desde 1878, llevando directamente al puente de Guadajaz y su venta vecina. Tan notable es esta usurpación que el camino ha desaparecido incluso del catastro.

En una conversación posterior con el "señorito" del castillo, al mencionar que estábamos en el Camino de Noez a Toledo, su respuesta negativa no me sorprendió. Era evidente que estaba consciente del expolio histórico cometido. En ese breve intercambio, las palabras no dichas resonaron con la fuerza de una verdad oculta, un eco del pasado que aún busca ser reconocido.





Km. 32,850 – En la vetusta Toledo de Alfonso VI, donde las huellas del tiempo se entretejen con la historia, yacen los dominios de Cervatos, un enclave cuyos orígenes se pierden en la bruma de los tiempos. Se susurra que, en sus albores, estas tierras pudieron ser el bastión de algún señor árabe, quizá incluso de la propia mezquita mayor toledana. Pero es en 1085, con la reconquista de Toledo, cuando Alfonso VI, en un gesto de magnanimidad y agradecimiento, entrega Cervatos y sus tierras a Alfonso Nunio, ese bravo caballero gallego cuya espada y astucia fueron clave en la conquista. No solo Cervatos, sino también la villa de Ajofrín, fueron la justa recompensa a sus proezas.

El tiempo, siempre infatigable, nos lleva al siglo XII, donde la imponente torre de Cervatos se alza majestuosa, erigida por Nuño Alfonso, hijo del valeroso Alfonso Nunio y alcalde de Toledo. Este torreón, que hoy admiramos, quizás se elevó sobre los cimientos de una antigua atalaya árabe, que a su vez pudo haberse erguido sobre los restos de una torre romana. Sus muros, testigos silenciosos de la historia, podrían contar historias de otras torres que jalonaban el paisaje, pero que fueron sacrificadas en aras de la grandiosidad de la torre del siglo XII.

En nuestros días, al detenernos ante la Casa de la TORRE o CASTILLO DE CERVATOS, mientras tomamos fotos y dejamos atrás la cotidianidad, un incidente perturba la paz del lugar. Nos enfrentamos a la prepotencia de aquellos que, creyéndose dueños de lo que por derecho es de todos, cortan el paso por los caminos públicos. Este desagradable encuentro, en el camino del Castillo de Cervatos, nos recuerda la lucha constante por preservar nuestro patrimonio y nuestra historia.

Y es que en España, esta historia se repite con demasiada frecuencia: caminos históricos que son absorbidos por la naturaleza o acaparados por aquellos que, con pretensiones de nobleza y derechos ancestrales, intentan apropiarse de lo que por ley es de todos. Antes de emprender mi camino, siempre me aseguro de la titularidad de las rutas, y en este caso, el camino era, inequívocamente, público. A pesar de las argucias y reclamaciones de aquellos que quieren reescribir la historia a su conveniencia, el catastro mantiene su palabra final, declarando este y otros caminos como de uso público, un derecho inalienable que debemos proteger y preservar.





Antes de aventurarme en la trama sinuosa de cualquier camino, acostumbro a verificar su titularidad, como un viejo lobo de mar que consulta las cartas náuticas antes de zarpar. En este caso, el camino en cuestión era públicamente accesible, un "VT vía de comunicación de dominio público", garantizando así un paso libre y sin trabas. Esta certeza, respaldada por el inquebrantable Catastro, es la brújula que guía mis pasos. Pronto, os mostraré imágenes que atestiguan esta verdad.


La jornada continuó hacia la gasolinera donde aguardaban nuestros vehículos. Al dejar atrás el camino, nos topamos con la frontera de la propiedad: una cadena con eslabones tan gruesos que parecían anclajes de galeón, hundidos en la tierra como si con ello se pretendiera reclamar un territorio que, por derecho y por historia, pertenece a todos. La finca estaba jalonada con carteles, tan intimidantes como inútiles, proclamando su privacidad. Pero la experiencia me ha enseñado que cuando la titularidad se anuncia con tanto énfasis, es casi seguro que se trata de un camino público. "Sinvergüenzas", pienso, al ver tales argucias.

Al explorar la Dehesa, otro detalle atrajo mi atención: una serie de estructuras a ambos lados del camino borrado por el tiempo, que marqué en verde en mis notas. Tal vez los restos de una antigua mina o asentamiento, ecos de un pasado que aún susurra entre las piedras y la tierra. Estos vestigios, olvidados por muchos, son los tesoros que busco en mis andanzas, las joyas ocultas en el laberinto de nuestra historia.

Km. 34,040 – Desde el torreón a la VENTA DEL CALESERO/ DEL CALESERA es un instante veloz. Nos hemos quedado con muy buen sabor de boca y con ganas de más. VOLVEREMOS.


Hemos llegado al final de este fascinante recorrido por la historia del Tesoro de Guarrazar y la ascensión al Pico de Noez, un viaje que nos ha llevado a través de senderos repletos de oro histórico y verdades ocultas. Este artículo ciclista ha sido más que una mera exposición de hechos y descubrimientos; ha sido una ventana a un tiempo y lugar que, aunque distantes, siguen resonando con fuerza en nuestro presente.

El Tesoro de Guarrazar, con su esplendor y su misterio, es un testimonio elocuente de la riqueza cultural y artística de los visigodos, una civilización que ha sido, en muchas ocasiones, injustamente relegada a las sombras de la historia. Este hallazgo no solo nos deslumbra con su belleza y su elaboración artesanal; también nos interpela, nos invita a reflexionar sobre la complejidad y la profundidad de una época que contribuyó de manera significativa al tejido de nuestra identidad como nación.

Por otro lado, la subida al Pico de Noez nos recuerda que el pasado no es un mero espectador en el escenario de la historia, sino un actor activo que sigue modelando nuestro entorno y nuestra percepción del mundo. Esta ascensión, metafórica y literal, es un símbolo del esfuerzo humano por alcanzar nuevas alturas de comprensión y conocimiento, por superar las barreras del tiempo y del olvido.

Este viaje por la historia del Tesoro de Guarrazar y la ascensión al Pico de Noez es, en última instancia, una invitación a no dar nada por sentado, a cuestionar las narrativas establecidas y a buscar incansablemente la verdad en todas sus formas. Como estudiosos, como curiosos, como ciclistas, como seres humanos, tenemos el deber de explorar nuestro pasado con ojos críticos y corazón abierto, pues en cada rincón de la historia hay lecciones que aprender y maravillas por descubrir.

Que este artículo sirva, entonces, no solo como un relato de un hallazgo arqueológico y una expedición histórico-deportiva, sino como un faro que nos guía en nuestra constante búsqueda de conocimiento. Que nos inspire a seguir explorando, aprendiendo y, sobre todo, a seguir valorando el inmenso legado que nos han dejado aquellos que nos precedieron en este viaje a través del tiempo.