El aire fresco del otoño se cuela entre las hojas doradas de los árboles, pintando la sierra sobre la localidad de Riaza, en Segovia, con los tonos cálidos de la estación. En esta época del año, los ciclistas aventureros se ven atraídos por la llamada de la naturaleza, y no hay mejor manera de responder a esa convocatoria que con una ruta que te llevará a uno de los tesoros mejor guardados de esta región: el Mirador de Piedras Llanas, también conocido como Peñas Llanas y como realmente debería conocerse PEÑA LLANAS. Desde lo alto de este mirador, podrás disfrutar de vistas panorámicas que te dejarán sin aliento, y experimentarás la magia del otoño en todo su esplendor y de la llanura castellana, no en vano es conocido también como el Mirador de Castilla.

No hay nada como el sonido de las ruedas de tu bicicleta crujiendo sobre el camino de tierra mientras avanzas por los senderos que te llevan a este rincón especial. En esta ruta, te embarcarás en una aventura que combina el ciclismo de montaña con la exploración de la naturaleza en su estado más puro. ¿Estás preparado para sumergirte en este viaje a través de la sierra de Ayllón y descubrir los secretos que esconde el Mirador de Peña Llanas? Bienvenido a una experiencia ciclista como ninguna otra.



El otoño en esta comarca es un espectáculo mágico. Los árboles cambian de vestimenta, las hojas caen lentamente al suelo, y el aire se llena de un aroma fresco y limpio. Las temperaturas son perfectas para la práctica del ciclismo, y la ausencia de multitudes te permitirá disfrutar de la tranquilidad de la naturaleza en su estado más puro.

A medida que va avanzando el recorrido no puedes evitar sentir una profunda gratitud por la experiencia que has vivido. La conexión con la naturaleza, la superación de desafíos y la belleza de la sierra en otoño se suman para crear una experiencia inolvidable.







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Km. 00,000 - No es casualidad que la vetusta Saldaña de Ayllón haya sido la elegida para iniciar nuestro periplo ciclista. Este enclave, repoblado en tiempos medievales por almas de Burgos, quizás emigradas de la Saldaña primigenia, tiene raíces que se hunden en la noche de los tiempos romanos, como lo demuestran las aras de piedra que emergen a la vera del río Riaza, en el paraje de Las Viñuelas, otrora morada de un santuario rural erigido en honor a Arconi / Arcón / Arco / Arcco, ese enigma de deidad que algunos postulan de estirpe autóctona y que bien podría ser el numen tutelar de caminantes y mercaderes, de rebaños y de pastores, homólogo al Hércules de la península itálica. No falta quien lo equipara a Mercurio, divinidad de comerciantes y trotamundos, así como ciclistas como nosotros, o le atribuye atributos solares que lo acercan al Apolo de los celtas. Sin embargo, hay eruditos que lo vinculan con el espíritu silvestre, el ente sagrado que vela por arboledas y espesuras: nuestro Arconi, oso o osa en su manifestación protectora. Un dios, o diosa –que bien podría ser la Madre Osa, la Deae Artioni reconocida en otros lares de Europa–, de quien poco se sabe y que, no obstante, parece consustancial al orbe natural, patrón de monteros y de las fuerzas más atávicas de la existencia.

Hay conjeturas que sugieren que estos altares segovianos podrían haber estado consagrados a Ianus / Jano, cuyo arcano nombre de iniciación o secreto sería ArkhóArjó / Arco / Arcus / Arcanus, "El Oculto", se ha desvanecido en las brumas del tiempo. Tal identificación entre Jano y Arco ha caído en el olvido, y son escasos los sabios que se aventuran a trazar tal paralelismo. En la antigüedad, ambas nomenclaturas evocaban a la misma entidad celestial. 


Y retomando la senda de la palabra "oso", cabe la posibilidad de que nos hallemos ante la veneración de Arcas, vástago de Júpiter y de Calisto – la Osa Mayor –. A su muerte, Arcas fue exaltado a los cielos como la constelación Artofílace, "el guardián de la osa".

Cualquiera que sea la naturaleza de esta deidad, íntimamente ligada a esta población y sus senderos de leyenda, encomendamos nuestro viaje a su tutela, esperando que los escarpados puertos que nos aguardan se muestren benignos en nuestra travesía.

El ciclista que ose enfrentarse a este camino deberá tener presente que Saldaña, alquería perteneciente a la jurisdicción de Ayllón, yace ensimismada en el corazón de un bosque de encinas secular. No faltan eruditos que sostienen que estos parajes son los mismos que figuran en aquel episodio del Cantar de mío Cid, tristemente célebre como la 'Afrenta de Corpes'. Un rincón impregnado de la historia de un ultraje, aquel en que las hijas del Campeador fueron deshonradas y desamparadas por sus esposos, los infames Infantes de Carrión.

Km. 00,600 - Las encinas centenarias nos reciben como guardianas de una pradera que parece inmortal. Sus sombras alargadas abrazan el camino, y el aire lleva un susurro que habla de raíces profundas y tiempos remotos. Apenas un kilómetro más adelante, los árboles ceden el paso a campos de labor. La ausencia de follaje revela un escenario majestuoso: la Sierra de Ayllón se alza al fondo como un coloso sereno, sus crestas recortadas contra el cielo.

Bordeamos los cultivos siguiendo las marcas de una nueva señal de la Cañada Real, una ruta tan antigua como los mismos caminos de la tierra. Cruzamos la cañada, y la senda nos conduce al abrazo de un monte bajo, donde las encinas retoman su dominio. La vegetación aquí se siente cercana, como si el bosque conspirara para guiarnos por su tránsito.

A unos 700 metros, la senda nos lleva a un cruce de caminos. Sin titubear, giramos a la derecha, incorporándonos a un nuevo trayecto. Apenas 300 metros después, una rodera a mano derecha marca la salida del encinar. El paisaje vuelve a abrirse y atravesamos un campo de cultivo que se extiende como un lienzo en espera de la estación. Al final, el camino nos devuelve al abrazo del encinar, pero no sin antes sorprendernos con un giro brusco a la izquierda que parece guiado por un instinto ancestral.

Pronto, otro cruce se presenta. A la derecha, el caserío de Corral de Ayllón emerge como un espectador silencioso. Sin embargo, nuestro camino sigue adelante, ignorando la tentación de desviarnos. El sendero, imperturbable, se adentra más en el corazón de esta tierra donde historia y naturaleza se entrelazan con cada pedalada.


Km. 06,500 - Conectamos con la Cañada Real Soriana Occidental es más que un sendero: es una de las nueve grandes vías pecuarias que, como arterias, recorren la Península Ibérica. Durante siglos, estas rutas sostuvieron la vida pastoril, facilitando la trashumancia, ese movimiento cíclico de rebaños que unía las sierras septentrionales con los pastos generosos del sur, en Extremadura y Andalucía. Este camino es, por tanto, un vestigio de la historia viva, donde los ecos de los pastores y sus ovejas se entremezclan con el crujir de nuestras ruedas.

El término "cañada" merece una atención especial por la riqueza de sus significados. En su acepción más estricta, define esas amplias veredas que cruzan las tierras de cultivo, conectando los espacios abiertos donde el ganado trashumante encontraba libertad para pastar. Pero también alude, en un sentido más amplio, al entramado de rutas que partía del norte y serpenteaba hacia el sur, uniendo paisajes y economías.

Esta ambigüedad semántica se refleja en los folletos de la Asociación General de Ganaderos del Reino, donde la "Descripción de la cañada segoviana" se entrelaza con denominaciones como "Cañada real de Burgos" o "Cañada de Burgos y Soria". La "Cañada segoviana", por su parte, también figura en descripciones de la cañada leonesa, aludiendo a un tramo sur de esa ruta. Esto nos recuerda que el sistema de cañadas no era una red aislada, sino una malla compleja y orgánica que cubría buena parte de la península.

La Cañada Soriana Occidental, al igual que otras, ha sido moldeada por los cambios de la historia. Su trazado original se modificó con el tiempo, adaptándose a la roturación de tierras, los vaivenes económicos, los conflictos bélicos y las transformaciones demográficas. Sin embargo, su esencia se mantuvo, perpetuando un sistema de vías que conectaba comunidades y paisajes.


La relación entre las antiguas calzadas romanas y las cañadas ha sido objeto de debate académico. Algunos estudiosos, como Paredes Guillén, sugieren que estas rutas ganaderas tienen raíces en los caminos trazados por los pueblos celtíberos y utilizados posteriormente por romanos, visigodos y árabes, hasta ser heredadas por los castellanos en la Edad Media. No obstante, otros, como Bishko, sostienen que la red de cañadas de la Mesta fue una innovación medieval, consolidada entre los siglos XIII y XIV, aunque con posibles precedentes en la época de Alfonso VI.

Aunque la teoría de una continuidad directa con las calzadas romanas carece de evidencia concluyente, es plausible que las vías pecuarias se superpusieran o aprovecharan trazados romanos preexistentes. Cada piedra y cada giro de estas rutas parece susurrar historias de una herencia compartida entre culturas.

Recorrer hoy la Cañada Soriana Occidental es revivir esa memoria. Cada pedalada nos conecta con un pasado que, aunque transformado, sigue latente en el paisaje. Avanzamos sobre una senda donde se cruzan los rastros de pastores, agricultores y viajeros de otras épocas, transformando nuestro viaje en un homenaje a las generaciones que caminaron estas mismas rutas antes que nosotros.


La batalla de Candespina, librada el 26 de octubre de 1110 en las tierras por las que estamos ciclando del termino de Fresno de Cantespino, es un episodio que emerge como un símbolo de las complejas intrigas y pasiones que definieron la Edad Media en la península ibérica. Este enfrentamiento, con Alfonso I el Batallador y su esposa, la reina Urraca I de León, en el centro de la escena, marcó un punto de inflexión en una relación tensa, entrelazada con la lucha por el poder y la sucesión al trono.

El matrimonio entre Alfonso I de Aragón y Urraca I de León, concertado en 1109, rápidamente degeneró en un vértigo de ambiciones cruzadas y rechazos obstinados. Las aspiraciones de Alfonso I por imponer su dominio en tierras leonesas chocaron con la resistencia de una nobleza que rechazaba ser gobernada por un monarca aragonés. Añadiendo combustible a las tensiones, se propagaron rumores sobre una relación entre Urraca I y Gómez González Salvadórez, el conde de Candespina, quien se alzó como líder de la oposición al rey.

La batalla enfrentó a las tropas aragonesas contra una coalición de fuerzas leonesas, castellanas y gallegas leales a la reina. Aunque las fuentes sobre el desarrollo del combate son escasas y contradictorias, el desenlace fue claro: una victoria decisiva para Alfonso I. Según el historiador Rodrigo Jiménez de Rada, la retirada de Pedro González de Lara, al mando de la vanguardia leonesa, al inicio del enfrentamiento, desestabilizó las filas de Urraca I y selló el destino de Gómez González, quien pereció en la lucha.

Pese al triunfo en Candespina, Alfonso I no logró pacificar el reino. La guerra civil continuó, con el joven infante Alfonso Raimúndez, futuro Alfonso VII, emergiendo como un nuevo estandarte de resistencia. Así, la batalla no solo consolidó el poder militar de Alfonso I, sino que también subrayó las profundas divisiones dinásticas y políticas que fracturaban los reinos cristianos de la península.

Fresno de Cantespino, el pequeño pueblo segoviano que fue escenario de esta tragedia, aún guarda los vestigios de su pasado medieval. Entre ellos, los restos de una fortaleza que perteneciera al legendario conde de Candespina, cuya figura se ha elevado al dominio de la leyenda. Su oposición a Alfonso I, su relación con la reina Urraca y su caída heroica en combate lo transformaron en un personaje inmortalizado por la tradición oral. Hoy, su sepulcro reposa en el monasterio de Oña, como un eco silente de una vida marcada por la lealtad y el conflicto.

Este episodio, cargado de tensiones personales y políticas, sigue resonando en la memoria de Fresno de Cantespino, donde cada piedra parece susurrar relatos de gloria y tragedia a quienes se aventuran a explorar su historia.


Otro hecho histórico que marca estas tierras por las que avanzamos en nuestra travesía es la enigmática Batalla de Corporario, un evento envuelto en las nieblas de la leyenda y la controversia. Datada a principios del siglo XI, este enfrentamiento entre cristianos y musulmanes es presentado por la tradición popular como una victoria decisiva que contribuyó a la caída final de Almanzor en Calatañazor. Sin embargo, los historiadores modernos plantean dudas sobre su veracidad, sugiriendo que podría tratarse de un relato magnificado por la tradición oral.

Según la memoria colectiva de Fresno de Cantespino, la batalla se libró en el "Campo de la Espina," cerca de la necrópolis visigoda de "Sancta María del Corporal". Se narra que Almanzor, tras devastar Sepúlveda, fue derrotado en Corporario el segundo día de Pentecostés. Una de las versiones más fascinantes del relato describe una astuta estratagema de los cristianos, quienes, en un acto de ingenio, izaron la bandera de la media luna en el castillo de Castiltierra, engañando a las tropas de Almanzor y tendiéndoles una emboscada fatal.

No obstante, investigaciones recientes arrojan sombras de duda sobre la realidad de esta batalla. Al igual que ocurre con la mítica batalla de Calatañazor, la falta de pruebas documentales y la tendencia medieval a magnificar las gestas cristianas sugieren que Corporario podría ser más una creación de la imaginación popular que un hecho histórico verificable.

Independientemente de la historicidad del evento, la ermita del Santo Cristo del Corporario, situada al borde de la carretera entre Fresno de Cantespino y Castiltierra, permanece como un testimonio tangible de esta memoria colectiva. Datada en torno al siglo XI, su construcción podría haber sido motivada por la creencia en la intervención divina en una victoria cristiana, o tal vez como una expresión de fervor religioso profundamente arraigado en la población local.

En cada curva del camino que la rodea, resuenan las historias de una tierra que entrelaza mitos y realidades. Pedalear por estos parajes no solo es avanzar por un paisaje; es recorrer los ecos de un pasado que se niega a ser olvidado.


Y no podíamos dejar de mencionar una de las conexiones literarias más ilustres de estas tierras: El Cantar de mio Cid. Esta obra cumbre de la literatura española medieval narra con una prosa épica las hazañas del caballero Rodrigo Díaz de Vivar, conocido como el Cid Campeador. Aunque el poema se centra principalmente en sus conquistas en tierras valencianas, unos versos fugaces sugieren un breve paso del héroe castellano por la comarca segoviana del Campo de la Espina, un territorio que hoy vinculamos con Fresno de Cantespino.

En los versos 391 a 403, el Cid, desterrado por el rey Alfonso VI, abandona Burgos y se dirige hacia el sur. En el texto se menciona que "Vino mio Çid yazer a Spinaz de Can," una referencia que los estudiosos interpretan como el Campo de la Espina o Candespina. Aquí se especula que pudo pasar la noche en la fortaleza del cerro del Castillo, cuyos vestigios, aunque escasos, aún susurran historias de la época.

El poema también relata cómo al Cid se le unen en Spinaz de Can "grandes yentes," hombres atraídos por su fama y la esperanza de gloria y botín en las futuras campañas. Esta reunión de fuerzas refleja el magnetismo personal del Campeador, capaz de congregar seguidores incluso en los momentos más adversos. La mención de lugares como San Esteban de Gormaz y Ayllón como referencias geográficas sugiere que el Cid pudo haber seguido la Cañada Real Soriana Occidental, esa vía pecuaria que atraviesa estos parajes cargados de historia.

Si bien su paso por el Campo de la Espina es apenas un instante en la vastedad del Cantar, este episodio conecta la rica historia local de Fresno de Cantespino con la figura legendaria del Cid. Además, subraya cómo esta tierra fue testigo de momentos que trascendieron lo ordinario para convertirse en mito.

Fresno de Cantespino, enclavado en la Sierra de Ayllón, es un pequeño pueblo cuyo pasado se remonta a épocas romanas. Restos arqueológicos como la fuente romana "El Cubillo," la necrópolis visigoda de Castiltierra y la ermita del Cristo del Corporario, construida para conmemorar una supuesta batalla contra los musulmanes, son solo algunas de las huellas que evidencian la riqueza de su historia.

En la Edad Media, Fresno de Cantespino fue cabeza de Arciprestazgo y Comunidad de Villa y Tierra, un reflejo de su relevancia. También fue el escenario de eventos cruciales, como la batalla de Candespina en 1110, donde el conde Gómez González de Salvadórez pereció defendiendo sus ideales. Y aunque la evidencia histórica sobre el paso del Cid por otros puntos de la Sierra de Ayllón sea limitada, la tradición oral se ha encargado de entretejer leyendas sobre su presencia en la comarca.

Entre estas historias destaca la posibilidad de que Saldaña de Ayllón, un pequeño pueblo rodeado de encinas, fuera el escenario de la "Afrenta de Corpes," ese episodio del Cantar en el que las hijas del Cid sufrieron la deshonra a manos de los Infantes de Carrión. Verdadero o no, este relato contribuye a enriquecer el patrimonio narrativo de una región que sigue hablando a través de sus paisajes y de las piedras que guardan sus secretos.

Km. 12,100 - Dejamos atrás el lugar de Carralobos, perteneciente al "Común" del que hablaremos más adelante, un paraje donde la historia y el paisaje se entrelazan. Desde las alturas, la fotografía aérea nos revela la magnitud de la antigua Cañada, cuya anchura imponente se mantiene viva en esta sección perteneciente al ochavo de Castillejo o de la Sierra. Es un vestigio que habla de una época en la que las vías pecuarias no solo conectaban tierras, sino también comunidades y formas de vida.

Pero el camino cambia. Abandonamos la Real Cañada Soriana Occidental para incorporarnos al asfalto, una transición que nos conduce hacia Riaza. El sonido de las ruedas sobre el pavimento trae consigo una sensación de modernidad que contrasta con los ecos ancestrales del sendero que dejamos atrás. A cada pedaleada, avanzamos no solo en distancia, sino también entre dos mundos: el del pasado, que nos observa desde las huellas de la cañada, y el presente, que nos lleva hacia nuevos horizontes.

Cabe destacar que esta ruta cicloturista se desarrolla por la Extremadura castellana, también conocida como "trans fluvium Dorii" (al otro lado del Duero), era una región histórica de la península ibérica que se extendía al sur del río Duero. Esta región, que abarcaba territorios de las actuales provincias de Segovia y Soria, se caracterizaba por ser una tierra de frontera, conquistada y repoblada a partir del siglo X tras la reconquista de Toledo (1085).

A diferencia de la Castilla norteña, la Extremadura castellana se organizó en torno a las Comunidades de Villa y Tierra. Estas instituciones, surgidas de la necesidad de defender el territorio y fomentar su repoblación, se convirtieron en la principal entidad política y administrativa de la región.

Tierra de frontera: La Extremadura castellana estaba ubicada en la frontera entre los reinos cristianos del norte y los dominios musulmanes del sur. Esta situación la convertía en una zona estratégica y conflictiva, expuesta a constantes incursiones y batallas.

Repoblación tardía: A diferencia de la Castilla Vieja, la repoblación de la Extremadura castellana se consolidó a partir del siglo XI, impulsada por los reyes de León y Castilla.

Comunidades de Villa y Tierra: Estas entidades, compuestas por una villa principal y un conjunto de aldeas y territorios circundantes, se encargaban de la administración, la defensa y el aprovechamiento comunal de los recursos.

Derecho propio: Las Comunidades de Villa y Tierra desarrollaron un derecho consuetudinario específico, adaptado a las necesidades y características de la región, distinto al derecho de León y Castilla.

Carácter democrático: Las Comunidades se caracterizaban por la participación de los vecinos en la toma de decisiones a través de concejos y asambleas, lo que las convertía en instituciones con un marcado carácter democrático.

Comunidad de Villa y Tierra de Sepúlveda: Situada al norte de la provincia de Segovia, limitaba con la Comunidad de Villa y Tierra de Fresno de Cantespino. Su territorio se dividía en "ochavos" para su gestión.

Las fuentes proporcionan ejemplos concretos de la organización y funcionamiento de las Comunidades:

En Riaza, la Comunidad se regía por acuerdos entre el Ayuntamiento de la villa y representantes de los ochavos.

La Comunidad de Sepúlveda mantuvo numerosos litigios con Riaza por el aprovechamiento de los recursos, lo que demuestra la importancia del control territorial y la gestión comunal.

La Extremadura castellana, con su particular sistema de Comunidades de Villa y Tierra, representa un ejemplo singular de organización social y política en la España medieval. Su carácter fronterizo, su espíritu democrático y su rica historia la convierten en una región fascinante y digna de estudio.


Km. 16,300 - Llegamos a Riaza, un lugar donde la historia se entrelaza con el paisaje, creando una sinfonía de tiempos pasados que resuenan en sus calles y montes. Esta población segoviana, enclavada al pie de la sierra, hunde sus raíces en el siglo X, cuando la Reconquista daba forma al mapa peninsular.

El Padre Mariana, en su monumental Historia General de España, sitúa su fundación en el año 950, durante el reinado de Ramiro II de León. Florián de Ocampo, en la Crónica General de España, añade otro matiz, atribuyendo su origen a Gonzalo Fernández, hijo del legendario conde Fernán González, quien estableció un asentamiento en la ribera del río Aza, inspirando el nombre actual de la villa.

Riaza nació y creció en un contexto de repoblación, donde cada conquista traía consigo el deber de poblar y defender las tierras arrebatadas a los musulmanes. Como población abierta, sus primeras centurias fueron un vaivén de ocupaciones y abandonos, reflejo de las luchas entre dos culturas. En 1139, Alfonso VII, el Emperador, dotó a Riaza de un privilegio notable: la libertad para explotar minas de hierro sin pagar tributos, un derecho que cimentó su economía durante siglos y marcó su historia como parte del señorío del obispo de Segovia.

Este periodo episcopal, que se extendió hasta 1430, estuvo marcado por disputas constantes con sus vecinos, como Sepúlveda, Fresno de Cantespino y Ayllón. Los litigios sobre bosques, pastos y aguas llevaron a la creación de la Comunidad de Sepúlveda y Riaza, una institución que sobrevivió hasta el siglo XX. En este entramado de intereses y privilegios, Riaza cambió de manos varias veces. Fue comprada en 1430 por Juan II de Castilla, cedida poco después a su condestable Álvaro de Luna y, tras su ejecución en 1453, heredada por su hijo. Finalmente, en 1470, Diego López Pacheco, marqués de Villena y conde de San Esteban, se convirtió en su señor.

A lo largo de los siglos, la industria y los recursos naturales de la sierra moldearon la identidad de Riaza. Desde la minería de hierro hasta la industria textil que floreció entre los siglos XV y XVII, la villa se destacó por su producción de paños, sayales y jergas. Sin embargo, la decadencia llegó con el siglo XIX, dando paso a otras iniciativas, como la pionera fábrica de alfileres dirigida por el francés Gregorio Menou.

Hoy, al recorrer sus calles y observar sus montes, es imposible no sentir la huella de quienes la habitaron y moldearon. Riaza no es solo un destino en nuestro trayecto; es un testimonio de resiliencia, donde cada piedra y cada esquina susurran historias de conquista, privilegio y esfuerzo humano.


Km. 17,400 - Inicio del Puerto de Tercera Categoría del Collado de Riofrío. Siguiendo el sendero que serpentea a través del bosque, al final de una suave bajada nos encontramos con las ruinas del Molino Viejo. Aunque abrazado por el follaje y el tiempo, este molino conserva la majestuosidad de sus muros de piedra, un testimonio mudo de la actividad que animó estas tierras en épocas pasadas. A la izquierda del molino, unos tablones nos permiten cruzar el canal, guiándonos hacia un puente que atraviesa el río Riaza, también conocido en antiguos textos como río Haza o Aza.


El río Riaza, un afluente del Duero, nace en el puerto de La Quesera, en la Sierra de Ayllón, y recorre cien kilómetros antes de fundirse con las aguas del Duero cerca de Roa, en Burgos. Su nombre es una combinación de historia y geografía: "Wadi Asah", lo llamaron los árabes en el año 939, el "río de Haza" por la localidad burgalesa que atraviesa. Su nombre actual proviene de la raíz latina "RIVUS", que significa arroyo o canal, y "AZAÑA", una referencia a los molinos y norias que jalonaban sus orillas.

El río ha sido el alma de esta región. Dio nombre a la villa de Riaza, fundada entre finales del siglo XI y principios del XII, y se convirtió en la columna vertebral de actividades como la minería y la forja del hierro, fundamentales para el desarrollo económico de la villa. Sin embargo, también fue fuente de disputas, como las que enfrentaron a Riaza y Sepúlveda por el uso de sus aguas. Estas tensiones llegaron a su primer acuerdo en 1258, cuando el obispo de Segovia, señor de Riaza, pactó con el concejo de Sepúlveda, aunque los pleitos continuaron hasta bien entrado el siglo XIX.

Geográficamente, el río Riaza delimita junto al Duratón el macizo de Ayllón por el norte. Su curso atraviesa lugares de una belleza sobrecogedora, como el Hayedo de La Pedrosa, donde nacen sus aguas. Este bosque, uno de los hayedos más meridionales de Europa, se presenta como un remanso de naturaleza protegida, con hayas corpulentas que se alzan como guardianas del tiempo. En sus riberas también conviven robles, encinas, abedules y pinos, creando un mosaico de colores y texturas que embriaga los sentidos. Más allá, las pizarras y cuarcitas de la Sierra de Ayllón acompañan el curso del río, recordándonos la geología ancestral que ha esculpido este paisaje.

El río Riaza no solo ha modelado el entorno, sino que también ha sido testigo de la historia que lo rodea. Desde los primeros asentamientos humanos hasta los conflictos medievales y las revoluciones industriales, su cauce ha sido un hilo conductor que une el pasado con el presente. Las localidades que bordean sus aguas, como Riaza, Santa María de Riaza, Saldaña de Ayllón y Villacorta, son reflejo de una riqueza cultural y patrimonial que merece ser explorada y celebrada. Cada pedalada por estos parajes es un homenaje a este río, cuyas aguas y leyendas continúan dando vida a la región.

Km. 19,600 - Fin del Puerto de Tercera Categoría del Collado de Riofrío. Conquistamos la cumbre y nos encontramos con la Pradera del Collado, un remanso de amplitud rodeado de las siluetas ondulantes de la sierra. Aquí, el paisaje se abre generoso, ofreciendo una pausa natural donde el viento parece narrar historias de quienes han pasado antes por este lugar. La pradera invita a detenerse, respirar profundamente y dejar que la majestuosidad del entorno recompense el esfuerzo de la subida.

Km. 20,600 - Inicio del Puerto de Cuarta Categoría de Peña Llanas. Desde la cumbre, el paisaje se despliega con una majestuosidad que solo la Sierra de Ayllón puede ofrecer. Dominando la escena, el imponente Pico del Lobo, que alcanza casi los 2.300 metros de altitud, parece vigilar desde lo alto. A la derecha, el valle se extiende como un lienzo salpicado de robledales, mientras que al fondo, la localidad de Riofrío de Riaza asoma con sus tejados rojos que contrastan con el verde omnipresente. Por todos lados, rocas colosales escoltan el cañón, y si afinamos el oído, casi podemos escuchar el murmullo del arroyo Fontarrón, que serpentea mucho más abajo.

Tomamos el camino a la izquierda, un sendero que unía los antiguos poblamientos de Riofrío de Riaza y Martín Muñoz de Ayllón. Los tonos de verde parecen infinitos, fusionándose con el azul del cielo en un abrazo que embellece el paraje más allá de lo imaginable. El bosque, exuberante y vibrante, rezuma vida y acompaña nuestro recorrido con su presencia inmutable.

En este escenario cargado de naturaleza y historia, es imposible no pensar en la Comunidad de Villa y Tierra de Sepúlveda, una institución clave en la organización política y territorial de Castilla durante la Reconquista. Estas comunidades, nacidas para gestionar justicia, territorio y recursos como pastos, aguas y bosques, fueron esenciales para estructurar la vida en la península ibérica medieval.

La Comunidad de Sepúlveda, constituida en 940 bajo el Fuero de Sepúlveda, otorgado por Fernán González y reafirmado por Alfonso VI y Fernando IV, es un ejemplo paradigmático. Su relación con Riaza estuvo marcada por tensiones sobre "Los Comunes", esas tierras compartidas de montes y pastos que, aunque fuente de riqueza, también generaron conflictos.

Inicialmente parte de la Comunidad de Fresno de Cantespino, Riaza fue donada al obispado de Segovia en 1139, ganando independencia política pero manteniendo derechos sobre los montes de Sepúlveda. Estos derechos quedaron recogidos en un acuerdo de 1258 entre el obispo de Segovia y el concejo de Sepúlveda, aunque los pleitos y enfrentamientos persistieron durante siglos.

En 1470, una sentencia arbitral definió límites y reguló el uso de pastos y aguas, pero las disputas continuaron hasta el siglo XIX. Con la desaparición de las Comunidades de Villa y Tierra, "Los Comunes", antiguo ochavo, fueron divididos en 1925: Sepúlveda recibió el 70%, Riaza el 19% y Fresno de Cantespino el 11%.

Esta historia de cooperación y conflicto revela la importancia de estas instituciones en la configuración de Castilla medieval, ilustrando cómo la gestión comunal de los recursos naturales era tanto un motor de desarrollo como una fuente de tensión entre vecinos. Desde esta cumbre, contemplamos no solo el paisaje, sino también las huellas de una organización social que dio forma a estas tierras.


Km. 22,700 - Alcanzamos la Ermita de Nuestra Señora de Hontanares, un refugio de historia, fe y arte enclavado en las colinas. Este santuario, rodeado por la serenidad de la Sierra de Ayllón, se alza como testigo de la devoción de generaciones y de una tradición que se niega a desvanecerse.

La leyenda sobre el origen de la imagen de la Virgen de Hontanares es tan misteriosa como evocadora. La tradición oral cuenta que, durante la invasión musulmana, la imagen fue escondida en una gruta cercana al antiguo asentamiento de Fontanar, donde posteriormente fue descubierta por un pastor. Este hallazgo, celebrado como una "buena nueva," cimentó el papel de la Virgen como protectora del lugar.

El término de Hontanares, cuyo nombre deriva de "Fontanar" debido a la abundancia de fuentes en la zona, tiene sus raíces en la antigüedad y formó parte de la Tierra de Sepúlveda bajo la Comunidad de Villa y Tierra. A lo largo de los siglos, disputas territoriales enfrentaron a Sepúlveda, Fresno de Cantespino y Riaza, pero en el siglo XVI, Hontanares quedó finalmente integrado en el término de Riaza.

La ermita actual, construida a partir de 1603 bajo la dirección del maestro cantero Palacios, refleja el esfuerzo colectivo de sus devotos. Los registros del Libro de la Fábrica documentan el proceso constructivo, que incluyó trabajos de retejado, empedramiento y revoque, así como la adición de vidrieras en 1608 y la ampliación de la capilla mayor en 1685. La estructura exterior de mampostería, con contrafuertes y una espadaña de piedra, transmite una sencillez acorde a los recursos limitados de la época.


Destaca su portada principal, un ejemplo del estilo de El Escorial que influenció la arquitectura segoviana del siglo XVII, y su retablo mayor, una obra barroca en madera dorada creada por Juan del Prado en 1663, financiada por las limosnas de los fieles. La imagen de Nuestra Señora de Hontanares, una talla de vestir, representa una tradición escultórica profundamente arraigada en la devoción popular.

Adosada al lado norte de la ermita se encuentra la Hospedería, un edificio del siglo XVIII que ofrecía refugio a los peregrinos que acudían al santuario. Esta construcción rústica complementa el carácter espiritual del lugar, mientras que la Cofradía de Nuestra Señora de Hontanares, activa desde 1592, y la Comisión constituida en 1909, continúan cuidando y administrando este emblemático espacio.

Cada año, el domingo siguiente al 8 de septiembre, la fiesta principal de la Virgen de Hontanares llena la ermita de vida y celebración, reafirmando su importancia como centro cultural y espiritual. Este lugar, donde la historia, el arte y la devoción se entrelazan, es un reflejo de la riqueza cultural de la Sierra de Ayllón y un faro de identidad para los habitantes de Riaza y la región.


Km. 23,700 - Alcanzamos el fin del Puerto de Cuarta Categoría de Peña Llanas. La subida, con sus pendientes y curvas, queda atrás mientras la cima nos recompensa con vistas que parecen infinitas. Es un punto donde el esfuerzo encuentra su eco en la belleza del paisaje, una postal natural que invita a detenerse y contemplar la inmensidad de la Sierra de Ayllón. Desde aquí, cada pedaleada se siente más ligera, mientras la ruta promete nuevas historias y horizontes por descubrir.

Km. 23,900 - El MIRADOR DE PEÑA LLANAS no es solo un observatorio, sino una declaración de amor a la madre naturaleza, un testimonio de la grandeza del hombre cuando se inspira en su entorno para crear algo verdaderamente extraordinario. Gracias a la Fundación Patrimonio Natural de Castilla y León, emerge el nuevo mirador de Peña Llanas, sustituyendo con dignidad al añejo y maltrecho que clamaba por su renovación. Alza su perfil en un escarpado trono de piedra, con vistas que abrazan un valle de auténtico sabor castellano, anidado en el rincón de la Sierra de Ayllón, muy cerca de la zona recreativa de la Ermita de la Virgen de Hontanares.


Este proyecto, querido lector, es un viaje en sí mismo. Inicia su relato de un camino que se interna en un bosque de robustos robles melojos, una antesala natural que nos susurra al oído. Nos guía con gracia hasta el santuario de acero que coronará nuestra peregrinación. Y qué santuario es este, te preguntarás.

Por las ramas, Mirador Peñas Llanas from ImagenSubliminal on Vimeo.

Es una pasarela de acero galvanizado que desafía al abismo, un puente erguido sobre pilares como centinelas inquebrantables. La pasarela, al alzarse, cumple dos propósitos: acaricia la tierra con delicadeza, respetando su pulso, mientras regala al ciclista una perspectiva nueva, inigualable, de la naturaleza que lo envuelve. Además, y no menos importante, se erige como un monumento a la accesibilidad, una invitación a todos, incluyendo a aquellos con movilidad reducida e incluso a ciclistas como nosotros, para que sean partícipes de este éxtasis visual.



El mirador, esa joya arquitectónica, se proyecta como un puente que se atreve a volar, desafiando los límites del espacio. Se apoya en dos puntos de roca, como si abrazara la tierra misma, y su parte voladiza se expande para otorgar al espectador un espacio de meditación profunda, una antesala al deleite del valle que se despliega ante sus ojos.

Los materiales utilizados en esta gesta son un canto a la naturalidad, una oda al envejecimiento sin artificios. El acero galvanizado, cuyo tono se mimetiza con los líquenes que adornan los robles y las rocas circundantes, se funde en el paisaje, perdurando en su color en las cuatro estaciones del año. Los paneles composite alucobond, fusionando dos láminas de aluminio con un núcleo mineral, se convierten en espejos que reflejan la pureza de su entorno, multiplicando su belleza.

La madera, por último, aporta calidez a esta sinfonía de materiales, un eco de humanidad en el frío abrazo del acero. Pero, lo más significativo, es que esta obra ha sido creada con el espíritu de la sostenibilidad en mente. Todos sus componentes son desmontables y reutilizables, un testimonio de respeto por la tierra, de amor por la naturaleza que deseamos legar sin cicatrices.

El interés geológico de este enclave, en contra de lo que muchos puedan pensar, no se reduce a su función como mirador panorámico, desde donde se pueden identificar elementos y conjuntos geológicos de la provincia. Su autenticidad radica en los afloramientos rocosos que lo sostienen. Estos afloramientos, en realidad, son auténticos tesoros geológicos, compuestos por rocas metamórficas, como metacuarcitas y pizarras, con una antigüedad que nos remonta al Ordovícico. Estas formaciones están encajadas en lo que conocemos como la Formación Alto Rey, que guarda un parentesco con la célebre "Cuarcita Armoricana" de la Zona Centroibérica meridional del Macizo Ibérico.

Lo que hace verdaderamente especial a los afloramientos del mirador es que revelan estratificaciones y estructuras sedimentarias que preceden al proceso de metamorfismo. Observamos laminaciones horizontales y cruzadas, marcadas por vetas de minerales oscuros, testimonios de los tiempos inmemoriales en que estos estratos se formaron. Pero la historia no termina ahí; también se pueden apreciar estructuras tectono-metamórficas, como pliegues, crenulación y diaclasado, las huellas de la violenta danza de las fuerzas de la tierra a lo largo de eones.

Y aquí, en este rincón de la tierra, podría encontrarse la clave de misterios perdidos en el tiempo: icnofósiles, las huellas dejadas por invertebrados sobre el fondo marino, como la enigmática Cruziana y otras maravillas. No es de extrañar que la erosión, paciente escultora, haya dado forma al promontorio del mirador, una característica típica de los relieves pseudoapalachianos. Estos relieves se caracterizan por sus crestas y barrancos, en particular ese nombre de "PEÑA", separada por surcos y canales, y afloramientos con superficies planas marcadas por fracturas ortogonales, esas "LLANAS". Así nace el evocador nombre de "Peña Llanas".

carta topográfica del siglo XVIII que representa la región que hemos recorrido.

Km. 24,100 - Tras un merecido descanso, comenzamos el descenso de La Cuesta, un tramo que desafía tanto la técnica como la concentración. Este segmento, el más exigente del recorrido, presenta un terreno irregular que ocupa el 2,4% del total. Si la experiencia sobre la bicicleta no es tu aliada, quizá sea el momento de echar pie a tierra y avanzar con cautela.


A medida que descendemos, la Sierra de Ayllón despliega su riqueza natural e histórica. Nos adentramos en el Ochavo de Castillejo, parte de la Comunidad de Villa y Tierra de Sepúlveda, una región que antaño fue pródiga en pastos y conocida por la cría de ganado lanar. No menos importante era la actividad minera, con yacimientos de hierro y plata que durante siglos alimentaron la economía local y dejaron su huella en el paisaje.


Km. 25,000 - Finalizamos el lento descenso de La Cuesta y nos adentramos en la Ruta del Color, un recorrido turístico que nos invita a descubrir los encantos de la Sierra de Ayllón. Caminos que nos conducen a través de los pueblos rojos, negros y amarillos, cada uno con su propio carácter y arquitectura singular. Las tonalidades de sus fachadas, fruto de los materiales locales, dialogan con el paisaje, ofreciendo un mosaico visual que embriaga los sentidos y nos conecta con la esencia de estas tierras. Es el comienzo de un trayecto donde la belleza y la historia se entrelazan en cada rincón.


Km. 25,900 - El sendero nos conduce hacia un denso robledal, donde la naturaleza nos envuelve por completo. El singletrack serpentea entre los troncos centenarios, con giros pronunciados que nos obligan a maniobrar con precisión. Bajo nuestras ruedas, una alfombra de hojas secas cruje suavemente, acompañando cada movimiento con su música otoñal. Es un tramo que despierta los sentidos, donde la frescura del bosque y el juego de luces entre las ramas nos recuerdan la magia de pedalear en la Sierra de Ayllón.


Km. 26,400 - Dejamos atrás el singletrack, esa senda que nos ha regalado momentos de puro disfrute. Cada giro, cada crujido bajo las ruedas, ha sido una dosis de energía que ahora llevamos con nosotros mientras continuamos nuestro camino.

En la Sierra de Ayllón, al noreste de la provincia de Segovia, se esconde un tesoro cromático en forma de pueblos que parecen pintados por la misma naturaleza. Entre ellos, destacan los llamados "pueblos amarillos," cuya singular tonalidad surge del uso predominante de cuarcitas blancas y doradas en la construcción de sus muros, otorgándoles una luz especial que resalta en cualquier estación.

Alquíté y Martín Muñoz de Ayllón son los principales guardianes de esta arquitectura dorada, que refleja una simbiosis perfecta entre el entorno y las manos que la moldearon.

El término "pueblos amarillos" cobró notoriedad con la promoción de la "ruta del color", una iniciativa turística que invita a recorrer no solo estas joyas doradas, sino también los "pueblos rojos" y "pueblos negros". Cada uno de estos enclaves exhibe una identidad propia, definida por los materiales tradicionales que conforman sus construcciones. La ruta, más que un recorrido, es una experiencia que conecta la arquitectura, la naturaleza y la historia de esta región única.


Km. 26,700 - Nos adentramos en Martín Muñoz de Ayllón, como si una alfombra verde nos guiara hasta este rincón sereno enclavado en la ladera norte de la Sierra de Ayllón. Parte de las rutas turísticas de la Arquitectura Amarilla, este pequeño pueblo revela su carácter singular con cada paso. En invierno, su población apenas supera los 20 habitantes, pero en verano, la calidez de sus calles y la frescura de la sierra atraen a unas 60 o 70 personas. Su tranquilidad y las vistas espectaculares, a solo hora y media de Madrid, son un refugio ideal para quienes buscan desconectar.

El entorno está dominado por robles y frutales como castaños, perales, manzanos y gerbales, que se mezclan con zarzas cargadas de moras en temporada. Tres ríos riegan las faldas de las montañas, llevando su vida a pueblos vecinos como Alquíté, Villacorta, Serracín y Madriguera, además de abastecer al propio Martín Muñoz. Un molino rehabilitado se erige como testigo del tiempo y de la actividad que antaño marcaba el ritmo de la comunidad.


El corazón del pueblo es la iglesia de San Martín de Tours, patrón del lugar. Original del siglo XII, fue reconstruida recientemente gracias al esfuerzo conjunto de vecinos y antiguos residentes que, aunque lejos, siguen conectados a sus raíces.

Martín Muñoz también guarda un pasado ligado a la piedra. Sus canteras de pizarra abastecieron materiales para el tejado del Palacio de La Granja y el suelo de la Catedral de Segovia, testimonio de la importancia de sus recursos naturales. Además, sus guindas, antaño famosas, dejaron su huella en el topónimo "La Guindalera", aunque ya no se cultivan.

El encanto de sus construcciones radica en la mezcla de cuarcitas y lajas de pizarra, que crean un "tono amarillo armonioso" que define la identidad del pueblo. Cada piedra parece narrar una historia, cada rincón invita a quedarse un momento más, disfrutando del equilibrio entre lo humano y lo natural.


Km. 31,700 - En las entrañas de la Sierra de Ayllón, la tierra se viste de un rojo intenso, fruto de los compuestos férricos que dominan su sustrato. Este fenómeno geológico ha dado lugar a una arquitectura única, donde las casas, levantadas con arenas y piedras rojizas, se integran en un paisaje cromático que fascina.

En este contexto se encuentra Villacorta, uno de los "pueblos rojos" más emblemáticos de la provincia de Segovia. Su característico color rojizo, debido a las piedras ferruginosas y arcillosas de la zona, contrasta con el negro de la pizarra que también se utiliza en sus construcciones. Situado a 1.092 metros de altitud, en la falda de la Sierra de Ayllón, Villacorta conserva la esencia de la arquitectura tradicional y la memoria de un pasado ligado a la extracción de hierro, ocre y almagre, pigmentos naturales que antaño alimentaron la industria local.

Sus casas, de muros de sillería de arenisca ferruginosa, son un testimonio vivo de la identidad del pueblo. Además, un estudio del Departamento de Urbanismo de la Universidad Europea de Madrid destaca una particularidad en su organización: muchas viviendas cuentan con corrales delanteros de tapia baja, un rasgo arquitectónico que añade un toque singular al entorno.

Tan arraigado está el color rojo en Villacorta que incluso su gentilicio, almazarronero, hace eco de esta tonalidad que define su esencia.

En el siglo XVI, Villacorta fue cuna de exploradores que dejaron su huella en la historia de América. Rodrigo de Villacorta, miembro de la tripulación de Cristóbal Colón en su segundo viaje, se convirtió en tesorero de las Indias en 1501, inspirando a otros almazarroneros a seguir su ejemplo. Entre ellos destacaron Lope de Villacorta, encomendero en Santo Domingo; Juan de Villacorta, participante en la conquista de México; y Andrés de Villacorta, teniente de alcalde de Cumana, Venezuela. Incluso la siguiente generación, representada por Juan de Villa, hijo de Juan de Villacorta, continuó la saga en tierras americanas.

El éxodo rural del siglo XX amenazó la supervivencia de Villacorta, pero en la década de los 80, el turismo rural inició un renacer. Hoy, el pueblo cuenta con 21 habitantes, muchos de ellos nuevos residentes que encontraron en este enclave rojo un lugar donde el tiempo parece detenerse. Villacorta, con su belleza única y su historia rica, sigue siendo un testimonio vibrante de la Sierra de Ayllón.

Km. 32,900 - Atravesamos paisajes de intensa belleza, donde los caminos rojizos nos llevan a cruzar parajes como el barranco del arroyo del Valle. A cada paso, el entorno parece contar historias de tiempos antiguos, mientras el contraste entre el color de la tierra y la vegetación nos envuelve en un paisaje que solo la Sierra de Ayllón puede ofrecer.

Km. 33,300 - Uno de los tramos más hermosos del recorrido nos espera al adentrarnos en el barranco del arroyo del Bonal, justo a la altura de La Cruz del Cerro. Este territorio, con su paisaje acarcavado y su naturaleza salvaje, sorprende por su equilibrio entre la rudeza de la tierra y la amabilidad que ofrece a quienes pedalean por sus senderos. Es un rincón donde la aventura y la belleza se entrelazan en perfecta armonía.


Km. 34,200 - Dejamos atrás el barranco del arroyo del Bonal, emergiendo por el histórico camino de los carros. A pesar de encontrarnos con algún repecho leve, el recorrido mantiene su encanto, invitándonos a disfrutar de cada pedaleada mientras el paisaje se abre ante nosotros con renovada amplitud.


Km. 38,500 - Llegamos a Valvieja, un pequeño municipio que forma parte de Ayllón. Situado en un tranquilo valle, su nombre, "Valle Viejo", refleja la serenidad de su emplazamiento. Aunque la mayoría de las viviendas actuales datan de finales del siglo XX, tras la renovación necesaria por el deterioro de las antiguas construcciones de adobe, la Iglesia de San Andrés, del siglo XVI, se mantiene en pie como un guardián del pasado en el corazón del pueblo.

Con una historia que se remonta a la época medieval, Valvieja enfrentó importantes cambios en 1976, cuando las dificultades para mantener su propio ayuntamiento llevaron a su anexión a Ayllón. Este acuerdo trajo consigo mejoras esenciales, como el asfaltado de las calles y la instalación de agua corriente, transformando el día a día de sus habitantes.

El clima de Valvieja, mediterráneo continental extremo, desafía con inviernos largos que se extienden de noviembre a abril, temperaturas medias de 2º en las épocas más frías y veranos suaves que rondan los 20-21º. Las heladas frecuentes son una constante que da forma al paisaje y a la vida rural.

La economía del pueblo sigue anclada al sector primario, con el cultivo de trigo y cebada como protagonistas. Pequeñas huertas abastecen a las familias para el consumo propio, mientras que la ganadería ovina complementa la actividad agrícola, dibujando un panorama de tradición y sustento que resiste al paso del tiempo.


Km. 42,400 - Regresamos al punto de partida, cruzando nuevamente el río Riaza, ese fiel compañero que ha marcado el ritmo de esta y tantas otras rutas que hemos realizado en estos contornos. Cerramos el círculo con la satisfacción de haber recorrido paisajes cargados de historia y naturaleza, regresando a Saldaña de Ayllón, donde cada pedalada encuentra su merecido descanso.

Hay rutas que se graban en la memoria no por su dificultad ni por la velocidad alcanzada, sino por la forma en que despiertan algo profundo en el alma. Este recorrido de 42 kilómetros, con 568 metros de desnivel positivo acumulado, es más que una simple aventura ciclista; es un viaje por la espina dorsal de la Sierra de Ayllón, una tierra donde el tiempo parece detenerse y cada curva del camino guarda un susurro de la historia.

La travesía que comienza en Saldaña de Ayllón, un rincón que acoge con la calma de los pueblos antiguos, mientras el río Riaza, ese compañero fiel, susurra a tus ruedas desde el inicio. Pero es en la ascensión hacia Peña Llanas, que da nombre a la Ruta, donde el corazón late más fuerte, impulsado por la promesa de alcanzar el Mirador de Castilla, ese altar natural que domina el horizonte como un vigía inmortal.

Al llegar al mirador, el mundo se abre en una sinfonía de colores y formas que cortan la respiración. A tus pies, el valle, vestido de robles y salpicado por pueblos cuyos tonos rojos, amarillos y negros hablan del abrazo entre el hombre y la tierra. Al fondo, el Pico del Lobo se alza desafiante, envuelto en la majestuosidad de quien ha visto mil amaneceres. Desde aquí, la Sierra de Ayllón no es solo un paisaje; es un poema que se despliega ante tus ojos, una oración de piedra, bosque y cielo.

Este mirador, conocido como de Castilla por la vastedad de sus vistas, es mucho más que una cima alcanzada. Es un lugar donde las montañas cuentan historias al oído del viento, donde el viajero se convierte en parte del paisaje, del horizonte y donde el esfuerzo de la subida encuentra su recompensa en la eternidad del momento.

La ruta, sin embargo, no se detiene aquí. Como la vida misma, sigue adelante con descensos que desafían la habilidad y senderos que se pierden entre robledales antiguos. Los pueblos de Martín Muñoz de Ayllón y Villacorta aparecen como joyas en el trayecto, sus construcciones cargadas de historia y su aire impregnado del aroma de la Sierra. 

Y al final, cuando cruzas de nuevo el río Riaza y regresas a Saldaña de Ayllón, el círculo se cierra. Pero este no es un final; es el comienzo de algo que queda grabado en el corazón. Porque esta ruta no es solo un recorrido; es un homenaje a la Sierra de Ayllón, una celebración de su alma indómita y su belleza eterna. Y en su corazón, como un faro en la montaña, queda el Mirador de Castilla, esperando al próximo viajero que se atreva a descubrir su magia.

Prepara tu bicicleta, despierta tus sentidos y entrégate a este viaje donde cada kilómetro es una poesía, cada pedaleada una conexión con la tierra, y cada vista un recordatorio de que el mundo está lleno de maravillas esperando ser exploradas en bicicleta.



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