Adentrémonos nuevamente en un edénico rincón de nuestra geografía, en los confines orientales de la majestuosa Sierra de Gredos, un santuario para la mirada en otoño. Entre los Valles del Alberche y el Tietar se extiende este paraíso biológico, un escenario donde el buitre negro y el águila imperial reinan en su grandeza.

A apenas una hora de Serranillos del Valle, emerge el VALLE DE IRUELAS, un tesoro que en tiempos medievales respondía al nombre de VALLE DE ERUELAS. Enclavado en el corazón del Sistema Central, este paraje es la personificación de la energía natural y el escenario perfecto para el cicloturismo, despertando la vida de los sentidos y la pasión por la aventura.


A las 08:00 de una serena mañana otoñal del 2017, cruzamos en coche la presa del Embalse del Burguillo, firme guardiana de las aguas del río Alberche. Esta maravilla de ingeniería no solo abastece a los pueblos cercanos, sino que también despierta la fábrica de luz, un recurso valioso en tiempos donde la sequía acecha. La cuenca, sin embargo, yace desértica a pesar de las lluvias recientes, el pantano en sus niveles históricos mínimos. En esta travesía, la mente resuena con el antiguo letrero del puente sumergido, inscrito con las palabras "Puente Burguillo quien te hizo, Hércules y su hijo, te caerás te levantarás, pero nunca te pondrán como estás". La historia se cruza con la mitología, y los verracos de piedra parecen testigos mudos de las hazañas pasadas.

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La ruta nos guía, girando a la derecha, hacia las Casas de las Cruceras, asomadas a 650 metros de altura. Aquí, un apacible parking nos da la bienvenida, marcando el comienzo de nuestra aventura en el VALLE DE IRUELAS.

Caminos sinuosos nos llevan por esta tierra prodigiosa, donde cada recodo cuenta una historia de leyendas ancestrales y ciclistas que desafían la naturaleza. Ascendemos con la firmeza de quien sigue un destino inexplorado, mientras la belleza del paisaje nos envuelve en su abrazo. El murmullo del río y el viento entre los árboles son la banda sonora que nos acompaña.

La majestuosidad del VALLE DE IRUELAS se despliega ante nosotros. Los imponentes buitres negros y águilas imperiales danzan en los cielos, como guardianes de este reino natural. En cada pedalada, nos convertimos en parte de este escenario en constante cambio. Las aguas tranquilas del embalse contrastan con la exuberancia de la flora y la fauna que las rodean.

Nuestros sentidos se despiertan, como el aroma de las hojas caídas y la frescura del aire de montaña. La bicicleta se convierte en un puente entre el hombre y la naturaleza, una herramienta para explorar este paraíso inexplorado. Cada subida es un desafío y cada descenso una recompensa, mientras nuestra conexión con el entorno se fortalece.



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Km. 00,000 – Comienza el desafío en un Puerto de 1ª Categoría, 729 m. se alzan en 11 Km. Desde Las Cruceras, donde la resina tejió historias en el siglo XIX. Una hora y media de ascenso implacable, un pacto con la pendiente en las entrañas de El Barraco – Ávila.

Km. 01,894 – Seguimos por la izquierda, apartándonos de la pista que orilla el Embalse, rumbo a la aldea de La Rinconada. Sobre el antiguo trazado, la Ctra. de Ávila a Sotillo, un camino de reminiscencias medievales, evoca calzadas romanas. Aquí, los pasos antiguos enlazan poblaciones, entrelazan historia y leyenda. Atravesando el Puente del Burguillo, conocido también como Albarache o del Arco, trazamos un sendero que el tiempo ha atestiguado. Por la garganta del arroyo de la Gaznata, el norte nos llama, rumbo al puerto de las Pilas y a la ciudad de Prisciliano.

Este sendero al Puerto de Casillas nos conduce entre piscifactorías abandonadas y un puente arropado por alisos sobre el ARROYO DEL VALLE. Adentrados en la GARGANTA DE IRUELAS, nombre que evoca misterio y biodiversidad en la RESERVA NATURAL de la SIERRA DEL PALANCÓN. Aquí, la naturaleza fluye con arroyos inagotables, desafiando sequías, nutridos por manantiales secretos.

Km. 6,642 - El asfalto queda atrás y enfrentamos una pista de tierra maltrecha. La travesía se torna seria, como un desafío ancestral. Aquí, en esta imagen, se revela la dura ascensión de nuestro primer Puerto de 1ª Categoría, conquistado por José Manuel y quien narra estas hazañas.



En estos once kilómetros, experimentamos crisis y recuperaciones milagrosas. Una cura de humildad que purifica el alma. A escasos metros de la cima, encuentro fuerzas ocultas y acelero, arrebatándole un minuto a José Manuel. La paridad previa se quiebra, pero la montaña siempre guarda ases en la manga.



Km. 11,270 – Alcanzamos el collado de Puerto de Casillas, a 1.467 m. de altitud, con la satisfacción de un sufrimiento justo. Las vistas al Valle del Alberche son asombrosas, un logro desde allá abajo. Un plátano y un photocall de piedra nos recompensan. Mientras, senderistas emergen por la ladera de Casillas. Las nubes nos abrazan, el frío nos empuja. Es hora de seguir adelante.



Avanzamos por la SENDA DEL POZO DE LA NIEVE, hacia el Este, siguiendo las balizas que evitan extravíos. La trocha se torna horizontal, adentrándonos entre piornales y pinares. Pocas pedaladas, mucho arrastre en casi cuatro kilómetros. La bicicleta pasa de un hombro a dos, incluso una rueda, en un singletrack imposible de rodar. La niebla nos roba las vistas a la izquierda, regalo inesperado tras coronar el puerto.



Km.13,130 - Atravesamos el nacimiento de la Garganta de los Acebos a 1.532 m. Luego, por la umbría del Cerro de la Piña, avanzamos en un desafío montañero y ciclista, una danza entre ambos. Imagino que en épocas de nieve, el reto debe ser de aúpa.

Km. 14,080 – Al llegar al Prado de la Manga, finalmente podemos pedalear por las praderas de alta montaña. El esfuerzo se recompensa en esta tierra virgen y sublime.

Km.15,280 – La CASA DEL POZO DE LA NIEVE se alza imponente a 1.472 m. de altura, hito en nuestra ruta. Este recinto resguarda el legado de un pasado ingenioso. Restaurada por la Junta de Castilla y León, esta edificación encierra un POZO DE LA NIEVE, testimonio de tiempos pasados. Con 4 m. de diámetro y 6 m. de profundidad, evoca el espíritu de ¡ESTO ES ESPARTA!, destinado a almacenar hielo para pueblos lejanos. Tras un bocado de mandarina, avanzamos, cautivados por la historia y la montaña.






Km. 15,970 – Desde el Portacho del Pozo, nos deslizamos en un descenso serpenteante hacia las pistas forestales de la Garganta de Yedra. Un preámbulo de lo que aguarda en el CASTAÑAR DEL TIEMBLO. Los caminos trazan un sendero tentador, invitándonos a explorar la naturaleza con la adrenalina del descenso.

Km. 17,470 – Nuestro camino se entrelaza con una de esas pistas forestales que nos devolverán al abrazo del valle del Alberche. Aquí, la presencia de la explotación maderera marca su huella con fuerza, testigo de un ciclo vital que alimenta y transforma el paisaje. El bosque susurra sus historias, mientras avanzamos en un compás de naturaleza y humanidad entrelazadas.

Km. 18,770 – En la cúspide del humilde Portacho de la Cerecera, observamos el mundo a nuestros pies antes de dejarnos caer en un descenso vertiginoso. Pero no todo es facilidad, aún aguardan retos por enfrentar, porque en esta tierra de contrastes, la montaña nos regala su última lección de humildad.


Km. 25,740 – En la encrucijada del Portacho de San Francisco, un desafío de 4ª Categoría nos reta a trepar 1,5 kilómetros, ganar 120 metros de altitud y enfrentar una pendiente media del 10%. Aquí, en este duelo con la cuesta, afloran las debilidades y los segundos se desvanecen, marcando una brecha en el duelo de fatigas entre compañeros de ruta.

Km. 27,050 – En la cima del Portacho de San Francisco, el horizonte revela tímidas aguas del Embalse del Burguillo. Desde este punto, un descenso imparable nos abraza a través de la Garganta Honda, donde el paisaje se despliega en un vertiginoso juego de alturas y profundidades.


Km. 33,040 – La Ctra. de Las Cruceras nos recibe, el último tramo se despliega ante nosotros. Bordeamos el pantano con la mirada atrapada en sus aguas, el destino se aproxima como un viejo amigo. En minutos, el Parking nos recibe, poniendo fin a nuestra epopeya ciclista.

Km. 34,820 – Cuatro horas y media de odisea, la propuesta otoñal se cumple. El tiempo se rinde ante nuestra determinación. El regreso es inevitable, una certeza en nuestras almas agotadas. El eco del desafío nos llama, volveremos sin titubear.

En el VALLE DE IRUELAS, el tiempo se desvanece y solo queda la emoción del presente. La brisa acaricia nuestra piel y los rayos del sol juegan a través de las hojas. Cada curva revela una nueva vista, una nueva oportunidad para maravillarse ante la belleza de este lugar.

Al final del día, regresamos a las Casas de las Cruceras, exhaustos pero llenos de gratitud por haber sido testigos de este rincón sagrado. El VALLE DE IRUELAS nos ha dejado con la certeza de que, en la naturaleza, encontramos no solo un escape, sino también una conexión profunda con nuestro entorno y con nosotros mismos.