En los dominios de la pasión ciclista, donde los clamores del lucro empañan con frecuencia la esencia genuina del deporte, emergen ejemplos elocuentes de altruismo y autenticidad que claman por ser imitados y reverenciados: la gestión ejemplar de las Concejalías de deporte, personificada en el idilio de Navalcarnero, y el batallón de Bicicletas Ángel respaldado por el ala protectora de Protección Civil. En este paisaje donde las marchas ciclistas relucen con dudosos destellos de ambición económica, estos eventos desinteresados se erigen como faros de esperanza, recordándonos que aún perdura la llama de la pureza deportiva.

En un escenario donde las inscripciones llevan cifras más propias de transacciones financieras, las marchas ciclistas con ansias de lucro se aferran a la falacia de que cada pedalada puede ser convertida en un eco tintineante de moneda. No obstante, en los confines de la transierra segoviana, en Navalcarnero, el concepto mismo de gratuidad se alza como estandarte, guiando a los fieles del deporte por el camino de la autenticidad, sin importar el saldo en sus cuentas corrientes.


Los pilares de estas marchas cicloturistas no son simples organizadores de eventos, sino guardianes de una tradición ancestral, celosos custodios de la pasión que impulsa a cada ciclista a surcar los caminos por el simple goce de sentir el viento en la piel y la tierra bajo sus ruedas. En un mundo donde los precios estratosféricos amenazan con hacer añicos los sueños de los ciclistas más fervorosos, estas gestiones altruistas descorren las cortinas para todos aquellos que ansían el desafío sin que sus bolsillos se vean expoliados.

Esto no es mera pedaleada; es un manifiesto en sí mismo. Es una voz que proclama que el deporte no debe ser una mercancía codiciada, sino un legado compartido por todos aquellos que añoran la camaradería del pelotón y el regocijo de vencer las cuestas y los descensos. Cada rotación del pedal se convierte en una respuesta callada al voraz consumismo, una resistencia serena ante la vorágine que amenaza con desvirtuar incluso las pasiones más intrínsecas.

El ejemplo de el Ayuntamiento de Navalcarnero y la férrea agrupación de Bicicletas Ángel, custodiada por el atento ojo de Protección Civil, no hace sino agitar el alma de los deportistas de corazón, instándolos a cuestionar su participación en las correrías ciclistas. No es solamente cuestión de kilómetros recorridos, sino de abrazar la camaradería, el empoderamiento personal y la unión con la naturaleza. Es recordar que las recompensas más genuinas no se miden en términos monetarios, ni en marcas personales, ni en competir, sino en sonrisas compartidas, en anécdotas de superación y en la euforia de franquear la línea de meta, sin importar el crono.

En un mundo donde los cálculos monetarios y las ansias de riqueza gobiernan, las concejalías de deporte como la de Navalcarnero y las fuerzas unidas de Bicicletas Ángel y Protección Civil son voces que abogan por la pureza del deporte como un regalo accesible para todos. Mientras este fuego arda, existirá un remanso de esperanza, un oasis donde la pasión vencerá a la codicia, donde el ciclismo será honrado sin restricciones ni barreras.



IBP = 30 BYC

Distancia total: 40.64 Km

Desnivel de subida acumulado: 495.1 m

Ratio de subida: 3.38 %

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Navalcarnero, ese rincón ensimismado en la Comunidad de Madrid, es un retazo del pasado que persiste, un relicario de tradiciones imperecederas. Enraizado en el siglo XV, sus cimientos se forjaron cuando la Comunidad de Villa y Tierra de Segovia, con la sabiduría de los Señores de los Paños, sembró un nuevo poblado al sur, próximo al serpenteo del río Guadarrama, después que le fuera arrebatada una porción del Sexmo de Casarrubios, entre  los que se encontraba Serranillos del Valle. Así, con su bautismo fundacional, brotó Navalcarnero, en la estela de la influyente Segovia, poderosa dama de Castilla.

Pocas veces a estos Draconíferos que suscriben el gregarismo nos arrebata de nuestra reticencia, pero el deber dictó presencia en las Festividades patronales de esta villa afín, dedicadas a la Virgen Nuestra Señora de la Concepción. Fue así como José Manuel y un servidor, dos ruedas y un horizonte, nos cruzamos con los compinches de la POLVORANCUS MTB: Gloria, Juan y José Luis, más conocido como JoLu. Coincidencia anhelada, pues el arte de la pedalada siempre une ciclistas afines. El escenario, la Plaza de Segovia en Navalcarnero, recibió a estos Weekend Warriors dispuestos a desandar sus caminos.

En esta conjura de llantas y pedales, reverberaba el eco de viejas aventuras compartidas, del placer de romper el viento en franca camaradería. Gloria, la incansable, Juan, el intrépido, y JoLu, de risa franca y pedaleo incansable, forjaron momentos de camaradería ciclista. El pedaleo fue recibido con ese mix de alivio y añoranza que solo la meta otorga.


Los albores de Navalcarnero transcurrieron con parsimonia, tejidos por la labor del agro, la estampa de los rebaños y los vaivenes del trueque. Esa estratégica encrucijada, cercana al camino real que trenzaba Madrid con Extremadura, le otorgó sus alas y atrajo, como el canto de sirenas, a nuevas almas para comandar el mezmado Sexmo de Casarrubios. Sin embargo, el viento no sopló solo a favor; tiempos de bonanza se mezclaron con la aspereza de la lucha. Los señores feudales, aves de rapiña con ansias de dominio, acecharon con garras de marqués y título de señor de Casarrubios. Y, como si la historia tejiera su relato con hilos de contradicción, las sombras bélicas y las epidemias se cernieron sobre el reino, nublando su horizonte.

En una mañana fresquita de finales del mes de Agosto de 2023, la marcha desplegaba dos rutas: 20 Km. o 40 Km. El primer trecho, un trato común, amalgamó al pelotón en un éxodo bicicletero. Pero después, cada quien trazaría su destino, siguiendo los giros del camino elegido. La decisión, de nuevo en la Plaza de Segovia marcaba el pulso del desafío, la determinación de desentrañar la senda más larga.

Navalcarnero, con su talego de cinco siglos, se revela como un libro sin tapas, invitando a curiosos y soñadores a husmear sus páginas. Sus secretos, cual tesoros perdidos, aguardan el ardor del descubrimiento. Aquel lugar es un eco de sus fundadores: pastores segovianos que, cual Quijotes modernos, emprendieron la busca de nuevos amaneceres en los campos del sur de la Transierra. En sus calles empedradas, en las vetustas tabernas que aún desafían el paso del tiempo, palpita el latido de la historia, el eco de risas y lamentos, de anhelos y desventuras.


Amanece en Navalcarnero y los siglos convergen en un abrazo de arquitectura ancestral. Las fachadas, narradoras mudas de relatos perdidos, susurran al caminante la epopeya de aquellos que, con sudor y esperanza, esculpieron sus días. Las plazas, testigos de los mercados que tejieron la vida, susurran los ecos de los vendedores, las tertulias y los amores furtivos. La iglesia, centinela del tiempo, desvela con sus piedras gastadas las plegarias y lamentos que ascendieron a lo divino.


Navalcarnero, con su risa de gentes sabias y el eco de tradiciones tejidas con paciencia, nos recuerda que el pasado es un fantasma que pasea entre nosotros. En cada rincón, en cada piedra pulida por el tiempo, laten los corazones de aquellos que labraron nuestro presente con las herramientas del pasado. En sus tabernas, donde el vino y el queso cuentan historias más allá de las palabras, se gesta un diálogo entre lo antiguo y lo moderno.

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Así culminó nuestra peregrinación en honor de dos reinas: la Virgen y la Bicicleta. Mientras las campanas tañían en la plaza, resonaban también los latidos de aquellos que se entregaron a la ruta. La camaradería y la pasión forjaron un día de polvorientos senderos, mientras los recuerdos se fundían con el presente. Como buenos cruzados del camino, nos retiramos con el alma cansada pero el espíritu avivado. Ya se encargaría la próxima travesía de juntarnos nuevamente, uniendo ruedas y corazones en un ritual de pedal y camaradería.