UNA RUTA POR EL CORAZÓN DE SEGOVIA: HOCES DEL RIAZA Y MADERUELO A PURO PEDAL

HOCES DEL RÍO RIAZA EN BICICLETA

En aquel sofocante agosto de 2020, nos lanzamos a conquistar los serpenteantes senderos de las Hoces del Río Riaza, un paraje que bien podría haber sido arrancado de las leyendas, en pleno corazón de la península ibérica. Allí, la naturaleza desplegaba su esplendor como si cada roca, cada curva y cada sombra formaran parte de un drama épico, un escenario digno de ser inmortalizado en la gran pantalla. Cada rincón ofrecía una postal distinta, una obra maestra visual que hacía del paisaje no solo un refugio, sino una aventura viva.

En la profundidad de Segovia, la milenaria villa de Maderuelo se alza como un vigía sobre las aguas del río Riaza, testigo de leyendas olvidadas y secretos ancestrales. Hoy, dejamos atrás sus muros para adentrarnos en una aventura circular de 52.43 kilómetros que nos llevará a recorrer las Hoces del río Riaza, un paraje de belleza imponente y silenciosa, donde la naturaleza ha esculpido barrancos y desfiladeros durante milenios. A lo largo de esta ruta, con un desnivel acumulado de 886.5 metros de subida y 887.1 metros de bajada, cada pedalada se siente como un susurro del pasado, invitándonos a descubrir lo que esta tierra tiene para ofrecernos.

Con un Índice de Dificultad IBP de 52, la ruta combina tramos suaves con ascensos exigentes, alcanzando su punto más alto a 1214.8 metros y su mínima a 882.5 metros. Los números técnicos nos hablan de una travesía que promete desafíos: un ratio de subida del 4.48% y de bajada del 4.24%, un desnivel positivo y negativo de 16.91 metros por kilómetro, y una velocidad máxima sostenida de 44.27 km/h. Pero más allá de los datos, lo que hace única esta ruta es el entorno que nos rodea: el Parque Natural de las Hoces del río Riaza, donde cada curva del camino desvela un paisaje nuevo, cargado de historia y vida.

Nos esperan 5 horas y 16 minutos de conexión profunda con la tierra, de las cuales 4 horas y 9 minutos serán en movimiento, y el resto, merecidos momentos de pausa para absorber lo que nos rodea. Aquí, la bicicleta es más que un medio de transporte: es una llave que abre las puertas de una tierra donde la historia se entrelaza con cada sendero, y donde los ecos de antiguos viajeros aún resuenan bajo las ruedas. Comencemos, pues, esta singladura por las Hoces del Riaza, con el alma abierta a lo que vendrá.

Comienzo de la Ruta por las Hoces del Río Riaza: Mitos y Leyendas


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La Ermita de la Vera Cruz y el Camino de Aldelegua

Km. 00,000 - El viaje comienza en silencio, en el parking habilitado en la orilla derecha del río Riaza, junto a la ermita de la Vera Cruz. Un punto de partida que parece bendecido por el entorno, con el río sirviendo como defensa natural de la villa milenaria de Maderuelo, cuyas piedras han visto pasar siglos de historia y leyendas. Desde aquí, seguimos el conocido como Camino de Aldelegua, un sendero antiguo que, entonces como ahora, marcaba una ruta hacia el Duero, el río que alimenta la tierra castellana y guiaba los pasos de comerciantes, peregrinos y aventureros.

Al despuntar el alba en Maderuelo, esa joya medieval de Segovia que se despliega sobre las aguas del embalse, el viento trae consigo ecos de siglos pasados y el murmullo incesante del río Riaza, que a lo largo de milenios ha esculpido las majestuosas hoces que hoy nos disponemos a atravesar. El rugido de la bicicleta al rozar la grava se funde con el latido pausado de la naturaleza, que despierta lenta, mientras los primeros rayos del sol tiñen de dorado los riscos que, como gigantes dormidos, nos observan desde su eterna vigilia.

Dicen que bajo el cerro que sostiene a Maderuelo se esconde un túnel legendario, un pasadizo secreto que atravesaba de la umbría a la solana, conectando las dos caras de la villa. Los viajeros que venían desde lo profundo de la provincia de Segovia lo cruzaban en su trayecto hacia el Duero, hacia Esteban de Gormaz. ¿Será verdad o solo un mito que alimenta la imaginación de quienes recorren estas tierras? La historia y la leyenda en Maderuelo se entrelazan de tal manera que es difícil separarlas. Y así, comenzamos nuestra travesía, con el río a nuestra derecha y el misterio del túnel susurrando bajo nuestros pies.


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El Camino de la Carrera Vieja: Huellas de Vías Romanas

Km. 01,775 - Giramos a la izquierda topándonos con un ejemplo de la eterna redundancia toponímica: Camino de la Carrera Vieja. Repetición innecesaria, sí, pero cargada de historia. Carrera ya es sinónimo de camino, y sin embargo, esta aparente tautología nos recuerda que transitamos por rutas que ya existían mucho antes de que nuestras bicicletas rodaran por ellas. Es probable que este camino fuera una antigua vía romana, parte de la ruta hacia Uxama, hoy cerca de la actual El Burgo de Osma. 

Uxama Argaela, fue una de las ciudades romanas de la Hispania Citerior, situada en la meseta norte. Fundada sobre un antiguo asentamiento celtíbero, esta ciudad formaba parte de una extensa red de vías que unían diversos puntos estratégicos del imperio. La vía que probablemente pasaba por el Camino de la Carrera Vieja conectaba Uxama con otros enclaves importantes como Clunia y Tiermes, dos centros de gran relevancia en la romanización de la península.

Estas vías no eran solo rutas comerciales o militares, sino arterias por las que fluían ideas, culturas y civilizaciones. A lo largo de los siglos, el trazado fue modificado, adaptado por los visigodos y más tarde utilizado en las rutas de la Reconquista. Los caminos se convirtieron en testigos de las transformaciones del territorio, y hoy, sobre sus restos, los ciclistas modernos recorremos los senderos de la historia.

El Desvío Hacia Aldealengua y Fuentelcésped: Un Viaje Entre Colinas

Km. 03,200 - Cruce con la histórica Cañada Real de Maderuelo a Valdanzuelo, una de las antiguas rutas de trashumancia que ha sido parte de la vida rural de la península durante siglos. Esta cañada, al igual que otras dispersas por la geografía española, era una vía crucial para el pastoreo, permitiendo el movimiento de ganado entre diferentes zonas en busca de mejores pastos según la estación. Durante generaciones, los rebaños cruzaban estas tierras, dejando tras de sí un rastro casi invisible pero lleno de historia. El mismo camino de la Carrera Vieja comparte este trazado en su lento y majestuoso avance hacia el Duero, uno de los ríos más icónicos de la península.

En este punto, nosotros tomamos un desvío. Giramos a la izquierda, abandonando momentáneamente el rastro de los pastores para descender por el Camino que une Aldealengua con Fuentelcésped

El Valle del Pantano de Linares del Arroyo: Historia Sepultada Bajo el Agua

Km. 03,900 - Giramos a la izquierda y comenzamos el descenso por un valle que, serpenteando entre colinas, nos llevará a las cercanías del Pantano o Emblase de Linares del Arroyo. Mientras el sonido del viento se mezcla con el zumbido de las ruedas sobre la tierra, la historia de un pueblo sumergido bajo las aguas empieza a emerger en nuestra mente: Linares del Arroyo, una localidad que en otro tiempo floreció en esta misma tierra y que hoy yace sepultada bajo las aguas del embalse.

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Linares del Arroyo, antes de desaparecer, fue hogar de un balneario de aguas termales, un lugar que atraía a visitantes que buscaban sanación y descanso. Detrás de la iglesia del pueblo, esas aguas burbujeaban con propiedades medicinales, ofreciendo un respiro a quienes venían de lejos. Pero todo eso se perdió para siempre cuando el embalse cubrió sus calles, sus casas y su historia. Hoy, solo las aguas tranquilas del pantano guardan ese secreto, el eco lejano de una comunidad que vivió y respiró en este rincón de Segovia.

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Al avanzar cerca de la orilla del pantano, uno no puede evitar imaginarse cómo sería pedalear por esas calles antiguas, bajo el mismo cielo que hoy nos cobija, pero con el rugir de la vida cotidiana de Linares en lugar del silencio que ahora predomina. El paisaje que nos rodea es un recordatorio de cómo la naturaleza y la historia pueden entrelazarse, a veces en formas trágicas, pero siempre imbuidas de una belleza melancólica.

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El Camino de los Valles: Paisajes de Contrastes en la Orilla del Pantano

Km. 05,600 - Nos incorporamos al Camino de los Valles, un sendero que serpentea con elegancia por la orilla derecha del pantano, dibujado por las aguas del río Riaza. Aquí, el paisaje se despliega como un tapiz de contrastes: a un lado, la serenidad profunda del pantano, donde el reflejo de las montañas parece querer extenderse hasta el infinito; al otro, las colinas onduladas que escoltan el camino, cubiertas de matorrales y árboles retorcidos por el viento.

El camino sigue el curso del río, que en tiempos más turbulentos esculpió este valle con la precisión de un artesano. Las aguas del Riaza, ahora contenidas por el pantano, susurran bajo la superficie como si guardaran sus propios secretos, ocultando no solo los ecos del pueblo sumergido, sino también las viejas historias de este rincón de Segovia. La orilla derecha, por donde avanzamos, ofrece un respiro al ciclista, con su perfil suave y sus vistas panorámicas que invitan a dejarse llevar por el paisaje. Pero la calma engaña, y pronto el terreno se endurece, recordándonos que la naturaleza siempre guarda sorpresas.

La Transición del Agua al Asfalto: Desafío Físico y Nuevas Perspectivas

Km. 09,900 - Abandonamos la orilla tranquila del pantano y nos adentramos en un nuevo desafío: las cuestas que nos conducirán a la Carretera SG-945. Aquí, la ruta cambia de carácter. El suave susurro del agua queda atrás, y el terreno se inclina bajo nuestras ruedas, exigiendo fuerza y determinación. Las subidas se sienten en cada músculo, como si la tierra misma se resistiera a dejarnos ir. 

Esta carretera, solitaria pero firme, conecta pequeñas localidades y nos ofrece un cambio de ritmo, un momento para recuperar el aliento antes de que el próximo desafío se presente en el horizonte. A veces, la transición de la naturaleza salvaje al asfalto puede parecer un retorno a la civilización, pero en este caso, el asfalto es solo una pausa momentánea en nuestro viaje, una línea que nos lleva de vuelta al corazón del paisaje.

Un Esfuerzo Recompensado con Vistas Increíbles: El Refugio de la Fauna Salvaje en las Hoces del Río Riaza

Km. 14,200 - Abandonamos el asfalto por nuestra izquierda y comenzamos a ascender por Las Cabezas, un tramo que promete no solo esfuerzo, sino una recompensa visual de las que dejan huella. El terreno vuelve a empinarse bajo nuestras ruedas, retándonos una vez más a medir nuestra resistencia frente a las curvas de la naturaleza. A medida que ascendemos, el paisaje parece transformarse, preparándose para revelarnos uno de sus secretos mejor guardados.

El esfuerzo queda compensado cuando alcanzamos los dos miradores que coronan este tramo. Allí, ante nosotros, se despliega una de las imágenes más icónicas de las Hoces del Río Riaza. El barranco se abre como un abismo majestuoso, con las paredes de roca cayendo en vertical hasta encontrarse con el río, que discurre abajo como un hilo de plata. Es un paisaje que impone respeto, donde la naturaleza muestra su poderío y belleza a partes iguales.


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Las Hoces del Río Riaza son el resultado de millones de años de erosión, un paisaje esculpido pacientemente por el agua y el viento. Estas formaciones rocosas, talladas por el curso del río, han dado lugar a un impresionante barranco que se extiende a lo largo de varios kilómetros, con paredes verticales de piedra caliza que en algunos puntos alcanzan más de 100 metros de altura. Las hoces, con sus curvas abruptas y desfiladeros profundos, son testigos silenciosos de los cambios geológicos que han moldeado esta parte de la península ibérica desde tiempos remotos.

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Este entorno, además de su valor paisajístico, es un refugio para la fauna salvaje, en especial para el buitre leonado, una de las especies más emblemáticas de la zona. Las paredes verticales de las hoces son el hogar perfecto para sus nidos, lo que convierte a este parque natural en uno de los santuarios más importantes de España para estas aves. Con una envergadura que puede superar los 2,5 metros, los buitres surcan los cielos con una elegancia que contrasta con la severidad del terreno. Desde los miradores de Las Cabezas, es habitual observar sus majestuosos vuelos, aprovechando las corrientes térmicas para planear sobre el abismo, en un espectáculo natural que rara vez se olvida.

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Además de los buitres leonados, las hoces también albergan otras aves rapaces como el alimoche, el halcón peregrino y el águila real, lo que convierte la zona en un paraíso para los amantes de la ornitología. Entre las rocas y los barrancos, también habitan especies como el corzo y el jabalí, que encuentran en este entorno un refugio natural donde la mano del hombre apenas ha dejado su huella.

La combinación de la espectacular geología y la riqueza de su fauna hace de las Hoces del Río Riaza un lugar único. Para los ciclistas que recorren estos senderos, la experiencia se convierte en un viaje tanto a través del espacio como del tiempo, pedaleando sobre terreno que ha sido modelado por fuerzas primigenias y compartido con criaturas que han hecho de este entorno su hogar.

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El pantano que ahora contemplamos desde las alturas es un recordatorio imponente de cómo el hombre ha moldeado el paisaje en su lucha por sobrevivir y prosperar. Construido entre 1941 y 1951, en los difíciles años que siguieron a la Guerra Civil Española, su finalidad original era crear nuevas zonas de regadío que garantizaran el suministro de alimentos a una población que aún sentía las secuelas del conflicto. En un país devastado, donde cada gota de agua podía marcar la diferencia entre la hambruna y la recuperación, este embalse fue concebido como una esperanza tangible.

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Para 1953, el pantano ya había inundado por completo los valles y tierras que antes florecían junto al río Riaza. El agua cubrió casas, campos y caminos, convirtiendo lo que una vez fue una comunidad vibrante en un vasto espejo acuático. Pero el progreso no se detuvo ahí. Apenas unos años más tarde, en 1957, se instalaron las primeras turbinas para aprovechar la fuerza del agua no solo para el riego, sino también para generar energía eléctrica. Así, el embalse de Linares del Arroyo se transformó en una doble fuente de vida: por un lado, alimentaba los campos, y por otro, impulsaba el desarrollo energético de la región.

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Desde el mirador, el pantano se extiende bajo nosotros como un gigante dormido, cuyas aguas ocultan la historia de sacrificio y renovación que representa. Las turbinas, aún hoy en funcionamiento, continúan generando electricidad, mientras que las aguas siguen irrigando los campos que dependen de este recurso, asegurando que la historia del esfuerzo colectivo perdure en cada gota.

Esta obra hidráulica, como tantas otras que se construyeron durante el siglo XX, es un ejemplo de cómo la ingeniería transformó el paisaje y las vidas en una España que buscaba reconstruirse. El contraste entre la tranquilidad del pantano y la dureza de su historia es palpable desde las alturas, recordándonos que cada vista panorámica lleva consigo una narración profunda, donde el pasado y el presente se entrelazan.

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Miradores y Buitres en Las Hoces del Río Riaza

Km. 16,000 - Desde estos miradores, la vista es una pintura en movimiento: los buitres leonados surcan el cielo, planeando entre las corrientes de aire, mientras las sombras de las hoces se alargan y juegan sobre las rocas. Este es el tipo de lugar que hace que una ruta en bicicleta se convierta en algo más que un simple recorrido: es una experiencia que conecta al ciclista con la tierra, con el pasado geológico que formó estos paisajes y con el presente salvaje que aún domina en estos rincones.

Aquí, uno no puede evitar detenerse por más tiempo del planeado, absorbiendo cada detalle del barranco y las hoces, sintiendo el eco de los siglos en las piedras. Es un lugar que invita a la contemplación y a la reflexión, antes de continuar con la ruta, sabiendo que acabamos de contemplar uno de los grandes tesoros de Segovia.

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La Virgen del Pantano: Fe y Naturaleza en las Alturas

Km. 16,600 - El camino nos conduce a un alto, donde el paisaje se despliega ante nosotros en toda su magnitud, y ahí, custodiando este rincón olvidado del mundo, se encuentra la Virgen del Pantano. Una "ermita" u oratorio al aire libre donde su imagen, serena y solitaria, parece observarnos desde su pequeño altar, protegido por una cancela de hierro, como un centinela inmóvil que vela por los viajeros que se atreven a transitar estas tierras. Nos detenemos, y con el viento acariciando nuestros rostros, nos encomendamos a ella, esperando que nuestro recorrido llegue a buen fin.

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Es un lugar de quietud, donde el tiempo parece haberse detenido, donde la naturaleza y la fe se entrelazan en un silencio cómplice. Desde este mirador, el horizonte se extiende, y el valle bajo nosotros, encajonado entre los cañones, se convierte en una pintura viviente, con el río serpenteando. Aquí, bajo la mirada de la Virgen, el mundo parece más pequeño, y la aventura que tenemos por delante, más grande.

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Al mirar hacia el frente, con la Virgen como testigo, sentimos que todo está en su sitio, que el camino se allana y que, por un breve instante, somos parte de algo más grande, algo que trasciende la mera aventura sobre dos ruedas.


Km. 18,600 - Volvemos sobre nuestras rodadas a la Carretera. Sin duda mereció la pena acercarnos a estos miradores, las vistas desde ellos son únicas y que no debemos perdernos al acercarnos al Parque Natural.

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Descenso al Cañón del Portillo: La Ruta PRC-SG 6

Km. 19,600 - Abandonamos el camino principal y giramos a la izquierda, descendiendo hacia el cañón del Portillo. Aquí comienza la senda PRC-SG 6, una ruta que nos invita a adentrarnos en lo más profundo de la reserva del Parque Natural. Es un lugar donde la naturaleza parece guardar sus secretos para aquellos que sepan pedir permiso. Entre el 1 de enero y el 31 de julio, una autorización es requerida para recorrer este sendero, y solo diez personas pueden aventurarse a la vez. Solicitarla en la Casa del Parque, en Montejo de la Vega, es parte del ritual que nos conecta con este territorio sagrado. Fuera de esas fechas, el acceso es libre, y la libertad que se respira aquí va más allá de la mera ausencia de vallas o barreras.


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El Mirador y los Buitres Leonados: Un Espectáculo Aéreo

Km. 20,700 - Este otro mirador, conforme bajamos al fondo del barranco, donde el paisaje es sobrecogedor, un lienzo salvaje esculpido por siglos de viento y agua. Entre las paredes del cañón, bajo un cielo que parece estar siempre al acecho, se alzan los silenciosos guardianes de este lugar: alrededor de doscientas parejas de buitres leonados surcan el aire, desplegando sus alas con una majestuosidad que sólo se entiende al contemplarlos desde abajo. Estos titanes del viento, junto a otras rapaces, dominan los cielos con una autoridad tan antigua como la tierra que sobrevuelan.

Las laderas, salpicadas de sabinas albares, parecen susurrar historias de eras pasadas. Estos árboles, auténticos fósiles vivientes, han visto pasar civilizaciones enteras y, como nosotros, se aferran a las rocas, sobreviviendo al tiempo. Cada rama, cada corteza, es testigo mudo de un mundo que ya no existe.

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Al fondo, en un ensanchamiento inesperado del cañón, se revelan los solitarios restos del convento de Casuar, su arquitectura románica resistiendo el embate de los siglos. Aquí, donde la naturaleza y la historia se entrelazan, el espíritu del lugar se siente casi palpable. Es un rincón apartado, alejado del ruido del mundo, pero lleno de vida, de ese tipo de vida que escapa a los ojos distraídos.

Este rincón de Segovia no es solo un refugio para la fauna, es también un ejemplo vivo de cómo la humanidad puede convivir con el entorno sin alterarlo. La Carta Europea de Turismo Sostenible, concedida por la Federación EUROPARC, es una medalla que este lugar lleva con orgullo. No solo por sus paisajes, sino por la manera en que se cuida, se respeta y se gestiona el equilibrio entre el ser humano y la naturaleza. Aquí, las iniciativas rurales prosperan, y el control de visitas es tan eficiente como discreto, manteniendo este espacio en un delicado balance, donde la huella que dejamos es solo temporal, pero el impacto emocional es duradero.


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El Puente y la Presa de Linares del Arroyo: Un Gigante de Hormigón

Km. 22,200 - Llegamos al imponente puente junto a la presa, donde el río Riaza se retuerce bajo nuestros pies. Cruzamos a la orilla izquierda, con la sombra colosal de la presa de gravedad de Linares del Arroyo alzándose a nuestro lado, un gigante de hormigón que se inauguró en 1951, transformando para siempre este paisaje. La historia que yace sumergida bajo las aguas del embalse es tan profunda como el propio río. Los restos del antiguo pueblo de Linares del Arroyo, en especial el campanario de la iglesia de San Juan Bautista, asoman tímidamente cuando el nivel del agua lo permite, como si el pueblo, reacio a desaparecer del todo, insistiera en mostrarse al mundo de vez en cuando.

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La creación de esta presa no solo alteró el curso del río, sino que también cambió el destino de sus habitantes. El pueblo, que antaño se cobijaba en el valle, fue sepultado por el agua, y su gente, arrancada de sus raíces, fue trasladada a nuevas tierras. El Instituto Nacional de Colonización, en un acto de reconstrucción forzosa, adquirió la finca de La Vid y Guma, levantando sesenta casas para aquellos que alguna vez llamaron Linares su hogar. Así nació la "Colonia de Linares de la Vid", en la pedanía de Guma, en la cercana provincia de Burgos.


Km. 22,600 - Una breve parada en la Casa del Encargado antes de acometer a puro pedal el Cañón del Portillo. 

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El Cañón del Portillo: Tranquilidad y Paisajes Impresionantes

Km. 24,400 - Aquí, el camino se estrecha, y nos adentramos en una trinchera natural, flanqueados por las paredes del barranco que nos abrazan a cada giro. La sensación de estar embarranca2 no nos inquieta, al contrario, nos envuelve en una tranquilidad extraña. Desde el kilómetro 20 hasta el 27,5, la prisa se desvanece. No hay reloj, no hay destino que nos persiga. Solo estamos nosotros, las bicicletas, y el paisaje que se despliega como un regalo en cada curva, en cada aroma que trae el viento. Los olores a tierra húmeda, a bosque, a roca vieja, llenan el aire y nos invitan a pedalear más despacio, a saborear cada metro de esta ruta.

Pasamos bajo el imponente viaducto del antiguo ferrocarril de Madrid a Burgos, una obra colosal que, a pesar de su abandono, sigue imponiendo respeto. Sus dimensiones son tan vastas que uno se siente pequeño al pedalear bajo sus arcos. Con 220 metros de longitud y una altura que parece desafiar el cielo, el viaducto se alza 58 metros sobre el río, una cicatriz de piedra en el paisaje que aún susurra historias de trenes que ya no corren por sus vías. Los cinco arcos principales, de 30 metros cada uno, con sus claves de más de un metro de espesor, parecen sostener no solo la estructura, sino también el peso del tiempo, como si se negaran a desaparecer, aun cuando el ferrocarril se ha marchado para siempre.


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Castroboda y Castrejón: Ecos Celtíberos en las Alturas

Km. 25,700 - Nos encontramos en una zona cargada de historia, aunque la mayoría de ella se haya perdido entre las piedras y el viento. Los nombres de los lugares aún susurran leyendas de épocas olvidadas: Castroboda y Castrejón, dos castros celtas que alguna vez coronaron las alturas de estos cañones. Hoy, lo que queda de aquellos asentamientos apenas es un eco distante, una sombra de lo que fueron. Para llegar a ellos, habría que escalar las laderas abruptas del cañón, pero no hay sendero que nos guíe, solo la certeza de que esas alturas esconden secretos de un pasado remoto.

Los celtiberos, aquellos guerreros que desafiaron la expansión del imperio romano, levantaron sus ciudades fortificadas en lugares estratégicos como estos, aunque el tiempo, implacable, no dejó piedra sobre piedra. Todo lo que queda son sus nombres y tradiciones vagas que la historia ha difuminado. El silencio de estas ruinas nos habla más de lo que la historia escrita podría contar.

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A nuestra izquierda, en lo alto del cañón, el risco de Valugar, quedan las ruinas del Convento de Castroboda, que solía acoger una ermita en un lugar donde, siglos atrás, se asentó un poblado destruido en las interminables guerras de conquista. En las inmediaciones se encontraba la fuente de Valugar que decían de  de aguas curativas, se dice que hay restos romanos en los alrededores. Hoy, la iglesia conserva como suyas las antiguas tradiciones de la población, que sigue peregrinando a estos rincones, como si, al pisar estos caminos, se conectaran con algo más grande, con una herencia olvidada, pero en nuestro caso la romería o peregrinaje se ha trasladado a otro paraje, a poco menos de 9 kilómetros al sur de la villa de Maderuelo, en donde descansa la virgen del mismo nombre, Castroboda que además es patrona de la Villa, de hecho, donde se asentaba "el convento", controlando el desfiladero, pertenecía a la desaparecida localidad de Linares. Estas costumbres no son exclusivas de Castroboda. En la región, otras localidades mantienen ritos similares: la Virgen de Castro en Clunia, el Castro de San Pedro en Pinilla de Trasmonte, y la ermita de Santa María en Tiermes.

Pedaleamos bajo la sombra de estos nombres, conscientes de que el pasado sigue presente en cada colina, en cada sendero. No se puede ver, pero se siente. Y mientras avanzamos, nos preguntamos cuántas historias habrán quedado sepultadas en estos cañones, esperando a ser descubiertas por quienes estén dispuestos a escuchar los susurros del viento y de la tierra.


El Enigma de Casuar: Origen del Nombre y Leyendas del Pasado

Km. 27,400 - Tras recorrer la "Senda PRC-SG-6", pedaleando a lo largo de la orilla izquierda de este barranco profundo, donde las paredes caen hasta 150 metros, nos adentramos en un bosque de quejigos y encinas. Sobre nuestras cabezas, los buitres leonados, esos señores del aire, trazan círculos majestuosos, vigilantes de este territorio antiguo. Y entonces, como si el paisaje quisiera revelarnos algo más, llegamos a un lugar que parece cargado de un misticismo casi palpable. "La catedral" llaman a este inmenso paredón rocoso, esculpido por las aguas del río Riaza con una paciencia infinita.

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Allí, en el fondo del cañón, se encuentran las ruinas del Convento de San Martín de Casuar, cuyos muros, aunque en ruinas, siguen contando historias. Únicamente la iglesia ha sobrevivido al paso del tiempo. En 1997, estas ruinas fueron declaradas Bien de Interés Cultural, un reconocimiento tardío para una joya románica del siglo XIII, ahora incluida en la Lista roja del patrimonio en peligro de España. Pero las ruinas no solo esconden historia medieval; en 2009, bajo los cimientos de la iglesia, se encontraron restos que datan de la Primera Edad de Hierro, aproximadamente del 500 a.C., una señal de que este lugar ha sido testigo de la vida humana desde tiempos inmemoriales.

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El nombre "Casuar" guarda su propio enigma. Derivaría de "Cova Suar", o "cueva de Adsuar", con raíces vascas que sugieren un origen aún más remoto. En antiguos documentos, como un pergamino que reza “concedimus nostrum monasterium et nostram villam covasuar...”, se revela cómo los nombres y las historias se entrelazan en este lugar, envolviendo todo en una capa de misterio.

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No faltan leyendas que alimenten este aire de intriga. Según el diario El Norte de Castilla, hay quienes aseguran haber presenciado apariciones extrañas, como el fantasma de Félix Rodríguez de la Fuente, cuyas hazañas y amor por la naturaleza están profundamente ligadas a este territorio. La roca y el viento guardan secretos que pocos pueden descifrar, y uno se pregunta si los ecos que resuenan por estos cañones no serán más que las voces de un pasado que se niega a morir.

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La etimología del nombre también podría llevarnos por otro camino: "Casuar" quizá sea una castellanización de "Caslugar", una deformación del latín Castro-lugar, o "lugar del castro", lo que añadiría otra capa de significado a este espacio, vinculándolo aún más a las antiguas fortificaciones que los celtíberos construyeron en la región. Lo cierto, es que , un topónimo parecido le hemos hecho mención en líneas anteriores, ese VALUGAR, que vendría a decir Val del Lugar / Valle de Lugar, con esa perdida de la "L", que pudo pasar lo mismo en nuestro CasLugar. 

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La Cuesta del Convento: 7 Kilómetros de Resistencia

Km. 27,710 - Comienza la remontada del Barranco del Casuar o Cuesta del Convento, un Puerto de Segunda Categoría que, aunque suena modesto, se transforma en un enemigo silencioso a medida que avanzamos. Casi 7 kilómetros de ascenso, con una pendiente media del 4,8%, y 324 metros de desnivel acumulado que se sienten como una prueba de resistencia bajo el sol abrasador de los primeros días de agosto. Aquí no hay sombras que alivien el calor; solo la dureza de la cuesta y el zumbido de las ruedas buscando tracción en el terreno seco. No es una escalada que se disfrute, es una que se sobrevive.

Al principio de esta subida, como una sorpresa en el camino, escondido en las pareces rocosas, encontramos un Delubrum de Hércules, un antiguo santuario rupestre dedicado los viajeros. Las inscripciones, que datan del siglo I o II d.C., hablan de un tiempo en que los peregrinos y aventureros se encomendaban a Hércules para protegerse en sus travesías. Comparado con el delubrum de Diana en Segobriga, este santuario nos recuerda que, desde tiempos inmemoriales, la naturaleza y los caminos siempre han estado ligados a lo sagrado. A través de estos lugares, el hombre buscaba no solo fuerza física, sino también espiritual, una protección invisible contra los peligros del viaje.

Sin embargo, en lo personal, esta subida se me atraganto. No sé qué clase de debilidad me afecto, pero cada pedalada en este puerto, a pesar de ser de Segunda Categoría, se convierte en una batalla. Cada metro que avanzo me pesa más de lo que debería, y lo que en otro día sería solo una dificultad moderada, aquí parece un obstáculo insuperable. Es como si el puerto tuviera un pacto con Hércules para ponerme a prueba.


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José Manuel, en cambio, pedalea con la ligereza de quien lleva alas en lugar de ruedas. Para él, no hay sufrimiento, no hay lucha, solo un ritmo constante y firme, como si el calor y la pendiente no fueran más que una ligera molestia. Le veo avanzar y me pregunto qué secreto guarda, qué fuerza lo impulsa. Pero en mi caso, este Puerto del Casuar, aunque de segunda, me hace sentir como si estuviera escalando uno de primera. Aquí, donde el sol pesa y la roca parece absorber toda la energía, mi cuerpo se rinde antes de tiempo, mientras los pensamientos sobre la mitología de Hércules me recuerdan que algunos desafíos son más mentales que físicos.

Valdevacas de Montejo: Un Pueblo Anclado en el Esfuerzo

Km. 31,960 - Entramos en Valdevacas de Montejo, un pueblo pequeño que, desde su fundación por pastores trashumantes, ha sabido mantener la esencia de la tierra y el esfuerzo. La subida empinada que nos recibe desde el camino nos advierte que aquí, nada es fácil. Es como si la dureza de las pendientes que nos han traído hasta este lugar estuviera grabada en sus calles y en el carácter de quienes lo habitan. Valdevacas es un recordatorio de que todo lo valioso cuesta, y este acceso empinado es solo el preludio de lo que nos espera más adelante. Junto a la actual localidad hay un cerro, donde se encuentra mirador y a sus pies una ermita, siendo muy probable que en su cumbre estuviera la antigua oppidum celtíbera, precursora de la actual.

Al cruzar el pueblo, el paisaje cambia. Un pinar frondoso nos abre sus puertas, y el frescor de los árboles se siente como un alivio tras el esfuerzo. Seguimos el Camino de Carabias, una senda que se abre paso entre el verde y que nos dirige hacia lo alto, a la torreta de vigilancia que corona el recorrido. Casi una hora hemos pasado remontando desde lo más profundo del barranco que forma el río Riaza, conocido como Valdecasuar, un descenso que nos dejó en el corazón de la tierra solo para hacernos escalar hasta el Cabezo Ovejo, a 1.217 metros de altura.

El Encuentro con la Torre de Vigilancia: Continuidad en la Naturaleza

Km. 34,580 - Hemos alcanzado el punto más alto de nuestra ruta. Aquí, en la cima, el cansancio acumulado se transforma en una satisfacción silenciosa, en una victoria que no necesita fanfarria. El pinar, extenso y sereno, se despliega junto a nosotros y una torre de vigilancia que se eleva hacia las nubes, con el suelo achicharrado del estío a nuestro pies, recordándonos que cada pedalada, cada subida desafiante, ha valido la pena. El llegar a esta cumbre no se regala; se conquista.

HOCES DEL RÍO RIAZA EN BICICLETA

El momento se hace más significativo con la llegada del Guarda Forestal, quien comienza su turno de vigilancia. Su presencia añade una sensación de continuidad, de que el trabajo duro, ya sea el nuestro al llegar aquí o el suyo al cuidar de este lugar, es parte de un ciclo mayor, uno que mantiene viva la conexión entre el ser humano y la naturaleza.

Desde este punto, nos espera un rápido descenso hacia el Valle del Milagro. El viento comienza a cambiar, y el paisaje que antes nos exigía cada gota de energía ahora parece dispuesto a devolvernos ese esfuerzo en forma de velocidad y libertad. Las pendientes que nos hicieron luchar ahora se convierten en un regalo, un tramo en el que las ruedas vuelan sobre la tierra, y donde cada giro es una danza entre la bicicleta y el terreno. Aquí, el camino se convierte en pura adrenalina.

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El Majestuoso Enebral de Hornuez: Sabinas Milenarias y Leyendas Ancestrales

Km. 37,700 - Después de un descenso vertiginoso, llegamos al Santuario de Nuestra Señora de Hornuez, un lugar que parece salido de un sueño. En medio de una pradera, rodeada de sabinas milenarias cuyos troncos retorcidos cuentan historias de siglos, el santuario se alza como un refugio de calma. Aquí se encuentran los ejemplares más antiguos y grandes de sabina albar de España, formando el majestuoso Enebral o Sabinar de Hornuez. Este bosque, con sus formas caprichosas y su historia anclada en la tierra, tiene un aire casi místico. Las sabinas, retorcidas por el paso del tiempo, se alzan como guardianas de un espacio que ha sido testigo de generaciones.

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Al alcanzar este punto kilométrico el cuerpo nos pide un respiro, y no hay mejor lugar para detenerse. Bajo la sombra generosa de estas sabinas, nos sentamos en el merendero, un antiguo descansadero de La Mesta, donde los pastores trashumantes hacían una pausa en su largo viaje. El cordel que comunica la Cañada Real Soriana con la Segoviana pasa justo por aquí, convirtiendo este enclave en un punto de encuentro, no solo para los hombres de antaño, sino también para los ciclistas que, como nosotros, buscan un lugar para reponer fuerzas.

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Este es el lugar ideal para tomarse un respiro, rodeados por la magia de este bosque, donde la historia y la naturaleza se encuentran en perfecta armonía. Almorzamos con calma, disfrutando del poco frescor que las sabinas nos regalan, y dejamos que el silencio del lugar nos envuelva. Aquí, entre estos árboles milenarios, sentimos que somos parte de algo más grande, algo que trasciende el esfuerzo físico del recorrido. Con las energías renovadas, nos preparamos para afrontar los últimos kilómetros, sabiendo que, en este lugar sagrado, la naturaleza nos ha dado la fuerza que necesitábamos para llegar hasta el final de nuestra aventura.

La Historia del Santuario de Nuestra Señora de Hornuez

Km. 38,600 - Pedaleamos, rodeando, el imponente Santuario de Nuestra Señora de Hornuez, un lugar que, además de su valor arquitectónico, está envuelto en leyendas que se han transmitido de generación en generación. Su construcción, que se alzó entre 1683 y 1692, se asienta sobre los restos de un antiguo templo medieval, erigido poco después de la milagrosa aparición de la Virgen a unos pastores el 28 de mayo de 1246, o al menos, eso es lo que cuenta la tradición. La historia de esta aparición le dio vida a este santuario, que se ha convertido en el epicentro espiritual de la zona.

El santuario, de estilo barroco, tiene una planta de cruz latina y capillas en las esquinas. Al entrar, se eleva ante nosotros una cúpula que cubre su parte central, mientras que los brazos de la cruz están decorados con frescos del siglo XIX que retratan escenas de la Navidad. Es un espacio que, más allá de su arquitectura, está impregnado de una atmósfera mística. En el interior, bajo un baldaquino, reposa la imagen de la Virgen de Nuestra Señora de Hornuez, junto a una reliquia: parte del enebro en el que, según la leyenda, se apareció la Virgen.

Rodeando este santuario, sabinas milenarias se alzan como silenciosos testigos del paso del tiempo. Entre ellas, se encontraba el majestuoso Enebro de la Borrega, un coloso vegetal que alcanzaba los 19 metros de altura y cuyo tronco tenía un perímetro de 7 metros. Su edad se estimaba en unos 700 años, y sus dimensiones eran tan impresionantes que fue catalogado como árbol singular de la región por la Junta de Castilla y León. Sin embargo, su historia terminó abruptamente cuando una chispa, provocada por una tormenta, lo redujo a cenizas. A su lado, el Enebro de la Señorita aún se mantiene en pie, aunque, según cuenta el alcalde, ha perdido parte de su esplendor, quizá por la sequía de los últimos años.

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Este conjunto de sabinas y enebros conforma el Espacio Natural del Enebral o Sabinar de Hornuez, un lugar que no solo resalta por su belleza natural, sino también por las celebraciones que aquí se llevan a cabo. Cada último fin de semana de mayo, los fieles se congregan para la romería de la Virgen de Hornuez, un evento que mantiene viva la conexión entre la naturaleza y la fe en este rincón de Castilla.

La leyenda de la aparición de la Virgen tiene sus raíces en un relato fascinante. Se cuenta que el 28 de mayo de 1246, unos pastores, en su viaje de trashumancia hacia Extremadura, intentaron hacer un fuego bajo un enebro. A pesar de sus esfuerzos, no lograron encenderlo. Al alzar la vista, vieron una brillante imagen de la Virgen que desprendía rayos de luz. Maravillados, corrieron a contar lo sucedido en la localidad de El Moral. Los vecinos intentaron llevarse la imagen a su pueblo, pero misteriosamente, la Virgen regresaba siempre al enebro. Lo mismo ocurrió cuando los habitantes de Maderuelo quisieron trasladarla. Ante estos hechos, ambas localidades acordaron construir una ermita en el lugar donde la Virgen deseaba permanecer.

Los Ecos de las Antiguas Calzadas de Maderuelo

Km. 40,200 - El Barranco del Calzadillo se abre ante nosotros, una herida en la tierra marcada por el arroyo de la Retuerta, cuyo nombre evoca ecos de antiguas calzadas, caminos de piedra que alguna vez conectaron Maderuelo con destinos lejanos. Imagino los pasos de viajeros de antaño recorriendo lo que hoy es historia, mientras nosotros ascendemos por las pistas modernas, trazados que han ganado la batalla al tiempo, pero que carecen del encanto de aquella Carrera Vieja que un día cruzaba el río Riaza.

El esfuerzo se siente en las piernas mientras nos dirigimos hacia la Cañada Real, antiguo camino que tenía un trazado más rectilíneo y directo, cruzaba el barranco con una precisión que nuestros sendero, el que hemos utilizado, no conoce. Esa parte de la Cañada Real de la que nos referimos ha caído en desuso, solo aparece dibujado en los mapas, pero aún resuena en el aire el rastro de los rebaños que lo recorrían, un testigo silencioso del paso de los siglos.

Un Desvío Crucial Hacia el Pasado

Km. 42,100 - Aquí el camino exige atención, y no solo fuerza. Es fácil dejarse llevar por el ritmo y seguir de largo, pero la clave está en desviarse a la derecha, en ese sendero que se inclina desafiante hacia lo alto. Un desvío apenas visible, pero crucial. La senda asciende con decisión, llevándonos a un encuentro directo con la vieja Cañada Real, que, como un vestigio de otras épocas, se extiende ante nosotros.

La Huella Romana en la Cañada Real de Merinas

Km. 42,800 - Nos adentramos en un páramo que parece eterno, los próximos 14 kilómetros serán un viaje a través del tiempo y la resistencia. La Cañada Real de Merinas, olvidada para muchos, se despliega ante nosotros con una rectitud que no deja lugar a dudas: aquí, sobre este suelo pedregoso, los antiguos romanos dejaron su huella. Es un camino austero, elevado, propio del ingenio romano, que, desde Maderuelo, apunta hacia las ruinas de Tiermes. Las piedras bajo nuestras ruedas susurran historias de imperios caídos y rutas que alguna vez conectaron destinos hoy dispersos por la historia.

El terreno se vuelve impredecible; en partes, el pedregal convierte cada pedalada en un desafío, mientras que en otras, un denso bosque de encinas nos acoge con su pequeña sombra. Es un contraste vibrante: la dureza del suelo bajo nosotros y la suavidad del bosque que nos rodea. Al fondo, la silueta majestuosa de la sierra de Guadarrama dibuja el horizonte, un recordatorio de la inmensidad de la naturaleza.

Este tramo, conocido como el Camino de Conejeras o Los Llanillos, juega con nosotros. Hay momentos en los que el pedaleo se siente ligero, casi divertido, mientras la senda serpentea entre los árboles. Pero en otros, los cardos no perdonan. Se aferran a nuestras piernas, impidiendo el avance, como si la misma naturaleza reclamara su territorio. Cada espina, cada piedra, es parte de la aventura, y el paisaje, con su rudeza y belleza, nos mantiene en vilo, recordándonos que este camino es tanto una prueba física como un viaje emocional.

El Encuentro con los Caminos Antiguos

Km. 47,900 - El eco de un pasado industrial resuena bajo nuestras ruedas al cruzar la vía del ferrocarril, ahora en desuso. Un vestigio olvidado que aún guarda la memoria de trenes que antaño conectaban pueblos y destinos lejanos. Al llegar a la Cruz de las Siete Carreras, un cruce donde convergen siete antiguos caminos, el peso de la historia se siente en el aire. Aquí, en este punto donde se entrelazaban rutas, el viajero debía decidir su destino, y nosotros, siguiendo el rumbo de nuestra aventura, comenzamos la ascensión al Llano de Carramonte.

La subida se hace intensa por lo kilómetros que traemos a nuestras espaldas y el calor de estas horas del días, pero el esfuerzo es recompensado cuando alcanzamos la cima. Desde allí, el valle que forma el arroyo de San Andrés se despliega a nuestros pies, un paisaje que parece sacado de una postal, pero con la dureza de su terreno intacta. Este arroyo, serpenteando bajo nosotros, ha servido durante siglos como defensa natural por la umbría de la villa de Maderuelo, protegiéndola de invasiones y tiempos difíciles. Al descender hacia el valle, sentimos la historia viva en cada curva del camino, como si la tierra misma nos guiara de regreso a la villa, donde la aventura continúa.

La Majestuosa Puerta del Barrio y el Antiguo Torreón Defensivo

Km. 50,100 - Tras una última subida desde el valle, nos acercamos al corazón de Maderuelo, un lugar donde el tiempo parece haberse detenido. La entrada a la villa es majestuosa, pero no ostentosa. La Puerta del Barrio se alza ante nosotros, flanqueada por una casa-torre que en su día fue un torreón defensivo, y que más tarde se transformó en hospital para peregrinos, viajeros y los más necesitados. Este conjunto no es solo una entrada; es una fortaleza, el último baluarte que protegía el único acceso a Maderuelo desde la muralla que rodea la umbría.

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La puerta, abovedada y enmarcada por dos sólidos arcos de medio punto, respira historia. Cada piedra, desgastada por siglos de viento y lluvia, ha visto pasar generaciones de defensores, mercaderes, judíos y cristianos. Aquí se encontraba el barrio judío de Maderuelo, una comunidad floreciente que vivió dentro de los muros hasta su expulsión en 1492. La Puerta del Barrio es mucho más que un simple acceso: es un umbral cargado de simbolismo, donde culturas y épocas convergieron, dejando su impronta en las piedras que aún permanecen.

Maderuelo, como muchas otras villas medievales, se organizaba en torno a barrios diferenciados por la religión de sus habitantes. La judería, situada en esta parte, representaba no solo un refugio para los judíos de la villa, sino también una conexión con las rutas comerciales que recorrían Castilla. A través de esta puerta, no solo entraban mercancías y viajeros, sino también las ideas y el intercambio cultural que enriquecieron la historia de esta villa.

El Enigma que guarda la Villa de Maderuelo

Km. 50,300 - Maderuelo, kilómetro final de nuestra travesía, es mucho más que un punto geográfico en el mapa de Segovia. Es un rincón olvidado que parece respirar el aliento del pasado con una intensidad tan palpable que roza lo mítico. Sus calles de piedra, erosionadas por el paso del tiempo, y sus casas antiguas, invocan una atmósfera casi sobrenatural, como si este pueblo, al igual que el legendario Brigadoon, emergiera de las brumas del tiempo solo para los que tienen el privilegio de perderse en él.

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Aquí, en Maderuelo, el reloj parece haberse detenido en un momento eterno, donde la historia y la leyenda se entrelazan en un tejido difícil de desentrañar. Cada rincón parece guardar un secreto, un misterio arcano cubierto por un velo oscuro e impenetrable. Para quienes se atreven a explorar sus senderos y callejones, la sensación es clara: se está caminando no solo sobre piedras antiguas, sino sobre las huellas de un pasado que se resiste a ser olvidado. Este pueblo no solo cuenta la historia de Castilla, sino que guarda con celo historias perdidas en los pliegues de los siglos.

Pero Maderuelo es más que una reliquia histórica; es el epicentro de una leyenda que ha sobrevivido al paso del tiempo. Se dice que aquí, bajo estas tierras, reposa el tesoro del Condestable Don Álvaro de Luna, un hombre clave en la historia de la Vieja Castilla. Su fortuna, oculta y perdida en los vaivenes de la historia, sigue siendo objeto de fascinación para aquellos que buscan respuestas en las sombras del pasado. El enigma de Maderuelo no es solo una cuestión de interés histórico; es una atracción magnética que desafía el tiempo, llamando a los curiosos y aventureros que desean descifrar lo que yace oculto bajo su embrujo medieval.

La Estructura Defensiva de Maderuelo a lo Largo de los Siglos

Km. 50,900 - Dejamos atrás las calles de Maderuelo por su parte oriental, atravesando la emblemática Puerta de la Villa, una entrada que parece haber desafiado los siglos. Al pasar bajo su sombra, es imposible no sentir la carga de la historia que pesa sobre sus viejos cerrojos y las gruesas puertas de madera acorazada. Estas puertas, decoradas con adornos y policromía, son testigos del blindaje del siglo XV, cuando Maderuelo aún necesitaba defenderse de invasiones y ataques.

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El conjunto defensivo es imponente, una puerta abovedada que revela un doble acceso: un arco de medio punto intramuros, alto y sólido, que marca el inicio del camino hacia el exterior, y un arco apuntado que, desde el exterior, protege la villa. Encima del arco exterior se encuentra un matacán, un ingenioso mecanismo de defensa que vigilaba y protegía a quienes se aventuraban a acercarse. Desde aquí, la villa se defendía de los enemigos con una frialdad estratégica, y hoy, ese matacán parece seguir observando, inmóvil, los pasos de los ciclistas y viajeros que recorren estos antiguos caminos.

La salida por la Puerta de la Villa no es solo un cruce de murallas, es una transición entre dos mundos: el pasado y el presente. Al abandonar la protección de sus muros, dejamos atrás el misterio de la villa para volver a la inmensidad de los paisajes de Segovia, pero llevándonos con nosotros el eco de la historia en cada pedalada.

El Tributo del Viejo Puente y la Conexión con la Ermita de la Vera Cruz

Km. 51,630 - El recorrido llega a su fin cuando cruzamos el río Riaza por el Puente Nuevo. Sin embargo, una sombra de tristeza nos acompaña al saber que el Puente Viejo, sumergido bajo las aguas del pantano, no nos permitirá verlo. Este año, las lluvias han sido generosas, algo poco habitual para la época, y el agua ha cubierto por completo los cinco arcos del puente medieval. Algunos expertos aún debaten su origen, insinuando que podría tener raíces romanas, aunque lo que ha llegado hasta nosotros pertenece a la Edad Media. Los espolones del puente, recios y firmes, cuentan historias de crecidas furiosas y el paso de siglos, mientras el lodo del embalse se empeña en ocultar lo que alguna vez fue un cruce vital sobre el Riaza.

Este puente no solo unía tierras, sino que también conectaba mundos. Era necesario pagar un tributo, el pontazgo, al Marqués de Villena para cruzar, y tras el paso, el camino conducía a la ermita de la Veracruz y las altas tierras del páramo. El cruce no era solo físico, sino simbólico, uniendo el pueblo con la espiritualidad y la historia, como un umbral entre lo terrenal y lo sagrado.

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De regreso al punto donde dejamos el coche, cerca de la ermita de la Vera Cruz, el paisaje cambia. Una pradera se abre ante nosotros, y en este día, resuena con la risa y las voces de los maderolenses que, tras una larga reclusión por la pandemia, vuelven a reunirse para celebrar. Aquí, bajo la sombra de los árboles, se siente un alivio compartido, una celebración de la vida tras un periodo oscuro. Nosotros, como unos maderolenses más, sacamos la nevera del coche y nos preparamos para una merecida comida. No sabemos que el año aún guarda otras reclusiones más, pero por ahora, disfrutamos del momento.

La ermita de la Vera Cruz es un templo sencillo de estilo románico, pero cargado de historia. Separada del pueblo por las aguas del embalse del río Linares, la ermita es testigo de tiempos en los que la presencia de los templarios impregnaba estas tierras. Según la leyenda, en su posesión se encontraba un fragmento del Lignum Crucis, el mismo madero sagrado descubierto por Santa Elena, madre del emperador Constantino. Este fragmento, que una vez lideró las huestes de los cruzados en Tierra Santa, se perdió en la catástrofe de los Cuernos de Hattin en 1221, marcando el principio del fin del Reino Cristiano de Jerusalén y, con él, de la poderosa Orden del Temple.

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El Misterio del Lignum Crucis y las Pinturas Románicas Preservadas

La ermita, construida con sillares de piedra para las partes nobles y mampostería en el resto, guarda la simplicidad de una arquitectura concebida para la devoción. Su única nave rectangular y su techo de madera son un reflejo de la austeridad que caracterizaba a los templarios, mientras que el alero, sostenido por canecillos historiados, nos recuerda que el arte y la religión, incluso en su forma más humilde, iban de la mano. En otro tiempo, sus muros estuvieron cubiertos por frescos románicos del siglo XII, representando escenas de la vida cristiana: Cristo en Majestad rodeado de ángeles, la Adoración de los Reyes Magos, y la Creación de Adán. Estas pinturas, trasladadas al Museo del Prado en 1946 para su preservación antes de la construcción de la presa, son una de las joyas más excepcionales de la pintura medieval española.

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Mientras terminamos nuestra comida bajo los árboles, con la ermita a la vista y el eco de historias pasadas resonando en el viento, es imposible no sentir una profunda conexión con esta tierra. Aquí, en Maderuelo, el pasado nunca está lejos, y cada rincón guarda una leyenda, un misterio que espera ser descubierto.

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Un Viaje Intenso por las Hoces del Riaza: Conectando Historia y Paisaje

Cinco horas después, tras haber recorrido senderos serpenteantes y habernos enfrentado a subidas que nos exigieron cada gramo de energía, la ruta, que comenzó como un desafío técnico, se convirtió en un viaje íntimo con la historia y el paisaje. Cada kilómetro fue una historia en sí misma, cada parada, una pausa para contemplar la grandeza de la naturaleza que se desplegaba ante nosotros.

La belleza de esta travesía no reside solo en la velocidad media de 9.94 km/h o en los momentos de máxima adrenalina a 44.27 km/h, sino en la conexión silenciosa con los vestigios de un pasado que, aunque enterrado, sigue vivo en cada rincón de estas tierras.


Un Final que Invita a Volver

Al final de esta jornada ciclista, mientras la sombra de los árboles nos acoge para un merecido descanso, sabemos que esta ruta ha dejado su marca en nuestras piernas, sí, pero sobre todo en nuestra memoria. Las Hoces del Riaza no son un destino más, son un punto de partida para quienes buscan más que una simple aventura. Porque, aunque la travesía haya terminado, los secretos de esta tierra aún aguardan, y la llamada de lo desconocido nos invita a volver.

Las Hoces del Riaza: Más que un Destino, un Punto de Partida

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